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Red de Pecados.

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Blurb

En las antiguas calles de Roma, donde la historia y el presente se entrelazan en un baile eterno, la vida de Mia Morrison se transforma en un laberinto de mentiras, traiciones y desamores. La hija menor de una familia diplomática, Mia siempre creyó en la apariencia de felicidad y seguridad que la rodeaba. Sin embargo, detrás de las fachadas cuidadas y los suntuosos eventos sociales, se ocultan secretos oscuros que están a punto de desmoronarse.

En medio de este caos, Mia se cruza con Antoni Giuseppe, el hijo de una de las familias mafiosas más temidas de toda Italia. Antoni es todo lo que Mia debería evitar: peligroso, implacable y envuelto en un mundo de crimen y poder. Pero detrás de su mirada fría y su fachada de dureza. A pesar de las advertencias y el peligro palpable, entre Mia y Antoni surge una atracción intensa, una conexión que desafía la lógica y la moral, en las sombras, donde la lealtad y la traición se entrelazan, ellos encuentran un refugio inesperado en los brazos del otro. Su romance es un torbellino de emociones, lleno de pasión y conflicto, mientras luchan por definir su identidad y destino en un mundo que intenta separarlos a toda costa.

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Intento de secuestro. 1
El timbre resonó por los pasillos del colegio y estos no tardaron en abarrotarse de chicos uniformados desesperados por irse de ese tortuoso lugar al que todos conocían como colegio, no importaba si era uno de los colegios católicos más prestigiosos de todo París, era el colegio y para adolescentes de doce a diecisiete años era el lugar menos preferido para pasar horas de su vida frenética y hormonal que solo querían divertirse con sus respectivos grupos de amigos. En el tercer salón de la segunda planta del edificio B, Mia Morrison, una jovencita de quince años, con su cabello marrón caramelo de grandes ondulaciones atado en una coleta alta, estaba arreglando sus cosas para poder irse a casa como el resto de sus compañeros, en el reflejo de la ventana vio que su uniforme estuviera impecable como siempre, sin importar que estaba a nada de irse, peino algunos mechones rebeldes de su cabello que se habían salido de lugar y agradeció mucho que el colegio no tuviera un código de peinados tan estricto como era el código de vestimenta. Sacó el pequeño espejo de bolsillo y se puso un poco de bálsamo sabor a fresa en los labios antes de pasar a ver sus ojos, la poca máscara de pestañas que volvía sus pestañas más espesas se había corrido un poco y tuvo que limpiarlo, el color azul de sus iris siempre resaltaba con el tono celeste de su camisa de uniforme. Quito una pestaña suelta después de haberse limpiado y guardó el pequeño espejo en una de las bolsas de su mochila, Mia vio su reloj de muñeca notando que apenas faltaba un cuarto para las doce, como era de costumbre los viernes salían de estudiar más temprano que los otros días de la semana y es que la jornada de lunes a jueves era desde las ocho hasta las tres de la tarde, comenzó a guardar el único libro que le había quedado afuera, en la mochila siempre andaba todo cuidadosamente ordenado, no prestó atención a su alrededor porque solo llevaba una idea en la cabeza y no era salir con sus amigas precisamente, estaba un poco fastidiada de sus compañeros ruidosos que no dejaban de hablar a gritos y lo que más deseaba era ser libre. — Mia... — una chica bajita llamó su atención — Vamos a ir a comer helado ¿Nos acompañas? — sonrió con amabilidad. — Lo siento Dafne, papá me quiere temprano en casa y sabes que siempre me viene a recoger uno de sus choferes, también tengo clases de piano a las tres. — se encogió de hombros con una sonrisa fingida. — Oh, está bien... — sonrió de lado — Nos vemos el lunes entonces. — se despidió de ella y se fue con el resto de las chicas. No todos sus compañeros eran exasperantes, se llevaba muy bien con el trío de chicas buenas que siempre tenían las narices metidas en los libros, aunque Mia estuviera lejos de ser como ellas, nunca llegaban tarde, siempre presentaban los deberes y pedían permiso a sus padres para todo. Mia por otro lado era impuntual, contestona, foja, rebelde y se limitaba a avisar en casa a qué horas iba a regresar más nunca decía hacia dónde iba. Su madre Isabella Rossi Morrison, se había cansado de castigarla por sus escapadas nocturnas y es que tampoco tenía el respaldo de su esposo y padre de sus cuatro hijos, Pierre Antoine Morrison, el hombre la mimaba demasiado porque era su penúltima hija, la chiquita a la que consintió y que malcrió hasta que nació el único hijo varón de la casa. Pierre era un diputado francés con enfoque internacional, el hombre ha impulsado leyes y reformas que buscan mejorar las relaciones internacionales y proteger los derechos de los refugiados, lo que había puesto a su familia en el punto de mira de opositores poderosos y era por ese motivo que Isabella siempre pasaba preocupada por Mia. La pareja Morrison se conoció cuando Pierre comenzaba su carrera como político, Isabella fue la primer periodista de investigación en entrevistarlo y desde el primer día que se vieron entre ambos surgió el amor, al año contrajeron nupcias en una boda por todo lo alto y nueve meses después la pareja le estaba dando la bienvenida a su primera hija, Amelie, no querían esperar mucho tiempo para tener su familia perfecta que constaría de cuatro integrantes así que dos años después recibieron con jubiló a Clara. La pareja iba a quedarse solo con aquellas dos princesas, pero la vida les dio a Mia cinco años después y el último en sorprender a todos fue Julien, el único varón de la casa y el segundo más consentido por todos. — ¡Eh muñeca! — un chico de otro salón le hablo — ¿Nos acompañas a beber? — pasó el brazo por sus hombros acompañándola en el camino. — ¿Te conozco? — Mia alzó una ceja quitándole el brazo de sus hombros con asco. — Te vi el otro día con un amigo del gimnasio y pensé en invitarte a pasar el rato con nosotros. — sonrió como si nada. — ¡Si aja! — Mia no era tonta. Siguió caminando rumbo a la salida sin importarle absolutamente nada de aquella conversación, no tenía necesidad de ir al gimnasio, primero porque era curvilínea gracias a la herencia genética de su madre que tenía un cuerpo de envidia a pesar de haber tenido cuatro hijos, la segunda razón es porque practicaba defensa personal, gimnasia rítmica y natación, no era una jovencita presumida a pesar de estar escuchando todo el tiempo que era guapa, Mia mantenía los pies sobre la tierra y no se dejaba ilusionar por las palabritas bonitas de los jóvenes de su edad. — ¡Oye! — de la nada, al haber salido del colegio, una chica les cerró el paso junto a otras tres. — ¿Qué quieres? — alzó una ceja viendo a las otras caminar detrás de ella, la estaban rodeando y eso solo significaba que buscaban pelea. — No te lo voy a advertir dos veces, aléjate de mi novio. — dijo la chica frente a ella. — ¿Quién mierdas es tu novio? — no comprendía nada de lo que estaba pasando. — No te hagas la imbécil, yo te vi y como le restregaste tu cuerpo, zorra sucia. — la empujó con el índice. — Yo creo que deberías ir a un psicólogo, estas mal de la cabeza porque no tengo idea de quién sea tu novio y tampoco me interesa saberlo. — la hizo aún lado y continuó caminando. No tenía idea de quien estaba hablando, a ella no le importaba quien anduviera con quien dentro del colegio, tampoco estaba de muchos ánimos para escuchar estupideces, solo quería correr a los brazos de la persona que la estaba esperando cerca de una limusina color azul en la parada, ese había sido un día extremadamente loco; por la mañana cuando iba con su padre hacia el colegio un niño había salido de la nada y le había lanzado huevos al parabrisas de la camioneta, los choferes y guardaespaldas se bajaron alterados por aquella acción y tuvieron que cambiarlos de autos, a media mañana el maestro suplente no le quito los ojos de encima y podía jurar que en una pequeña libreta estaba anotando sus acciones, cada vez que cruzaba sus piernas torcía el cuello para intentar ver más abajo de la falda y realmente no parecía un profesor, el chico de otro salón le habla de la nada y la invitaba a salir así, porque sí ¿Qué más podía pasar? Nada tan malo como lo que le siguió al encuentro de aquella joven loca. — ¡Te voy a enseñar a respetar! — grito la loca provocando que se diera la vuelta. Esquivo la bofetada con bastante agilidad y con un rodillazo en el estómago la puso de rodillas frente a ella, acababa de sacarle el aire de los pulmones con una fuerza bruta muy desmedida, Giovanni Ricci era el chofer de mayor confianza de toda la familia y el hombre que siempre andaba cuidando de Mia, sin importar adonde fuera, el hombre siempre la encontraba. Giovanni ni siquiera se movió de donde estaba, era un problema de chiquillas adolescentes y no tenía entrenamiento para lidiar con eso, sobre todo si Mia tenía el absoluto control de la situación, la vio tomar a la chica del cabello y la hizo levantar el rostro con bastante brusquedad. — En tus sueños, perra. — tenían la misma altura y una complexión parecida, pero Mia estaba en otro nivel al de sus compañeros. La soltó después de haberle azotado una buena bofetada y continuó su camino, no sin antes amenazar con la mirada a las otras chicas que se habían quedado paralizadas porque no se lo esperaron, no imaginaron que una chica menor que ellas iba a ser así de fuerte, Mia vio al hombre abrir la puerta trasera de la limusina y ella lanzó su mochila hacia adentro sin mucho miedo que algo se rompiera adentro, después se lanzó ella misma, Giovanni dio la vuelta y subió al lado del conductor para ponerse en marcha después de asegurarse de que nadie los estuviera observando de forma sospechosa. — Sabe qué le llamarán a su padre por lo que acaba de hacer, hubo varios profesores que la vieron atacar a la joven. — la vio por el retrovisor. — Tengo una coartada y tú viste claramente que ella comenzó todo, papá siempre me ha dicho que debo defenderme. — alzó una ceja sonriendo. — ¿Cuántas veces más te voy a salvar el trasero? — preguntó mientras movía el volante y cambiaba su tono de voz. — Las veces que quieras seguirme manoseando. — le vio con una sonrisa socarrona en los labios. — Te recuerdo que eres una quinceañera y no deberías hablar de esa forma, además vamos en el auto que le pertenece a tu padre, podríamos meternos en muchos problemas. — su atención iba en el camino. — Eso no te detuvo para meter tu cara entre mis piernas la otra noche que me fugué de casa y tampoco para robarme mi primer beso el ocho de octubre del año pasado. — se movió un poco hacia adelante y puso su mano en el pecho del hombre. — Señorita, le recuerdo que voy manejando y usted me ha prometido que será una niña buena mientras conduzco. — tomó la mano de Mia y le dio un beso en el dorso. — Vamos a un motel, ya me cansé de la excusa que debo ser mayor de edad para que me tomes como tu mujer, quiero jugar en las grandes ligas y quiero que tu seas mi primera vez, estoy enamorada de ti. — le dio un beso en el cuello y bajo su mano. El motivo por el cual Mia no confiaba en nadie era ese, tenía una relación en secreto con aquel hombre veinte años mayor que ella y no le importaba que estuviera casado, no le importaba que fuera uno de los hombres de confianza de su padre, tenía la idea clara de que ella era solo un juego para él, pero aun así, Giovanni era su segundo amor de adolescente y deseaba mucho entregarse a sus brazos; Giovanni saciaba el morbo de jugar con una jovencita y Mia lo aceptaba aunque sus sentimientos fueran de afecto sincero hacia él, era su primer contacto con los juegos de adultos y esa relación inapropiada comenzó un mes antes de cumplir sus quince años, no fue procurada ni buscada, simplemente paso y las cosas se desbordaron por completo. Mia sabía que estaba muy mal el que hiciera ese tipo de cosas, estaba retando a Giovanni a que fuera más allá de toques obscenos y pasiones muy medidas, su madre le enseñó que el sexo se hacía exclusivamente con la persona que se amaba y quizás por eso la primera vez que se enamoró jugaron con sus sentimientos de una forma muy cruel, por suerte jamás se dejó endulzar la cabeza tanto como para entregarse, hasta ese entonces que ella misma lo estaba pidiendo de una forma muy insistente. — Mia, si la policía nos descubre voy a tener serios problemas, el chofer enredado con la hija de un diputado del parlamento francés, eso sería un escándalo brutal. — alejó la pequeña mano de su entrepierna. — Los vidrios son muy oscuros, dudo que alguien nos vea haciendo algo a la distancia, tendrían que acercarse mucho para que eso pase. — aprovechó el semáforo en rojo para inclinarse más hacia adelante y besarlo. — Tu madre salió de compras y tus hermanas no están en la casa, espera un poco hasta que lleguemos y me encargare de darte placer, pero serán solo besos y caricias, aun eres muy joven para ir más profundo en estos temas. — le acarició la mejilla con ternura. — Date prisa entonces, mis bragas están mojadas por ti. — se mordió el labio inferior y se sentó bien. Giovanni solo pudo sonreír de forma maliciosa al verla por el retrovisor, estaba sonrojada, Mia apretó la falda del uniforme incapaz de contener su imaginación volátil y pervertida de adolescente calenturienta, estaba en esa edad donde su cuerpo tenía más hormonas que agua. Mia mantuvo su vista hacia la ventanilla del lado en que iba mientras que Giovanni la mantenía al frente, justo en la carretera, no iban a más de cuarenta kilómetros por hora pues era el límite permitido en aquella calle ondulada, sin embargo, en una desviación, de la nada apareció una camioneta negra con los vidrios polarizados que impactó de lleno en el lado opuesto al que iba Mia y fue tan fuerte el golpe que el chofer perdió el control del auto, terminaron dando dos vueltas sobre el asfalto antes de que la camioneta se detuviera contra la barra de contención del carril contrario. — ¡Giovanni! — grito Mia asustada y muy adolorida pues no llevaba cinturón de seguridad, rodó contra el interior del auto. — ¿Te puedes mover? — pregunto soltando el cinturón de seguridad que él sí llevaba puesto. — Si... — se dio la vuelta para buscarlo — ¿Qué pasó? — estaba muy asustada. — Esto es un secuestro, rompe la ventana del otro lado, pero no salgas aún. — el hombre sacó un arma de la guantera para arrastrase fuera el auto. Con dificultad Mia se arrastró por lo que era el techo del auto previo a que volcaran e intentó abrir la puerta con todas sus fuerzas, pero dos ruidos estridentes la hicieron gritar del miedo y cubrirse la cabeza como le enseñaron en los entrenamientos de supervivencia, vio a Giovanni salir por la otra puerta y escuchó dos disparos más haciendo que se preocupará terriblemente por la seguridad de su chofer, se angustió por la seguridad del hombre al que amaba. — ¡Giovanni! — le grito, pero no hubo respuesta — ¿Giovanni? — intento ver por las ventanas, pero no podía. La puerta se abrió de golpe y ella retrocedió asustada pensando en lo peor, pero solo era Giovanni quien había abierto la puerta de ese lado usando toda la fuerza que tenía, el hombre la tomó de la mano y la sacó del auto con cuidado de que no se cortara con algunos vidrios rotos del parabrisas trasero, Mia pudo ver las marcas que las llantas del auto dejaron sobre el asfalto y se dio cuenta que habían recorrido una gran distancia después de aquel gran choque, Giovanni se aseguró de que ella estuviera bien y que pudiera caminar, la joven tenía muchos cortes en su cuerpo, pero gracias al cielo estaba bien y podría moverse por su cuenta. — Mia hay que irnos. — la sacudió un poco para hacerla reaccionar. — ¿Están muertos? — preguntó al ver a los hombres tirados en la carretera. — Si lo están, vamos... — Giovanni no tenía tiempo de inventar nada — Hay que buscar un lugar seguro y llamar a la policía, el equipo de seguridad privada ya está en alerta y vienen en camino, pero hay que buscar refugio. — la tomó del brazo y la jalo. Era un tramo de la carretera bastante solitario, hacia donde iban era una zona residencial muy exclusiva que estaba en una colina bastante a las afueras de la zona céntrica de París, por su entrenamiento, Giovanni sabía que lo primordial era poner a Mia en un lugar seguro y algo le decía que esa camioneta no era la única que los estaba siguiendo a pesar de que él no había visto nada extraño. Mia llevaba algunos cortes en su cuerpo que con el sudor comenzaron a arder, la camisa celeste del uniforme se había manchado de rojo gracias a la sangre que goteaba por su barbilla y solo había bosque a ambos lados de la carretera, Giovanni llamó a la policía como forma de distracción para darle tiempo al equipo de seguridad secreto designado a las familias de los políticos, sin embargo, se tardarían en llegar al lugar del accidente y no había donde pudieran resguardarse de forma segura. — Mia... — la tomo del brazo con brusquedad — Toma esto, baja por ahí y escóndete. — le entregó una navaja. — ¿Qué pasará contigo? — le tomó del saco con mucha fuerza negándose a soltarlo. — Mi trabajo es protegerte, sé buena niña y escóndete para mí, te juro que me los quitaré de encima y volveremos juntos a casa, a medianoche te voy a visitar y te voy a dar lo que tanto has pedido. — le dio un beso en la frente. No tuvo más alternativas que correr hacia la salida de la carretera y pasar sobre la barda de seguridad para esconderse tras unos arbustos tupidos que crecían cerca, fue justo a tiempo antes que dos camionetas completamente oscuras se detuvieran frente a Giovanni, un hombre con el cabello largo y una barba espesa oscura bajo de uno de los autos empuñando un arma en su mano derecha, su rostro decía que era todo menos amable, Giovanni tuvo que bajar su arma pues eran demasiados para enfrentarlos por su cuenta. — ¿Dónde está la niña? — preguntó apuntándole a la cabeza. — Otro auto se la llevó, Pierre es un hombre precavido y nunca la manda sola. — respondió Giovanni muy seguro de sí. — ¿Esperas que te crea? — le dio un golpe tan fuerte que le sacó un diente y lo tiró al suelo — Yo no tengo mucha paciencia ¿Dónde está la rata esa? — alzó la voz. Mia estaba a unos metros de ellos observando todo sintiéndose incapaz de hacer algo por el hombre que la cuidaba y al que le tenía mucho cariño, Giovanni logró verla entre los arbustos y solo sonrió mientras le guiñaba un ojo, era la señal de que todo iba a estar bien, pero dos disparos la hicieron cerrar los ojos y cubrirse la boca para no gritar por el terror que sacudió su cuerpo. Acababan de asesinar al único hombre que de verdad quería de una forma especial, al que la había acompañado desde que tenía cinco años y que juró cuidarla siempre, abrió los ojos viendo todo borroso por las lágrimas y vio al sujeto subir a una de las camionetas e irse dejando al hombre tirado en aquel lugar como si no fuera nada. — Giovanni... — susurro esperando que se moviera — Giovanni, por favor. — dijo un poco más alto. Sin pensarlo se levantó de donde estaba escondida y volvió a pasar la barda para correr hacia él sin esperar siquiera que las camionetas hubieran recorrido una distancia prudente para que no la vieran, quería asegurarse de que el hombre estaba bien, que usara algún chaleco antibalas o que las heridas fueran sumamente superficiales, cualquier cosa que la hiciera sentir segura de que regresaría a casa con él y que por la noche iba a poder esconderse en los tantos recovecos de su casa e iba a poder besarlo como tanto le gustaba hacerlo. — Debes irte mi niña, debes salir de este lugar a como puedas. — susurro el hombre mientras luchaba por mantenerse despierto. — ¡Giovanni! — le dio la vuelta con mucho cuidado, Mia estaba hecha un mar de lágrimas — ¡Giovanni por favor levántate, la policía va a venir por nosotros, vamos, me prometiste que volverías conmigo a casa! — lo sacudió ligeramente viendo su ropa manchada de sangre. — Te amo bonita y eso es algo que me arrepiento no habértelo dicho mucho más seguido, sálvate por favor, prométeme que te salvaras y serás feliz. — las balas dieron en puntos vitales en el cuerpo del hombre, la sangre comenzaba a hacer un charco en la tierra a su alrededor y Mia estaba consciente de que esa sería la última vez que lo iba a ver. — ¡Nos vamos a ir juntos, me prometiste que todo iba a estar bien! — estaba llorando desesperada — ¡Por favor levántate, Giovanni yo también te amo! — ya no tuvo respuesta, Giovanni estaba muerto, sus ojos habían perdido el brillo y su rostro ya no reflejó nada. Mia escuchó el rechinar de los frenos y cuando alzó la vista las camionetas iban en reversa, fue un golpe de mala suerte que el chofer viera por el retrovisor y aquello hizo que se detuviera de inmediato porque tenían lo habían ido a buscar, casi se les escapa de las manos; Mia tomó la pistola del hombre mientras sentía un golpe de rabia subir por su cuerpo pues acababan de quitarle a alguien muy importante en su vida y sin pensarlo comenzó a disparar haciendo que las camionetas perdieran ligeramente el control en medio de la carretera pues no eran blindadas, los secuestradores iban muy confiados de que solo iban a encontrar una camioneta, un guardaespaldas y el objetivo por el que les estaban pagando, pero Mia no era cualquier chica, por algo le gustaba pasar tiempo con Giovanni y es que el hombre le enseñó a defenderse, a luchar y a usar armas de fuego, Mia no estaba dispuesta a dejarse atrapar porque él dio la vida por su seguridad y ella iba a aprovechar eso.

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