No puedo creer en lo que se ha convertido mi vida en las últimas dos semanas. Pase de ser una chica común y corriente de barrio; sin aspiraciones, sin metas. A ser la esposa de un acaudalado hombre, que lo que tiene de hermoso, lo tiene de frío y distante. Me ha llevado a almuerzos, cenas, reuniones, celebraciones y brindis. Hago con total excelencia el trabajo que al comienzo acepté; ser su compañera. He conocido muchas personas en esta últimas semana, y he probado platillos maravillosos. En cada uno de esos momentos, él no se ha separado de mí, no me ha dejado sola. Me presenta con orgullo como su esposa. Lo sé, porque lo veo en su mirada. Su caballerosidad no ha cesado. Pero desde aquella tarde en aquella vacía habitación, Albert Brown no me ha tocado, no me ha dado tan siquiera un