Pov Albert Su declaración me deja paralizado. La seguridad en sus palabras se siente como una caricia a mi alma desdichada. Al mismo tiempo, me siento como si esto fuese un espejismo, como si no fuese real. Ella me ha dicho lo que a mí me ha costado tanto decir en cinco años. —¿Aun sabiendo que soy un monstruo? Me duele mi alma, porque ella es tan pura, tan inocente, y yo soy todo lo contrario. —¡No eres un monstruo, Albert! —grita. Con manos temblorosas sujeta mi rostro, y yo sus muñecas—. ¿Por qué te consideras tal cosa? —¡Por qué te deseé siendo una niña! —Por primera vez lo admito en voz alta—. Te vi en la cama de aquel hospital muriéndote, Nadia. Estabas pálida, ida, entregada totalmente a la muerte, ¿y qué hice yo? ¿¡Sabes lo que hice!? Deseé tu cuerpo, deseé tenerme sometida a