El día treinta y uno de octubre de todos los años, era costumbre para Raechel hacer un maratón de películas de terror y vestir de n***o. Amaba la temporada con todo su ser, sin saber muy bien el porqué.
Era una chica bastante peculiar, creía mucho en las energías y sobre todo en lo paranormal, le encantaba saber que había otras dimensiones aparte de su línea temporal, esto le obligaba a distraerse de la situación en su familia.
Sus padres no estaban en los mejores términos, pues siempre peleaban por la más mínima cosa, vivía en un hogar donde la felicidad era poca. Sus hermanos menores, que eran gemelos, aún gateaban para esa época, y era ella quien tenía que encargarse de ellos y de su bienestar, esto debido a que la madre se la pasaba fuera trabajando de distintas profesiones, y quien se encargaba de su cuidado era el padre, quien solo se quedaba mirando los partidos de fútbol sentado en el sofá, casi siempre ebrio.
No era de mucha ayuda tener un padre así, pero ella no podía hacer más que intentar que sus hermanos y ella misma no murieran de inanición o de sed.
Raechel siempre se esforzó por sacar adelante sus notas en la escuela a pesar de tener un hogar tan desastroso, no quería terminar como sus padres, siendo una fracasada. Si bien, era fuerte lo que pensaba sobre ellos, era la pura verdad, pues no le demostraron lo contrario.
Cada vez que veía a sus compañeros de escuela ser felices con sus padres, tener hogares perfectos, solo le generaba ruido, haciendo que ignorara por completo el hecho de tener o no familia, les contó a sus compañeros que su padre en realidad estaba enfermo, y que por eso no salía a trabajar, pero era solo una mentira.
No quería siquiera saber lo que hacía su madre en la calle de noche mientras decía que iba a trabajar, pero ya se lo podía imaginar. Casi nunca estaba en casa, pero cuando llegaba, llevaba poca comida y terminaba peleando con su padre, al punto de los golpes, pues él intentaba hacer que ella quedara inconsciente, quizá en realidad quería asesinarla. Quizá no se arrepentiría luego, incluso si moría de hambre.
No le agradaba para nada la mujer, y Raechel se preguntó desde niña ¿Por qué formaron una pareja, una familia si no se querían?
Si ambos sabían que no habría amor ¿Para qué insistir?
Entonces, una noche se dio cuenta de lo que ocurría, de la razón principal por la que fingieron amarse para unirse en matrimonio.
Esa noche encontró a su padre en la cama con otro hombre, disfrutando de una vida s****l activa y placentera. Ella solo tenía trece años para ese momento.
Corrió a esconderse, como siempre, en el refugio de su habitación. Lloró desconsolada mientras sus pequeños hermanos dormían cómodamente sin saber nada sobre la vida que les esperaba a futuro.
El impacto fue brutal en su mente, ya que no creía que tal cosa fuera posible, pero la realidad siempre le golpeaba en la cara con una fuerza inmensa. Todas sus sombras, todo a lo que temía salió a la luz esa noche, haciéndola sentir débil y en completo abandono.
Desde ese día, no podía mirar a los ojos a su padre, solo se limitaba a ignorarlo todo el tiempo que pudiera, nada más hasta que este decidiera por ella qué hacer en el día, muy aparte de asistir a la escuela, atender las labores de casa y a sus hermanitos.
La chica tenía todo un mundo de oportunidades por delante, pero esas estaban truncadas por los padres, quienes no la dejaban brillar en absoluto.
El punto es que para ella, las tradiciones de Halloween siempre fueron una constante, esto debido a que le hacía olvidar el mundo a su alrededor. Una vez, cuando tenía catorce años, logró hacer contacto con sus abuelos mediante una Ouija, algo que le ayudó bastante a canalizar su ira, sabiendo que por lo menos ellos, quienes ya descansaban en camposanto, le quisieron, aunque no supieran de la existencia de sus hermanos en vida.
Siempre tuvo una bonita relación con sus abuelos, solo hasta que estos fallecieron en extrañas circunstancias, y su madre nunca le habló de ello. En cuanto a su padre, nunca conoció a los que fueran sus papás, ya que la relación se hubo roto desde que él cumplió la mayoría de edad.
Raechel se hallaba en la habitación que compartía con sus hermanos cuando una noche decidió por fin hacer el ritual con un tablero fabricado por ella misma, uno en donde dibujó letras y números para poder comunicarse de forma efectiva con algún ente del más allá, en especial alguno de sus antepasados, quería saber sobre la historia familiar, y debido a que nadie le contaría sobre ello, tuvo que investigarlo por sus propios medios.
En ese primer encuentro, la adolescente terminó con las lágrimas recorriendo sus mejillas, dejándolas pegajosas.
Lo que le habían hecho saber los espíritus la dejó en completo shock, por lo que supo que esas sesiones tenían que ser reales. Por la noche, tuvo sueños demasiado vívidos, tanto, que estuvo segura de que eran los recuerdos de alguien más.
Soñó que era su abuela, estuvo en el día de su boda, en el día en que nació su madre, estuvo ahí en todos los momentos, incluyendo en el cual estando embarazada, se fue a vivir con quien sería su pareja para entonces y el padre de la criatura, luego supo que ella era quien estaba en ese vientre.
La mujer no quiso entrar en razón, discutieron y así ella se marchó, muy molesta.
Ellos defendían que el hombre con el que intimó era un completo vagabundo, un drogadicto que lo único que haría era llevar a su hija a la ruina, y quizá tenían razón.
El primer año vivieron bien, eso no se podía negar, pero los problemas comenzaron cuando cuando la niña estaba por cumplir los dos años de edad, ya no había dinero de los ahorros. Tendrían que trabajar para poder darle un futuro a la pequeña, pero vaya sorpresa, él no quería trabajar, solo quería vivir tranquilamente en casa.
Le hacía creer a su mujer que salía a trabajar todos los días, pero que ninguna empresa lo contrataba. Solo usaba el dinero para emborracharse en los bares e inyectarse heroína. Amaba la vida de excesos y descontrol, no lo podía negar, pero eso tenía una razón.
El verdadero secreto que no supieron nunca los padres de la chica, era que en realidad él era gay, y los hijos ni siquiera eran suyos, sino de un posible amante de ella, pues disfrutaba entregando su cuerpo a diferentes hombres sin ningún tipo de reparo. Amaba tener sexo, y cualquiera creería que esa familia era perfecta, que no tenía fisuras, pero claro que las había.
La mujer era la única que llevaba el sustento a un hogar que desde el primer momento se caía a pedazos, y ese era el mismo tema de discusión de siempre, que él no quería colaborar, no quería salir de la adicción como le prometiera diez años atrás a la chica como única manera de llevar la fiesta en paz y de mantener un hogar estable y lleno de buenas apariencias.
Ella reclamaba que no podía seguir ocultando más aquello si él no colaboraba, pero siempre terminaba haciendo su voluntad.
Fueron amigos íntimos desde siempre, por eso, por mucho que pelearan, no podrían abandonarse, hicieron una promesa cuando se fueron a vivir, juntos, solo queriendo escapar de los prejuicios de la sociedad, y hasta el momento les había funcionado.
Solo fue hasta que Raechel se graduó de la escuela a los dieciséis y buscó trabajo, rentando una pequeña habitación. Se llevó con ella a los pequeños gemelos, que ya para ese momento tenían diez años, se escaparon una noche en sigilo, y nunca nadie los buscó.
De ese modo comprobaron que nunca los quisieron, y que los padres que tuvieron solo se preocupaban por sí mismos su propio bienestar, quizá esperaron siempre que algo así pasara, que por arte de magia ellos desaparecieran.
Ahora en un presente, los gemelos ya tenían dieciséis, la misma edad que tuvo ella cuando se independizó, y no tenía idea alguna de si podría volver con vida junto a ellos.
Durante ese tiempo trabajó y estudió hasta graduarse de periodismo en una universidad prestigiosa gracias a una beca que ganó a punta de muchas noches de desvelo. Sus hermanos, Daniel y Terrance, la ayudaban siempre que podían en los quehaceres, entre otras cosas, siendo niños muy obedientes y sobre todo, maduros, una cualidad que la chica admiraba de ellos.
La veían a ella como la figura materna, pero no se quejaba, porque, de hecho, ella había sido la encargada de criarlos con todo el amor que se merecían, como nadie hizo con ella misma.
Los dos tenían trabajos de medio tiempo mientras estudiaban y podían darse sus lujos de vez en cuando, incluso llegando a rentar un apartamento cómodo en donde pudieran vivir a gusto. Sabía dentro de sí que ellos no tendrían problema alguno a la hora de mantenerse por su cuenta, ya que llevaban algunos meses viviendo por sus propios medios. El trabajo de Raechel siempre le exigía demasiado, y solo últimamente no tuvo mucho tiempo para pasarla con sus pequeños compañeros, como solía llamarles.
Quería verlos aunque fuera una última vez para despedirse, para darles todos los consejos que le faltó decirles, abrazarlos y poder irse en paz.
Necesitaba saber que volvería a verlos.