El Trato

1310 Words
«Es un almuerzo ¿Qué podría pasar?» —Acepto almorzar con usted. Le doy una leve sonrisa. A fin de cuentas, pagaré por mi comida. —Camile, deme la mejor mesa para dos que dispongas. —Será un placer, señor Brown. Nos invita a seguirla, y él me cede el paso a mí. Pese a que estoy sonriendo un poco, estoy llena de nervios ante su forma de mirarme. Avanzo, y siento el peso de ella en mi espalda, pero al mismo tiempo, siento que es alguien que no tiene malas intenciones conmigo. Ahora comprendo el por qué de la actitud de la mujer. Este lugar grita dinero por todos lados. Los candelabros de cristal que cuelgan del alto techo, la fina, delicada y hermosa decoración al mejor estilo de un castillo me reciben. Las personas que están sentadas, lucen vestimenta de etiqueta. A deferencia de mí, que solo tengo puesto una falda larga, color rosa viejo, un suéter cuello alto, de mangas llarga pegado a mi cuerpo, color blanco, mis sandalias, mi bolso y listo. Estoy totalmente fuera de lugar. Y el señor Brown no se queda atrás. Con su imponente porte, su cabello peinado tan perfecto y el traje a la medida que usa, me hace sentir peor. Ahora me siento incómoda, porque las personas no disimulan al verme. Más las mujeres, las cuales me barren de arriba abajo con sus ojos. —Pronto será atendido, señor Brown. Que disfrute. Camile ignora totalmente mi presencia, y eso me molesta. Ella no es más que yo, ni yo más que ella, las dos somos mujeres, así que no debería de actuar de esa forma conmigo. —Creo que esto ha sido mala idea —sujeto mi bolso con fuerza. —Si quieres, podemos ir a otro lugar —sugiere con calma. Seria de mala educación de mi parte. Dejo salir el aire y decido tomar asiento. Antes, él como todo un caballero, aparta la silla para que yo pueda hacerlo. Le agradezco con algo de vergüenza y me siento. En mi cultura, muy poco se puede recibir este tipo de atenciones de parte del hombre. Al menos que sea en sitios públicos, y eso depende también del lugar. —Me gustaría saber como te llamas. —Soy Nadia —respondo con amabilidad. —¿Solo Nadia? —Nadia Hadid —hago uso del apellido de soltera de mi madre. —Un placer conocerte, Nadia Hadid. Yo soy Albert Brown. ¿Me concedes el honor de pedir por ti? —«¿Todos los hombres de aquí son así como él?»—. Soy un cliente frecuente, así que sé cuál es el mejor platillo. —Está bien. Sonrío, aunque estoy muy nerviosa. El joven encargado de tomar muestra orden, aparece. El señor Brown ordena por ambos la misma comida, aunque en bebidas, él opta por una copa de vino, y a mí me ordena únicamente una copa de agua. Agradezco el gesto, porque yo jamás en mi vida he tomado alguna gota de alcohol. No voy a experimentar con alguien que acaba de conocer. —Cuéntame un poco de ti, Nadia. «Soy la vergüenza de la familia» —Como ya lo sabe, vengo de Arabia Saudí. Tengo 20 años y vengo aquí para ser libre. Pocas palabras, pero llenas de muchísimo significado para mí. El señor Brown no dice nada, se mantiene totalmente serio, mirándome con esos dos ojos azules intensos, los cuales me hipnotizan debido a su precioso color. «Son los ojos más hermosos que he visto en ni vida» —¿Tienes alguna oferta de empleo? —niego con algo de vergüenza—. ¿Un lugar donde pasar la noche? —Tampoco —me siento pequeña ante su mirada, pero no bajo mi cabeza—. Pero al salir de aquí, buscaré algo hasta encontrar un lugar decente. No dice nada, solo me observa atentamente con sus dos perlas azules. —Yo puedo darte un empleo. Su comentario me hace abrir mis ojos bien grandes. —¿En serio haría eso por alguien que acaba de conocer? Por primera vez, me da una leve, muy leve sonrisa y se muestra relajado. —Dicen por ahí, que lo que de gracia recibimos, lo demos de gracia. Asiento ante ese comentario. En mi cultura, tenemos algo de que, cuando Dios te bendice, debes de bendecir también. Aunque, no todos crean en un Dios, cada quien trata de ser bueno a su modo. —Yo no tengo estudios universitarios, señor Brown. Pero aprendí rápido. —¿Nunca quisiste estar en la universidad? —por supuesto que si quise. —No fui criada para eso, señor. En mi cultura, las cosas son totalmente diferente de ustedes los americanos. No me da vergüenza decir que no tengo estudios, pero si me da vergüenza admitir que en mi país, una mujer es mal vista si desea estudiar y ser profesional. El señor Brown se tensa, vuelve esa mirada fría y ese gesto gélido e impenetrable —¿Te gustaría estudiar alguna carrera universitaria? Sonrío de solo imaginarlo. —Por supuesto que sí, pero ya no tengo tiempo para eso. Debo de buscar un empleo, un hogar. Ahora mi vida se basará en trabajar para comer, y no me importa. Estoy aquí fuera del yugo, y eso está bien para mí. —Almorcemos primero, y luego te planteo mi propuesta, ¿está bien? —Está bien. Nuestra orden llega, y es puesta en la mesa. La boca se me hace agua al ver el filete de carne jugoso que hay en el plato, acompañado de unas verduras muy pequeñas. Huele muy bien, y haciendo uso de mis normas de etiqueta, las cuales aprendí por exigencias del que iba a ser mi esposo, comienzo a degustar de la comida al mismo tiempo que él. —¿Te gustó? —limpia con elegancia sus labios. —¡Me encantó! —bebo un poco de mi agua, mientras él deja en el plato la servilleta de tela. Me siento satisfecha y con energías. El filete realmente estaba delicioso: tierno, jugoso y con buen sabor. —Muy bien, Nadia. El trabajo que te voy a ofrecer, es sencillo. —Soy toda oídos, señor Brown —la curiosidad me está matando. —¿Te gustaría ser mi esposa? «¿Me está tomando el pelo?» —¿Está hablando en serio? —Yo necesito compañía, y tú necesitas protección. No habrá alguna relación de por medio, únicamente respeto y lealtad. —No comprendo nada… —Serás mi esposa, y serás tratada como tal por los demás. Yo te respetaré, y tú serás mi compañera en todo lo que yo haga. ¿Aceptas? Me quedo sin palabras ante su propuesta. No sé si reír o llorar. Estoy confundida, pero también molesta debido a su osadía. Tomo mi bolso y me pongo de pie. Sus ojos azules me observan, él luce totalmente serio, como si lo que me acaba de ofrecer es lo más normal del mundo. Con manos temblorosas, saco dinero en efectivo y lo coloco en la mesa—. Espero, esto pagué lo que consumí. Muchísimas gracias por su propuesta, pero la rechazo, señor Brown. —Nadia, no es necesario que pagues… —oírlo decir mi nombre se siente extraño—. Jamás en mi vida había hablado tan en serio. Pero, acepto tu negativa —saca del bolsillo de su saco una tarjeta negra y me la ofrece. Dudosa la tomo y leo su nombre en dorado, con un número de teléfono y aprieto en mi puño—. Si necesitas ayuda, solo llámame. Difiero y doy las gracias una vez más, pero no tomo el efectivo. Ni siquiera sé la cantidad que he dejado ahí en la mesa, nada más sujeto mi bolso con fuerza y salgo de este lugar lo más rápido que puedo.
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