Hay eventos en la vida que te marcan para siempre, de esos que te pasan una vez, pero que nunca logras borrar de tu memoria, porque se quedan anclados a tu mente y el día que menos lo esperas, surgen, desatando lo que creíste que no revivirías nunca más. Ese es el caso de mi primer día de clases en la secundaria en el internado de señoritas de la ciudad de Londres. Estaba ya cercana a cumplir mis trece años, estábamos a finales de septiembre y ya el clima comenzaba a cambiar. Eran cerca de las dos de la tarde, y estaba en clase del señor Adams, un monje que nos daba Biología y que usaba una tablita de madera para golpear a cualquiera de las niñas que se atreviera a romper el perfecto orden de la clase. Cinthia no estaba junto a mí en la mesa que me habían asignado, sino que, como era ya