Marcel Villalobos se hallaba en su habitación, meditando sobre lo que había ocurrido el día anterior.
Vanessa había llegado de la nada a la residencia, había descubierto su verdadera identidad.
Vio la hora en el reloj de mesa, este marcaba las 5:35 a.m.
Su esposa, Sabrina, todavía yacía dormida plácidamente de su lado de la cama. Decidió no despertarla, ya que, ella dormía muy pocas horas debido al trabajo, siempre estaba haciendo algo respecto a lo laboral.
Marcel se encargaba de hacerles desayuno a sus hijos, sobre todo porque le gustaba el hecho de sentir que era un padre presente, sin embargo, eso no hacía que sus hijos estuvieran conformes con hablar con él una vez al día.
Le había prometido millares de veces ir a buscarlos a la escuela, pero simplemente le daba miedo, más que eso, pavor sentir que era un padre, que era un hombre mayor, que no tenía nada más para aportar y que todo lo había dado. Por eso buscó en los brazos de Vanessa la aventura, quería sentir que no había perdido su encanto.
Si bien, lo que le dijo a Vanessa sobre su matrimonio era cierto, todavía debía dejar algunos cabos sueltos más prolijos antes de revelar tal situación. Sabía que heriría los sentimientos de Sabrina y de sus hijos, pero lo hecho estaba hecho.
Caminó hacia la cocina luego de asearse y vestirse. Comenzó a preparar el desayuno, el cual consistía en simples sándwiches de atún, huevo cocido y mayonesa.
Nunca se esforzaba lo suficiente, eso lo tenía más que claro, pero no podía hacer otra cosa.
Cuando vio que sus querido hijos se acercaban a desayunar ya vestidos media hora más tarde, les sonrió.
-¿Cómo están hoy, mis campeones?- chocó el puño con cada uno, sin embargo, el mayor, no lo hizo.
René estaba a punto de cumplir catorce años, así que estaba entrando en una edad difícil, pero Marcel lo comprendía.
Manuel, de doce años, siempre estaba feliz de saludar a su papá y era el más entusiasta de todos, esa mañana estaba de muy buen humor, así que le dio un abrazo.
-Buenos días ¿Qué preparaste hoy, papá?- quiso saber con una gran sonrisa en su rostro.
-Adivino, sándwich de atún- dijo René, a lo que Manuel lo miró mal.
En cambio, Noah, quien estaba de cumpleaños número diez, pensó que aquello debía de ser una broma.
-No es cierto- le respondió a su hermano mayor, mientras se cruzaba de brazos y fruncía su rubio entrecejo.
-Acéptalo, Noah. No se acordó- dijo René, cansado de la situación.
En ese momento, Sabrina también bajó de la habitación vestida para el trabajo.
-¡Cumpleaños feliz, te deseamos a ti! ¡Cumpleaños, querido Noah, cumpleaños feliz!- le cantó Sabrina a su hijo mientras lo abrazaba por detrás, tapando sus ojos.
Le hizo señas a Marcel de que tomara la caja de regalo que había guardado dentro del horno de la cocina para que no lo descubrieran.
Marcel tuvo que luchar para comprender, pero logró sacar la caja.
La madre de Noah le quitó las manos de los ojos y lo que vio fue a su padre con una caja de regalo en sus manos.
Noah sonrió abiertamente, pues de verdad estaba feliz de saber que su padre no se había olvidado de su cumpleaños, eso lo hubiera herido demasiado.
-¡Gracias, papá! ¡Gracias, mamá!- les dijo a ambos, abrazándolos.
Luego, decidió abrir el regalo, y todos allí miraron curiosos el contenido de la caja, la cual era de tamaño mediano.
Dentro de la caja habían dos cosas, un teléfono móvil de última generación y una saga de libros que amaba con toda el alma.
Los ojos se le iluminaron por completo a Noah, era la primera vez que tenía un teléfono móvil para él solo.
-¡Es el mejor regalo que he recibido hasta ahora!- dijo con entusiasmo.
René solo rodó los ojos ante el comentario y Manuel le pegó en el brazo para que dejara de hacer es tipo de gestos de desprecio.
-Es parte de lo que te mereces por traer a casa tan buenas calificaciones, cariño- dijo Sabrina, sonriéndole con amor -¿Qué preparó tu padre de desayuno?-.
Marcel se encontraba un poco nervioso, así que de inmediato cambió de idea y decidió que haría del día algo especial.
-¡Saldremos a desayunar al lugar que escoja Noah!- comentó Marcel tratando de sonar alegre, queriendo ocultar el hecho de que había preparado sándwich de atún, como dijo René.
Los mayores de sus hijos lo veían con una cara de decepción, si embargo, Noah todavía mantenía la ilusión y eso era lo importante.
-Quiero comer hamburguesas- dijo él, y ya todos se esperaban que dijera algo como eso.
-Vale, entonces iremos a comer hamburguesas ¿No se te antoja nada más?- preguntó Marcel, a lo que Noah no supo qué responder, pues era muy indeciso.
Todos se encaminaron al auto, y lo único que recibió Marcel fueron malas miradas por parte de Sabrina.
Al llegar al restaurante favorito de comida rápida de Noah, todos bajaron y los niños fueron a escoger una mesa.
Sabrina se quedó junto a Marcel en el estacionamiento mientras acomodaban el auto en el puesto.
-¿Se puede saber qué es tan importante como para no acordarte del cumpleaños de tu hijo menor?- exigió saber ella, con una mirada filosa y amenazante.
-Nada, querida... En realidad he estado tan agobiado en el trabajo que no pude hacerle ningún detalle. Lo lamento, Sabrina- dijo Marcel, tratando de excusarse, pero para ella no había nada que pudiera salvarlo.
-No es conmigo con quien tienes que disculparte. René y Manuel tampoco te respetan porque siempre prometes y nunca cumples ¿Por qué haces esto?- quiso saber ella, cansada de tal discusión, pues siempre era lo mismo.
-No es adrede, eso lo puedes escribir- habló fuerte Marcel, ya que, quería que Sabrina entendiera su posición.
-Llevas casi catorce años con la misma cantaleta ¿Hasta cuándo debo salvar esa fachada tuya de buen padre? Ya basta, Marcel- y con eso, Sabrina se fue de allí, estaba iracunda.
-¡Prometo compensarlo!- dijo él.
-Pues empieza de una vez. Este es un ultimátum- le respondió Sabrina, y él sabía a qué se refería.
No quería perder su posición económica, y no lo haría.
De su vida matrimonial dependía su patrimonio, y ese sí que era un dilema.