Travesía

1213 Words
Durante los siguientes meses, el único cambio que notó en su vida diaria, fue el sexo y las muestras de cariño. Sintió las manos deslizándose por sus muslos –Daniel, vas a hacer que se me queme el jamón –La frase, que debió haber sido con tono de advertencia, fue prácticamente entre jadeos. -No es mi culpa que te veas jodidamente provocativa con mi camisa –Le habló en el oído, mientras sus manos subían y bajaban sobre la piel desnuda. Amaia cerró los ojos, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba. -No es mi culpa que hayamos amanecido en tú habitación –Quiso contraatacar ofendida, pero de nuevo no le salió. -¡Así que eso necesito para que uses mi ropa! –Dijo el castaño con tono divertido. Removió el cabello, para trazar un camino de besos sobre el cuello de la rubia, que ladeó su rostro para darle acceso –Hermosa, vamos a tomarnos el día, ordenemos comida –La giró con brusquedad -¡Deja eso! –Apagó la estufa, provocando que Amaia sonriera con diversión –Se me antojan tus labios –Sin demoras, se lanzó a su boca, para besarla, mientras sus manos seguían acariciándola –Se me antoja que esto –La tomó de la mano, para guiarla hacia su erección, y acariciar su pene fugazmente –Entre aquí –Llevó ambas manos hacia la parte íntima de la rubia. Dio una corta risa, nerviosa, apenada –A mí se me antoja que hagas eso que hiciste anoche –A Daniel se le dibujó una sonrisa maléfica al instante. La cargó a horcajadas sobre su cintura, para girarse con ella y sentarla en la repisa detrás de ellos. -Estoy para complacerte hermosa –La levantó ligeramente para remover las bragas con rapidez, la abrió de piernas y su lengua comenzó a jugar con el clítoris. Amaia echó la cabeza hacia atrás, jadeando, y sus manos se entrelazaron en el cabello castaño. Llevaban meses teniendo sexo, pero la noche anterior fue la primera vez que le hacía sexo oral, porque quería llevarla lentamente por la travesía. Daniel fue aumentado la intensidad, el movimiento, y el área; construyendo ese torbellino de placer, que hizo a Amaia alcanzar la cúspide, extasiada. Se reincorporó apresurado, para cargarla con cuidado, pero anhelante de saciarse carnalmente. La rubia ni siquiera se dio cuenta cuándo cambiaron de lugar, hasta que Daniel llamó su atención -¿Dónde mierda dejé los condones? –Estaba rebuscando en la mesita, a un lado de la cama, un tanto desesperado. -¿Cómo sabes cuándo usar condones? –Preguntó ingenuamente. -¡Ahí están malditos! –No le respondió, ágilmente recogió del suelo la ristra de sobres metálicos, y raudo se colocó uno -¿De verdad quieres saberlo? –Le contestó con otra pregunta, media sonrisa maldosa se dibujó mientras tomaba su lugar sobre ella. Entrecerró los ojos, sabía que no le iba a gustar la respuesta –Sí –Pero la intriga fue mayor. Estaba a punto de entrar, y le habló bajito en el oído –Tengo años sabiendo tú ciclo –Se deslizó con suavidad, sin permitirle a Amaia reaccionar ante la revelación. Se entregaron al placer físico, y Amaia en especial, al sentimiento que le provocaba –¡Quiero estar arriba! –Daniel maniobró, para concederle lo que pidió. Tomó una posición en la que subía y bajaba por toda la longitud del castaño, en un ritmo constante, profundo, deleitable. Y a pesar de la larga lista de mujeres en su haber, tan contadas eran las que habían hecho esa posición, que las identificaba con nombre; pero Amaia era la primera que la mantuvo, lo suficiente para que más pronto de lo esperado, el orgasmo estuviera a punto de llegar -¡Espera preciosa! – -¡No, no! ¡Un poco más! –La rubia no se detuvo, estaba extraviada en las sensaciones, a punto de alcanzar su liberación. -¡Joder! –La tomó de las caderas, levantó su pelvis para chocar con fuerza, hundiéndose con tanta intensidad un par de veces más, que logró lo que ambos anhelaban, un orgasmo avasallador. Se desplomó a un lado del cuerpo del castaño, exhausta, con la respiración agitada, casi igual que su corazón, que parecía querer salírsele del pecho. Daniel removió el condón con rapidez, para jalar a Amaia y descansara en su pecho –Hermosa, te estás haciendo muy traviesilla –Le habló con tono divertido. -¿Te estás quejando? –Le dijo fingiéndose ofendida, y se giró, quedando de espaldas a él. -¡Oh, no preciosa, para nada! –Se pegó a la espalda de la rubia, pasó un brazo por debajo de su cabeza y la otra la descansó en la cintura, mientras dejó un beso en la coronilla. -Menos mal porque… -Dejó la frase incompleta. Pasó sus manos para atrás, alcanzando el falo de Daniel, que para ese momento estaba ligeramente flácido. Y a pesar de que su respiración se acababa de regularizar, se sentía segura de lo que quería hacer. -Amaia… -La llamó con desconcierto. Usó el pene del castaño para rozarse el ano, suavemente; a la vez que ella se mecía, para brindarse placer -¡Mierda! ¿De verdad? –En un segundo la sangre fluyó ante la idea, haciendo que su pene se endureciera, agrandándose de nuevo. Pero ella no respondió, se dedicó a estimularse, hasta que sintió que el agujero iba cediendo de a poco -¡Dios santísimo! –El glande le indicó que estaba entrando, apretado, lento, humedeciéndose casi con seguridad por su líquido pre-seminal. Y aunque dejó que Amaia llevara el control, el ritmo, estaba excitado en exceso. -Tócame –La rubia susurró, rogándole, soltándolo en el proceso, porque ya estaba encaminado en la acción. No se lo pidió dos veces, eliminó el espacio entre ellos, introduciéndose por completo en la cavidad que ya estaba dándole la bienvenida; mientras su mano experta, saturaba a Amaia de placer. Por los dedos escurría el líquido, la clara señal de excitación, deseo y entrega; aunado a los constantes gemidos que ella daba, le aseguraron el deleite de lo que estaban experimentando -¡Joder Amaia! No voy a aguantar mucho –De alguna manera, eso le daba vergüenza, porque estaba acostumbrado a ser él quien producía ese efecto. -Solo un poco más –Susurró, suplicante, en medio de las estimulaciones del falo y de la mano de Daniel -¡Dios! –El orgasmo llegó con fuerza, recorriéndola con tal intensidad que no se percató del sonoro gemido y las sacudidas involuntarias que su cuerpo hizo. Para el castaño fue suficiente, alcanzó el orgasmo casi con ella, y el gruñido que salió de su boca, provenía desde lo más profundo y salvaje de su ser. A pesar de que salió de ella con cuidado y lentitud, la giró apresurado, para contemplar su rostro exhausto, el cual tenía una fina capa de sudor, un par de cabellos pegados en la frente, la respiración agitada, la expresión relajada y una sonrisa dulce –Preciosa –Susurró totalmente embelesado, absorto en ella, y terminar pegándose a su cuerpo, uniendo sus labios en un beso que encerraba mucho más que deseo; un beso suave, lento, tierno.

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