El dolor en mi pecho era insoportable, una mezcla de angustia y traición que amenazaba con ahogarme.
Frente a mí, estaba Rafael, mi esposo, pero sus ojos me veían como una extraña, una intrusa en su vida que ahora pertenecía a otra persona. Me obligué a centrarme en el tema del divorcio, ya que parecía ser lo único que estaba dispuesto a discutir.
Aunque mis labios querían seguir diciendo que lo amaba y a solo un paso de suplicar que intentáramos arreglar las cosas y ofrecer un montón de soluciones, en la que se incluía una terapia de pareja. Pero su fuerte mirada me lo impedía. Jamás había recordado que Rafael me mirara de esta manera tan fuerte en la que lo hacía.
Me hacía sentir que las cosas para mí terminaron ayer, pero para él nuestro matrimonio acabó hace años.
Con voz temblorosa, sugerí que, en lugar de involucrar a abogados, podríamos llegar a un acuerdo nosotros dos.
—No creo que esto tenga que llegar a manos de abogados, supongo que con una charla entre nosotros… podemos solucionar esto. Y, al parecer, tienes mucha prisa, de este modo será más rápido, ¿no lo crees?
—Mariel, esto no es algo que podamos resolver nosotros dos.
—Pero ¿qué tenemos? ¿Qué parte nuestra necesita de abogados para ser dividida? Tan solo se trata de eso. Varios coches, una empresa, dos casas. Rafael, no hay nada más. Te di el dinero para la empresa, se creó durante nuestro matrimonio. La división es fácil. ¿Por qué no lo hablamos y ya? Un acuerdo entre los dos— una vez que terminé de hablar, él se puso de pie, golpeando con ambas manos su escritorio y haciendo que yo diera un salto.
—¡No vas a tocar mi empresa! ¡¿Es lo que quieres?! ¡No vas a tocar mi empresa!
Esa actitud desató alarmas en mí.
—¿Cómo que tu empresa? —repliqué de manera inmediata—. ¡Nuestra! El dinero lo puse yo y no es algo que tenga que recordártelo, Rafael Lorenzo. Era tú idea, mi dinero y esto se convirtió en ¡nuestra empresa!
—¡Tú solo te dedicaste a pintar rostros! ¿Qué más hiciste por la empresa? ¿Crees que poner el dinero es tener una empresa? Mira a tu alrededor, nada de esto sería posible sin mí, Mariel. Todo esto lo construí yo. Soy el único que puede llamarse dueño de esto. Mientras yo trabajaba más de ocho horas al día, tu tan solo tomabas un pincel, un maldito lápiz y un lienzo, pero era yo quien sudaba día y noche, pensando en qué hacer y qué no hacer—Las lágrimas comenzaron a brotar mientras recordaba cómo mi arte, mi pasión, siempre había sido menospreciado por él. Recordé cómo nunca había querido posar para un retrato mío, cómo lo que una vez admiró en mi pintura, luego lo consideró una trivialidad.
—Sin… mi dinero… tu idea no sería nada—gimoteé mientras hablaba—. La mitad, eso es lo justo.
—La empresa es solo mía, Mariel.
—¡Que es nuestra!
—¿Cómo puedes demostrarlo, Mariel? ¡Eras solo una niña rica, llena de caprichos! ¡Yo creé esto! ¡Yo!
Mi desesperación crecía mientras él negaba que algo de esto me perteneciera.
—¡Con mi maldito dinero! ¡El dinero de esta mujer que ahora llamas niña rica! ¡Te di mi dinero! ¡Todo mi dinero! A mi esposo, al hombre que estaba formando un futuro conmigo. Confié en ti, Rafael. Confié…en el hombre que amaba—pero él solo me miró con desdén, como si fuera una tonta. No podía contener las lágrimas, la compostura se me escapaba mientras me enfrentaba a una realidad que no quería ver—. Confié en ti. Yo confié en ti.
—Escucha, Mariel—me dijo con una frialdad cortante—. Lo siento. Tú sabes que yo fui quien llevó esto adelante. Fue mi idea, mi proyecto, mi esfuerzo. ¿Y tú? Todo lo que tienes es gracias a mí. Si aún tenemos dinero, es por mi trabajo—Cada palabra suya me hacía sentir más pequeña, más insignificante.
Me preguntaba dónde estaba el hombre que amé.
—No pretendo quitarte nada, tan solo tomar la mitad de lo que es mío. Sé que esto ha sido parte de tu esfuerzo, reconozco perfectamente que son tus ideas, que aquí tienes invertidos años y años de sacrificios, pero… fue con mi dinero.
—Está bien. Mariel—me relajé un poco, viendo que al fin él parecía entrar en razón. Era lo justo, era de ambos, no solo de él—. Entonces podemos solucionar esto tan solo dándote el dinero que me diste, ¿no? Ya que hablas tanto de dinero—escuché aquello… algo que me dejó perturbada.
—¿Realmente me crees idiota? No quiero el dinero que te di. Han pasado casi nueve años desde eso. Esa cantidad ni se asoma a lo que es la empresa ahora, ¿por qué tendría que aceptar tan solo que me des el dinero?
—Estás aquí porque crees que podemos resolver esto entre tú y yo. Pues aquí estamos, hablando al respecto. Sin abogados. Solo nosotros. Te daré tu dinero, ese que tanto me echas en cara.
—No, yo… no te lo estoy echando en cara. ¿Por qué aquí me quieres poner como que yo soy la mala? ¡Te lo di con los ojos cerrados! Tanto que ni siquiera te lo mencioné nunca, ¡maldita sea! Confié en ti. Mi papá… me dio ese dinero luego de que nos casamos, justo para esto, para construir un futuro junto a mi esposo, mi familia. Rafael, por favor… no hagas las cosas de esta manera. Esta empresa también es mía.
Se acercó amenazante, sujetándome de nuevo por los hombros. Su mirada era fría, dura.
—No tocarás esta empresa— dijo. Intenté replicar, pero él se rió, soltándome y alejándose—. No tienes nada que te implique a la empresa, nada de esto tiene que ver contigo, tu nombre no figura por ningún lado. Rafael Lorenzo es el único propietario—Y tenía razón—. Entonces tan solo tengo que pelear para que no te quedes con la mitad de lo que es mío. Y te lo diré aquí. Puedes quedarte con ambas casas y los coches, lo único que me interesa es quedarme con lo que yo hice con mi propio esfuerzo. Tú con el dinero que te daré tan solo sigue con tus pasatiempos, vete de compras, acude a la playa, a las reuniones con tu amiga y, a lo mejor, puedas vender tus pinturas. Tan solo no te quedes sin dinero en menos de un año, por favor.
La idea de que me dejara sin nada me atormentaba. No había nada que probara que yo había sido parte de la empresa, ni siquiera que había dado ese dinero.
—¡Soy tu esposa! La mitad de lo tuyo me corresponden, aún si afirmas que esta empresa es solo tuya. Me sigue correspondiendo la mitad, Rafael—pero se rió de nuevo. Su risa era un cuchillo en mi corazón.
—Sal de mi oficina, por favor.
—No me iré, Rafael. ¡No hemos terminado de hablar!
— Ya hablaré con mis abogados para que te contacten. No tenemos nada más que discutir, es claro que esta charla nunca debió de suceder y no tienes nada que hacer aquí. —Se quedó mirándome, esperando que me fuera. Paralizada, no supe cómo reaccionar, hasta que él se acercó, tomó mi brazo, abrió la puerta de su oficina y me echó.
¿Acababa de echarme de su oficina?
Salí al pasillo, sintiendo cada paso como una derrota.
Mis lágrimas eran un río que no podía detener.
En ese momento, no solo había perdido a mi esposo, sino que también me enfrentaba a la posibilidad de perder todo lo que habíamos construido juntos. Era una realidad que nunca imaginé que tendría que enfrentar.
Salí de allí sintiéndome más sola y perdida que nunca. Cada paso que daba por el pasillo era un recordatorio de mi nueva realidad, una realidad en la que me encontraba despojada no solo de mi matrimonio sino también de cualquier seguridad que creía tener. Las lágrimas empañaban mi visión, pero logré llegar a mi coche y, una vez dentro, me desplomé en el asiento del conductor, sollozando incontrolablemente.
Después de varios minutos, tomé mi teléfono tembloroso y marqué el número de mi hermano. Al escuchar su voz, las palabras salieron de mí en un torrente de dolor y confusión. Le conté lo que había sucedido en la oficina de Rafael, cómo me había despreciado y rechazado cualquier reclamo sobre la empresa, cómo se había burlado de mi aporte y me había echado.
—Es que soy una idiota, pero… le di mi dinero a mi esposo, no a ese hombre que ahora me echa como si nada.
— Está bien, Mariel, tranquila—me consoló mi hermano con una voz calmada pero firme, conteniendo la rabia por todo lo que estaba pasando—. Vamos a arreglar esto. Tengo el contacto de unos abogados excelentes. Es mejor que los veamos lo antes posible.
— Sí, sí, está bien— logré decir entre sollozos—. Necesito hacer algo. No puedo dejar que me quite todo.
Quedamos en encontrarnos al día siguiente para visitar al bufete de abogados.
Conduje de regreso a casa, cada kilómetro recorrido era como alejarme de una vida que ya no existía. Al llegar, me miré en el espejo del baño. Mis ojos estaban hinchados y rojos, mi maquillaje corrido por las lágrimas.
"Tienes que ser fuerte", me dije a mí misma, aunque en ese momento no me sentía nada fuerte.
Mis pasos me llevaron casi automáticamente a mi estudio, ese lugar que siempre había sido mi santuario de paz y creatividad. Pero hoy, no había paz que encontrar, solo un corazón roto y una mente llena de confusión y rabia.
Con un impulso frenético, tomé mis pinceles y colores, desesperada por canalizar toda esa tormenta interior en el lienzo. Quería pintar algo, cualquier cosa, que pudiera expresar la ira y la desolación que sentía. Pero a medida que intentaba trazar las primeras pinceladas, las lágrimas comenzaron a caer, empañando mi visión, desbaratando cualquier intento de concentración.
La frustración se apoderó de mí y, en un momento de furia, arrojé los pinceles y las pinturas al suelo. El sonido de los frascos golpeando el suelo resonó en la habitación, un eco de mi propia desesperación. Me derrumbé en el suelo, rodeada de los restos de mi intento fallido de pintar, con las manos temblando y las lágrimas corriendo por mis mejillas.
— Maldito seas, Rafael— susurré entre sollozos—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? —Las palabras eran un grito en la soledad de mi estudio, un estudio que una vez estuvo lleno de amor y pasión por el arte, y que ahora era testigo de mi dolor más profundo.
Cada recuerdo de nosotros juntos, cada momento compartido, cada sueño construido al unísono, todo parecía desmoronarse ante mis ojos. Me sentí traicionada, abandonada, y lo peor de todo, me sentí impotente.
Allí, en el suelo, rodeada por el caos de mi estudio, dejé que el dolor fluyera libremente. Era como si cada lágrima derramada me quitara un poco del peso que llevaba dentro. En ese momento, no era una artista, no era una esposa; era simplemente una mujer rota, tratando de encontrar alguna forma de recomponerse.
El tiempo pasó, no sé cuánto, pero eventualmente, las lágrimas se secaron, y con ellas, la intensidad de mi dolor dio paso a una calma vacía.
Lentamente, me puse de pie, mirando a mi alrededor, a los colores dispersos, los pinceles tirados, el lienzo inmaculado.
¿Cómo sería capaz de procesar que mi marido me estaba haciendo todo esto?