Volar es algo que siempre me ha dado miedo. No sé desde cuándo, pero cada vez que tengo que tomar un avión, tengo la sensación de que algo saldrá mal. La peor parte para mí es el despegue y Cinthia lo sabe, por eso, toma mi mano cuando el avión comienza a moverse. Yo cierro los ojos fuertemente, dándole un apretón durante unos minutos. Solo cuando estamos en el aire, la suelto y vuelvo a abrirlos para mirar por la ventana.
La noche se ve iluminada por las luces de Londres que quedan tan distantes, lejanas en el suelo.
Cinthia y yo vamos en los cómodos y sendos asientos de primera clase que tiene el jet privado de mi padre, el señor Francesco Borja, reconocido magnate de los negocios en Italia y gran parte de Europa. A parte de este jet, estoy segura de que tiene otros, igual de cuidados: asientos de piel, un área de comedor y la cabina del piloto, hacen que cualquier amante de los viajes, se sienta en el paraíso.
—¿Para qué crees que tu padre te quiere devuelta? — pregunta Cinthia dando un sorbo de champán que ha traído la azafata.
Añadido a eso, una bandeja de caviar reposa sobre lo mesa, junto a pan tostado, propio del gusto exquisito de mi papá. Yo me giro para ver hacia atrás, donde Petro lee un libro en un asiento igual de cómodo que el nuestro.
—No lo sé, Cin — le dirijo la mirada a ella — No tengo la menor idea de este cambio repentino y dudo mucho que sea para comer uvas y esperar el año nuevo juntos.
—Quizás quiera cambiar… Ya sabes, recuperar todos los años que han perdido por su trabajo.
Verdaderamente aprecio su intención, pero dudo mucho de su hipótesis. No recuerdo la última vez que estuve en mi casa en Italia, por ende, esta orden de regresar, me tiene totalmente en ascuas.
No le doy más vueltas y me relajo lo más que puedo en el asiento, donde caigo rendida a los pocos minutos. El viaje solo dura dos horas, pero parecen ser dos segundos cuando Cinthia me remenea el hombro para indicarme que ya vamos a aterrizar.
—¿Tan pronto? — me seco la baba que se me ha salido con el dorso de la mano.
—¿Babeando otra vez? — se ríe de mí, a la vez que se abrocha el cinturón.
—Ya sabes que eso es señal de que duermo muy bien.
Me ato el cinturón y repetimos el proceso una vez más para estar de regreso en mi tierra natal, luego de muchos años ausente. Aterrizamos en una pista privada, donde un auto lujoso nos espera.
—¿Irás directo a tu casa? — le pregunto a mi amiga, mientras se cuelga su bolso del hombro.
—Sí, estoy ansiosa por ver a Nona — una sonrisa sincera se le planta en la cara.
Asiento y salimos del avión. Petro toma las maletas y las coloca en la guantera, luego se sienta en el asiento delantero, junto al conductor y Cinthia y yo ocupamos la parte de atrás. Su maleta es tres veces más grande que la mía, porque ella siempre anda preparada. Hoy se ha puesto unos jeans negros muy ajustados, con una blusa también negra y botas de tacón, parece ser una súper estrella, siempre glamurosa. Yo voy un poco más sencilla, tengo unos jeans azules, unas Convers blancas y una blusa blanca también, junto a una chaqueta de cuero negra para el frío.
No he traído mucho porque todavía no sé el propósito del viaje y en caso de ser necesario, tengo una tarjeta de crédito a mi disposición para comprar todo lo que quiera. ¿Qué mejor lugar para ir de compras que Roma?
Desde el interior del vehículo, paseamos por las calles de la ciudad, y yo lo contemplo embobada, feliz de haber regresado. Solo es estar aquí y ya me siento diferente: como en casa.
—Signorida Merluzzo, hemos llegado — anuncia el conductor cuando se estaciona en frente de la mansión de mi amiga.
—Grazie. ¿Segura que no quieres entrar, bella? — me pregunta en inglés y yo niego con la cabeza.
—Quiero ir a casa también, he estado mucho tiempo lejos y ansío ver a mi padre.
Le sonrío y me despido con dos besos, para luego verla marcharse con elegancia.
Retomamos la marcha y yo sigo hipnotizada por las cosas que veo, lugares que siempre han estado ahí, marcando la edad de la ciudad y otros que nunca había visto. Observo todo con ojos de turista, disfrutando del panorama, la combinación perfecta entre lo antiguo y lo nuevo. El chofer se detiene en una estación de gasolina, él y Petro se bajan a reponer el combustible y yo me desmonto para ver la pequeña tienda que está al frente. El lugar parece ser una tienda de discos, toda una reliquia en un mundo monopolizado por YouTube.
—¿A dónde va, signorina? — Petro hace ademán de seguirme y yo lo detengo.
—No, no. Solo voy a mirar, no hace falta que me acompañes.
Él asiente y yo cruzo la calle con cuidado. Tengo un tocadiscos en casa que solía usar cuando era pequeña, así que me hace mucha nostalgia volver a escucharlo, en caso de encontrarlo. Entro a la tienda y algunas pocas personas revisan los estantes. Yo opto por las bandas de rock y me emociono muchísimo al enterarme que puede que haya alguno de Queen.
Me apresuro a inspeccionar la pila de discos, mis dedos dan con lo que busco, pero en mi afán, no me había percatado que alguien también lo ha tocado primero que yo.
—Perdonami, bella — una voz masculina me pide perdón en italiano.
Levanto la mirada y veo que se trata de un joven, de algunos veinte años, de cabello oscuro, alto y ojos claros, de un color muy llamativo, no sé si grises o verdes. Trae puesta una sudadera gris una o dos tallas más grande que la suya, pero se ve que es musculoso a pesar de eso. Inmediatamente me ruborizo.
—Creo que lo vi primero — me defiendo y él sonríe.
—¿El último disco de Queen y crees que lo dejaré ir tan fácil?
Su sonrisa hace estragos en mi vientre, porque siento el aleteo de cientos de mariposas en mi interior.
—¿Jugamos a cara o cruz para ver quién se queda con él? — pregunto mordiéndome el labio con timidez.
Lo siguiente que pasa no me lo esperaba: se inclina desde el otro lado del pasillo y me susurra al oído:
—Déjame probar esos labios tan exquisitos y será todo tuyo.