Lina y yo conducíamos de regreso a casa, sumidos en una conversación intensa sobre el inminente divorcio con Mariel. Mañana tendríamos nuestra primera reunión con los abogados que habíamos contratado en San Francisco. Era crucial mantener todo este asunto lo más privado posible; cualquier escándalo público podría complicar las cosas innecesariamente.
—Mariel realmente me sacó de quicio hoy— le dije a Lina, incapaz de ocultar mi frustración—. ¿Cómo se atreve a pensar que es la dueña de todo? He trabajado incansablemente para construir la empresa. No sé ni cómo puede decir que le toca la mitad. Tú tenías razón, Lina.
Lina, quien había estado a mi lado en cada paso de este camino, asintió en acuerdo.
—Te lo dije. Por eso debemos actuar cuanto antes. Antes de que lo esperes, sacará las garras. Es evidente que quiere la empresa, Rafael. Tienes que actuar rápido para proteger lo que es tuyo. El futuro de nuevo hijo—tocó su vientre mientras yo la miraba por unos segundos.
El temor a peder el fruto de mi trabajo y esfuerzo se agitaba en mi mente. La idea de que Mariel pudiera reclamar una parte significativa de la empresa en el divorcio era insoportable.
Llegamos a casa y, mientras Lina se duchaba, me senté frente al ordenador, repasando emails y documentos, tratando de despejar mi mente. Pero mi cabeza daba vueltas, atrapada en un laberinto de preocupaciones y estrategias.
Más tarde, en la cama, Lina se giró hacia mí, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación por la visita que Mariel nos hizo hoy en la empresa. Durante unos segundos ambos creímos que Mariel sabía que Lina era mi amante. Admito que todo mi cuerpo se puso frío al verla allí.
—Rafael, hemos estado hablando de nuestro futuro juntos— comenzó suavemente—. Sé que el divorcio aún no se ha finalizado, pero... ¿has pensado en nosotros? En casarnos, en formar una familia.—otra vez ella sacaba el tema de la boda. Creí que le había quedado claro que yo no podía pensar en eso ahora.
Sus palabras me golpearon con una realidad que no estaba listo para enfrentar.
—Lina, yo... aún no estoy divorciado de Mariel. Todo esto es demasiado rápido. No puedo pensar en otra boda ahora, no cuando toda mi atención está en la empresa y este divorcio. ¿Por qué insistes con esto? Hemos estado varios años de ese modo, ¿por qué de repente quieres una boda?
—¡Porque tan solo soy tu amante!
—La mujer que amo. Eso es más que suficiente. La madre de mi hijo. Lina, no puedes sentirte insegura por esto. Solo será cuestión de esperar.
Vi una sombra de decepción cruzar su rostro, pero rápidamente la ocultó con una sonrisa comprensiva.
—Lo entiendo, Rafael. Es solo que, con el bebé en camino, pensé que...
La interrumpí suavemente, sabiendo por donde iba la charla.
—Lo sé, y lo siento. Quiero estar contigo, con nuestro hijo, pero todo a su tiempo. Primero tengo que resolver esta situación con Mariel y asegurarme de que la empresa esté a salvo. Tu bien sabes que eso tiene prioridad.
Lina asintió, acurrucándose a mi lado.
—Está bien, Rafael. Estaré aquí, apoyándote en todo lo que necesites. Luego, cuando llegue la calma, pones un anillo en mi dedo.
Mientras la abrazaba, mi mente seguía inquieta. Sabía que tenía que tomar decisiones rápidas y definitivas para salvaguardar mi vida, mi trabajo, mi futuro. Mariel había sido una parte importante de mi vida, pero ahora, con todo lo que estaba en juego, no podía permitirme el lujo de la sentimentalidad.
Me quedé despierto mucho después de que Lina se durmiera, pensando en la reunión con los abogados al día siguiente. Tenía que ser firme, tenía que ser claro. No podía dejar que Mariel, con sus reclamos y emociones, pusiera en peligro todo lo que había construido.
El sueño me eludía mientras los pensamientos giraban en mi cabeza. Aunque había elegido este camino, parte de mí no podía evitar sentir una punzada de dolor por todo lo que se había perdido en el proceso. Mariel, la mujer que una vez amé, ahora estaba en el otro lado de una batalla que nunca quise pelear.
Pero la vida a veces te lleva por caminos inesperados, y ahora tenía que seguir adelante, por Lina, por nuestro hijo, por la empresa. Mañana sería un día decisivo, y tenía que estar listo para enfrentarlo.
Luchando contra la intranquilidad que me asediaba, me levanté de la cama con cuidado, tratando de no despertar a Lina. Me dirigí a la ventana, observando las luces de la ciudad. El reflejo de la luna en el vidrio era como un espejo de mis propios conflictos internos.
—¿Cómo llegué a esto?— me pregunté en silencio. Recordé los primeros días con Mariel, llenos de amor y pasión, todo era tan bello que lo creía una locura, luego llegó la empresa, los sueños, los sacrificios y, antes de Lina, ya sentía que Mariel y yo nos distanciábamos o que yo me distanciaba, pues ella seguía tan feliz como al inicio, pero yo no, quizás no por ella, tal vez solo porque algo faltaba y nunca supe qué. Nunca imaginé que acabaríamos en este abismo de amargura y disputas legales. Pero las cosas cambian, y yo había cambiado. Lina había llegado a mi vida en un momento en que ya no me sentía conectado con Mariel. Y ahora, con un hijo en camino, mi vida había tomado un rumbo totalmente diferente.
Regresé a la cama, pero el sueño seguía siendo esquivo. Mi mente seguía repasando el encuentro con los abogados. Sabía que debía ser estratégico, pero una parte de mí se sentía culpable. ¿Era justo para Mariel? ¿Había sido yo totalmente honesto con ella? Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. No era el momento de dudar; era el momento de actuar.
Al amanecer, Lina y yo nos preparamos para la reunión. El ambiente en el desayuno era tenso; ambos sabíamos lo que estaba en juego.
—Confío en ti— me dijo Lina, poniendo su mano sobre la mía—. Hagas lo que hagas, sé que es por nuestro futuro."
La reunión con los abogados fue exhaustiva. Discutimos cada detalle del divorcio, cada posible escenario. Declaré mi postura: la empresa era mi creación, mi esfuerzo, y no podía permitir que Mariel se quedara con una parte de ella. Los abogados asintieron, tomando nota de mis argumentos y preparando su estrategia.
Al salir de la reunión, sentí una mezcla de alivio y ansiedad. Había dado un paso más hacia la protección de mi vida y mi empresa, pero a un costo emocional que aún no lograba medir completamente.
(*o*)
Me encontré en una sala de reuniones, frente a dos abogados que mi hermano había recomendado. Me sentía como un pez fuera del agua, insegura y vulnerable, pero sabía que esta reunión era crucial.
El abogado principal, el Sr. Thompson, era un hombre de mediana edad con una mirada penetrante y una voz calmada que transmitía confianza. A su lado, la Sra. Klein, una mujer más joven con una actitud firme y una mirada aguda, parecía estar lista para enfrentar cualquier desafío.
—Señora Mariel, entendemos que se encuentra en una situación complicada— comenzó el Sr. Thompson—. Necesitamos conocer todos los detalles para poder asesorarla y representarla adecuadamente.
Asentí, tragándome el nudo en mi garganta.
—La empresa de Rafael... la financié yo al principio. Todo el capital inicial provino de mi herencia. Pero nunca formalizamos nada, no hay contratos ni documentos que lo demuestren.
El Sr. Thompson frunció el ceño, claramente preocupado.
—Eso complica las cosas—admitió—. Sin documentación que respalde su aporte financiero, será un desafío demostrar su participación en la formación de la empresa.
La conversación se dirigió hacia las finanzas del matrimonio. Discutimos cuentas bancarias, propiedades, inversiones. Me di cuenta de cuán poco sabía sobre estos temas; Rafael siempre había manejado esa parte de nuestra vida.
—Vamos a necesitar acceso a toda la información financiera del matrimonio— dijo la Sra. Klein, tomando notas meticulosamente—. Extractos bancarios, títulos de propiedad, declaraciones de impuestos... todo será crucial para su caso. Además, sería útil reunir cualquier comunicación o evidencia que pueda indicar su implicación en la empresa o su aporte financiero. Correos electrónicos, mensajes, incluso testimonios de personas que estuvieran al tanto de su participación pueden ser de ayuda.
La reunión continuó con un torbellino de términos legales y estrategias. Discutimos posibles escenarios, desde la negociación hasta el litigio. Los abogados me aseguraron que harían todo lo posible, pero también dejaron claro que, sin pruebas concretas, el caso sería desafiante.
Al salir de la reunión, sentía mucho miedo de perderlo todo. Sabía que estaba en una batalla cuesta arriba, pero también estaba resuelta a luchar por lo que era justo, por lo que había contribuido a construir, incluso si eso significaba enfrentar a Rafael y sus abogados en la corte.
En el camino a casa, las palabras de los abogados resonaban en mi mente. "Sin pruebas... un desafío..." Tenía que encontrar una manera de demostrar mi aporte a la empresa, de proteger lo que me pertenecía. No podía permitir que Rafael me quitara todo, no sin pelear primero.
Aquel día mis padres vinieron a visitarme luego de la primera reunión con los abogados.
Mis padres estaban sentados en mi sala de estar, sus rostros reflejando una mezcla de indignación por todo lo que estaba pasando desde que Rafael me pidió el divorcio.
Mi madre sostenía una taza de té con manos temblorosas, mientras que mi padre, con el ceño fruncido, parecía listo para entrar en acción.
—No puedo creer que Rafael te haga esto, Mariel—dijo mi madre, su voz llena de angustia—Después de todo lo que le has dado, ¿así es como te paga?
Mi padre asintió en acuerdo, su mandíbula apretada por la ira.
—Si necesitas algo, cualquier cosa, solo tienes que pedirlo— dijo—. No vamos a permitir que ese hombre te quite lo que es tuyo.
Le agradecí, apreciando su oferta de ayuda. Pero no quería preocuparlos, ya suficiente tenía con la preocupación que esto dejaba en mí.
—Manuel ya me está ayudando con los abogados— les dije—. Pero aún así, gracias. Significa mucho para mí.—Después de que mis padres se fueron, me quedé sola con mis pensamientos, sintiendo el peso de la situación. Decidí llamar a mi hermano, necesitaba compartir mis miedos con alguien que entendiera.—Manuel, sigo muy preocupada— confesé tan pronto como respondió—. No tengo pruebas de nada. No existe un acuerdo prenupcial que pueda ayudarnos. Todo parece estar en manos de Rafael.
—Entiendo tu preocupación, Mariel— respondió Manuel con voz calmada—. Pero no vamos a rendirnos. Vamos a explorar todas las opciones posibles. Hay otras maneras de abordar esto.
—¿Pero cómo?—pregunté, sintiendo una oleada de desesperación—. Rafael parece tener todas las ventajas. Controla la empresa, los activos... Todo lo que construimos juntos.
—Vamos a buscar testimonios, cualquier tipo de evidencia que demuestre tu aporte a la empresa— sugirió Manuel—. Amigos, familiares, empleados... alguien debe saber algo que pueda ayudarnos.
—Está bien—dije, intentando infundir algo de confianza en mi voz—. Haré una lista de personas con las que puedo hablar. Tal vez alguien recuerde algo que pueda usar.
—Exactamente— dijo Manuel—. Y recuerda, Mariel, no estás sola en esto. Toda la familia está contigo.
Al día siguiente fui al banco para obtener información sobre nuestras cuentas conjuntas y los activos que Rafael y yo compartíamos. Necesitaba ver por mí misma el alcance de nuestra situación financiera, también buscar más información que pudiera servir a los abogados.
Sin embargo, lo que descubrí allí me dejó atónita y profundamente preocupada.
Me acerqué a la ventanilla del banco y pedí un resumen de todas nuestras cuentas. La empleada, tras unos momentos de revisión en su computadora, frunció el ceño con confusión.
—Señora, parece que usted ha sido retirada de todas las cuentas conjuntas, excepto de una—dijo, mirándome con una mezcla de simpatía y desconcierto.
Sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies.
—¿Cómo es posible eso?—pregunté, mi voz temblorosa—. ¿Qué es lo que me está diciendo? ¿Qué significa esto? Explíqueme, por favor. Porque no puede ser posible.
La empleada me acompañó a hablar con el gerente, quien confirmó la información.
—Lamento decirle que su esposo, como propietario principal de las cuentas, tenía la autoridad para hacer cambios en las titularidades sin necesidad de su consentimiento o notificación previa. El cambio se hizo ayer, como bien cuenta en los registros. Ahora mismo usted tan solo figura en una cuenta, puede ver la cantidad que tiene en ella y todo lo relacionado a esta.
Me aferré al mostrador, intentando procesar lo que me decían. Mi mundo daba vueltas y yo sentí unas náuseas horribles.
¿Cómo podía esto estar pasando?
—Pero... ¿cómo puede simplemente sacarme de nuestras cuentas? ¿No tiene eso implicaciones legales?—insistí, sintiéndome cada vez más desesperada—. ¡Se ha quedado con todo mi dinero! ¡Todo!—lo que había en la única cuenta que él me dejó, era nada, tan solo me alcanzaba para terminar el mes. Con eso no podría ni pagarles a los abogados.
—Entiendo que esto es muy difícil para usted, señora, pero legalmente su esposo está en su derecho de hacer estos cambios. Es una práctica común cuando uno de los cónyuges maneja las finanzas del matrimonio. En este caso, el señor Lorenzo tenía el control sobre las cuentas, desde que fueron creadas.
¡Demonios!
¡Ese hijo de puta!
Salí del banco con una sensación de impotencia y miedo. Rafael no solo había tomado la decisión de divorciarse de mí, sino que también estaba asegurándose de que yo quedara en una posición financiera vulnerable. Me estaba acorralando, quitándome cualquier sentido de seguridad o estabilidad que había tenido.
Mientras conducía de regreso a casa, las implicaciones de lo que acababa de descubrir empezaron a hundirse. Rafael siempre había sido el encargado de nuestras finanzas, y yo había confiado ciegamente en él.
Nunca imaginé que usaría ese control en mi contra.
Me di cuenta de que estaba en una posición mucho más precaria de lo que había pensado. Sin acceso a la mayoría de nuestras cuentas y activos, me enfrentaba a la posibilidad de quedarme con muy poco, o nada, en el divorcio. Rafael estaba jugando un juego que yo no sabía cómo ganar.
Llegué a casa sintiéndome derrotada y traicionada. Todo lo que habíamos construido juntos, todo lo que había creído sobre nuestro matrimonio y nuestra vida, se estaba desmoronando ante mis ojos. Rafael, el hombre con quien había compartido mi vida, estaba dispuesto a dejarme sin nada.
¿Cómo era posible de hacerme algo así?
Miré la hora, si me quedaba en casa me volvería loca. Y tampoco podía dejar que él me hiciera esto y no reaccionar.
Sé que era un completo error, pero tenía que ir de nuevo a la empresa.