Aniversario. ¡Fiesta sorpresa!
Hoy, mi mundo debía brillar con la luz de dos celebraciones: mis 29 años y nuestro noveno aniversario de bodas.
Con Rafael siempre trabajando tanto, una fiesta sorpresa me parecía la manera perfecta de recordarle cuánto nos amamos. La casa estaba bañada en un cálido resplandor, cada rincón adornado con recuerdos de nuestra vida juntos. En cada foto, en cada detalle, había depositado mi corazón.
Mis manos temblaban ligeramente mientras acomodaba los últimos adornos. Los familiares más queridos y nuestros amigos íntimos se escondían en rincones, susurrando y sonriendo cómplices. La emoción flotaba en el aire, cargada de amor y nerviosismos.
Sé que se le había olvidado que era mi cumpleaños, mismo día en que era nuestro aniversario de bodas, pero el trabajo requería mucho de su tiempo y comprendía que cosas como estas de vez en cuando la pasara por alto, no era algo que me enojara, Rafael era un hombre sumamente ocupado.
Ya era la hora de que él llegara a casa, había llamado a la oficina y me dijeron que hace una hora que salió, así que sin duda él tenía que estar por llegar a casa.
Pero el reloj avanzaba implacable, y Rafael no aparecía. Mis llamadas quedaban sin respuesta, mis mensajes perdidos en el vacío. La preocupación comenzaba a enredarse en mi emoción, formando un nudo apretado en mi estómago.
Y entonces escuché la llave girando en la puerta, él haciendo su entrada, señalé a todos que se escondieran. Rafael entró, pero su atención estaba en otra parte. Su voz, filtrándose a través del teléfono, fue como un jarro de agua fría.
Era… nuestro aniversario.
Mi cumpleaños.
Nuestra celebración.
Pero… ese tono de voz que solo me ponía a mí, pero con palabras que iban dirigidas hacia otra persona.
—Hoy se lo diré, no te preocupes... Seré claro con ella. Te dije, te amo a ti. Mariel sabrá hoy mismo lo que siento por ti y que ya no puedo seguir con esto. También estoy cansado, quiero hacer mi vida contigo y no pretendo perder más tiempo. Descuida, será hoy.
Mi mundo se detuvo. Las palabras resonaban, cada sílaba un golpe directo al corazón. Con manos temblorosas, encendí la luz. La sala se iluminó, revelando la fiesta que nunca fue, los rostros de nuestros seres queridos marcados por el shock y la confusión.
Mi corazón… mi corazón se rompía.
Ahí estaba yo, en medio de mi propia fiesta sorpresa, un hermoso vestido que ahora parecía una burla de la ocasión, las lágrimas surcando mis mejillas. Rafael, con el teléfono aún en la mano, nos miraba a todos, su rostro una máscara de sorpresa y culpa.
No había palabras. Solo el dolor crudo y desgarrador de una traición inesperada. ¿Cómo podía ser esto real? ¿Cómo podía el hombre que amaba, que había sido mi compañero durante casi una década, declarar su amor a otra justo en nuestro aniversario?
Los invitados, incómodos y en silencio, eran testigos de mi corazón roto. Me sentí expuesta, vulnerable, un ave herida bajo la mirada de un cielo implacable.
Allí estaba yo, con los ojos fijos en Rafael, esperando alguna explicación, algún atisbo de arrepentimiento. Pero nada. La sala estaba llena de miradas expectantes, todas dirigidas hacia nosotros. Entonces, con una voz que apenas reconocía como mía, le pedí a Rafael que repitiera lo que había dicho por teléfono.
—¿Qué… fue lo que dijiste? ¿Con quién hablas? Rafael… ¿es una broma? ¿Me estás jugando una broma justo en nuestro día de aniversario y en mi cumpleaños?—reí nerviosamente, esperando que fuera eso. Mis ojos mirando hacia los invitados y… aquellos rostros estaban tan serios como el de Rafael—¡Responde!
Él no respondía, solo bajaba la mirada, evitando enfrentar la realidad que acababa de desatar. Movida por un impulso que no sabía que tenía, me acerqué a él y, con una mezcla de dolor y furia, le di una cachetada. Por un momento, vi en sus ojos una chispa de sorpresa, quizás incluso de remordimiento.
—Es mejor hablar a solas— murmuró, pero yo sabía que era tarde para secretos. Todos habían escuchado lo mismo que yo, ¿qué sentía tenía hablar a solas cuando ya vivía la humillación frente a todos?—Mariel… lo siento, hablemos a solas. Te explicaré todo.
—No— le dije—, todos escucharon lo que dijiste. ¿Qué más podrías decir?
Mi hermano se acercó, tratando de convencerme de que era mejor que los invitados se fueran. Pero no, no quería huir de esto, no en mi propia casa, no frente a la gente que amaba. Mis padres vinieron a mi lado, intentando calmarme, pero ¿cómo podría calmarme? El mundo tal como lo conocía se estaba desmoronando ante mis ojos.
Finalmente, Rafael, con un suspiro de resignación, abrió la puerta. Uno a uno, nuestros amigos y familiares comenzaron a salir, cada mirada y cada gesto un recordatorio de lo que acababa de perder. Me sentí desfallecer y me dejé caer al suelo, mis piernas ya no podían sostenerme.
Cuando todos se fueron, nos quedamos solos, Rafael y yo, en la sala que había sido testigo de tantas alegrías y ahora era escenario de mi mayor dolor.
—Lo siento—dijo él finalmente—pero quiero el divorcio. No era la manera en la que quería decírtelo, pero quiero el divorcio. Te he estado engañando, Mariel—Esas palabras resonaron en mi mente. ¿Divorcio? ¿Cómo podía siquiera pensarlo? Era nuestro aniversario, mi cumpleaños... ¿Cómo podía hacerme esto?—. Recogeré mis cosas, me marcharé ahora mismo, creo que… no sirve de nada que me quede esta noche. Lo siento, no era mi intención, Mariel—Se disculpó, pero sus palabras sonaban vacías, distantes. No había consuelo, no había explicación que pudiera aliviar la traición y el abandono que sentía.
Ahí estaba, sola en el suelo de mi sala, rodeada de los restos de una celebración que nunca fue. Las risas y los sueños compartidos se habían transformado en un silencio desgarrador. No sabía qué haría a continuación, solo sabía que el hombre que amaba, el hombre con el que había compartido casi una década de mi vida, me había roto el corazón en el día que debió haber sido nuestro más feliz.
El sonido de las ruedas de la maleta de Rafael resonaba en la casa, cada golpe contra el suelo era como un martillazo en mi corazón. Nunca era de empacar rápido, pero ahora sí lo hizo, como si tuviera prisa por irse, como si… como si deseara abandonarme cuanto antes.
Lo vi, allí de pie, con su vida empaquetada, listo para abandonar nuestro hogar, nuestra historia, a mí. El aire se espesó, y en un instante, mi cuerpo, que antes se sentía sin vida, se llenó de una energía desesperada. Corrí tras él, interponiéndome entre él y la puerta de salida.
—No te vayas—susurré, mi voz un hilo de vergüenza, dolor y desesperación. Sabía que si lo dejaba salir por esa puerta, no había vuelta atrás y con él se iría toda mi vida, toda mi felicidad, en tan solo un segundo, como si nada.
Hace apenas unas horas, todo parecía normal. Nos habíamos despedido con un beso, un abrazo, y sus palabras de amor aún resonaban en mis oídos. ¿Fueron solo una mentira? ¿Nuestro matrimonio, una farsa para él?
Rafael me miró, su expresión una mezcla de dolor y resignación.
—Por favor, aparta—dijo suavemente. Pero yo no podía, no quería. En un impulso, me lancé hacia él, arrancando la maleta de sus manos, arrastrándola lejos en un vano intento de detenerlo. Él me siguió, sus pasos pesados, su mirada implorando que no hiciera las cosas más difíciles.
Mis lágrimas no cesaban. Me volví hacia él, necesitando una respuestas.
—¿Quién es ella?— pregunté con una voz rota por el llanto—¡¿Con quién me engañaste?!
Rafael evitó mi mirada, sus palabras eran un murmullo mientras me respondía.
—No hagamos esto más difícil— Pero necesitaba saber, necesitaba entender.
—¿Quién es la mujer que te ha robado? ¡¿Quién es esa perra?!— insistí, mi voz un grito desgarrador.
—Al principio fue un error— confesó finalmente—, pero me enamoré. Llevo años enamorado de ella. La… la amo a ella, quiero hacer mi vida con ella y lo mejor que puedo hacer por ti es ser sincero, Mariel. Jamás tuve intenciones de lastimarte, jamás. Lo lamento tanto.— Esas palabras me golpearon con la fuerza de un huracán, desgarrando cualquier esperanza que aún albergaba. Sentí cómo mi alma se partía, cómo el aire me faltaba. ¿Por qué la realidad tenía que ser tan cruel?
—Su nombre—exigí, una última súplica, una última necesidad de aferrarme a algún detalle concreto en medio de este torbellino de dolor. Pero él negó con la cabeza, no me quería decir.
—Es mejor así. Pronto te contactaré para la firma del divorcio, esto será rápido, espero que cooperes.— Y así, sin más, mi matrimonio, mi felicidad, todo lo que había construido y amado, llegó a su fin.
Rafael se dirigió de nuevo a la puerta, su figura se recortaba contra la luz del vestíbulo. Lo vi alejarse, cada paso un eco en el vacío de mi pecho. Me dejé caer al suelo, mis lágrimas formando un charco a mi alrededor. La casa, una vez llena de risas y amor, ahora era un mausoleo de recuerdos rotos y sueños desvanecidos.
Miré a mi alrededor, vi las fotos en las paredes, los muebles que elegimos juntos, la vida que habíamos construido. Todo parecía burlarse de mí, recordándome lo que había perdido. Me envolví en un abrazo solitario, intentando encontrar consuelo en el frío silencio.
¿Cómo había llegado a esto? ¿En qué momento Rafael dejó de ser el hombre que yo creía conocer? Las preguntas giraban en mi cabeza, pero las respuestas se escapaban, escurridizas como sombras en la oscuridad.
Miré una última vez la puerta por donde Rafael había salido, el umbral de un pasado feliz ahora cerrado para siempre.
Amaba a otra y esa no era yo.
Me había pedido el divorcio el día de mi cumpleaños, el día de nuestro aniversario.