Entre el Amor y el Sexo

Esperanza

Algunos días pasaron, Daniel no dormía apropiadamente, lloraba desalentado cuando se encontraba en la soledad, mal comía a causa de la preocupación y la zozobra causadas por la situación. El embarazo de Aranza lo mantenía en la realidad, desengañado, con plena consciencia de su obstaculizado amor. Estaba hundido en un pozo obscuro, profundo y sin salida. Solo necesitaba hablar con Aranza para corroborar que ella había logrado superar el pasado, que había roto la promesa que se hicieron; de esa manera no se sentiría culpable por arrancarla de su corazón, sanarlo, y por qué no, buscar enamorarse de nuevo.

Amaia se había mantenido a su lado, tratando de que descansara y comiera, aun en contra de su voluntad; así como arreglando a la distancia las cuestiones de O&A Tech.

Zack entró a la sala de espera, donde estaban todos: Margarita, su madre; Dante, Soraya, Amaia, Fátima y Daniel. Zack se sorprendió al ver a Daniel, era increíble su parecido con Dante.

-Buenas tardes –Saludó de manera educada después de algunos segundos de haber entrado, ganándose la atención de todos.

-Zack –Dante lo llamó casi de inmediato -Él es mi hijo Daniel, hermano menor de Aranza –Lo presentó, poniendo una mano llena de orgullo sobre el hombro del castaño; quien no se sentía cómodo cuando hacían referencia a que eran hermanos; pero Daniel solo podía guardarse sus sentimientos de frustración y desagrado, después de todo, era lo que habían elegido –Él es el novio de tu hermana –Dante le hizo saber a su hijo.

-Zack MacDowell -Le estrechó la mano educadamente, pero Daniel implementó la fuerza suficiente para que Zack sintiera que no le agradaba en lo absoluto.

Los médicos comenzaron a retirar paulatinamente los medicamentos, así como a desconectar a Aranza; sin embargo, por alguna razón, ella no despertó. Los pensamientos de Daniel lo hundieron aún más, la agonizante posibilidad de que no despertara, la probabilidad de que aún lo amara y no haber podido aclarar la situación; un sin fin de malos escenarios se apoderaron sin compasión de su mente, atormentándolo sin darle tregua.

Amaia pudo ver cómo Daniel cayó en una depresión; de aquel hombre alegre, entusiasta y seguro, se había reducido a un niño atemorizado y triste. Aun y cuando Soraya le había informado que él era muy unido a Aranza, nunca había sido testigo de aquella aseveración; ni siquiera la había conocido en persona, porque no visitaba a sus padres, y sabía qué hacía muchos años Daniel y ella no se veían ni hablaban. Fue hasta ese momento, que descubrió el amor que le tenía.

-Está abierto –Respondió desganado, después de escuchar el ligero golpeteo en su puerta.

Amaia abrió la puerta, para verlo recostado en la cama de la habitación del hotel -¿Pudiste dormir aunque sea un poco? –Preguntó con inquietud.

-Sí –Habían sido solo un par de horas; aun así, no fueron de descanso, porque había estado soñando durante todo el tiempo que durmió. Un sueño lleno de angustia.

-¿Te parece si bajamos a comer al restaurante del hotel, y de allí nos vamos al hospital? –Interrogó con cautela, necesitaba distraerlo de alguna manera, pero lo más sutil que pudiera.

-Está bien –El castaño no quería lidiar con decisiones que consideraba triviales. Se puso de pie, para caminar detrás de Amaia, cuando recibió un mensaje.

***Papá: ¡Aranza despertó! ***

La expresión le cambió drásticamente –¡Vamos! –Tomó a la rubia de la mano con prontitud, arrastrándola por los pasillos, porque ella no le seguía el paso -¡Aranza acaba de despertar! –

Cuando llegaron todos estaban en la habitación del hospital; pero para él, pasaron desapercibidos, incluso Amaia que venía detrás de él, porque cuando hizo contacto con los ojos grises de Aranza, todo desapareció a su alrededor.

-¡Hermanastra! –Gritó. Los días anteriores, la nostalgia de su pasado lo había inundado, deseaba que todo fuera como antes. Quería verla sonreír, encontrar algún destello de esperanza para él. Pudo detectar, en los ojos grises de Aranza, la travesía de sus sentimientos: sorpresa, contrariedad, pánico. Corrió a abrazarla cuando vio sus lágrimas fluyendo como un río sobre su rostro, no esperaba verla de aquella manera. Cuando la sintió de nuevo entre sus brazos, su calor, su olor, hizo que todo lo que sentía por ella lo recorriera por completo en tan solo un segundo. Sintió cómo el cuerpo de Aranza reaccionó, lo aceptó y se aferró a él, suplicante. Una pausa de 9 años no había sido capaz de cortar la historia, eso era todo lo que necesitaba.

-¡Te amo! –Gesticuló para que solo Aranza lo viera. Ella le mostró una sonrisa ladeada, tímida; pero la tormenta grisácea de sus ojos, le dieron al castaño la esperanza que buscaba. Salió de la habitación, y detrás él, Amaia.

La calma volvió. Daniel retomó su actitud y su seguridad, incluso se sintió con más fuerza en su ser. La positividad se adueñó de él, la idea de expandirse a Ciudad Ómicron le cruzó, así que aprovechó los días para buscar hacerlo realidad. Además de que no quería toparse de nuevo con Zack, deseaba mantenerse ocupado hasta poder hablar con Aranza a solas. Se mantuvo informado de la evolución de su hermanastra por medio de su padre. Y como siempre, Amaia lo acompañó a cada momento.

La oportunidad llegó. Arribó al departamento de Aranza una tarde, un par de días después de enterarse de su salida del hospital. La conversación comenzó con bromas y el sarcasmo que los caracterizaba, pero pronto la tensión se apoderó de la plática, haciéndolos discutir. Se encontraban en una situación aún más difícil que antes, había más personas involucradas y en medio de aquella relación que siempre quisieron tener. Y a pesar de la incertidumbre del futuro, la parte antagónica se presentaba con firmeza, manteniéndolos con la convicción del amor que los unía con una fuerza incontrolable.

-Aquí y aquí –Daniel tocó con su dedo índice la sien de su lado derecho y su pecho donde estaba el corazón -Por la eternidad -Aranza sonrió y asintió en repetidas ocasiones, mientras sus lágrimas caían por su rostro, para abrazarlo hundiéndose en su pecho.