Ricardo bajó el cierre lateral del vestido de Vanessa con desesperación.
Ella también estaba ocupada en quitar la camisa que cubría el torso de aquel atractivo hombre. Su cuerpo era fornido, trabajado en cada esquina, y eso la volvía loca.
Sus pieles se sentían calientes, así que no sería un problema a la hora de lubricar, ambos estaban deseando aquel encuentro.
Ninguno de los dos se imaginó jamás que se conocerían de aquella manera tan extraña, pero no se quejaban.
—Dime, preciosa ¿Qué tanto has fantaseado con esto?— quiso saber él mientras besaba su cuello incansablemente, deslizando una de sus manos por la espalda de la chica, la cual era suave, tersa y se sentía firme.
—Como no tienes una idea— dijo ella, mirándolo a los ojos cuando él levantó la cabeza —Me imaginaba cómo serían tus manos fuertes tocando mis pechos, cómo se sentirían tus labios con los míos y qué tan bueno serías con los dedos…—.
—Es hora de comprobar si aquello que te imaginaste puede hacerse realidad— dejó dicho el más alto mientras tomaba a la chica por los glúteos y la cargaba a horcajadas sobre su cuerpo.
El vestido estaba atrapado en sus caderas, pero aquellos pechos con pezones endurecidos ya se hacían apreciar en todo su esplendor, siempre firmes pero suaves y de un color hermoso.
Retiró el brassier de un azul transparente que mantenía cautivo al objeto de su deseo. La vista sin esa barrera de tela no pudo ser mejor.
Ricardo parecía estar babeando ante ella y su cuerpo tan fantástico, tenía curvas muy definidas que la hacían lucir como una diosa ante sus ojos. Ambos tenían las cuencas brillosas de deseo, así que este hombre no se aguantó más y la llevó a la cama, dejando caer su espalda allí para tocar sus pechos como quería.
Vanessa tenía razón en la sensación que le producía aquel sencillo acto, esas manos fuertes tocando su cuerpo era lo único que quería en la vida. De hecho, este hombre estaba complaciendo todas sus fantasías, desde el punto de la aventura, la sorpresa y ahora la manera tan perfecta en la que ambos se llevaban en la cama.
La química entre ellos era la ideal, así se sentía.
Vanessa soltó su primer gemido, que no fue muy alto ni muy agudo, este salió verdadero de su boca, lleno de necesidad.
Ella manoseaba el torso del hombre, tan musculoso y delicioso como lo imaginó, sentía que cada vez estaba más mojada.
El hormigueo en su parte íntima no se hizo esperar, quería a aquel hombre dentro de ella. Lo necesitaba.
Él terminó de liberarla del vestido para encontrarse con las bragas a juego del conjunto y el famoso liguero que lo había hecho fantasear tantas cosas.
Él dio un recorrido de besos por sus piernas hasta llegar a su intimidad. Haló uno de los extremos del liguero y este le dio una palmada en el muslo a la chica que hizo vibrar su piel de manera placentera, tan jugosa y suave como imaginó.
Retiró estas ataduras con ayuda de sus dientes mientras mantenía una mirada conectada a su compañera de cama, quien se encontraba en éxtasis, o eso le hacía pensar mientras su cabeza estaba inclinada hacia atrás.
Ricardo paseó su lengua desde la cara interior de los muslos de ella hasta su zona íntima, regodeándose allí, dejando masajes de manera circular en su clítoris a través de la tela transparente que cubría aún ese espacio de piel.
—Vamos, quítame la duda de cómo te sentirías dentro de mí…— suplicó ella en medio de su deseo.
Ricardo sintió que esas palabras enviaron corrientazos a su m*****o, haciendo que se endureciese aún más.
Le dedicó una sonrisa ladina a Vanessa y se quitó el cinturón de sus pantalones de vestir.
—Lo haré, pero ahora voltéate, muéstrame ese gran culo que tienes— le ordenó, básicamente, a lo que ella no tuvo objeción alguna.
Ahora Vanessa estaba en cuatro, alzando su trasero lo más que podía para que el hombre disfrutase la vista.
Él mordió su labio inferior y acto seguido dejó un fuerte latigazo en uno de sus glúteos, cayendo pesado, lo suficiente para colorear de rojo aquellos cachetes.
Esto lo hizo repetidas veces hasta que Vanessa pidió piedad, puesto que aquellos golpes solo la estimulaban más y ya podían observarse sus líquidos goteando fuera de su v****a poco a poco.
Ver eso calentó demasiado a Ricardo, lo suficiente como para quitarse el resto de ropa y bajar lentamente las pantys de la chica, dejando un beso en sus nalgas a medio camino.
Una vez que la tuvo desnuda en la cama, sintió que aquello era digno de apreciarse por un momento. Buscó rápidamente en el cajón de noche donde se encontraba una lámpara, los condones, había comprado una caja especialmente para cuando se encontrasen.
Todos eran de colores, pero optó por uno rojo, colocó el preservativo en su m*****o con un poco de dificultad debido a lo hinchado que se encontraba, pero finalmente logró dominarse.
Ella observaba desde su posición bastante ansiosa, quería acabar con aquello de una vez, se moría de ganas por sentir aquel mástil dentro de sus aguas.
Una vez que todo estaba listo, la torturó un poco más mientras toqueteaba su clítoris con los dedos. Ella lo detuvo y le exigió que la penetrase de una buena vez.
—A sus órdenes, madame— dijo él con la voz un tanto ronca.
Introdujo lentamente el m*****o en aquella apretada entrada, tan húmeda y caliente que le daban ganas de quedarse allí para siempre, pero por el momento debía darle placer a ella y, por supuesto, saciarse él.
Al llegar este momento, ella solamente pudo dedicarse a gemir en placer, pues era todo lo que había esperado y más de un hombre.
Él también soltaba uno que otro improperio o gruñido debido a lo bien que se sentía, a lo bien que se amoldaba en el cuerpo de la chica, tan sensual como ella sola.
La velocidad de las penetraciones se hizo más intensa, así que él mojó sus dedos en la saliva de Vanessa y los llevó hasta su punto dulce en la parte superior de la v****a, estimulándola para que pudiera llegar.
Vanessa no se contuvo, y pasados alrededor de veinte minutos en aquello, ella se vino, chorreando el preservativo con sus fluidos mientras que sus ojos se ponían en blanco, pues había sido un orgasmo intenso, lleno de cosquilleos y corrientazos.
Ante la vista, Ricardo no pudo más y también acabó, haciendo que ambos se encontrasen en el mismo éxtasis.
Luego de esto, se asearon ambos tomando una ducha juntos y pasaron a acostarse en la cama.
—Gracias, estuvo muy bueno— mencionó Vanessa.
—No debes dar las gracias por algo como esto, preciosa. Es básico— respondió el más alto.
—Algunos no entienden la palabra básico en este terreno del sexo— soltó ella una pequeña risa.
—Tienes razón— concedió Ricardo.
—Bien… Debo ir a trabajar— habló ella, levantándose de la cama para colocarse de nuevo su vestido.
—¿Tan pronto? ¿Cuándo volveré a verte?— preguntó él, queriendo quedarse a su lado por más tiempo.
En ese momento, sonó el teléfono móvil de Ricardo, así que tuvo que contestar.
—¿Cómo? ¿Urgente? Bien… Allí estaré— dijo y colgó —También debo irme, el hospital en el que estoy haciendo guardia me necesita, hay una emergencia—.
Ella solo asintió y ambos salieron de la habitación pocos minutos después.