El amanecer nunca había sido tan sombrío.
Sentía la humillación quemando mi piel, no solo por la traición, sino por haber sido expuesta ante nuestras familias. La vergüenza era insoportable, pero lo que más me dolía era el amor que aún sentía por él.
Ahora, en algún lugar, Rafael despertaba en otra cama, en brazos de otra mujer, una desconocida que había capturado su corazón.
¿Enamorado? ¿Se enamoró de otra mujer? ¿Cómo debía yo tomar eso?
En mi confusión, parte de mí quería correr tras él, rogarle que reconsiderara, que me diera una oportunidad para perdonarlo. Pero ¿cómo podría siquiera pensar en perdón cuando cada fibra de mi ser se sentía traicionada? No sabía qué quería, solo anhelaba volver a tiempos más felices, aunque esos tiempos parecían ahora una ilusión.
Quería seguir llorando, pero sentía que ya no tenía fuerzas, lloré tanto en la noche que ahora despertaba débil y cansada.
¡Nueve años! Mi vida era a su lado, pero él la estaba compartiendo con alguien más. ¿Por cuánto tiempo? ¿Con quién?
Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Corrí, con una chispa de esperanza irracional, pensando que podría ser Rafael.
Pero era mi hermano, con ojos llenos de preocupación por lo ocurrido anoche. Me abrazó fuertemente, y juntos entramos a la casa.
Manuel era muy protector conmigo, a pesar de ser el hermano menor, tan solo tenía veinticinco años, pero era un sol.
Agradecía que estuviera aquí para hacerme compañía, pues no quería cometer una locura o dejarme ahogar por los pensamientos que me asaltaban.
Mientras me desahogaba, mi hermano me llevó a la habitación. Me refugié en la cama, envuelta en las sábanas que aún guardaban el recuerdo de Rafael.
Mi hermano, caminando de un lado a otro, rompió el silencio con una pregunta crucial, algo que para mí no tenía la más mínima importancia.
—¿Qué vas a hacer con el divorcio? —me pregunta.
—¿Divorciarnos? — repetí, la palabra sonaba extraña, ajena, pero eso era lo que iba a ocurrir—. Rafael dijo que hablaríamos sobre firmar, y ya está. ¿Crees que puedo pensar en eso ahora?
Mi hermano insistió en la importancia de entender nuestra situación económica, algo de lo que Rafael siempre se había encargado. Me preguntó sobre el dinero, las inversiones, los detalles de nuestra empresa conjunta. Me di cuenta de que no sabía nada, que siempre había confiado ciegamente en Rafael. ¿Y cómo no? Era mi esposo, el hombre del que aún estoy enamorada.
Si en alguien confiaba, ese era él.
—Tienes que ponerte al tanto de todo, Mariel. Si realmente se va a dar el divorcio, debes estar preparada.
—Pero solo será firmar, ¿qué más da? Supongo que todo irá a la mitad, ¿no es así?
—Escúchame, Mariel—dijo con voz preocupada—. Sé que esto es difícil, pero hay cosas importantes que debes considerar ahora. El divorcio... no es solo firmar papeles y seguir adelante.
Respiré hondo, tratando de asimilar sus palabras en medio de mi tormento.
—¿Para qué debo prepararme? Entiendo que todo sea a la mitad, por el matrimonio, ¿no? —él me miró como si yo no supiera nada de lo que decía.
—Primero, necesitas un abogado—continuó—. Uno que se especialice en divorcios y asuntos matrimoniales. Es crucial tener a alguien que entienda la ley y pueda proteger tus derechos e intereses.
Asentí lentamente, aunque la idea de luchar en un tribunal me parecía ajena y abrumadora.
—Pero… son cosas a las que podemos llegar a un acuerdo entre los dos. Esto no será una pelea.
—Mariel… ¡claro que será una pelea! Te ha sido infiel, te ha… lastimado. ¿Crees que luego de lo que ha hecho él tendrá buenas intenciones?
—Rafael no es así.
—¡Y yo seguiría pensando lo mismo! Pero mira lo que ha hecho y nadie lo vio venir. Ahora tienes que estar preparada. Y ya deja de replicar y escucha lo que te digo. Necesitas un abogado. Luego, está el tema de la división de bienes—dijo con cautela—. Tienes que estar preparada para esto. Necesitarás documentos, registros de todas tus inversiones, propiedades, cuentas bancarias... todo lo que han acumulado juntos.
—Yo… no tengo nada de eso. ¿Cómo conseguiré cada cosa que me pides? Todo lo lleva Rafael, yo no sé nada—Pensé en cómo Rafael siempre había manejado nuestras finanzas. Me sentí perdida, navegando en un mar desconocido.
—Eso puede ser un problema. Tan solo espero que él no esté planeando nada. ¿Cómo puedes no saber nada de tu dinero?
—¡Porque se lo di a mi esposo! Y todo iba bien, ¿por qué tendría que estar pendiente a eso?
Él me dio la espalda, visiblemente preocupado.
—Ay, Mariel. Te van a dejar sin nada, lo veo venir.
—No, él no haría algo así, te lo aseguro. Yo le di el dinero, esto se formó con ambos, con el dinero que yo le di. ¿Qué pasa con la empresa? —pregunté, mi voz apenas audible. Mi hermano me estaba haciendo sentir miedo, pero… no era posible. Incluso si no estábamos juntos, Rafael no me haría algo así. Le di todo mi dinero, para impulsar sus ideas, la empresa que él tenía en mente y hoy en día era lo que sostenía nuestra economía, había sido todo un éxito, gracias a su esfuerzo, gracias a mi dinero. Éramos un equipo.
Lo éramos.
—Eso es parte de la división de bienes. Tendrás que valorar la empresa, decidir si uno de los dos la mantiene o si la venden. Estas son decisiones importantes, Mariel. ¿Ambos son propietarios? ¿Qué papel tienes en la empresa? Sé que fue con tu dinero, pero ¿qué papel juegas allí? ¿También eres dueña, accionista o algo en lo que puedas figurar?
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—No sé nada de esto —confesé—. Rafael siempre lo manejó todo. Y yo… tampoco es que pudiera hacer nada, por eso él se encargaba, lo mío no son los negocios, ¡tan solo pinto! ¿Qué voy a saber yo de una empresa?
Mi hermano tomó mi mano, ahora sí que me daba miedo todo.
—Te ayudaré. Pero tienes que estar involucrada, entender lo que está en juego. Esto no es solo sobre el final de tu matrimonio; es también sobre proteger tu futuro, tu seguridad financiera.
Hablamos sobre la necesidad de estar al tanto de mis finanzas personales, algo que nunca había considerado importante antes. Discutimos estrategias, posibles escenarios del divorcio, y cómo podría afectar mi vida.
Pero una parte de mí seguía sin creer que las cosas fueran a tomar ese camino complicado.
En mi mente estaba la idea de que podríamos resolver esto hablando, como dos adultos, como dos personas que un día se amaron.
El peso de la realidad me golpeó como una ola. No solo estaba perdiendo a mi esposo, sino que también me enfrentaba a una batalla por lo que creí que era nuestro, juntos.
¿Tenía que seguir pensando en la buena voluntad de Rafael o ya preocuparme de lleno en la realidad que estaba ahora? Donde no había nada que dijera que yo tenía cosa alguna.
Mi hermano se levantó, listo para irse.
—Manuel, gracias por tu visita. Sinceramente, ando un poco perdida.
—Voy a ayudarte a encontrar un buen abogado. Estamos en esto juntos, Mariel. Tú no te preocupes, hoy mismo te pongo en contacto con uno.
—Muchas gracias, gracias de verdad, Manuel.
Decidí que tenía que hablar con Rafael. Aunque la idea de un divorcio parecía irreversible, y cada fibra de mi ser quería suplicarle que se quedara, sabía que, si él había estado con otra mujer, si realmente me había sido infiel y se había enamorado de alguien más, entonces no había nada que suplicar. Tenía que olvidarlo. Pero ¿cómo olvidar al hombre con quien compartí mi vida, mis sueños, mi matrimonio?
Divorcio.
Tenía que hablar con él respecto a esto. No podía ser tan complicado y no teníamos que entrar en una lucha de abogados, cuando todo era en conjunto, pero era él quien llevaba las riendas. Sé que con una charla todo se arreglaría, yo estaba de acuerdo con que la mitad le correspondía a cada uno, incluso cuando había sido él quien falló a nuestro amor, a nuestro pacto.
Me duché, tratando de lavar no solo mi cuerpo sino también mi angustia. Decidí arreglarme, ponerme hermosa. Me maquillé con cuidado, elegí una ropa que sabía que a Rafael le gustaba, discreta y elegante, él odiaba que mostrara piel, que luciera sensual o provocativa, para esas cosas siempre fue muy celoso.
Arreglé mi cabello de manera sutil. Un toque de colonia y estaba lista.
Salí de mi habitación, bolso en mano, intentando mantener una actitud positiva. Solo quería hablar con él, eso era todo.
Conduje hacia la empresa, un lugar que no había visitado en mucho tiempo.
Era casi mediodía cuando llegué.
La secretaria de Rafael me recibió con amabilidad, probablemente ajena a todo lo que estaba pasando. Traté de sonreír y pasé directamente a su oficina, golpeando ligeramente la puerta antes de entrar.
Rafael se levantó de su silla, sorprendido al verme. Frente a él estaba sentada Lina, su mejor amiga y abogada de la empresa. Ambos parecían igualmente sorprendidos, y en ese momento, me di cuenta de que Lina sabía lo que estaba pasando. Desde luego, era su mejor amiga, incluso que ahora mismo estarían hablando sobre eso antes de yo entrar, también imaginaba que ella sabía quién era la persona con la que Rafael me había estado engañando.
—Mariel, ¿qué haces aquí?
—Creo que tenemos que hablar, Rafael, por eso estoy aquí.
Lina, manteniendo la distancia, se puso de pie, y fue entonces cuando noté su vientre abultado.
Lina estaba embarazada. No lo sabía, y la sorpresa me golpeó como un rayo. Tampoco es que supiera mucho de ella, realmente como pareja no compartí mucho con los amigos de Rafael, él decía que no nos llevaríamos bien, así que los conocía, desde luego, pero no tenía interacción con ninguno de ellos, pero sabía perfectamente que esta era su mejor amiga.
Lina.
Era una mujer hermosa, desde luego, una increíble abogada, o eso era lo que Rafael siempre decía, años atrás siempre hablaba de ella, últimamente ni la mencionaba, pues yo no tenía idea de que ella estaba embarazada.
¿Se había casado?
Me acerqué a ella, movida por una curiosidad abrumadora, la chaqueta se abría en su vientre y aquella camisa blanca apenas podía ocultar el bulto que allí había, levanté mi mano para tocarla mientras le sonreía, pero Rafael se interpuso, sosteniéndome por los hombros con una firmeza que me asustó, haciéndome un poco de daño.
—¡¿Qué pretendes hacer?!— preguntó con un tono fuerte y alterado. Miré fijamente sus ojos marrones, intentando saber por qué se ponía en este estado.
—Tan solo quería ver su vientre—respondí con voz temblorosa—, no sabía que estaba embarazada. Solo quería tocarla. —Él me soltó lentamente, y yo retrocedí, sintiendo la tensión y el desconcierto en el aire—Disculpa si te asusté, Lina. No fue mi intención—me giré hacia Rafael, aún sintiendo como si sus dedos estuvieran pegados en mis hombros de lo fuerte que me agarró al alejarme de ella—. ¿Podemos hablar a solas? — volví a preguntar, mi voz apenas un susurro.
Lina salió de la oficina en silencio, dejándonos a solas.
Ahí estábamos, Rafael y yo, frente a frente en un silencio pesado, con tanto por decir y tanto dolor entre nosotros. Era el momento de enfrentar la realidad, de hablar, de entender cómo habíamos llegado a este punto irremediable de nuestro matrimonio.
—Espero que esto sea una charla sobre el divorcio, porque fuera de eso no tenemos nada más que hablar.
La frialdad de sus palabras, la distancia con la que me trataba, el… el vacío en su mirada o lo fría que me hacía sentir ante su presencia.
¿Cuándo fue que esto cambió?
Tan solo llevábamos separados un día, ¿y actuaba de este modo?
—Aún te amo, Rafael.
—¡Pero yo no a ti! —dijo con irritación. Las lágrimas me saltaron y yo bajé la mirada.
—Está bien, solo… que sepas que te amo, aunque eso ahora mismo te importa nada. Hablemos sobre el divorcio. Supongo que es lo único que queda para que luego hagas como si no me conoces, como si no sentiste nada, como si no me amaste. Pareces desesperado porque las cosas sean así. Entonces está bien. Hablemos sobre el divorcio.