Mala Suerte

1405 Words
-¿A dónde vas? –Y a pesar de las preguntas de indecisión, Daniel tenía una sonrisa maliciosa. De alguna manera, el que se hubieran mantenido alejados de los temas sexuales, lo habían hecho observarla. Ella era tan opuesta a las chicas con las que había estado… Tan diferente a… “ella”. Amaia estaba por tomar el pomo de la puerta para abrir cuando lo escuchó. Cerró los ojos con fuerza, casi maldiciendo por su mala suerte –El vuelo sale a las 4, voy a mi habitación para preparar la maleta –Ni siquiera se giró a verlo. -¿Podemos hablar antes? –Se sentó en la orilla de la cama, esperando porque ella volteara a verlo. -¿De qué quieres que hablemos? -La presión arterial se disparó, los nervios la había invadido de nuevo y seguía sin mirarlo. No se dio cuenta que el castaño se había puesto de pie, y ya estaba detrás de ella. -De lo que sucedió anoche –Sintió el aliento casi en su nuca, lo que hizo que su piel se erizara. Abrió los ojos con amplitud y quedó estática ante lo que estaba sucediendo. Daniel la tomó del brazo, para girarla con suavidad. Con ese sutil toque, se supo perdida. Los ojos grises se elevaron con temor hacia los verdes, que estaba fijos y con un profundo deseo surcando cada línea del iris. Permanecieron en silencio en esa posición un par de segundos, hasta que el castaño comenzó a acercarse con lentitud hacia los labios de Amaia, que cerró los ojos. La verdad era que anhelaba aquel toque, uno que había probado y que, a pesar de todos sus esfuerzos por mantenerlo presente en su cuerpo y memoria, lo había olvidado. Entrelazó los labios con suavidad y lentitud. Rodeó su cintura con sus brazos de manera delicada y la sintió entregándose en su totalidad. Hasta ese momento todo se mostró con claridad: ella realmente quería tener sexo con él. Después de todo el tiempo que habían pasado juntos, con aquella relación, finalmente sucedería. Rozó con sus manos sobre la ropa, cada parte del cuerpo que alcanzaba, mientras el beso continuaba dulce, lento. Bajó el cierre del vestido, deslizó los tirantes por sus brazos, para que cayera hasta el suelo, permitiéndole poder sentir la piel desnuda. A Amaia se le erizó la piel una vez más, tras sentir el calor de las manos sobre ella; el placer del tacto la hizo jadear sobre los labios de Daniel, y fue la señal para el siguiente movimiento. Sus manos viajaron con rapidez hasta la nuca de Amaia, para tomarla con fuerza, y sin pedir permiso, metió la lengua para saborear su interior. Ella no esperaba el movimiento, pero la hizo sentir que la deseaba tanto que no se opuso, y se unió al juego con su lengua. Se separó de ella sin previo aviso, para cargarla y llevarla a la cama, conectados visualmente en todo el trayecto. La dejó con gentileza, y se dedicó a observar su anatomía por un período de tiempo, el cuerpo que estaba a punto de pertenecerle. El conjunto coordinado de ropa interior, la describía a la perfección: discreto, recatado, fascinante, seductor. Pero en definitiva, sus dotes físicos resaltaban, haciéndola lucir deslumbrante. Una media sonrisa se dibujó en sus labios, maravillado –Preciosa – La palabra salió en una exhalación, como muestra del embelesamiento. Y la misma palabra la hizo sonreír emocionada, porque tenía un gran significado para ella. Sí, si Daniel, que había estado con muchas mujeres la consideraba preciosa, definitivamente debía creerlo. Le dio el espectáculo de su vida. Daniel comenzó a desabrocharse la camisa, botón por botón, con lentitud; bajo la mirada atenta, curiosa, y morbosa de Amaia. Los músculos seguían definidos, tal vez no como cuando estaba en la universidad, pero los había mantenido. Tenía una sonrisa de diversión, porque la rubia seguía cada movimiento que hacía, sin perderse de un solo detalle de su anatomía cuando se despojó de la última pieza de ropa. Gateó con sigilo sobre ella, como un depredador. Su boca empezó con un beso sobre su vientre, después una lamida, y así fue intercalando hasta llegar al cuello de Amaia, donde trazó un camino de besos cortos y dulces, delineando su mentón y terminar por apoderarse de su boca, en un beso más apasionado, demandante. La rubia sentía la erección de Daniel jugando entre sus piernas, una deliciosa tortura, que la hacía percatarse de la humedad que su ropa interior absorbía, pero que además esparcía con claridad sobre su piel. El castaño deslizó una mano por la cintura de Amaia, para ir subiendo por la columna en un sutil roce, hasta llegar a desabrochar el sostén. A pesar del tiempo transcurrido, seguía teniendo la habilidad, lo removió con rapidez y sin problema; para bajar igual, con un camino de besos, y probar los senos de la rubia. Los besó, los lamió y succionó cada uno, desde la base hasta el pezón erecto, brindándole a Amaia un placer que hasta ese momento probó. Los jadeos fueron constantes, lo tomó como la señal de que la estaba haciendo disfrutar. Se separó un poco del cuerpo que tenía debajo de él, para maniobrar con la última prenda, que sacó del cuerpo certeramente y sin dificultades. Sus ojos se fijaron sobre la parte derecha del vientre, donde un tatuaje pequeño y finamente delineado, formaba un atrapa sueños, que de no haber sido por las bragas, lo habría descubierto de inmediato. Retomó la posición sobre la rubia -¿Un tatuaje Amaia? –Ella se sonrojó de inmediato, haciéndolo sonreír con deseo –Te queda bien –Colocó su mano sobre la cadera, acariciando el tatuaje sutilmente con el pulgar -Tan sensual - Estaba chorreando de lo excitada que estaba, facilitándole a Daniel el encontrar la entrada. Se deslizó con lentitud, tal como le gustaba, pero pronto sintió que algo no le permitía avanzar, aunado a una reacción involuntaria en el cuerpo de Amaia. En un instante viajó en el tiempo, recordando esa sensación en su pene hace mucho tiempo atrás. Se levantó levemente sobre el cuerpo de la rubia, para poder observarle el rostro -Amaia, tengo… tengo que preguntarte algo –Tartamudeó de lo nervioso que se puso. La rubia se mordió el labio inferior. ¿Podía ser posible? ¿Podía él haberlo descubierto? Su rostro mostró la angustia que la recorría –¿Qué? – Tragó saliva y se relamió los labios, abrió la boca pero ninguna palabra salió, la cerró y la volvió a abrir, pero otra vez no dijo nada, era como si se hubiera quedado mudo. Y es que las ideas desfilaban en su cabeza: ¿era virgen? Y si así era, ¿debía él, que sabía que no la amaba, ser el primero? Recordó la noche anterior, cómo se había ofendido porque se sintió rechazada. No, no lo volvería a hacer, no la haría sentir despreciada. Y es que para ser totalmente honesto, hablando exclusivamente en el ámbito s****l, por supuesto que quería desvirgarla, porque la idea era excitante, porque la deseaba; y si no fuera porque le importaba sentimentalmente, ya estaría muy dentro de ella. Entonces decidió no preguntar y se lanzó a sus labios, en un beso sutil, apacible; mientras continuó con su ligero movimiento de caderas. Abriéndose paso con lentitud, con paciencia. Amaia alcanzó el placer corporal y mental suficiente, permitiendo a su cuerpo disfrutar y relajarse. Daniel percibió el cambio en la rubia, así que los últimos centímetros que le faltaban por entrar completamente, se hundió con fuerza en un último movimiento. Se quedó estático físicamente, mientras intentaba continuar el beso, que Amaia rompió con brusquedad, cuando arqueó la espalda y un gemido se escabulló de su boca. -¡Dios! –La profundidad fue una mezcla entre malestar y placer, que le pareció la justa medida para considerarlo agradable. Daniel permaneció inmóvil, sabía que ella necesitaba acostumbrarse a él. Solo se acercó a su oído –Preciosa, tan preciosa… -Escuchó que jadeó ante las palabras –No te reprimas por favor, quiero escucharte disfrutando –Reanudó el vaivén de sus caderas, y Amaia se dejó llevar, otorgándole lo que le pidió: sus gemidos -¡Oh deliciosa! ¡Eres una delicia! –Escucharlo sumergido también en el placer, hizo que la estimulación que estaba recibiendo se fuera acrecentando, haciéndola explotar en un placer indescriptible para ella.
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