—Lo sé, milady, pero nadie puede prevenir una enfermedad y puedo asegurarle que esa chica está muy enferma. —¡Lo estará todavía más cuando haya terminado con ella!— exclamó la Duquesa. Habló en forma tan siniestra que Deborah se estremeció y el ligero e instintivo movimiento que hizo atrajo la atención de la Duquesa. Se volvió a mirarla y dijo con una voz que temblaba todavía de rabia: —En cuanto a usted… puede volver y decirle… De pronto se detuvo y a Deborah le pareció que sus ojos se empequeñecían y que, bajo los párpados verdes, temblaban como los de un tigre. Deborah se estaba diciendo en aquel momento que había fracasado de manera lamentable en su misión. Había sido una tontería venir aquí, pensó, y esperar piedad de una mujer que se expresaba en aquella forma violenta y desagr