28 de marzo de 1885
Layla
Los días siguientes fueron tan sólo una repetición de aquel primer día. Elliot la ignoraba por completo y hacía de ella una existencia completamente indeseada en aquella casa. En momentos como aquellos, Layla sólo podía desear que todo fuera un mal sueño, pero la triste verdad golpeaba con fuerza sobre ella repitiéndose una y otra vez que su amor jamás sería correspondido.
Estaba enamorada de un hombre que apenas la veía como mujer; de un hombre que le hacía daño, pero que aun así seguía queriendo.
Era un amor condenado.
Layla bajó las escaleras preparada para desayunar junto al abuelo y a Elliot. Por una vez desde que había llegado a la mansión, sentía que sería un buen día. Recordó la calidez de unos ojos azul cristalino que la habían mirado suavemente el día anterior. Aunque no pudiera olvidar los atentados con Elliot, podía asegurar que algo en él estaba cambiando.
Con una sonrisa en los labios, bajó los últimos escalones y se dirigió hacía el pasillo que llevaba hacia el comedor. Ya podía oler el dulce olor del té con miel y los panecillos que habrían dispuesto en la mesa para el desayuno.
-Sería una buena idea que pudiéramos mirar esto con más detenimiento -escuchó una voz a lo lejos.
Layla detuvo el paso y volteó hacía el lugar del que provenía la voz. No podía ver nada, pero sabía que procedía del salón.
-No hay nada que mirar -escuchó la voz grave de Elliot-. Es una oportunidad que no podemos perder. Es ahora o nunca.
Layla se sintió tentada a acercarse y escuchar mejor la conversación, sin embargo, antes de que pudiera hacer nada un hombre salió de la sala. Con el corazón en un puño por haber sido descubierta, se detuvo a mirar a los hombres que salían del salón.
-Será mejor que me vaya yendo -dijo un hombre vestido completamente de blanco-. Te mantendré informado de todo lo que sepa.
El hombre se giró en dirección al pasillo, cruzando su mirada con la de Layla. Fue ahí cuando pudo verlo mejor. Sus ojos, azules como el cielo, resaltaban en contraste con su pelo rubio. Apenas se miraron unos segundos, pero Layla ya sentía como si lo hubiera conocido toda la vida.
El chico de piel y cabellos pálidos se acercó a ella sin dejar de mirarla.
-Hola... -susurró Layla.
Él le dirigió una suave sonrisa, cogió su mano y se la llevó a los labios.
-Es la primera vez que veo a una dama de cabello rojo como el fuego -respondió-. Me llamo Ethan Fleming, ¿a quién tengo el honor de conocer?
-Layla… Layla Sallow -respondió en otro susurró.
Ethan mantuvo su mirada en los ojos verdes de la chica y nuevamente sonrió. Al parecer, debía pensar lo mismo que ella. Se habían conocido anteriormente.
-Encantado de conocerla, señorita Sallow.
-Layla está bien. Si no le resulta incómodo, por supuesto…
Su respuesta evocó otra sonrisa de Ethan. Era agradable poder conversar con alguien que no estuviera todo el tiempo poniéndola en duda, por una vez. Intentó dirigir su mirada discretamente hacia Elliot. Durante todo ese tiempo había permanecido en un sepulcral silencio.
Se estremeció al ver cómo la miraba fijamente. Sus ojos azules, totalmente posados en ella, le evocaban los recuerdos de aquella noche en su habitación. Casi podía sentir el calor de su cuerpo y la suave y tersa firmeza de su torso apretado a ella. Sus brazos la habían acogido y su cuerpo se había amoldado completamente a él durante el tiempo que duró aquel pequeño encuentro. Layla se puso roja e intentó centrar toda su atención en el caballero que tenía delante.
No era momento de recordar cosas comprometedoras, se reprochó. Ya tendría todo el tiempo del mundo para darle vueltas al asunto una vez hubiera terminado de hablar con el joven señor Fleming.
-Si está de acuerdo, señorita Layla, llámeme también por mi nombre -respondió atrayendo su atención.
-Me parece bien, señor Ethan.
-Decidido pues. Encantada de conocerla, señorita Layla.
Elliot
Aquellas palabras habían resonado, de alguna forma, en lo más profundo de Elliot. Podía sentir como su pecho se apretaba con fuerza y como una sensación de incomodidad y preocupación lo abrumaba. Había algo en la forma en la que había pronunciado su nombre que le desagradaba.
Nunca había considerado a Ethan un peligro, pero en ese momento no era capaz de verlo de otra manera. Sabía que no debía preocuparse, ella estaba enamorada de él, sin embargo, ¿y si eso cambiaba? ¿Y si dejaba de quererlo? Después de todo, era consciente de que la había tratado fatal, no sería extraño que comenzara a fijarse en aquella serpiente blanca y que de alguna forma terminara casándose con él y teniendo a sus pequeños engendros rubios de ojos azules.
Un escalofrío le recorrió. De solo imaginarse una situación así, sus entrañas se le revolvían y le hacían querer vomitar. Apretó los puños con fuerza siendo poco consciente de como las palabras salían de su boca.
-Ella no irá a cenar contigo a ningún lado -respondió más fuerte de lo que había esperado.
Ethan se giró rápidamente, sin dejar su sonrisa a un lado. Al parecer, o le importaba bien poco lo que acababa de ocurrir o se estaba burlando de él. Posiblemente fueran las dos. Evitó la mirada de Layla.
-No te confundas, Lord Hamilton -cuestionó Ethan-. Tenía pensado invitaros a los dos a la próxima fiesta que se celebrará en mi casa.
-No iremos -respondió sin pensarlo un segundo. No pensaba permitir que ellos dos se encontraran en el mismo salón aún si la vida le iba en ello. Tenía que impedir cómo fuera la existencia de aquellos pequeños engendros rubios en el futuro.
Ethan torció el gesto, pero no dijo nada.
Layla observó a ambos hombres en silencio. Deseaba dar su opinión y decir que le gustaría ir a la fiesta, no obstante, sabía que Elliot se enfadaría si lo hacía y una pelea más era lo último que deseaba. Las cosas parecían haberse vuelto más cordiales entre ellos y una vuelta al inicio era lo que menos necesitaba. Con resignación, Layla agarró su vestido con ambas manos, intentado retener las palabras que luchaban por salir de su boca. Nunca se había sentido tan impotente por no ser capaz de expresarse como en aquel momento.
En ese instante, Elliot la miró. Fue una mirada de un segundo, sin embargo, fue más que suficiente para que pudiera comprender los pensamientos de la pelirroja. Con un suspiro, miró de nuevo a Ethan. Se iba a arrepentir de aquello.
-Está bien -dijo conteniendo la respiración. Ya lamentaba lo que iba a decir-. Cuenta con nosotros.
Elliot vio como el rostro de Layla se iluminaba por la alegría, recorriéndole una satisfacción por todo su cuerpo. Desde que había llegado, apenas había podido verla así de feliz y debía admitir que le resultaba agradable lo que estaba viendo. Aunque aquello significara su envejecimiento prematuro.
-Entonces contaré con ustedes -acordó complacido su amigo antes de girarse a Layla-. Espero con ansias verla allí, señorita Layla.
-Allí estaré, señor Ethan -respondió Layla dulcemente. Demasiado dulce, pensó Elliot.
Frunció el ceño.
-¿Cuánto tiempo va a seguir aquí? -preguntó con evidente molestia.
Ethan lo miró y luego sonrió.
-No más de lo que cree.
Sin decir nada más, Ethan se dirigió hacía salida dejando a Layla y a Elliot completamente solos en el pasillo. Cuando Elliot fue a mirarla, ella desvió rápidamente la mirada produciendo una extraña sensación de dolor en el pecho del azabache. Ella ya había conseguido lo que quería. ¿Qué ocurría ahora?
Elliot apretó fuertemente los puños una última vez antes de caminar hacia ella. La chica evitaba mirarle y sus mejillas estaban enrojecidas, lo que lo fastidiaba aún más. ¿Acaso la visita de su amigo había terminado en el comienzo de una historia de amor? No. No estaba dispuesto a permitirlo. Pero no por ella, sino por su amigo. Aunque quizás estaba siendo demasiado mezquino, después de todo, él era el primero que quería librarse de ella. Y sabía que Ethan era una buena opción. Él era un hombre agradable con las damas, educado y con una buena posición. Era la pareja perfecta.
Sin embargo, no estaba dispuesto a permitirlo.
-Prepara lo que necesites, después del desayuno saldremos a comprar a la ciudad.
Layla
Layla miró, maravillada, una y otra vez las largas calles de la ciudad que se abrían ante ella como un campo abierto. Era la primera vez, desde que podía recordar que iba a la ciudad. Habían pasado más de diez años la última vez que había estado en aquel lugar y estaba más que fascinada por lo que veía.
Ante ella se encontraban tiendas de numerosas variedades a la espera de ser visitadas. Vestidos, telas, accesorios, postres... Elliot la había llevado por todo tipo de tiendas en busca de un traje para la fiesta. Sus pies le dolían de tanto caminar, pero nada podía hacerle frente a la satisfacción que sentía al caminar por la ciudad. Se sentía extasiada por aquella pequeña aventura y el no saber cuándo volvería a visitarla le hacía querer retener todo lo que pudiera de esa maravillosa situación. Con cuidado, se atrevió a mirar a su acompañante. Durante todo aquel viaje, Elliot había permanecido en absoluto silencio. Sus manos apenas se habían rozado por la cercanía de sus cuerpos, no obstante, la electricidad que sentía cada vez que sentía el leve toque de sus manos había sido capaz de abstraerla más allá de lo que habría querido.
Todo en él la tenía completamente embelesada, desde sus amplios hombros y espalda ancha hasta sus fuertes brazos tapados por un enorme y largo gabán. Sus largas piernas calzadas con altas botas de cuero n***o pulcramente limpiadas y sus guantes, a juego con un gorro de piel le daban la impresión de ser un hombre que no solo cuidaba su imagen, sino que le daba un aire misterioso que la hacía sentirse embelesada por su figura.
-No vayas a alejarte mucho -mencionó Elliot distraídamente.
Layla pudo vislumbrar una leve sonrisa que rápidamente fue ocupada por su habitual ceño fruncido que le exigía una respuesta. Ella se aclaró la garganta antes de responder:
-No te preocupes, no me alejaré mucho.
Elliot asintió y comenzó a seguirla hasta una de las tiendas.
La pelirroja podía sentir como las miradas de las mujeres se clavaban en ellos, en especial en él. Se sentía bastante incómoda por toda aquella atención. Podía escuchar como muchas alababan la belleza y el porte de Elliot y, como otras, mencionaban y se sorprendían al ver su cabello pelirrojo. Layla siempre había sido consciente de que su cabello era poco común en la isla, pero nunca se había sentido tan observada como en aquel momento.
-Espera aquí -ordenó antes de marcharse y, sin darle tiempo a responder.
La había dejado sola en aquella calle llena de transeúntes que no apartaban la mirada de ella como si fuera una atracción de circo. Layla quería salir de ahí, huir de aquellas miradas curiosas. Su corazón latía con una fuerza desmesurada, pero por una razón muy distinta a la de hacía minutos antes. Apretó las manos contra su vestido, rezando porque Elliot regresara pronto.
No le gustaba ser el centro de atención, se sentía incómoda cuando las personas la miraban con demasiada curiosidad. Sabía que no era muy común ver un cabello tan rojo como el suyo, sin embargo, era molesto tener el ojo público sobre ella. Tampoco ignoraba el cómo susurraban sobre su familia. Su cabello no era el único tema de interés y solo la fastidió más. Por cosas como esas prefería la tranquilidad de su hogar, junto a un buen libro, que estar ahí sola bajo la atenta mirada de varios ojos curiosos.
-Perdona la espera -mencionó aquella voz cálida que conocía tan bien. Layla se giró a él con una desesperación impropia de ella, nunca lo había necesitado tanto como en aquel momento. Apenas habría tardado más de unos minutos, pero los había sentido eternos-. Toma.
Layla miró la mano de Elliot que se extendía hacia ella. Un pequeño paquete se situaba frente a ella, bien envuelto y sin abrir.
-¿Qué es? -preguntó, le temblaba levemente la voz.
Elliot le dedicó una lánguida sonrisa que la sorprendió.
-Dulces, te gustarán.