Mia no había tenido la mente tan clara desde el suceso y mientras se veía al espejo llegó a su mente el recuerdo de Giovanni sonriendo como si todo iba a estar bien cuando él sabía perfectamente que no era así, ese recuerdo la atormentaría por mucho tiempo seguramente, salió del baño y se sorprendió de ver a un enfermero de pie junto a su camilla, más las luces brillantes encendidas dejando que todo en la habitación se viera claramente.
— Necesito sacarle un poco de sangre. — comentó mostrando unos botes pequeños.
— Creí que ya no me iban a hacer ningún examen. — Mia lo vio con un poco de recelo, no confiaba en nadie y hasta estar con sus padres le resultaba incómodo.
— Será algo de rutina, para poder estar más seguros de que todo está bien y que no necesitará una transfusión. — el enfermero la ayudó a subir a la camilla.
— No me gustan las agujas. — tembló solo de verla y es que dentro de ella sintió que aquel enfermero no era de confianza.
— Te prometo Mia que seré gentil contigo, no te dolerá más de lo que te puedan doler todos esos raspones y heridas. — sonrió y tomo la liga para amarrarla al brazo de ella.
Apretó la liga lo suficiente para que las venas en el brazo de Mia se marcaran lo suficiente para verse claramente y con mucha suavidad introdujo la aguja, aunque eso no evitó que ella hiciera una mueca con su rostro, después metió el tubo en la aguja inferior y la sangre salió en un chorro llenando el objeto con bastante facilidad.
— ¿Por qué dos tubos? — pregunto al ver el otro.
— Porque son dos pruebas diferentes bonita. — le guiño un ojo y llenó el siguiente tubo.
Que fuera tan amigable no le gustó mucho, pero quién era ella para criticar la forma de ser de cada persona que llegaba a verla, todos le tenían lástima por su estado físico, el enfermero le soltó la liga y después quitó la aguja para ponerle una bandita redonda con un emoji guiñando un ojo, sin decirle nada más salió de la habitación, no sin antes apagar la luz para que siguiera durmiendo porque era bastante tarde en esa noche. Mia se volvió a acostar y unos diez minutos después escuchó que la puerta se abría de nuevo, entreabrió sus ojos y vio a su padre sentarse en una pequeña silla al lado de la puerta, se dio la vuelta y se hizo la dormida, esperaba que el hombre cumpliera su palabra y la sacara de ese lugar al día siguiente pues no soportaría pasar una noche más ahí, además de eso, no podía perderse el funeral de Giovanni.
Por la mañana fue dada de alta aun contra la voluntad del doctor que la había estado monitoreando, pero Pierre firmó todas las formas que lo hacían totalmente responsable de lo que le pudiera pasarle a su hija si la sacaba en contra de los sugerencias de los médicos, su estómago se revolvió cuando tuvo que subir al auto y es que la imagen del accidente se reprodujo en su mente como si fuese una película de terror, se quedó de pie unos cinco minutos afuera del auto mientras buscaba el valor para subir, su padre no supo bien qué hacer con ella, no quería forzarla y desencadenar algo malo, los psicólogos del hospital también habían hablado con él sobre los problemas que iba a tener Mia. Prefirió cerrar los ojos en todo el recorrido una vez que consiguió, ir por aquella carretera fue una angustia total y solo abrió los ojos cuándo calculo el lugar donde había estado el hombre, un nudo le cerró la garganta y solo pudo apretar la mano de su padre quien la rodeo con sus brazos en consuelo, al llegar a la casa vio a Julien salir de casa para correr hacia ella emocionado porque había regresado al hogar y le dio un abrazo en las piernas.
— Cárgame. — dijo el pequeño extendiendo sus manos hacia ella.
— No puede bebé. — Pierre lo cargo y le dio un beso en la mejilla.
— ¡Mia! — Clara corrió a abrazar a su hermana, todas estaban en angustias porque una de las suyas estaba herida.
— ¡Que me lastimas! — Mia se quejó mientras la alejaba de su cuerpo.
— Chicas por favor déjenla ir adentro. — Pierre se preocupó porque Mia no toleraba que nadie se le acercara y mucho menos que la tocara.
— Deja que te ayudemos a subir. — Amelie le tomó las manos.
— ¡No estoy invalida, puedo caminar por mi cuenta! — Mia se molestó y se alejó de sus hermanas.
No quería recibir lastima o pena de nadie a pesar de que la relación con ellas siempre había sido algo maravilloso, eran hermanas unidas, pero solo quería encerrarse en su habitación y poder llorar como quería sin escuchar palabras de nadie ni consuelos, solo quería poder desahogarse como no había podido hacerlo desde el día anterior. Subió lo más rápido que pudo a su habitación, cerró la puerta y le puso pestillo antes de deslizarse por la madera en lágrima viva ahogando las ganas de gritar que tenía, metió las manos en su cabello y lo soltó a jalones arrancándose unos cuantos mechones en el proceso, se abrazó las piernas y se quedó ahí hasta que se sintió relativamente mejor, aunque nada iba a poder aliviar aquella amargura que se apoderó de su cuerpo.
— Señorita, el almuerzo ya está listo. — escucho la voz de Roxana, la cocinera de la casa había subido a buscarla.
— No tengo hambre. — se limpió las mejillas y se puso de pie con ganas de ir a la cama.
— ¿Le traigo la comida a su habitación? — preguntó sin cambiar su dulce voz.
— ¡No tengo hambre! — gritó y le pegó un manotazo a la puerta mucho más frustrada.
— Se la voy a guardar por si quiere más tarde. — la escucho irse.
Mia se dejó caer en la cama y abrazo un oso de peluche que era la mitad de su altura, había sido un regalo que apreciaba mucho y ahora lo apreciaría el doble, lo recibió de parte de Giovanni cuando celebró su cumpleaños número catorce y en ese tiempo fue un regalo completamente inocente. Cuando Roxana bajo les dijo que Mia no bajaría a comer con ellos, por primera vez la familia iba a tener que hacerlo sin un m*****o importante en sus vidas y para todos fue extraño ver la silla de Mia sola, pues era imposible que la chica se perdiera un almuerzo familiar, así de unidos eran, siempre comían juntos.
— Papá, creo que Mia va a tener que recibir terapia después de esto, vio como asesinaron a Giovanni y parece que le ha afectado terriblemente. — comentó Amelie.
— Eso estaba pensando, ella y Giovanni se llevaban como familia, era el tío consentidor de Mia. — dijo Pierre cabizbajo, obviamente no sabía el tipo de relación que su chofer de confianza tenía con su hija.
— ¿Qué pasó con ellos? — Clara no sabía los detalles como si los sabía su hermana.
— La policía asegura que fue un intento de secuestro para sobornarme de alguna manera, vamos a tomar medidas más estrictas y pienso que deben tomarse unos meses de la universidad, estoy pensando en pedir una embajada en el extranjero para protegerlas. — dijo Pierre tomando la mano de su esposa.
— Yo creo que es mejor que nos mudemos, intentaron secuestrar a nuestra niña menor y no quiero que vayan por las mayores o por mi bebé. — gruño Isabella mucho más preocupada.
— No dejaré que las toquen, les juro que no dejare que nadie se les acerque de nuevo porque pienso cuidarlas mucho mejor. — Pierre suspiro profundo y tomó las manos de sus hijas.
— Creo que deberíamos preocuparnos por Mia, nosotras estamos bien y lo estaremos, pero ella está traumatizada y me preocupa que vaya a caer en un pozo profundo de depresión o un trauma por estrés. — agregó Amelie pensando solo en su hermana menor, ella estaba comenzando a estudiar psicología.
— Por favor, traten de consentir a su hermana y hagan que olvide ese incidente. — Pierre sonrió de una forma amarga porque estaba consciente de que su hija iba a tener secuelas.
— Me quiero mudar, volvamos a Italia y comencemos desde cero en mi país. — Isabella provenía de padres italianos y podía conseguir residencia para toda su familia.
— Si nos mudamos es muy probable que nos cueste levantarnos de nuevo, si consigo una embajada las cosas podrían ser más fáciles. — Pierre la vio con pena.
— No me importa, me tienes a mí y a las niñas... — Isabella estaba dispuesta a pasar penurias por un tiempo con tal de tener a su familia a salvo — Lo mejor para todos será mudarnos, pienso que esperar una embajada será muy tardado, eres abogado y puedes tener la oportunidad en Italia. — apretó la mano de su esposo.
— Hay que darle un poco más de tiempo a Mia antes de que podamos hablar de mudarnos de país. — el hombre sonrió aprobando ligeramente la idea de su esposa.
Mia no bajó en toda la tarde y tampoco en la noche, no había probado comida desde el día anterior en el colegio y es que no tenía nada de apetito, por más intentos que su familia hizo no pudieron sacarla de su cuarto y tampoco el doctor que su padre contrató para que la revisara de forma constante, las condiciones en que se encontraba ella no dejaba espacio a duda de que iba a tomar un largo camino a su recuperación.
Liberaron el cuerpo de Giovanni dos días después del incidente y es que se le realizaron todas las medidas legales así como los diferentes procedimientos, Pierre costeo todo el funeral y fue la única forma de hacer que Mia saliera de su habitación, hacia un día gris como si el mismo clima supiera lo dolida que ella se sentía y dejaba que todos los presentes lo sintieran, después de que el sacerdote dijera unas palabras vio cómo el ataúd comenzó a bajar y sintió una opresión en su pecho, quizás si no hubiera intentado protegerla él estaría con vida en aquellos momentos, si hubiera hecho más esfuerzo en convencerlo de que escaparan juntos el hombre estaría con vida. Mia dejó un ramo de rosas rojas sobre la tumba del hombre cuando todos ya comenzaban a retirarse, vio la lápida con su nombre y unas palabras en honor al valor que había tenido al momento de salvarla, de reojo vio que alguien se acercó a ella y sin necesidad de verla directamente sabía de quién se trataba, incluso conocía su perfume porque Giovanni lo había llevado impregnado en su ropa, eso era antes de que ella lo bañara con su propio perfume en un acto de celos infantiles.
— Papá va a responder por el pequeño Giovanni. — comentó Mia acomodando bien las flores.
— Solo me acerqué para dejar un ramo de flores, no vine a reclamar nada con nadie y ya me había dicho que iba a cuidar de mi hijo, al menos alguien tiene decencia y consciencia. — dijo la mujer con algo de severidad en su voz.
— Me hubiese encantado que las cosas fueran diferentes, que hubiera sido yo y no él... — se levantó — Tasha, lo lamento mucho. — retuvo las lágrimas, la mujer nunca le cayó bien, pero en aquellos momentos eso no importaba.
— Deja de estar culpándote porque no lo es, ellos lo mataron y van a pagar por eso... — Tasha se agachó y dejó su rosa sobre la tumba al lado de las de Mia — Las rosas rojas se dan cuando se ama de corazón a una persona, tan joven y ya sabías lo que es el amor, o quizás solo fue una ilusión absurda, una alteración de la realidad. — se levantó y se dio la vuelta.
— Sería hipócrita de mi parte excusarme de eso ahora y sería perder el tiempo buscando explicar las cosas a alguien que no entiende. — desvió la vista con algo de enojo.
— No te voy a reclamar, yo lo quería, pero no tanto como para cumplir lo que se supone que hacen los esposos, jamás me enoje cuando lo supe y no me importa mucho lo que hizo, pero si me duele saber que te haya manipulado tanto. — Tasha no mentía, pero sí quería decirle algunas cosas a Mia.
— Entonces debes comprender el porque me culpo de su muerte y dudo mucho que alguien como tu pueda llegar a sentir dolor por alguien que no conoces bien y por alguien a quien no aprecias en lo absoluto. — la vio a los ojos, su actitud era confrontativa por la misma marejada de dolor que sufría en aquellos momentos.
— Pero las cosas solo pasaron y ahora somos dos mujeres dolidas que perdieron el afecto de un hombre maravilloso, no voy a pelear contigo, eres una niña. — Tasha posó sus ojos sobre la tumba.
— No le va a faltar nada, cuídalo mucho y cuídate tú también. — Mia bajó la cabeza y se fue, no quería seguir hablando con ella.
Mia volvió con su familia que la estaba esperando con paciencia cerca de sus autos, la seguridad había aumentado y el colegio le dio dos semanas de descanso para que pudiera recuperarse, subió al auto y se mantuvo en silencio hasta que llegaron a casa, al bajar dejó escapar un quejido pues hizo un mal movimiento, aun le dolía el cuerpo y sobre todo su torso que continuaba inmovilizado por un chaleco extraño que le provocaba mucha comezón, pero que no podía quitarse por nada para nada más que darse un baño.
— Mia, le pedí a Juliana que viniera a verte esta tarde para que comiences a hacer terapia o lo que te diga que va a servirte para recuperar tu estabilidad. — comentó Amelie caminando a su lado.
— No necesito hablar con nadie. — dijo Mia muy seria.
— Es por tu beneficio, pasaste un trauma muy grande y es necesario que te trates, aun tienes pánico cuando subes a un auto y eso es algo completamente normal. — la tomó de los hombros deteniéndola.
— No voy a hablar con una de tus profesoras de mis traumas. — rodó los ojos.
— Por favor habla con ella, es muy profesional y podrás contarle todo lo que quieras. — ladeo la cabeza un poco.
Mia no le respondió nada y se fue directo al patio trasero para quedarse sentada en una de las sillas bajo la sombrilla de sol junto a la piscina, sus ojos clavados sobre el agua celeste moviéndose con una gran serenidad gracias a la calurosa brisa que azotaba en esos momentos, lo nublado del día ya se había ido y fue algo de mal gusto para ella, el cielo comenzó a despejarse después del funeral; después de eso, sus ojos subieron para ver a una mujer caminar hacia ella, rubia y despampanante a más no poder, con una sonrisa amable en los labios se acercó y en sus ojos iban reveladas las intenciones de su mente, en definitiva no era el tipo de mujer a la que le contaría sus secretos más íntimos, así y fuera una profesora completamente profesional.
— Hola Mia, me llamo Juliana Roper y tu hermana me pidió que viniera a hablar contigo. — se sentó en la silla a su lado.
— No quiero hablar con nadie. — subió sus piernas a la silla y las abrazo, aquello le causaba dolor, pero era un acto que alejaba su mente del constante pensamiento de muerte.
— Yo sé que ahora no quieres hablar con nadie, pero quiero darte la seguridad de que puedes hablar conmigo cuando gustes y veras que eso te puede ayudar a sanar el trauma que acabas de experimentar. — saco una pequeña libreta.
— Lo único que quiero es estar sola y si no te vas lo haré yo. — la vio de una forma retadora.
— Cuéntame qué es lo que más ira te hace sentir en estos momentos. — sonrió como tonta y eso hizo enojar a Mia.
Se levantó de la silla y se fue a paso apresurado hacia adentro de la casa dejando a Juliana sentada en aquel lugar, casi le pasa dando la vuelta a su hermana Clara y pasó de largo el llamado de su madre desde la sala, subió a su habitación y cerró la puerta de un fuerte golpe que se escuchó hasta abajo. No necesitaba hablar con nadie sobre lo que había pasado y es que tampoco quería que sus intimidades anduvieran regadas por ahí, como le iba a explicar a la profesora de su hermana que al hombre que asesinaron no solo era su guardaespaldas, era su mejor amigo y de paso su amante, nadie iba a comprender el amor que se tenían y como adultos incapaces de comprender eso iban a acusar a Giovanni de manipulación en su contra, podía escucharlos en aquellos momentos, él tuvo la culpa, él la manipulo para usarla, él tendría la culpa de todo y sería lapidado con muchas palabras malas.
Dos toques suaves a su puerta la hicieron limpiarse las lágrimas y cuando la puerta se abrió vio a Julien entrar abrazando su oso de peluche favorito, su hermano era un amor de niño, esos días había sido su mayor compañía y es que el pequeño no hablaba, no preguntaba, no pedía que ella le diera explicaciones de cómo estaban sus sentimientos, el pequeño solo se acostaba a su lado y se dejaba abrazar, como pudo, el pequeño subió a su cama y se sentó frente a ella.
— ¿Por qué estas tristes? — pregunto ladeando la cabeza, el concepto de la muerte era algo que el niño no dimensionaba en su totalidad.
— Porque tengo el corazón roto. — respondió Mia viéndolo y enseñándole un cristal en forma de corazón que también estaba partido por la mitad por un accidente que paso esa misma mañana.
— ¿Cómo se te rompió? — para tener dos años y medio hablaba muy bien.
— Se rompió porque Giovanni se fue y yo lo quería mucho. — sonrió de lado dando un concepto vago de porque era su tristeza.
— ¿Para dónde se fue? — era todo preguntas y con él si podía hablar, además no fue llevado al funeral.
— Se fue al cielo, me quería mucho, pero yo no pude detenerlo y ahora me siento sola. — Mia se recostó sobre el respaldo de la cama.
— Pero no estás sola, mami está muy triste por verte triste y papi trata de consolarla, yo te quiero mucho. — se levantó y fue a abrazarla, el peso del niño la lastimo terriblemente, pero no lo alejó.
— Yo también te quiero enano de mi vida. — le beso en la frente y lo apretó con suavidad.
— Tengo una idea... — bajó con rapidez y salió de la habitación corriendo, volvió poco después con un rollito de cinta y tomo el cristal para unir los pedazos con ella. — Está roto, pero ahora lo he pegado y ya no está dividido. — Julien se tomó a literal lo del corazón roto.
— Pero dónde está roto es aquí adentro. — Mia señalo su pecho.
— ¿Por qué mami no te da un beso? Ella cura todo así. — se acercó a ella y le dio un beso en el pecho.
— ¡Ay enano, aún no sabes lo que es una pérdida y no sabes lo feo que se siente! — le acarició la mejilla con ternura.
Se quedaron un rato más abrazados hasta que Julien se aburrió de estar acostado y se fue a jugar dejándola sola de nuevo, aunque un poco menos ahogada que antes, era la primera vez que podía ser honesta con alguien desde que todo pasó y es que él no había estado hablando mucho, solo se acostaba y se mantenía en silencio a su lado, no dudo en decirle las cosas a su pequeño hermano pues él las olvidaba o no las podía contar bien.