Ricardo tuvo que tomar un vuelo a Venezuela una semana después de estar junto a Vanessa en diferentes salidas.
Ambos habían estado compartiendo momentos juntos, como ir a comer un helado, tomarse fotos en lugares públicos y salir a algún sitio famoso en los que las parejas solían juntarse.
"Ya te extraño" escribió Vanessa a Ricardo en un texto.
"Yo igual, preciosa. Volveré apenas pueda" le respondió a los pocos minutos.
Resulta que ya había cumplido con su guardia en esa ciudad y se regresaría a su país a esperar un nuevo turno que le otorgasen.
Eso era lo que le había dicho a Vanessa, quien se encontraba algo triste por no poder disfrutar del hombre el tiempo que en realidad quería.
Catalina la observó desde su lugar.
—Tranquila, Vane. Lo verás de nuevo en poco tiempo— le sonrió ella, muy cálida —Además, no creo que escape después de haberte conocido y estado contigo—.
—Gracias, Cata, pero todavía tengo cierto sentimiento en el pecho que no me deja ser yo—.
—Creo que estás enamorada— le informó la chica.
—Mucho más que enamorada, casi deja el piso babeado por él— soltó otra de las chicas, quien estaba al tanto de la situación.
—Ya basta, Raquel, déjala vivir el amor— insistió Cata.
—Yo solo digo que no hay que confiar en los hombres, mucho menos en los que tienen dinero— soltó Raquel con mucho jarabe de verdad, resultado de todas sus experiencias.
—¿Entonces, prefieres que salga con un don nadie?— inquirió Cata, molesta.
—Preferiría que se quedase sola, si te soy sincera. Las mujeres somos mucho más eficientes por nuestra cuenta, y ustedes deberían saber que se puede vivir de solo manipular hombres. No es necesario que te enredes con ellos— continuó la chica colombiana de largos cabellos negros.
—Sé a lo que te refieres, Raquel, pero déjame confiar solo esta vez ¿Sí?— rogó Vanessa —Además, si algo sale mal, las tengo a ustedes—.
—Esa es la única verdad que te he escuchado decir hoy— continuó la chica mientras se retocaba el polvo frente al espejo.
Vanessa solo se mordió el labio inferior, de verdad estaba empezando a enamorarse de este hombre, y eso sólo significaba peligro.
Esa noche no estaba muy movida, por lo que decidió que al llegar a casa se daría tiempo para sí misma, tomaría un largo baño en la pequeña tina de su apartamento y se relajaría.
No podía estar enamorada de alguien que conocía de tan poco tiempo.
Una vez que Vanessa llegó a su apartamento, hizo lo que se prometió, hasta que mientras estando en la bañera escuchó un ruido. Eso era bastante extraño teniendo en cuenta que vivía sola.
Frunció el ceño y decidió salir de la tina, aún con sensación de querer quedarse más tiempo. Secó sus pies en la alfombra peluda que tenía dispuesta para ello y caminó sigilosa hasta la sala de estar, que permanecía con las luces apagadas.
Buscó el interruptor, pero antes de que pudiera encenderlo, una voz detrás de ella la espantó.
—Hola, Vanessa, mi pequeña Vanessa ¿Me extrañaste? Porque yo a ti sí— mencionó aquel hombre de sus pesadillas.
Vanessa se volteó para quedar frente a él y encendió la luz.
—¿Qué haces aquí, Santiago? ¡Tienes una orden de alejamiento, carajo! ¿Hasta cuándo debo correr de ti? ¡Me tienes harta!— gritó ella, empujando al hombre hacia la salida sin ningún resultado.
—No te pongas así, gatita, bien sabes que no puedo mantenerme mucho tiempo lejos de ti. Te amo ¿No te das cuenta?— insistió el chico de ojos y cabellos tan oscuros como el ala de un cuervo.
—No creo que alguien que me ame tuviera que golpearme cuando estuvimos juntos. Lo nuestro ya terminó, y no pienso volver contigo ¡Largo de mi casa!— exigió ella, roja de ira.
Vanessa presionó el botón del intercomunicador hacia los guardias de seguridad del edificio.
—Tranquila, gatita, ya me voy— alzó este las manos en señal de paz —Solo venía a avisarte que cada vez estoy mas cerca de ti, no lo olvides—.
Santiago se acercó a ella y dejó un beso en la coronilla de su cabeza. Vanessa se sintió asqueada y lo empujó lejos.
Él solo abrió la puerta y desapareció.
Vanessa cerró la puerta con todos los modos de seguridad que esta tenía, que eran casi ocho.
Se recostó en la puerta y rodó afincada en ella hasta el suelo, mientras las lágrimas se aglomeraban en sus ojos. Sentía que no podía escapar del pasado y de lo que la atormentaba.
Recibió entonces una llamada al teléfono de casa, así que se levantó con pocas ganas y contestó.
Apenas contestó, escuchó la voz de su madre.
—Cariño ¿Cómo estás? ¿Cómo te va en la empresa?—.
Ese era un gran detalle, sus padres pensaban que ella era secretaria en una empresa de renombre.
—Todo va normal, madre, pero a veces es tedioso. No puedo mentir— dijo Vanessa, sabiendo que sus padres solo llamaban cuando había alguna nueva sobre sus problemas económicos.
—Claro… Sabes que cuentas con nosotros— soltó su madre mientras se escuchaba cómo se movía del lugar en donde estaba —Quería comentarte que llegó el nuevo aviso de p**o, nos llegó en un sobre a la puerta de la casa… Tengo miedo, cariño, ya saben dónde vivimos—.
—¿Dijeron algo en la nota?— quiso saber la ojiazul.
—Que tenemos diez horas para hacer el p**o, de lo contrario, entrarán armados…— soltó su mamá con la voz temblorosa.
—¿Cuánto piden esta vez?— Vanessa ya se estaba poniendo nerviosa.
—Cinco mil dólares— dijo claro y conciso la mayor de las dos.
Ella tragó fuerte, era el doble que la última vez.
—Con eso ya deberían estar más cerca de pagar la deuda ¿Cierto?— inquirió la castaña.
—No lo creo, cariño… Todavía faltan alrededor de ochenta mil— habló Deborah, la madre de Vanessa.
La chica suspiró, en serio estaba exhausta de tener que pagar los platos rotos de alguien más, en especial a causa de algo tonto como un préstamo que ahora tenía intereses con alas, que subían cuando a esos matones alemanes les daba la gana.
—Ya veremos qué hacer. Haré el depósito a la misma cuenta de siempre— informó Vanessa, y con eso cortó la comunicación.
Su vida era una mierda últimamente.