Bienvenida.

1677 Words
Tras abrir la puerta, un olor familia me inunda las fosas nasales. No estoy segura de lo que es, pero huele como a canela, si no me equivoco, impregnado en todo el lugar. El calor de la casa me abriga en contraste del frío que hace afuera y mis ojos contemplan, con añoranza, todo el espacio que hay a mi alrededor. Es como si nunca me hubiera ido y las cosas, sin importar todo el tiempo que estuve fuera, no hubieran cambiado en lo más mínimo. La sala de estar sigue con la misma indumentaria con que la dejé: un enorme sofá rojo llena el espacio, el mismo en el que solía jugar. La chimenea de siempre está encendida y es lo que mantiene calientito todo el espacio. En la pared encima del hogar, un enorme cuadro a blanco y n***o, tiene la foto de mis padres cuando se casaron y sonrío al verlo. Ambos, a penas en la flor de su juventud se ven felices, pletóricos y enamorados. Lo demás tampoco ha sufrido cambios. Mismo color en las paredes, una especie de gris muy pálido. Suelo de baldosas blancas. Algunas fotos aquí y allá mías en los primeros años de mi vida. Y para mi sorpresa, lo único distinto en todo esto es que hay muchas más fotos mías de las que recuerdo. En la pared izquierda, enmarcadas en cuadros de diferentes tamaños, hay fotos mías que forman, en resumen, una especie de biografía visual con todos los eventos que he pasado desde que me fui al internado. ¡Vaya! No me esperaba esto, porque sé que mis padres me aman, al menos, en teoría. Sin embargo, nunca logré comprender la razón para mandarme tan lejos y ahora, al ver este mural, siento muchas emociones encontradas que no logro descifrar. Todavía procesando este gesto tan peculiar y a la vez tan tierno, me sumerjo en la casa, en busca de mis progenitores. Se supone que me esperaban y que me han traído sin previo aviso, por lo que deberían de haber aparecido ya, aunque, conociéndolos, que se hayan ido de vacaciones hoy mismo y sin avisar, es algo que no me sorprendería en lo más mínimo.   —¿Mamma, pappa? Sono qui — llamo en italiano, avisándoles que ya estoy aquí. Voy al comedor, pero no hay nadie. Ni siquiera veo a los sirvientes, pero siendo ya las diez y media de la noche, lo más seguro es que ya se hayan retirado a descansar. La cocina también está vacía, impoluta, eso sí y me percato que esto sí ha cambiado, ya que ahora cuenta con electrodomésticos de lujo que no estaban en mis tiempos. Regreso a la sala, y contemplo las elegantes escaleras del lado derecho, la baranda dorada reluciente me invita a subir al segundo piso. Lo pienso un instante, pero antes decido ir al despacho que está en la biblioteca, segura de que me encontraré a mi padre allí. Siempre le ha gustado trabajar hasta tarde, así que me llevo de mi instinto.   —Toc, toc — llamo a la puerta despacio.   No espero respuesta, sino que entro asomando la cabeza despacio, esperando encontrármelo sentado en su escritorio, como lo hacía cuando era niña. En ese momento, me doy cuenta de lo mucho que lo he extrañado… La habitación está a oscuras, pero tan pronto entro, la luz se enciende y no doy crédito a lo que ven mis ojos. —¡Sorpresa! — un coro de voces grita al unísono y yo me quedo perpleja, anclada junto a la puerta. De todas las cosas que podría esperar, una fiesta de bienvenida no ocupa lugar en la lista, sin embargo, acá está mi familia, tan excéntrica como siempre. La biblioteca es mi lugar favorito de la casa, porque aquí pasaba horas enteras en mi niñez, disfrutando de los libros que están aquí. En el fondo hay un estante que llega hasta el techo, repleto de los tesoros que mi padre y yo hemos ido acumulando. Del lado derecho, está el escritorio de mi padre con su ordenador y algunos libros que lleva, ya que él es de la vieja escuela y le gusta tener todo en papel. El espacio lo han decorado con un letrero precioso de letras doradas que pone: Welcome Home  Bienvenida a casa. ¡Vaya que es una bienvenida! Mi mamá es la primera en acercárseme. Tiene un vestido n***o, ceñido al cuerpo y con un escote recatado. Se ve asombrosa y nadie creería que está ya en sus cuarenta. Su pelo suelo y ondulado aún con sin canas y con el labial rojo pasión parece una modelo de revista. —Mia figlia — me envuelve en sus brazos y es el lugar más cálido del mundo. Hace casi un año que no la veía, desde que ella y mi padre me visitaron en Londres. —Mamá… — nos fundimos en un abrazo tierno, yo aspiro su aroma, tan delicioso como siempre. Siento que mis ojos se llenan de lágrimas, ella ya está llorando y me doy cuenta que ella me extrañaba también. Eso me reconforta, ya que, aunque soy su única hija, he dudado muchas veces de su amor. Duramos mucho rato así, el tiempo suspendido mientras nos decimos tantas cosas en ese abrazo. Alguien nos interrumpe, y veo a mi padre, que aguarda impaciente por abrazarme también. Bueno, todos los presentes desean lo mismo y aunque reconozco a la mayoría de los rostros, hay otros que no logro identificar del todo. —Amore — me besa papá con cariño mientras me abraza, levantándome del piso como cuando era niña. Suelto una carcajada, feliz de poder estar aquí de nuevo. Él si tiene algunas arrugas junto a los ojos que dejan ver, aparte de sus años, lo mucho que ha trabajado. Su pelo un poco largo, peinado hacia atrás, tiene una que otra canita, pero a mis ojos sigue estando tan guapo como siempre. Solo tiene una camisa blanca y pantalón n***o, sin chaqueta ni corbata. Me baja y yo lo miro embobada. —Te he extrañado tanto, papá. —Lo sé, cariño. Yo también. Sostiene mi rostro con ambas manos y me besa en la frente. Mi mamá nos contempla embelesada y sí, sé que es más cursi de lo que pude haber imaginado, pero no me importa. Estoy feliz de estar en casa. —¿Acaso piensan quedarse ustedes solos? — una voz rasposa nos interrumpe y me giro para ver a mi abuelo paterno, quien está aquí también. —¡Nono! — corro a abrazarle con cariño. Mi abuelo Doroteo ha sido la fuente de afecto perpetua en esta casa. Es el padre de mi padre y tiene que haber cumplido ya los setenta y pico, pero sigue igual de fuerte que siempre. Erguido como un trinquete, tiene el pelo blanco, por completo. Su cara, ya marcada de arrugas por el tiempo, no han logrado mermar su espíritu firme. Mi madre dice que me parezco mucho a él, porque soy decidida y obstinada en mis decisiones. Testaruda como los Borja. Esa era la frase que solía usar cuando no quería ceder de niña en mis elecciones. Lo saludo con cariño, porque soy la nieta mayor que tiene. ´ —¡Bianquita! Pero mira cuánto has crecido — me da un beso sonoro en la mejilla. —Qué va, nono, sigo siento tu niña — le digo riendo. Luego, paso a saludar a todos los presentes, quienes me reciben con cariño. Mi tío GianMarco es el hermano mayor de mi papá y verlo es como viajar en el tiempo y ver cómo será mi padre dentro de cinco años. Son sumamente parecidos. Junto a él, esta su esposa Fior, una rubia delgada de ojos café que lo que tiene de bonita lo tiene de pesada. Nunca hemos hecho muchas ligas, sin embargo, la saludo con cortesía porque pesada no soy. Su hijo Franco, es mi primo mayor y es la réplica de su madre físicamente, con el carácter de su padre, todo un amor. —Bianca, qué bueno es tenerte de vuelta — me abraza con cariño. —¡Mírate! Eres todo un galán. Debes tener muchas pretendientes detrás — me burlo de él, mientras le pellizco un cachete. Es súper alto, y muy apuesto. A sus veintitrés años, ya es todo un hombre. —Qué va, qué va — dice con una sonrisa de yo no fui. Por último, mi prima Alicia que es de mi misma edad y parece gemela de GianMarco, pero versión femenina. Ella, a diferencia de su padre y hermano, por lo visto se ha inclinado por la personalidad de su madre.   —Bianca, querida… — me da dos besos sin tocar mis mejillas. —Hola, Alice. Qué bueno verte de nuevo — la saludo con cortesía, segura de que con esta tampoco tendré mucha cercanía.   Hay otra chica en la habitación que no conozco. Tiene el pelo rizado, color café. Tiene un cuerpo de infarto, que incluso yo, que no me gustan las mujeres, lo noto. Tiene un lunar junto a su boca y va vestida con un atuendo un tanto provocativo, dado que es una fiesta familiar. Miro a mi padre en busca de una respuesta. ¿Y esta quién es? Pregunto con los ojos. —Cariño, esta es la señorita Conti, es una buena amiga de la familia — mi padre la presenta. —Es la asistente de tu padre — mi mamá tercia con gesto agrio. Yo abro mucho los ojos. ¡Oh, oh! Por lo visto hay gato encerrado aquí. —Beatriz, mucho gusto — me da la mano con una sonrisa falsa y yo la saludo con un gesto de cabeza. Ya me contará mi madre qué es lo que se traen entre ellos y la chica curvas.   —Bueno… ¡Qué empiece la fiesta! Mi nono pone algo de música y me invita a bailar al centro del salón. Yo acepto complacida, festejando junto a él y los míos que, finalmente, he vuelto a casa.
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