Camino lo más rápido que puedo, buscando la manera de alejarme de este lugar.
¿Acaso me ha propuesto casarnos?
¡No nos conocemos!
Comprendo el hecho de que quiere ser amable, y brindarme la ayuda, pero esto es absurdo. Me vine de mi país, del otro lado del mundo para ser libre, ¿y él me ofrece atarme con un matrimonio arreglado? ¿¡acaso está loco!?
No conozco al señor Brown, tal vez sea alguien malo, y yo no quiero eso. Yo quiero vivir, quiero ser libre, experimentar lo que en mi país no pude.
Aprender a manejar
Estudiar
Trabajar
Superarme
¡SER LIBRE!
Eso jamás lo iba a poder lograr estando en Arabia.
Perdida en esta ciudad, sigo mi camino en busca de algún lugar donde pueda comer. Dejé en esa mesa muchísimo dinero, así que ahora, debo de ser muchísimo más consciente en administrar mi dinero. Tal vez me quede solo la mitad, así que, el gusto de comer algo exquisito queda totalmente descartado.
Mi estómago está rugiendo, necesito comer cualquier cosa, si no lo hago, mi glucosa se vendrá abajo y me desmayaré.
—Disculpe… —me acerco a un hombre que está fuera de un negocio de electrodomésticos—. ¿Conoce algún sitio económico para comer?
—La siguiente calle, cruza a la izquierda….
Es todo lo que me dice. Le agradezco y avanzo rápido un poco más animada.
Llego a la esquina, y me doy cuenta de que el callejón es cerrado, avanzo unos cuantos metros, buscando algún que parezca que vendan comida. Al final si hay un local, pero no parece de comida, parece más bien un bar oculto.
La desconfianza y el desconcierto me invaden, así que decido dar la vuelta e irme de aquí.
—¿A dónde crees que vas? —una sonrisa perversa se dibuja en su rostro.
He chocado con el mismo hombre que me envió hacia acá hace unos minutos.
—Este no es el lugar que estoy buscando… —le respondo algo nerviosa.
Evado su toque y sujeto mi bolso con fuerza.
—Eres demasiado hermosa para andar sola…
Hace a tocar mi cabello, pero lo empujo
El hombre se ríe, y en respuesta, me da una bofetada tan fuerte, que caigo al suelo.
—¡Por Allah! ¡No me lastime! —suplico aguantando las ganas de llorar.
El hombre ahora me ve con repelús. Me quita mi bolso y con odio comienza a buscar en su interior.
—¡Terrorista hija de puta! —me escupe y me tira mi Hiyab en la cara de mala gana—. Pensaba robarte el dinero y listo. Pero ahora, te dejaré sin nada.
Destroza mis documentos. Mi pasaporte, mi visa, mi identificación, mis papeles de nacimiento. Todo lo que me hace legal en este país él lo destroza en mi cara. Lo tira al suelo y sacando el dinero que me quedaba, lo guardada en su chaqueta y me levanta a la fuerza.
—¡Lárgate! —se burla de mí—. Sal allá y ve si tu Allah te ayuda cuando te deporten.
Me empuja, y yo muerta de miedo me dejo.
Salgo casi que corriendo de ahí, mientras seco mis lágrimas con mi puño cerrado.
Necesito buscar a un oficial y reportar que me han robado. Camino aturdida viendo para ambos lados, hasta que doy con la patrulla de unos oficiales estacionada en la esquina de la calle.
—¡Oficial!... —me acerco desesperada y asustada—. ¡Laqad saraquu! ¡darbani rajul wamazaq jawaz safari!
En medio de mi ataque de nervios, les hablo en mi Árabe natal a ambos. Me ven confundidos y se bajan de la patrulla. En mi mente, sé muy bien que estoy hablando mi idioma, pero es tanto el shock, que no proceso ninguna palabra en el suyo.
—Señorita, por favor. Cálmese.
El oficial me pide que deje de hablar, que respire y tome asiento en un banco que está en la acera.
Temblando le hago caso. Respiro profundo y me concentro en buscar las palabras correctas en mi mente.
—Un hombre… me ha robado. Me ha golpeado… y ha roto mis documentos —con voz clara les explico.
—¿Dónde la atacó? —pregunta el otro.
Les señalo la dirección, y les explico sobre el callejón y lo que me hizo el delincuente. Ambos me piden ir con ellos y así lo hago. Caminamos hasta allá y cuando llegamos, no hay nada. No hay rastros de mis documentos hechos trizas.
Absolutamente nada
—¿Puede decirme su nombre, por favor?
—Mi nombre es Nadia Hadid.
—¿Eres residenciada aquí, Nadia? O ¿eres turista?
No sé por qué siento que ambos policías ahora están como en mi contra. Aunque siguen Tratándome con respeto y aparente normalidad, siento que sus intenciones son otras.
—Llegué esta mañana de Arabia, específicamente de Riat… —les explico que vine por trabajo.
Ambos se ven las caras, y hasta parecen preocupados.
—¿Sucede algo?
—Verá, señorita Nadia. Ocurre que debe de ir con nosotros a la estación de inmigración de la ciudad de Nueva York.
¡No!
—¿¡Por qué!? ¡Yo no he hecho nada malo! ¡Estoy legal en su país! —me apresuro a explicar que tenía toda mi documentación, pero que hasta la visa el hombre me ha destrozado solo por ser árabe.
—Es por protocolos. Usted está indocumentada en un país extranjero, no cuenta con un trabajo, un hogar o alguien que avale su estadía aquí. De quedarse, pasará a ser una carga para el estado, y considero que mejor es estar con su familia en casa. La vida para el extranjero inmigrante no es fácil.
—Si tengo quien avale mi estadía aquí… —me apresuro a decir con seguridad—. Vine porque él me ofreció un empleo, únicamente que aún no nos reunimos.
Ambos oficiales se cruzan las miradas dudosos a lo que les estoy diciendo. Nada más espero que me crean, porque si no, tendría que ser deportada y no quiero eso.
Estoy dispuesta a hacer lo que sea, con tal de no volver a Arabia
—Vayamos entonces a la estación de policías y ahí lo llama. De no aparecer el empleador, la llevaremos al ICE.
Asiento y los sigo. Estamos llamando la atención de algunas personas, pero no hago caso a sus miradas y sigo con mi cabeza en alto hasta llegar a la patrulla.
El oficial abre la puerta para mí, y yo entro. Suelto el aire que no sabía tenía retenido, abro mi puño y desdoblo la tarjeta negra que el señor Brown me ha dado hacer un par de horas.
Está toda arrugada.
Solamente espero que realmente me responda la llamada
Estoy asustada.
De nada más pensar que me enviaran de nuevo a mi calvario, me entra un ataque de pánico.
Yo no hice nada malo. Fui robada y golpeada en el rostro por un hombre malo, que al saber de mi nacionalidad, hizo un acto cruel en mi contra.
Me parece injusto que quieran llevarme con inmigración, cuando deberían de estar buscando a mi atacante.
Llegamos a la estación policial. Soy guiada a un cuarto frío, que nada más tiene una mesa y una silla. Me invitan a tomar asiento, y ofreciéndome un teléfono, el oficial me pide que llame.
Con el pánico recorriendo mi sistema, marco el número de la tarjeta. Al segundo repique me atiende, y su voz se oye tan gruesa como la primera vez.
—Hola señor Brown, soy Nadia Hadid. Necesito de su ayuda… —siento la mirada de ambos oficiales en mí—. Estoy en una estación policial, me robaron, me golpearon y me despojaron de mis documentos… si no viene a mi ayuda, me deportaran por estar indocumentada. ¿Puede ayudarme?
—Nadia, dale el teléfono al oficial —no me responde al saludo.
Hago lo que me dice y le doy el teléfono al oficial que me habló más amigable de los dos.
El oficial se presenta. Comienza a explicar la situación sin dejar de verme y hasta llega un momento dónde se disculpa. Vuelve a darme el teléfono y con los nervios de punta lo llevo a mi oreja.
—¿Diga?
—Tranquila, Nadia. Ya iré por ti.