Pasado

1664 Words
Se levantó sobre sus brazos para observarla perdida en su orgasmo, un deleite del que se sabía era el portador, y la haría disfrutarlo hasta la última gota que pudiera proporcionarle. Amaia regresó de su travesía, sus ojos grises se fijaron en los verdes, que estaban maravillados y a la vez lujuriosos, desesperados por continuar dándole placer -¿Lista? –La rubia abrió los ojos con sorpresa, el corazón se disparó aceleradamente otra vez ¿Lista? ¿Lista para qué? Y en ese momento se hizo consciente de lo que acababa de suceder. Sus temores, sus antiguos fantasmas, monstruos e inseguridades la recorrieron, apropiándose de su mente y cuerpo. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas –Preciosa, ¿qué sucede? –Daniel se alarmó, pero no obtuvo respuesta. Salió de ella con lentitud, para sentarse y acomodarla en su regazo, en un abrazo reconfortante –¡Sshh! Tranquila –Repetía una y otra vez, mientras se mecía con ella en brazos, escuchándola sollozar. Los antiguos días de preparatoria aparecieron por sus recuerdos. Su cuerpo prácticamente plano, del que la hacía sentir invisible a la mirada del sexo opuesto; aunado a su aspecto y actitud estudiosa, repelía al resto de las personas. Todo su primer año había sido una visión quimérica en la imaginación de alguien; hasta aquella tarde de verano, en la que el segundo año escolar comenzó. Y en ese momento de retrospectiva, se dio cuenta del cliché que representaba ese fragmento de su vida. La primera clase de educación física, en la que el profesor la obligó a usar un uniforme deportivo. Un conjunto que les demostró a sus compañeros de clase, que su cuerpo había cambiado demasiado, y eso fue lo que hizo que le prestaran atención. El chico de caballo n***o azabache, del cual ni siquiera quería que su nombre pasara por sus pensamientos, se había presentado con amabilidad ante ella, caballeroso, respetuoso; haciéndola enamorarse de él, y lo que eso representaba: desestimar cada uno de los rumores que escuchaba acerca de su historial con las mujeres. Sin embargo, las únicas palabras que escuchó, fueron las de la… Apretó los ojos con fuerza, porque iba a utilizar palabras despectivas en contra de la chica que la salvó. Ruth. Aún recordaba sus venenosas palabras: -No me interesa si me crees o no –El tono peyorativo, lleno de desprecio de la chica de cabello n***o la hizo sentirse amenazada –Te lo digo porque estoy sumamente harta de que esté saliendo todo el tiempo contigo – -¡Ya lo dijiste, solo estás despechada! –Amaia dijo sin miramientos, a lo que Ruth le dio una expresión de fastidio. -¡Eres unas estúpida hecha y derecha! Kayle está jugando contigo, eres una maldita apuesta, ¿sabes por qué? –La rubia se cruzó de brazos y estaba a punto de decir algo pero la pelinegra se adelantó –Porque toda la escuela sabe que eres virgen –Las últimas palabras le aceleraron el corazón; se sintió expuesta, humillada, herida –Y para que una mojigata, ilusa como tú caiga, hay que enamorarla. Nada más que Kayle es mío, y estoy harta de que MI-NO-VIO esté dándote inmerecidas atenciones, así que te daré las pruebas que necesitas. Ya te dije, no tienes que creer en lo que te digo, simplemente ve mañana a las gradas, en el quinto período - Ruth la dejó con rapidez -¡Estúpida! –La vio alejándose y alcanzó a escuchar que seguía maldiciéndola. Amaia permaneció inmóvil, tal como la pelinegra la había dejado. No era que desconfiara de Kayle, incluso consideró no aparecerse en las gradas; sin embargo, sabía que la única manera de deshacerse de Ruth y reafirmar su confianza en el chico, sería asistiendo. A la distancia, vio a la pelinegra caminando por las gradas, hacia el grupo de chicos donde estaba Kayle. Comenzó a caminar en esa dirección, y pudo ver que Kayle hacía una expresión de fastidio, cuando uno de sus amigos le informó que Ruth se estaba acercando a ellos. Los vio hablando, a Ruth tomarlo de la mano, para terminar guiándolo hacia debajo de las gradas, donde ella debía encontrarse con ellos. A pesar de todo, un nerviosismo se adueñó de ella, iba caminando con lentitud, esperanzada. Kayle estaba dándole la espalda, así que no se percató que ella estaba ahí. Cuando Ruth la miró de reojo, elevó la voz. -¡Solo quiero que me digas cuándo te vas a acostar con ella! ¡Estoy harta de que yo esté en segundo plano! –Le dijo con tono molesto, provocando el mismo sentimiento en Kayle. -¡Ya te dije que te mantengas fuera de esto Ruth! ¡No es tú maldito problema! –Respondió con un tono de advertencia. -¡Sabes que yo te puedo ayudar para ganar la maldita apuesta! –La pelinegra intentó acercarse, pasar sus brazos por el cuello del chico, pero él la tomó de los hombros, frustrado. -¡No sé cómo hacerte entender que esto es algo que tengo que hacer yo solo! ¡Toda la mierda de regalarle cosas, salir con ella y desvirgarla es cosa mía! Así que… –Amaia abrió los ojos tras escucharlo, incluso dio un par de pasos hacia atrás, incrédula. Porque cada atención, cada caricia tenían un único fin, uno egoísta, malicioso, traicionero. Y él no negó ni una sola palabra. La sonrisa de victoria que le dedicó Ruth, se quedó incrustada en su memoria, jamás la olvidaría. Fue esa sonrisa la que la delató, haciendo que Kayle se percatará de su presencia y el infierno se desatara. Gritos en medio del llanto, golpes en medio de un abrazo que para ella carecía de sentido, y las frases que menos quería creer continuaban intactas en su cabeza: -¡Ruth no es mi novia! ¡Amaia, por favor, creéme! ¡Realmente estoy enamorado de ti! - Pronto todo lo que había escuchado a su alrededor: los chismes y las pláticas inoportunas aparecieron; así como las actitudes sospechosas del chico; terminaron por convencerla que todo se había construido sobre falacias, y que ella había caído con un experto en el embuste. No solo lo evitó a él en los posteriores días, sino a todas las personas a su alrededor, convirtiéndola en una joven ermitaña a partir de ahí. Y ahí estaba, en los brazos de un hombre, que ya ni siquiera era popular, ni mujeriego; que estaba consolándola, dándole la atención que siempre soñó; pero que de alguna manera, la hacía sentir insegura. ¿Se iría? ¿Cambiaría su forma de ser con ella? ¿Podría enamorarse de ella? –¡Sshh! Tranquila preciosa –Ese era el castaño, confirmando sus sospechas, ella estaba dañada. -¿Te irás? –Preguntó entre sollozos, directamente. -¿Por qué habría de irme? –Y la respuesta llegó de inmediato por él mismo -¿Crees que solo quería acostarme contigo? –Amaia no respondió, se sintió avergonzada y terminó por hundirse aún más en el pecho de Daniel, que sonrió con ternura, y continuó acariciando la espalda con suavidad –Hay infinidad de hechos que deberían convencerte de que no quiero eso de ti –La rubia lo pensó por un momento, él tenía razón. -¿No puedes considerarme una compañera s****l? –Cuestionó con preocupación, una clara señal de su inseguridad, porque la última frase le pareció que él no la veía como una candidata para las cuestiones de la cama. Daniel la alejó de su cuerpo, tomándola de los hombros, y su expresión de severidad hizo juego con su tono –¡No tienes la menor idea de la fuerza de voluntad que estoy implementando para contenerme! ¡Para no lanzarme sobre ti Amaia! –La rubia abrió los ojos con sorpresa y se mordió el labio inferior. Daniel suavizó su expresión y su voz –No es por algo físico Amaia, te lo dijo hace mucho tiempo, necesitas a alguien que te sane… - -Y ese alguien… ¿Podrías ser tú? - A pesar de que lo interrumpió, habló titubeante. Daniel se recargó completamente en la cabecera de la cama, levantó el rostro y fijó la vista en el techo. Las ideas comenzarían a desfilar, pero Amaia se puso de pie, llamando por completo su atención -¡Discúlpame! ¡Debo seguir borracha para decir esas estupideces! –Cubrió con sus manos su rostro, avergonzada de haberse prácticamente declarado, sabiendo que él no le correspondía. Ella le parecía tan tierna con esas actitudes. Se puso de pie, frente a ella, para hablarle con seriedad –Amaia, eres una chica extraordinaria, yo… -Hizo una pequeña pausa -Yo te quiero mucho… - -¡Eso es suficiente para mí! –La rubia cerró los ojos al instante, apretándolos, y dio un profundo suspiro, porque se dio cuenta de que lo interrumpió de nuevo, estaba siempre adelantándose. Daniel sonrió tenuemente, producto del afecto que le tenía. Cuando Amaia abrió los ojos, Daniel tenía su vista en ella, detallándole el rostro. Tenían años viviendo juntos; no le había mentido, la apreciaba, la quería de verdad; y ella representaba cero complicaciones en una relación amorosa. El castaño, pasó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja –Intentémoslo Amaia – -¿Qué dijiste? –Preguntó estupefacta. -Intentémoslo Amaia –Con una mano tomó la de la rubia, y la otra la deslizó por la nuca, con los mechones rubios entre sus dedos -¿Quieres ser mi novia? –Lo hizo oficial. La pregunta la desconcertó por completo, abrió la boca por la sorpresa, ensimismada por la incredulidad de lo sucedido, no le dio una respuesta. Daniel se inclinó sobre ella, la rodeó con sus brazos y eliminó por completo el espacio, para unir los labios. Amaia correspondió al toque de inmediato, entregándose por completo en el beso –Lo tomaré como un sí –Susurró sobre los labios de la rubia.
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