La señorita Bruno explica la obra de Hamlet, el clásico de Shakespeare que estamos estudiando en la clase de literatura básica, y yo la escucho absorta, concentrada en lo que dice.
—¿Cuánto falta para que termine la clase? — Cinthia susurra en voz baja a mi lado, en italiano, como siempre hace cada vez que quiere hablar sin ser entendida por los demás.
—No lo sé, cállate o nos llamarán la atención — le reprocho.
Ella hace un mohín, pero la ignoro. Me encanta leer y esta asignatura es mi favorita de este semestre. Aprovecho al máximo todo su contenido, porque a partir de enero, empezaré a ver las materias de ingeniería, que es lo que estoy estudiando. Este es mi primer año en la universidad de Cambridge en Londres y hoy es el último día de clases, previo a las vacaciones de invierno.
Me mudé aquí con mi amiga Cinthia, a quien conocí en el internado de señoritas, donde pasé toda mi infancia y adolescencia. Mis padres me enviaron desde Italia hasta aquí. Fui educada por las monjas durante la mayor parte de mi vida y Cinthia, quien estaba en las mismas que yo, se convirtió en mi hermana de otra madre, para mi suerte la única italiana de la clase a parte de mí.
Giro la cabeza a mi alrededor y percibo que, al igual que mi amiga, todos los estudiantes tienen el mismo desinterés, ansiosos por salir finalmente en libertad. Quisiera decir que me ilusiona que termine el semestre, sin embargo, sería engañarme a mí misma. A diferencia de los demás, no me apasiona dejar de estudiar, ya que de todos modos, mis padres siempre se encargan de mantenerme lejos de casa.
El reloj en la pared frontal del salón, indica que faltan cinco para que la clase termine finalmente. Yo tomo nota frenéticamente en mi ordenador, mientras Cinthia juega con su cabello n***o y largo. A veces las personas piensan que somos hermanas porque ambas tenemos tez blanca, sin embargo yo tengo el cabello castaño claro. Ella es un poco más baja que yo de estatura, pero ambas somos de complexión delgada. Somos de la misma edad, pero a veces creo que, en vez de dieciocho, tiene diez. Tenemos un mundo de cosas en común: padres adinerados que han llenado todas sus faltas con lujos, pero, a diferencia de ella, a mí sí me gusta estudiar, porque aspiro a ser una gran empresaria, exitosa en mi carrera. Por el contrario, ella no parece tener muchas aspiraciones, más que disfrutar su vida y lo que su padre posee.
Cuando el timbre suena, todos se levantan abruptamente en dirección a la puerta, y la maestra, una señora regordeta que debe rondar en los cuarenta ya, no hace más que gritar: ¡Felices fiestas! Sin embargo, no obtiene muchas respuestas. Porque todos van con prisa.
Cinthia aguarda de pie junto a mi silla, mientras yo recojo con calma mis cosas y las coloco en mi mochila. A diferencia de los otros, no tengo prisa. Llevo toda una vida apañándomelas por mi cuenta y eso no va a cambiar esta vez.
Una vez lista, caminamos en silencio hacia nuestro dormitorio, que está dentro del mismo campus. Está oscuro y hace frío, por lo que me abrigo aún más y me pongo mi gorro blanco de lana.
—Estoy ansiosa por volver a casa. La última vez que fui, la pasé de maravilla con mi nona.
Su comentario es un poco hiriente, porque a pesar de que sus padres son tan malos como los míos, su abuela siempre la espera con amor.
—Yo no. Creo que este año me iré al caribe, a disfrutar de las playas hermosas y del calor.
—¿En serio? Todavía no entiendo cómo es que tu familia siempre está de viaje — suena confundida.
—Yo tampoco lo entiendo, pero ya me acostumbré. Este año no creo que sea diferente.
No me responde y seguimos en silencio hasta nuestro edificio. Nuestro dormitorio está en el tercer piso y suspiramos aliviadas cuando nos resguardamos del frío al entrar. Subimos los escalones de dos en dos y al llegar a nuestra habitación un hombre desconocido espera apoyado junto a la puerta.
Ella y yo nos miramos rápidamente, sospechando de inmediato de aquel sujeto. Es calvo, va vestido con traje y corbata negra, camisa blanco y zapatos de vestir. Debe rondar en los cincuenta ya, pero no me confío de su aspecto, porque los asesinos no llevan un letrero en la frente que los anuncie. Cinthia me mira con temor, siempre contando conmigo para que la proteja.
—Buenas noches. ¿Qué se le ofrece, señor? — le pregunto en inglés con acento británico, propio de haber pasado más de diez años aquí.
—Signorina Borja. Mi nombre es Petro, he venido de parte del suo padre — me responde en italiano.
Lo miro sorprendida porque nunca lo había visto en mi vida y la última vez que hablé con mi padre fue hace cerca de un mes, cuando me informó que me había depositado para los gastos del mes.
—¿Y exactamente para qué te ha enviado mi padre? — me cruzo de brazos esperando una explicación.
—Me ha ordenado llevarla de regreso a Roma — contesta sin más.
Hago un gesto de confusión porque simplemente no le creo. Lo primero es que mis padres se han encargado de mantenerme alejada siempre que han podido y las pocas veces que he acertado a volver durante todo este tiempo, nos hemos ido de viaje a otro lugar. Ahora, de la nada, quiere que vuelva y me envía a un tipo totalmente extraño para que regrese con él. De verdad que es una idea descabellada.
El tipo lee mi expresión y sonríe.
—Quizás no se acuerde de mí, signorina, pero yo solía cuidarla cuando usted era más pequeña.
Lo miro con los ojos abiertos, pero no le creo, ya que recuerdo muy poco de mi vida en Italia.
Tomo mi teléfono y marco el número de mi progenitor.
—Papa… — pronuncio en italiano.
—Amore mio, ¿Has visto ya a Petro? — pregunta a modo de saludo.
—È vero, allora? — le pregunto si es cierto todo esto, porque no lo termino de creer.
—Sí, ha llegado el momento de que regreses.
—¿Por qué?
—Cuando vengas, lo sabrás.
Me cuelga sin decir nada más y yo me quedo atónita. Doy media vuelta y miro a Cinthia, quien se ha quedado tan pasmada como yo.
—Voy a acompañarte a Roma.