Lo condujeron a un suntuoso dormitorio en el segundo piso, y comprendió que la Duquesa estaba decidida a impresionarlo. Jenkins, su valet, que había estado con él muchos años y que fue también su asistente en el ejército, ya había abierto el equipaje y lo estaba esperando. Cuando el Marqués se quitó la chaqueta de montar, se volvió hacia su sirviente. —Y bien, Jenkins, ¿qué piensas de este lugar? —No me gusta, milord. —¿No te gusta? ¿Por qué no? —Aquí hay algo, milord que no es como debía ser. El Marqués lo miró con asombro. —¿Por qué piensas eso, Jenkins? Comprendió al decir eso que en verdad quería conocer la opinión de su valet. Jenkins tenía un agudo sentido común, que había representado una gran ventaja, no sólo en la guerra, sino en la paz. No era un hombre que se escandal