Vuelo sin Retorno
Pov Nadia Abadi
Jamás creí que esto me pasaría a mí. Yo, una joven de apenas 20 años, que fue criada con el único fin de ser una buena esposa. Vengo y me entrego a quien no debía, para luego, terminar siendo repudiada por mi propia familia.
¿Por qué existen aún estas costumbres?
Siendo la hija menor de un matrimonio Árabe-Libanés fui criada para ser una buena esposa y dar descendientes al respetado apellido del hombre que me pidió en matrimonio, Farid Ghazali.
¿Mi error?
Dejarme envolver por un joven de mi edad, ajeno a toda mi cultura.
Nada más deshonroso para los hombres Árabes, que su futura esposa, no llegue virgen y pura al altar.
Nunca conocí al que sería mi futuro esposo, jamás se me permitió verle la cara. Desconozco si era de mi edad, maduro o un hombre mayor. Nada más supe que canceló nuestra boda, retiró la dote que les daría a mis padres por nuestro matrimonio, y volvió al Líbano en busca de una nueva esposa.
Ahora, yo me encuentro aquí, sentada en la humilde sala de lo que pronto dejará de ser mi casa, oyendo a mi madre llorar porque sabe lo que será de mí, y a mi padre maldiciendo mi nombre.
—Ya no serás más nuestra hija, a partir de hoy, ya no vivirás más en nuestra casa. No verás a tus hermanas y te prohíbo que hoces de usar mi apellido.
Me mantengo con mi frente en alto, aguantando todas las ganas de llorar que me están invadiendo.
Me da dolor mi madre. Ella no tiene voz ni voto en su matrimonio. Así es en mi cultura. Cuando los hombres como mi padre, son criados con el patriarcado y la idea errónea de que la mujer solo está para dar hijos al esposo, y ser ama de casa, simplemente no tienen derecho a tomar ninguna decisión en lo que se respecta a la familia. El hombre es quien manda.
Por eso me revelé, por eso busqué a una aventura fuera de mis costumbres. Me cansé de ver a mi madre como esclava de mi padre, y aunque no fue que me enamoré de ese joven, sin duda alguna disfruté de nuestros momentos.
Fui totalmente consciente de que esto pasaría, y creo que hasta lo planifique de manera inconsciente para de esta manera poder ser libre. Lo que jamás consideré, fue que sería repudiada de una manera tan cruel.
Ellos son mi sangre, no deberían de hacerme tal acto, pero aquí están.
Mis hermanas mayores viéndome con tristeza, mi madre con dolor, y mi padre con total odio.
—¡Te irás con lo que llevas en ese pequeño bolso! ¡Y no volverás por estos lados nunca más! —su grito es un estruendo furioso. Se pone de pie y me mira de forma despectiva—. Recuérdalo Nadia, ya no eres una Abadi. Ahora, lárgate de mi casa.
Me pongo de pie, tragándome la humillación, con el corazón roto en mil pedazos debido a todo esto.
—Espero algún día, puedas perdonarme padre.
Es lo único que le digo. No me importan mis hermanas, no me importa mi madre, porque sé que ellas me aman, pero correrían con la misma mala suerte que yo, si se atreven a contradecir al respetado Abdul Abadi.
Salgo de nuestra humilde casa, con mi pequeño bolso en el hombro. Por lo menos mi padre fue considerado, y me permitió tomar algunas cosas antes de sentarme en el sofá, y echarme de la casa.
No dude por un segundo en tomar mi pasaporte, mis documentos, algo de dinero en efectivo que tenía guardado para esto, y otra muda de ropa.
Sabía que este día llegaría, por ese motivo ya tenía algo de dinero guardado, al igual que mis documentos en reglas para poder salir de este país.
Amo mi cultura, pero no concibo vivir un día más bajo la esclavitud del hombre saudí.
Camino por las calles de nuestro vecindario, pensando ahora lo que haré con mi vida.
Voy con una meta, y es dejar este continente.
Mi destino es Nueva York: la ciudad de las mil oportunidades.
Dejaré atrás todo lo que me ata, y reconozco que no será fácil, pero el riesgo vale la pena.
A partir de hoy, mi vida dejará de ser igual. Para bien o para mal, seré libre.
No tengo estudios, pues nunca se me permitió hacerlo, ya que para eso no fui criada. Pero sé hacer muchas cosas, sobre todo cocinar. Y conociendo que América es un país donde el negocio de la comida abunda, voy dispuesta a eso.
Es mejor que vivir bajo el yugo de un hombre, o de reglas absurdas que atan a la mujer solo por ser mujer.
Tomo el primer taxi que veo, y de inmediato le pido que me lleve al aeropuerto.
Necesito salir de aquí, necesito vivir mi vida. Y si aquí me quedo, aquí no podre hacerlo.
—Muchísimas gracias —le digo al hombre que no a deja donde verme mal.
Hasta para tomar un taxi sola, es mal visto aquí.
Salgo del auto, y sujeto mi bolso con fuerza, sintiendo el nudo en mi garganta al ver las puertas del aeropuerto frente a mí.
Entro, y sin perder mucho tiempo, voy directo a la taquilla de ventas para comprar un boleto directo a Nueva York sin retorno.
—Pasaporte, por favor.
Le doy a la joven de ventas todo lo que me pedí, y por última vez pronuncio el apellido Abadi en mis labios.
Me encuentro en Riad, así que serán casi quince horas de vuelo hasta mí mueva vida. Pero valdrá la pena, estoy segura de que así será.
Pago, y tomo mi boleto con una gran sonrisa. Chequeo la hora y avanzo mientras muchas emociones me golpean la mente y el corazón.
—¡Lo lamento! —me apresuro a decir al darme cuenta de que he chocado con un hombre.
Es alto, piel blanca. Cabello n***o, cejas gruesas, labios carnosos u una leve barba creciente que lo hace lucir maduro e imponente. Viste de traje caro y al verme, se queda en silencio observándome a detalle.
—No te preocupes —dice y me acerca mi bolso, el cual se me cayó al chocar con él.
Lo tomo, sintiéndome algo nerviosa ante su mirada. El hombre no muestra ninguna expresión. Se mantiene serio, impenetrable e intimidante.
—Gracias, fue mi culpa —me apresuro a decir.
—Te equivocas. Fue un accidente, venías distraída al igual que yo. ¿Vienes o vas?
Su pregunta me toma por sorpresa. No lo conozco y no debería de dar ese tipo de información a un hombre que desconocido para mi, pero estoy tan feliz de poder decir que me voy, que no pierdo el tiempo y con una gran sonrisa lo veo a los ojos.
—Me voy, y espero no volver jamás.