Toda mi vida la pase rodeada de lujos, o, mejor dicho, teniendo una vida muy cómoda viviendo en grandes casas rodeada de gente y sin tener que preocuparme por muchas cosas sencillas tal y como lo puede ser asear mi cuarto o incluso cocinar. Sin embargo, con Mateo teníamos otros planes, íbamos a aceptar la ayuda de nuestras familias, pero al mismo tiempo íbamos a empezar de a poco a construir nuestro futuro. Tal vez hubiésemos comenzado por un departamento como este que cuenta con una sola habitación, aunque lo más probable es que al enterarnos del embarazo nos hubiéramos tenido que mudar rápidamente. Son tantas las cosas que quedaron en pausa que me duele cada día más.
Cuanto más miro a mi alrededor, más me duele su ausencia. Esta soledad es demasiado fuerte, y aunque intento pensar en este bebé y ser fuerte para él o ella, es un cuesta arriba constante que por momentos te deja sin energía. Me siento escalando una montaña sola sin tener en quien apoyarme y la falta de aliento me ahoga una y otra vez haciendo que me siente en este solitario sofá que hace un intento fallido por aliviar mi dolor.
—Tú puedes— Me repito constantemente.
Cierro mis ojos, trato de hacerme a la idea que este es el destino que me tocó vivir, y a pesar de las pocas fuerzas que tengo, los vuelvo a abrir y exhalo dejando salir el aire que estaba preso en mí. Abro mis ojos bastante casada de esta lucha constante y en un acto de valentía que sé que durara poco tiempo, me pongo de pie y sigo recorriendo este reducido espacio.
La cocina, no es amplia, pero si suficiente para que pueda prepararme algo decente de comer. El departamento, cuenta con una habitación y un baño y medio, uno con ducha dentro de la habitación, y uno más pequeño en el pasillo, y supongo que es para las visitas, aunque dudo recibir alguna. También cuenta con un pequeño balcón donde hay una mesa acorde a su tamaño, y dos sillas. La vista es muy hermosa, pareciera una postal de esas que envías cuando estas de vacaciones, es como si diera paz, pero la realidad, es que en ese mundo que existe allí abajo, hay personas dañando a otras sin motivo alguno. Siempre supe que el mundo era injusto, lo viví con la muerte de mis padres, pero jamás pensé que el odio pudiera ser tan grande en una persona como para dañar a tantas otras que solo buscaban un poco de felicidad en medio de este caos.
No sé si es tarde, o temprano, mucho menos sé si debería cenar o ya ha pasado la hora. La única certeza que tengo es que el cansancio va ganando la batalla y sin querer luchar en contra, entro al departamento y recojo mi mochila de la sala para llevarla a la habitación. Son pocas las pertenencias que traje, la ropa es la esencial al igual que los zapatos. Supongo que no quise traer muchas cosas de mi pasado a excepción de su foto que me acompaño cada día y la cual es lo primero que saco al abrir el cierre y acomodar un poco las cosas en este nuevo espacio.
Tal vez no sea sano verlo todos los días, pero necesito saber que él está conmigo de alguna manera —Y aquí estoy mi amor, este será mi nuevo hogar… bueno, el de tu hijo y el mío— Le hablo tal y como si me fuera a responder —¿Crees que hice bien en venir aquí?— Inquiero, pero como siempre, solo me responde el silencio.
Con este dolor acuesta, busco lo necesario para ir a ducharme, y entro al baño con la esperanza de que este día acabe pronto y que la llegada de mi hijo este más cercana, y es que tal vez, tenerlo entre mis brazos me haga vivir nuevamente.
[…]
Al día siguiente: 11 de diciembre
Probablemente hoy sea uno de los días más especiales para mí, o, mejor dicho, el único desde que él se fue, y es que en cuestión de minutos podré ver a mi bebé. Estoy muy nerviosa, en el fondo el miedo es inevitable y las interrogantes son muchas, «¿estará bien? ¿y si me equivoque y no estoy embarazada? ¿y si lo pierdo también?» no quisiera ilusionarme una vez más y sentir un dolor que puede que no vaya a resistir.
—Nicole— Escucho la voz de Gabriel regresándome a esta realidad que me encuentra entre las cuatro paredes de una pequeña sala de espera en el ala medica de este edificio.
Asiento levemente y me pongo de pie —Hola de nuevo— Lo saludo con la mayor convicción que puedo.
—Hola, perdona que no fui a saludarte temprano, pero tenía citas acordadas— Se justifica mientras que abre un poco más la puerta de este pasillo para luego guiarme hacia el consultorio.
—No te preocupes, ya demasiado tiempo te he quitado ayer— Respondo un poco mortificada por las molestias que le estoy causando.
—No me has quitado el tiempo, ha sido un placer ayudarte, pero ven, pasa a mi pequeño refugio— Indica abriendo una de las tantas puertas que hay en este pasillo y me permite pasar primero.
No hago más que poner un pie en el consultorio, y darme cuenta de que la vida de Gabriel se basa en esto. Hay fotos de bebés colgadas en las paredes junto con cartas que, al acercarme, me doy cuenta de que son de sus madres agradeciéndole todo lo que ha hecho —Esto es hermoso— Declaro emocionada.
—Es lo que me mantiene con vida— Añade y volteo a verlo.
—Supongo que todos aquí necesitamos algo o alguien a quien aferrarnos para seguir respirando— Hablo en susurro que duele.
—No cabe duda de eso, y es tu turno de conocer a ese pequeño ser que hará que cada día que vivas valga más la pena— Me dice seguro de todo lo que yo no lo estoy, pero por alguna razón, la calma vuelve a mí.
—Empecemos— Dicto nerviosa y con más ansias de las que jamás sentí en mi vida.