Planes, cenas y más (1era. Parte)

1850 Words
El mismo día Londres Anna Negociar es un arte que se aprende sobre la marcha. Requiere perspicacia, audacia, paciencia, leer las señales y sobre todo conocer las debilidades de tu oponente. No puedes permitirte ser ingenua, creyendo que tu oponente aceptará tus propuestas sin resistencia, porque en este juego, cada concesión es vista como una señal de debilidad, y nadie quiere mostrar vulnerabilidad en el implacable mundo de las finanzas. Imagina que estás jugando al ajedrez, anticipando cada movimiento del adversario, preparándote para contrarrestarlo con un golpe maestro. Y si tu oponente es una mujer, el desafío se intensifica aún más, porque su mera presencia despierta el orgullo masculino, exigiendo que los hombres salgan victoriosos. Por eso, debes avanzar con cautela, estudiando cada aspecto de su entorno, cada señal en su mirada y cada inflexión en su voz. Solo así podrás superar los obstáculos y alcanzar la victoria en este intrincado juego de poder y estrategia. Morgan es un libro abierto con demasiados puntos vulnerables, como sus vicios y su mala relación con su suegro, ese fue el motivo para elegirlo como mi entrada para colarme en su entorno, aunque pensé que se tragaría su orgullo masculino y aceptaría mis condiciones sin dar mucha batalla, no fue así. Salió con un pedido extraño para cenar en el club de yates, entonces era la hora de ceder, ¿Qué podía perder asistiendo a la cena? ¡Nada! Aunque él creyera lo opuesto. Sin embargo, había cierta inquietud por la mirada esquiva de Jeff, anunciaba que esa velada era una emboscada. Aun así, como una buena jugadora, acepté el desafío, aunque antes decidí regresar a mi oficina para asegurarme de tener todos los frentes cubiertos. En fin, en este instante, mis tacones resuenan en el piso, marcando cada paso con determinación mientras atravieso los pasillos. El eco de los saludos de los empleados se mezcla con el zumbido de mis pensamientos. Avanzo con la cabeza alta, con una pose que oculta cualquier rastro de duda o vacilación, hasta llegar a mi oficina. Con un empujón, abro la puerta y dejo caer mi bolso en el sillón, sumergida en un mar de reflexiones. Pero antes de que pueda sumergirme por completo, Greg hace su entrada, su rostro impregnado de curiosidad. –¿Cómo te fue con Morgan Mitchell? ¿Cuándo tomarás posesión del cargo de presidenta de Marshall & Marshall? –pregunta con urgencia, y su mirada ansiosa me atraviesa mientras me acomodo en el sillón. –No puedo decir que la reunión haya sido un completo fracaso, pero tampoco un éxito rotundo. Todavía estamos en negociaciones. Y en cuanto a la presidencia, no me interesa en lo más mínimo. Es solo una herramienta para conseguir mi venganza contra Morgan –respondo con frialdad, notando cómo la frustración se refleja en el rostro de Greg. –Anna, aún estás a tiempo de detener todo esto. Incluso puedo encargarme de resolver el asunto de Marshall & Marshall. Podría liquidar la empresa en un par de días y recuperar tu dinero. ¿Qué me dices? –propone, pero mi respuesta solo despierta una sonrisa retorcida en mi rostro. –¡Por favor, Greg! Sabes que el dinero no me interesa. No me importa perder unos cuantos millones de euros si eso significa tener a Morgan y a los demás en la palma de mi mano. Quiero verlos sufrir, suplicar clemencia, quitarles su maldita tranquilidad y golpearlos donde más les duele. Y si no es a través de Marshall & Marshall, encontraré otra forma de infiltrarme en sus vidas –mi voz suena fría e irritada mientras observo cómo su rostro se tensa por mis palabras. Greg parece aferrarse a la esperanza de que pueda dar marcha atrás en mi decisión, pero no es una alternativa, sé que tarde o temprano tendré a esos tres cabrones en mis manos, devolviéndoles un poco del daño que han hecho. –¡Demonios, Anna! –gruñe, su rostro reflejando su frustración. Pero yo me limito a responder con una mirada impasible. Me levanto de mi asiento, me acerco al escritorio y levanto la carpeta que contiene la información sobre los tres malditos, comenzando a hojearla con determinación. –¿Qué has descubierto sobre el hijo de Blake? ¿Hay alguna novedad sobre Arnie Simons? –pregunto con calma, pero con un deje de incertidumbre en mi voz, encontrando su mirada verde con la mía. –¡Eh…! –Greg titubea, nervioso, y se agarra el mentón con gesto ansioso ante mi mirada penetrante. –Esa indecisión tuya es lo que te ata en muchos aspectos. Tu conciencia tiene más sótanos de los que imaginas, y por eso yo tengo un imperio mientras tú sigues siendo solo un ejecutivo. Yo dejé de ser débil y me volví pragmática, porque en un mundo tan despiadado como el de las finanzas, debes dejar de lado tu corazón. Ahora, dime, ¿qué has averiguado sobre el chico? –declaro con firmeza, cuestionando con dudas mientras frunzo el ceño. Suelta sus hombros, resopla y finalmente responde. –David Adams es un tipo con el ego por las nubes dado su título noble, un idiota que se cree mejor que su padre. Trabaja en las fundaciones que auspician su familia y su pasión son los caballos, hasta el punto de participar en competiciones ecuestres. En cuanto a Blake, sigue de viaje en Escocia para un encuentro con la realeza británica, mientras que Arnie está cubriendo un evento para su revista en París –informa Greg, y asiento con la cabeza, con el ceño fruncido en gesto pensativo. –Investiga dónde entrena el chico. Luego, programa una clase de equitación con algún entrenador del lugar para mí. Si es posible, que coincidan los horarios. Quiero conocer al hijo de Blake y quizás pueda convertirme en su amiga– digo con un tono frío y me clava su mirada de reproche. –¡Anna! El muchacho puede ser un imbécil, pero no es culpable de lo que haya hecho su padre, piénsalo bien– reclama y mi rostro se comprimí. –No te pedí tu opinión, y si no puedes mantenerte imparcial da un paso a un costado, porque no quiero tener una consciencia martillándome por hacer justicia. Ahora necesito privacidad, déjame sola– bramo con mi voz rabiosa y tuerce la boca, pero termina abandonado la oficina. Unas horas más tarde Tras unas horas inmersa en el trajín de la empresa, regresé exhausta a mi departamento, ansiosa por refrescarme y prepararme adecuadamente para la ocasión. La reunión en el club de yates no requería el típico atuendo ejecutivo; debía deslumbrar con un estilo acorde a la exclusividad del lugar, donde la élite de la sociedad londinense se congregaba. Opté por un vestido azul marino que se deslizaba hasta el suelo con elegancia, su escote en V añadía un toque de sensualidad discreta. Lo acompañé con una chaqueta de terciopelo, un collar statement para resaltar mi cuello y un bolso de mano, completando el conjunto con unos tacones altos en tono nude. Para el maquillaje, tonos neutros realzaban mi rostro, mientras que mi cabello recogido en un elegante peinado con suaves ondas completaba mi look. Después de estacionar mi auto en la entrada principal, soy recibida con cortesía por el chico del valet, quien abre la puerta en un gesto de caballerosidad. Dejo que mis pies me lleven al exterior, entregando las llaves con un gesto rápido y avanzando hacia la entrada principal. Contemplo la fachada lujosa del club, que se alza majestuosa junto a un pintoresco muelle bordeado de yates y veleros que desbordan ostentación. No permito que la grandiosidad del lugar me intimide; camino con porte altivo y mirada impasible, como si perteneciera a ese mundo de lujo y exclusividad. Con paso seguro, ingreso al vestíbulo, donde soy recibida por uno de los empleados. –Buenas noches, señorita. ¿En qué puedo ayudarle? –saluda el hombre con cordialidad, y yo le respondo con una sonrisa afable. –Buenas noches. Soy Anna Jacobs, tengo una cena con el señor Morgan Mitchell. ¿Podría indicarme cómo llegar a su mesa? –pregunto con voz inquieta, mientras escudriño el lugar con la mirada. El hombre muy amablemente me orienta para llegar a la zona del restaurante, sigo unos pasos cuando me anuncio con la anfitriona, quien me lleva a la mesa, pero para mí malestar aún no ha llegado Morgan, obligada pido una copa de champagne para aplacar mis nervios. Quizás llegué un poco antes de la hora pactada empujada por mi propia ansiedad, porque no quiero creer que fue un juego cruel para dejarme plantada, ¿Qué ganaría Morgan con esa actitud? ¿Fastidiarme? ¿Restregarme en la cara que no cederá a mis exigencias? Sí es así él todavía no me conoce, no sabe de lo que soy capaz de hacer cuando me enfurecen. Unos minutos después Es la tercera copa de champagne que ingiero aguardando al imbécil de Morgan, porque entiendo que puede haber contratiempos, por el tráfico, un asunto familiar, pero mi paciencia tiene un límite y es claro el mensaje que ha mandado con su falta de compromiso. Como tal con un gesto de mi mano llamo al mesero para pagar la cuenta. Doy un último sorbo a la copa, cuando escucho una voz familiar sacarme de mi letargo. –Mis disculpas por el retraso Anna, lamento haberte hecho esperar, pero llegué, charlemos de nuestro asunto. ¡Por favor! –se disculpa Jeff con su rostro afligido, en cambio le doy una mirada profunda, cuando regresa el mesero interrumpido sus palabras. –Señorita su cuenta– interviene el muchacho y Jeff abre los ojos de par en par. –¡Anna! No te puedes marchar sin oírme– señala con su voz cargada de urgencia, p**o la cuenta mientras me incorporo de mi asiento sin prestarle atención. –Lo estoy haciendo Jeff, me marcho. Sí tu jefe quería negociar conmigo debió haber llegado hace quince minutos, pero no lo hizo, en su lugar apareces tú, ¿Acaso te envió hacer el trabajo sucio? ¿Es eso? –sentencio con mi voz irritada, cuestiono con dudas y su cara de malestar lo dice todo. –Ya no importa, se entenderán con mis abogados– agrego con firmeza y avanzo unos pasos sintiendo cada fibra de mi ser consumida por la rabia y la frustración. Me abro paso entre las mesas del restaurante todavía con la cabeza hirviendo y reclamándome por ingenua, por creer que este cabrón podría tener un ápice de inteligencia y compromiso, pero olvidé que es un gusano traicionero. Así llego al lobby con mis tacos retumbando sobre el mármol, pero antes de cruzar la puerta una mano la detiene y ruedo mis ojos observando a Jeff con su rostro inquieto, su respiración alterada. –Anna no te vas de aquí sin escucharme, porque si no me equivoco te interesa resolver el tema de Marshall y Marshall por ti misma, no quieres involucrar a tus abogados como amenazas– exclama con su voz entrecortada y me deja sumida en mis pensamientos.
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