Abro mis ojos en cuanto el resplandor del amanecer se cuela por el balcón. No sé qué hora es, tampoco si él está aquí en la habitación. Me estiro como un gato, y suspiro al sentir mi cuerpo destensarse.
Me levanto de la cama, y voy directo a la puerta de salida para ir a lavar mis dientes, y tomar un baño.
—¿Qué haces despierta tan temprano? —oigo su voz detrás de mí.
Me detengo y giro mi cuerpo para encontrarme con su intensa mirada. He notado la aspereza en su forma de hablarme, h su tono tosco no pasa desapercibido para mi.
—Buenos días, Habibi.
Decido ser paciente, y le hablo con dulzura. Aún no puedo creer que le diga este apelativo tan íntimo, y él se deje. Pero me cuesta más creer su injustificable mal humor mañanero si no he hecho nada malo. Pero, aun así, no dejo de darle una
