Vanessa estaba en shock, no podía creer lo que veían sus ojos.
Ahora tenía la oportunidad de jugar su mismo juego. Ahora se vengaría de aquel hombre por haberle visto la cara de tonta.
Fue entonces que vio en una de las casas un aviso de "Se alquila" y entre los requisitos, exigían una pareja, un matrimonio.
Vanessa lo pensó muy bien, y al único hombre al que conocía en aquel país, quien no le había mentido sobre su identidad, era Jonathan, el taxista que la había llevado y guiado un poco por la ciudad.
Decidió llamarlo en ese mismo momento, mientras salía de allí discretamente.
—Jonathan, necesito hablar contigo en persona. Es algo serio— dijo la castaña, convencida.
—¿Pasó algo, señorita?— preguntó preocupado el hombre.
—Todavía no, pero pasará— le contestó ella —Veámonos en una cafetería, la que está pasando la calle luego del hotel—.
El hombre accedió y entonces se encontraron allí momentos después.
Vanessa estaba ansiosa mientras su pie izquierdo tamborileaba en el suelo. Tenía en mano una taza de café marrón fuerte al que no le había agregado azúcar por preferencia.
Jonathan estaba frente a ella deleitándose con un milhojas, así que estaba esperando un momento oportuno para decir lo que tenía que decir.
—Sé que va a sonar loco, pero ¿Aceptarías trabajar conmigo fingiendo ser mi esposo?— preguntó directa Vanessa.
—¿Qué?— el hombre se quedó perplejo y dejó inmediatamente de comer.
—¿Cuánto ganas al mes?— preguntó Vanessa, muy seria para su gusto.
—Alrededor de cuatrocientos dólares...— contestó él, un poco apenado.
—Te p**o el doble si aceptas— ofreció la chica, cruzando sus piernas.
—Señorita ¿Puedo saber por qué me necesita?— en serio se veía la duda en los ojos del contrario.
—El triple y sin preguntas— dijo la ojiazul.
El hombre asintió y no dijo nada más.
—Entonces tenemos un trato. Mañana te veo a primera hora en el bar del motel— con eso dicho, ella tomó su café y se retiró del lugar.
...
Pasadas unas horas, Vanessa no podía conciliar el sueño, estaba muy preocupada por su situación actual.
Ahora se hallaba en un país que no conocía con gente aún más desconocida. Pestañeó un par de veces y se levantó a tomar agua de la pequeña jarra que le dejaban en la mesita de café, la cual se encontraba a un lado del único sofá individual que había en la habitación.
Se sentó en este y buscó su móvil. Necesitaba investigar acerca de la vida de esas personas.
Ella había preguntado a algunas personas del motel si sabían quiénes habitaban en esa residencia, y solo le dijeron que eran personas importantes, gente pudiente, y en la mayoría de los casos, políticos y sus allegados.
Solo bastó que buscase el nombre de la residencia en internet para dar con un resultado positivo.
La familia Villalobos era la más poderosa de las que allí vivían.
—Así que ese es tu nombre— comentó Vanessa para sí misma.
Tras investigar un momento más, se dio cuenta de que la residencia tenía varias casas deshabitadas, y también un edificio con apartamentos casi nuevos, en los que el alquiler no era tan trillado.
Apagó la pantalla del móvil y buscó en su maleta una vestimenta decente, quería dejar a todos allí perplejos una vez que la vieran, en especial a Ricardo.
Se probó varias prendas, pero le agradó más un pantalón blanco talle alto acampanado al final y un top que dejaba ver su espalda en color salmón, acompañado de unas zapatillas blancas.
Sonrió y entonces esperó a que amaneciera para encontrarse con Jonathan.
El chico estuvo puntual como le explicó ella.
—Viniste— habló ella con una pequeña sonrisa.
—Tuve que hacerlo, estaba preocupado, no le mentiré— respondió el más alto.
—¿Por qué estabas preocupado? ¿No te parece que soy una persona de palabra?—.
—No se trata de eso, señorita. Me preocupa lo que pueda sucederle si no está con alguien que la guíe, es muy fácil engañar a los extranjeros porque no conocen nada de aquí— expresó el chico con el semblante intranquilo.
—Por eso no te preocupes, ya estoy bastante grandecita, Jonathan. Solo necesito tu ayuda con esto y me alegra que hayas aceptado— informó Vanessa un poco seria por el comentario que soltó el chico.
—Bueno, entonces ¿Qué es lo primero que hay que hacer?— quiso saber él.
—Iremos a la residencia Merivat, tengo asuntos que atender allí—.
—De acuerdo ¿Conoce a alguien ahí?—.
—Sí, digamos que quiero vivir ahí— comentó ella.
—Creí que no conocía la ciudad— dijo Jonathan, confundido.
—Sé investigar, y tuve tiempo libre en la madrugada—.
El chico no dijo nada más y condujo su auto hasta la lujosa residencia, de la cual se decían múltiples cosas, desde que las personas despilfarraban dinero sin necesidad hasta que sucedían situaciones turbias bajo cuerda con el gobierno y sus agentes.
Jonathan tragó saliva, pues sintió que se estaba metiendo en la boca del lobo, él jamás había vivido en un lugar así, ni cerca. Su madre era muy pobre como para darle a él y a sus hermanos algo como eso.
Una vez aparcados en el lugar adecuado, Vanessa bajó del auto con toda la actitud.
Fue recibida por una chica bastante sonriente de cabellos largos y lisos castaños.
—Buen día ¿En qué puedo ayudarle?— quiso saber ella, quien parecía estar allí para la atención al público.
—Estoy interesada en alquilar uno de los apartamentos— dejó saber Vanessa con una sonrisa de suficiencia.
—Perfecto ¿Desea ver alguno? Puedo también mostrarle las casas que están desocupadas— ofreció la mujer con sonrisa de comercial de televisión.
—Me gustaría solo limitarme a los apartamentos, muchas gracias— dijo Vanessa en respuesta a eso.
La muchacha asintió y de inmediato le pidió a uno de los carritos de golf que los llevasen al único edificio de la residencia.
Las caminerías eran grandes y de largo recorrido, era genial la vista. Vanessa empezó a emocionarse, mientras que Jonathan tenía la palabra “miedo” escrita en la cara.
Una vez que llegaron, la chica los guió hacia el primer apartamento, el cual era moderno, vivaz.
La ojiazul se veía sorprendida por los lujos que se encontraban allí en ese lugar.
Era preciosa la decoración, minimalista, y tenía una buena distribución. Habían dos habitaciones y dos baños, una cocina espaciosa, vestier, sala-comedor espacioso y un balcón con vistas a las montañas, algo que valía la pena ver.
Los colores de la decoración eran sobrios, crema, marrón, blanco, plateado. Era bastante limpia la decoración y el suelo se asemejaba al mármol.
—Todos los apartamentos tienen un aire muy parecido en cuanto a distribución, sin embargo, tenemos dos que son dúplex con acceso a la terraza y otro que posee cuatro habitaciones y parte de la terraza de igual manera—.
—Vale, me gustaría ver un dúplex— pidió Vanessa mientras analizaba todo —¿Qué te parece, cariño?— preguntó a Jonathan.
—Lo que tú quieras, hermosa— respondió él con una sonrisa algo nerviosa.
Quería tener espacio y sentirse como en una casa, a pesar de ser un apartamento. Además, Jonathan debía acompañarla y seguro debía quedarse también.
La chica los llevó hasta el apartamento dúplex, el cual se llevaba toda la belleza del anterior. Cada esquina estaba bien distribuida y los espacios tenían la decoración necesaria. Las habitaciones estaban divididas, una arriba y una abajo, perfecto para ellos dos.
Lo mejor de todo es que el apartamento estaba amoblado de arriba a abajo. Cada detalle lo tenía, estaba solo de llegar con una maleta y llenar la nevera.
Ella se emocionó muchísimo, pues todo estaba saliendo como quería.
La mujer entonces los llevó hasta una pequeña oficina cercana al edificio en donde firmaron el papeleo de alquiler bastante más rápido de lo que creyó posible y le entregaron las llaves del dúplex luego de hacer el p**o de manera digital.
A todo esto, Jonathan debía mantener la fachada de esposo, por eso estaba siendo muy cortés y amable con ella.
Tras salir de la firma del contrato de alquiler, el matrimonio falso salió a caminar por las áreas de la residencia, solo hasta que se toparon con la familia Villalobos.
Ricardo venía saliendo junto a su esposa de la casa que supuso era de ambos.
Vanessa entonces hizo lo posible por ser notada.
La mujer que venía junto a Ricardo la miró y entonces frunció el ceño.
—Buen día ¿Son nuevos aquí?— quiso saber ella, curiosa.
—Así es, me mudé aquí junto a mi esposo, es un placer— dijo Vanessa, estirando su mano para estrecharla junto a la de la mujer.
En ese momento, Ricardo volteó a ver a Vanessa, y ella pudo jurar que este quería morirse en ese mismo momento.
La esposa de Ricardo sonrió abiertamente.
—Es un placer, mi nombre es Sabrina y él es mi esposo, Marcel— dijo la mujer con mucho orgullo, quizá más del que debería tener, sobre todo teniendo en cuenta la situación.
—Un gusto conocerlos, son los primeros vecinos que conocemos— dejó saber Jonathan mientras estrechaba la mano de Marcel.
El esposo de Sabrina miró directo a los ojos a Vanessa, con un miedo casi tangible.
Vanessa supo que había ganado. Le daría una buena lección.