Capítulo Siete: Uno más.

1825 Words
Raechel seguía en el mismo lugar donde las bestias decidieron encerrarla, aún sin saber qué harían con ella. Yacía en el suelo, sin dejar de observar todo a su alrededor, en especial luego de hojear el trabajo del Dr. Hemsworth, la cantidad de abusos perpetrados a los pacientes pasaban lo aterrador y se convertían en hechos bizarros y fuera de lugar. Tan solo el título era algo que llamaba la atención, de modo que era extraño que alguien colocara maldición como un término académico más que supersticioso, y que fuera escrito por un profesional de la salud era mucho más curioso todavía. Mientras más se adentraba en lo que podía decir aquel escrito, más dudas le surgían de cómo era posible todo aquello. Leyó en específico una página que llamó su atención. "Hay una energía pesada que rodea a la institución por completo, una niebla densa y oscura, y por mucho que los que trabajamos aquí queramos ignorarla, me temo que es imposible. Esto está escrito en primera persona, es pues, el primer trabajo en el cual busco imprimir mi opinión, debido a que las experiencias que se viven en este lugar van mucho más allá de solo la imaginación y lo común. Mi primer día como médico de guardia fue una locura, y es que tenemos dos secciones, ya que dividieron al hospital, de modo que las emergencias se atienden por una entrada (la principal) y los que van a consulta regular o a internarse van por la otra (la trasera). Estro hace que todos los médicos tratantes de emergencias comunes estuviéramos atentos y reunidos en un solo espacio, siendo más sencillo, en teoría encontrarse en caso de que algo se complicara. Era un día martes, y aunque hacía sol, parecía que este no quería llegar a las ventanas del hospital, como si una capa gruesa de nubes cubriera la superficie entera de la construcción. A todos les extrañaba tal fenómeno, pero se pensó que era algo sujeto únicamente a la propia naturaleza, y en cierto modo, así era. Los primeros tres pacientes a los que atendí solo venían por una fuerte gripe, eran familia y se habían contagiado unos a otros, algo que solía ocurrir con regularidad cuando el clima cambiaba, y en Oxfour parecía que este nunca estaba conforme, unos días llovía, otros hacía un sol intenso, pero la institución siempre se mantenía gélida, húmeda y fría por alguna razón. Mi turno fue el vespertino-nocturno, sin embargo, la tarde se fue en un santiamén, la poca luz que quedaba fuera se fue alrededor de media hora luego de iniciar con mis deberes, algo poco común, ya que la luz se suponía que debía durar al menos tres horas antes de llegar el anochecer. Las horas seguían siendo las de la tarde, pero la oscuridad que se cernía sobre el lugar era intensa ya, haciendo que la sala de emergencia comenzara a estar vacía, sobre todo porque el camino hacia el hospital era un poco complicado. Estaba rodeado de naturaleza casi por completo, que en su momento fue creado con la intención de que se viera mucho más amigable, pero solo hizo que de noche fuera complicado acercarse, esto debido a los animales que acechaban a aquellas horas, siendo salvajes sin control alguno. Se rumoreaba también que no se trataba de animales comunes los que rondaban la vegetación, sino una especie de criatura mítica llamada Ertiko, se trataba de una bestia que podía transformarse en lo que quisiera, pero generalmente eran vistos como a lobos de un tamaño considerable o sombras negras con ojos de colores. El nombre se lo había dado una tribu indígena que hizo vida años atrás en el mismo lugar, luchaban incansables contra las fuerzas oscuras que se suponía les atacaban y querían debilitar sus fuerzas espirituales. La tribu terminó por irse de allí en busca de paz, ya que el lugar estaba infestado de ánimas y malas energías, según ellos y según los habitantes que luego contaban las historias para aterrar  los infantes.  Pero entonces, aquello dejó de ser una leyenda para mí cuando salí a fumar mi primer cigarrillo, fue alrededor de la medianoche, así que la luna estaba brillando en su esplendor en el cielo alto, uno sin estrellas y muy helado, lleno de nubes por doquier. Solo bastaron tres caladas para que comenzara a escuchar un sonido extraño, sin embargo, a pesar de mirar varias veces a mi alrededor, no hallé el origen de dicha molestia. Parecía una especie de lamento, como si un niño llorara, pero pasados unos minutos, comenzó a extrañarme tal situación, ya que no había ningún menor interno, al menos no que haya visto. Fue entonces cuando la posibilidad surgió en mi mente de que fuera un animal, un zorro, cuando mucho, ya que a veces hacían ese tipo de sonidos, pero al estar en uno de los balcones de la institución, se calmó, no era posible que un zorro llegara hasta ahí. De pronto, la iluminación del hospital comenzó a fallar de una manera estrepitosa, haciendo que las personas dentro comenzaran a quejarse del servicio, y aunque el invento de la luz con bombilla tenía ya varios años, aún no estaba perfeccionado, así que podían ocurrir problemas con aquello. Terminé mi cigarro, algo intranquilo, sin querer adentrarme todavía al hospital, ya que no tenía manera alguna de iluminar mi camino de vuelta al consultorio, pero no fue necesario, ya que detrás de mí, estando en el balcón, algo se acercó hasta mi cuello, tomándolo con fuerza, comenzando a susurrar cosas en alguna lengua extraña, la cual sonaba francamente aterradora. Esta cosa tenía brazos largos y negros, estaba helada, entonces sentí un corrientazo recorrerme desde la cervical hasta la cintura baja, dejándome inconsciente. No recuerdo nada desde ese momento hasta la mañana siguiente, donde amanecí en la cama del dormitorio de los médicos residentes, según los demás, había cumplido con mi horario de turno, pero lo cierto es que no recuerdo nada en absoluto de lo ocurrido en esas horas hasta el día de hoy. Cuando intenté moverme, todo el cuerpo me dolía, sentía golpes por todos lados. Pregunté a mis colegas cuáles casos había atendido la noche anterior, y solo me señalaron una de las habitaciones. Me acompañaron varias enfermeras, abriendo la puerta de la habitación de aislamiento que tenía dispuesta el área de emergencia por si había algún paciente violento. Tragué con fuerza, la escena era grotesca en todo su esplendor. Se trataba de un hombre, sentado en una silla al centro de la habitación, estaba atado con cadenas en los pies y las manos, estaba mojado y temblando, tenía laceraciones en la piel con escritos y signos extraños  Apenas me vio entrar, comenzó a llorar, diciendo que él no era un pecador, que por favor lo soltara, incluso tenía el labio inferior roto y ojeras notables, estaba pálido y amarillento, cosa que no tenía buena pinta. El chico estaba solo con ropa interior, repitiendo una y otra vez, "no lo soy, no lo soy..." a modo de mantra. Ordené de inmediato que lo soltaran y lo llevaran a mi consulta, sin salir de mi estupor. Según todos,  yo lo había atendido y ordenado que le hicieran tales cosas, pero ¿Cómo? Ni siquiera recordaba su nombre, ni haber visto su expediente. Algo que siempre me prometí como médico fue nunca abusar de ningún paciente, mi manera de actuar no era siquiera parecida a la que me comporté la noche anterior, no recordaba nada en absoluto, pero me sentía muy extraño. Tenía la garganta seca, sintiendo fuego en esta, casi como si fuera una especie de llama andante, pero luego de una ducha pasó todo lo contrario, mi temperatura bajó considerablemente, algo increíble cuando observé los números en varios termómetros. Lo más raro fue que la temperatura nunca me volvió a aumentar en el cuerpo, solo que en ese momento no sabía a qué se debía... Ahora, es una historia distinta...". Los ojos de Raechel brotaban lágrimas, esto debido a que no quería perderse detalle alguno de la lectura, manteniendo los ojos bien abiertos. Entonces a lo que ellos se estaban enfrentando tenía ya antecedentes... No lo podía creer, sin embargo, pensó que mientras más leyera, más posibilidades había de que encontrara alguna manera de detener el actuar de aquellos seres.  La oscuridad hacía que sus ojos dolieran, el esfuerzo que estaba haciendo por leer era casi inhumano. La desesperación era un sentimiento casi imposible de refrenar, pero con trabajo de respiración, la chica logró calmarse, aquellas bestias no tenían porqué ser algo mítico, podían ser solo salvajes, no había razón para estresarse, aunque aquel escrito explicara mucho más de lo que estaba buscando. Miró la pantalla de su móvil, pero este no tenía nada de carga, señalándole la batería en rojo. No podía ser cierto, no. Mientras tanto, las pisadas detrás de la puerta se hacían cada vez más fuertes, así que intentó alejarse lo más posible de la puerta. De un momento al otro, hubo un silencio muy grande y notorio, escuchaba claramente sus propios latidos, pero de una manera perturbadora. La puerta se abrió luego de un estruendo, y lo que parecieron sombras con ojos brillantes dejaron un cuerpo en el suelo. La chica se asustó demasiado, creyendo que la persona estaba muerta, pero cuando los seres se fueron de allí otra vez, pudo acercarse y verificar que no era así. Se trataba del mismísimo Finneas Dawson, su camarógrafo. La saliva pareció atragantarla por un momento, no podía ser cierto que otro de ellos estuviera cautivo. Revisó sus cosas, pero no encontró el móvil, colo la cámara, la que no soltaba de su mano a pesar de estar inconsciente, pero aún respiraba con normalidad. Halló un tanto tétrica la escena, pero el rostro tranquilo de su compañero la calmó un poco. No quería por nada del mundo hacer que los mataran allí mismo, por eso no se atrevía a enfrentar a las bestias, como las apodara su subconsciente. Había querido hacerlo, con gusto les asestaba miles de golpes, pero no estaba siquiera segura de si las balas podrían acabar con esos animales. Mucho menos lo harían sus manos débiles o los objetos sin sentido que utilizara a modo de armas. Luchar contra algo que no conocían sería mucho más difícil, sin embargo, parecían tener un patrón de comportamiento estudiable, eso lo había aprendido de su padre, quien era zoólogo. Siempre solía decirle que ningún animal actuaba sin una razón, sin un instinto que le hiciera rebelarse, siempre había un detonante específico para su comportamiento, incluyendo la amabilidad, la valentía, el instinto de supervivencia o el asesino. Intentó pensar en algo que hicieran a modo de rutina, pero no conocía suficiente de su naturaleza como para predecir algo así. Tendría que seguir observando, pero, por suerte, aún tenían tiempo de estar allí. Por el momento, su única misión era alimentarse, pues su estómago dolía incansable, exigiendo comida.
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