Capítulo Ocho: Actualidad.

1855 Words
Mientras Cowells caminaba de un lado al otro dentro su amplia oficina, con una tranquilidad admirable para cualquiera, con un tambaleo que daba a comprender lo poco que le afectaban las noticias del índole que fuera; un grupo de chicos luchaba con todo lo que tenía para sobrevivir dentro de una institución abandonada décadas atrás. Observaba el tic tac del reloj de pared con sumo interés, como si este pudiera darle las mejores ideas para llevar a cabo, cuando en realidad seguía siendo un objeto inanimado, algo sin vida. Las orbes de este hombre dejaban ver cuán gélido era su corazón, ya que ni siquiera demostraba amabilidad o simpatía a través de estos. Cuando su esposa lo dejó unos siete años atrás, nada pudo volver a ser lo mismo para él, y es que su madre lo había abandonado primero, y él creyó que cuando se casara y conformara una familia, todos sus problemas se liberarían, dejarían de existir, solo que no fue de ese modo. El día en que su madre lo abandonó fue también el más feliz de toda su infancia, tenía cinco años, recordaba estar usando un overol color azul claro y una camisa manga larga blanca, sus zapatos eran color beige de piel.  Caminaba al lado de su madre, quien llevaba puesto un vestido con un abrigo encima, estaban en otoño, podía saberlo debido a los colores que tenía el mundo en ese momento, era perfecto. Ese día fueron a una feria cerca de casa, recordaba estar en extremo feliz, sonriendo sin parar, algo que a su madre no le agradaba demasiado, pues era muy estricta. Le reprendió por estar saltando y sonriendo, según ella como una lombriz, le espetó que dejara de comportarse como un niño malcriado y caminara como las personas normales, algo que el pequeño Patrik intentó seguir al pie de la letra, pero ¡Eran tan interesantes los patrones del suelo! ¡Tenía que seguirlos sí o sí! Pasaron entonces a uno de los puestos de la feria, en donde su madre le compró un helado con sabor a chocolate y chispas de colores, su combinación favorita. Lo estuvo comiendo hasta que llegó a la galleta, habiendo ensuciado algo de su rostro y overol, pero poco le importaba. A pesar de haberse contenido durante un buen tiempo, tuvo que volver a saltar de un punto al otro, como si el piso restante estuviera lleno de huecos gigantes y pudiera caer a alguna cueva de la que no podría volver nunca.  ─¡Patrik! He dicho que te quedes quieto─ imploró la madre nuevamente, pero el niño de cabellos claros seguía concentrado en el suelo y en su propio juego, comenzando a caminar por sí mismo sin darse cuenta de que se alejaba. Entonces, la idea que había estado rondando la mente de la mujer durante el último año, pudo tener cabida en la realidad. Esta comenzó a caminar hacia atrás poco a poco, comenzó a alejarse del niño, quien siguió y siguió jugando, separándose cada vez más de ella. La mujer de cabellos rubios rizados y cortos finalmente dio media vuelta y caminó en dirección opuesta al lugar hacia donde se dirigía el pequeño, una gran concentración de personas. A pesar de estar triste por tener que hacer algo así, también sabía que él nunca estaría seguro en sus brazos. La oportunidad de dejarlo escapar se le presentó en frente y no podía dejarla escurrirse entre sus dedos. ─Lo siento, cariño─ murmuró, sintiendo cómo una pesada lágrima resbalaba por su mejilla, intentando hacer que su corazón dejara de doler. Patrik solo se dio cuenta de que estaba solo unos veinte minutos más tarde, cuando terminó por fin la galleta en forma de cono que le compró su madre. Volteó a todos lados, pero no la divisó, sin embargo, no quiso caer en pánico, simplemente comenzó a buscarla por los lugares que ya habían recorrido, volviendo incluso al puesto de helados, le preguntó al hombre si había vuelto a ver a la mujer, pero este negó algo así. Así pasó las siguientes horas, preguntando a todas las personas que se topaba si habían visto a su madre, pero ninguna le daba información clara, solo negaban con la cabeza, y sus ojos comenzaban a picar. Había perdido a su madre, era culpa suya, y aunque quería llorar, sabía que los hombres no hacen tal cosa, por lo que se contuvo solo hasta que un jefe de policía lo encontró y le preguntó qué hacía solo, pues estaba anocheciendo. El niño solo dijo "He perdido a mi madre, señor". Entonces este hombre lo llevó con el en un coche policial hasta la estación más cercana, donde pasó varias noches, nadie lograba dar con el paradero de la mujer que había descrito... Pero ¿Cómo no? Si su madre era tan hermosa, tan despampanante y elegante... Cualquiera que la hubiera visto la recordaría... Fue entonces cuando se rindió en intentar que apareciera, pero la culpa nunca se fue de su corazón. Un mes después se hallaba interno en un orfanato, donde pasó toda su vida hasta llegar la adolescencia, cuando pudo valerse por sí mismo para trabajar y escapar de allí. Los años que había pasado dentro de esas frías paredes solo le enseñaron a reprimir cualquier tipo de sentimiento, algo que cambió cuando en su primer trabajo como asistente personal conoció a la que sería su esposa, Hope Larson, una chica muy parecida en rasgos a su propia madre. Se enamoró a primera vista, no había duda de que se sentía atraído especialmente por ella, era increíble en todo sentido. La chica era secretaria de uno de los jefes de la compañía de envíos donde laboraban. Poco a poco se fueron conociendo, y por suerte, la chica comenzó a sentir lo mismo por él, algo que le marcó para siempre, por fin sabía lo que era ser amado. Patrik comenzó a cambiar de a poco, a sonreír más, a tener confianza en sí mismo y lo que hacía, así que tuvo un cambio tremendo desde que la conoció. Cuando se comprometieron, ambos tenían trabajos mucho más estables y respetados, poco a poco se fueron abriendo paso hacia el éxito, los caminos se les abrieron de una manera magnífica. Finalmente se casaron un veintitrés de noviembre cerca de la casa de Hope, en una pequeña capilla en la cual ella siempre había soñado casarse, cumplieron muchos sueños juntos. Los primeros años fueron muy felices, llenos de intimidad, de gozo de alegría, pero entonces, siempre hay algo que detona la bomba. Hope quería tener hijos, quería ser la madre perfecta en el hogar perfecto, sin embargo, tras años de intentarlo, no podían concebir, así que desesperados buscaron ayuda médica, pero lo único que hallaron fue la infertilidad de ella. La rubia cayó en una depresión inmensa, sin querer comer o beber nada por al menos dos semanas, así que Patrik, ya sin muchas esperanzas, intentó hacerle ver que ella era mucho más que solo una máquina de hacer bebés, incluso le propuso adoptar, siendo que a él le habría encantado tener una familia cuando estaba en el orfanato, pero que nunca lo quisieron por ser demasiado inquieto. La mujer se negó a tal posibilidad, decidida a seguir por su cuenta, le dijo que no podría seguir siendo una figura falsa en un matrimonio si ni siquiera podía darle herederos. En cambio, Patrik estaba enamorado de ella, no de los hijos que pudiera darle o no, esto se lo hizo saber, y pareció haberla convencido. Una buena tarde que llegó del trabajo, cuando lo ascendieron a jefe de departamento por fin, quería contárselo a su querida Hope, ver sus lindos ojitos brillar y besar sus perfectos y suaves labios. No pudo ser posible.  Lo único con lo que se topó fue con una nota adherida al refrigerador color crema por un imán de jirafa. "Lo siento, no he podido cumplir con tus expectativas, amado mío. Me voy, más por mí que por ti". Cuando las orbes del hombre dieron con la información escrita con letra tan prolija y perfecta, no pudo hacer otra cosa que desplomarse. Estuvo en el suelo un buen rato, sin dejar de pensar en alguna razón de peso que la hiciera irse. Pensó entonces en que se encontraba verdaderamente solo, ni siquiera tenía amigos, pues todo su mundo se resumía a Hope, su única amada. Se permitió quebrarse y llorar en el suelo, lloró por todas las veces en que lo abandonaron, en que lo golpearon, en que se burlaron de él, en que le dijeron que no era suficiente. Lloró por haber perdido tanto, por ser tan ciego. Las ilusiones, desde ese día, ya no tenían cabida en sus pensamientos. Nunca más volvió a verla, ni a su madre, ni a su esposa. Los días después de tamañas decepciones habían perdido color, emoción, vida. Entonces allí se encontraba, en la cima del éxito, pero no del suyo propio, una ironía bastante grande.  Ahí estaba, viviendo en su oficina porque era incapaz de volver a su casa e imaginar a Hope en cada esquina, tratando de volverlo loco. Por eso tenía que buscar lavanderías y tomar café instantáneo, cortar el cabello por sí mismo, no quería que nadie se diera cuenta de que, en efecto, a pesar de tener casa, no era capaz de vivir en ella. Tragó saliva, respirando profundo, solo hasta que unos toques se escucharon detrás de las puertas. ─Adelante─ dijo, intentando aclarar su voz lo más posible, deshacerse del nudo en su garganta. Pasó una chica de baja estura, con ojos curiosos y lentes gruesos. ─Señor Cowells, no hemos podido establecer contacto con el grupo G23 en lo que llevan de incursión─ comentó esta, con tono preocupado. ─¿Cómo puede ser eso? ¿Han buscado ya en la posada?─. ─Sí, pero no hay señal hasta allá, señor, han cortado los cables de las líneas telefónicas, es todo un desastre─. ─¿Cuándo tardarán en recuperar la conexión?─. ─No lo sé, quizá unos tres días más...─ dijo ella, con algo de temor a la reacción del hombre. En cambio, Cowells solo pudo asentir. ─Tendremos que esperar respuestas, cuando sepas algo me avisas ¿Sí?─ pidió él. La chica frente a sí no pudo hacer más que seguirle la corriente, algo extrañada por su actitud tan neutra. ─¿Ha tomado ya su café, señor?─ quiso saber. ─Sí, no te preocupes, puedes irte─. Ante esto, los pies de la chica se dirigieron fuera de la oficina, donde le esperaban varios de sus compañeros, preocupados de que le fuera a hacer algo, ya que casi siempre reaccionaba de mala manera. Su sorpresa fue grande cuando en realidad la chica estaba en perfectas condiciones, e incluso sonriente. ─Solo espero que los chicos estén bien─ dijo ella, sintiéndolo de verdad, pues sabía los riesgos a los que se enfrentaban solo por ir hasta ese lugar poco habitable para cualquiera. Los demás concordaron en su comentario, pero vaya, menos mal que no podían ver al equipo G23 en esos momentos, ya que de ser así, más de uno terminaría trastornado.
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