CAPITULO 24

905 Words
Capítulo veinticuatro —Eres un tramposo —murmuro entre dientes. —Claro que no —chasquea—. Tú eres mala perdedora. —Tu deber era ser un caballero y dejarme ganar. —Recojo las fichas del tablero encima de la cama y comienzo a guardarlas. —¿Caballero? Creo que tiene una idea equivocada sobre mí, señorita Lambert. —Yo creo que no; si mal no recuerdo me has salvado dos veces. Él suspira y me observa, como si pudiera leerme. —Y espero que no tenga que salvarte de nuevo de situaciones como esa, Anastasia —dice serio y con voz grave. —Nunca más —prometo firmemente. Christian se inclina y me besa suavemente. —Mataré a cualquiera que se te acerque. Lo dice tan serio que no dudo que lo haría. El pensamiento hace que mi corazón de un vuelco y mi cuerpo se estremezca de un repentino miedo. —¿Ves? Eso te convierte en un caballero —digo, en un intento que aligerar el asunto. —Y a ti en la damisela en peligro. Sigues siendo muy joven, casi una niña. Eres frágil, Anastasia. Un blanco fácil y solitario. No quiero que estés en peligro. —Una niña, ¿eh? —susurro, sin querer pensar en todo lo demás que salió de sus hermosos labios—. No era una niña cuando me tenías en tu cama anoche o hace un rato —susurro levantando una ceja aunque mis mejillas se calientan. —Eso es cierto —asiente y yo sonrío complacida—. Te convertí en mi mujer anoche y aún te tengo en mi cama. Mi boca se abre ante su facha descarada. Christian ríe y se acuesta relajadamente en la cama permitiéndome ver toda su... anatomía. Hemos estado desnudos todo el día. Nos dimos una ducha y volvimos a la cama... y no a dormir. Hemos tenido... sexo varias veces durante el día, hemos comido, vimos algunas películas y jugamos ajedrez, todo el tiempo desnudos. Entre esas cosas siempre hubo algo más... picante. Me dijo que es para que pierda la vergüenza de estar desnuda frente a él... y que debería acostumbrarme. —No puedo creer que hayas dicho eso —digo, mi voz chillona de repente. Él jala mi tobillo y caigo de espalda contra el colchón. No me sorprende lo que pueda suceder ahora, pero tendré que detenerlo. Por más que me guste esto y debo decir que él es insaciable, estoy muy adolorida. Cuando empieza a besar mi cuello y tocar mi cuerpo, pongo mis manos en sus bíceps e intento apartarlo. —Christian, detente —murmuro cuando mi forma de quitarlo de encima no funciona. ¡El hombre es demasiado alto y musculoso! Y yo demasiado menuda. —¿Qué pasa? —pregunta desconcertado, apartándose un poco para ver mi rostro. —No... no creo que pueda hacerlo otra vez —musito, mi cara encendida por una incontrolable vergüenza. —¿Te duele? —pregunta, repentinamente preocupado. Asiento y él cierra los ojos, quitándose de encima y cayendo a mi lado. —Lo siento, he sido un animal. Pero te he preguntado varias veces, Anastasia, me dijiste que estabas bien —acusa y yo aparto mi mirada de la suya. —A mí... me gusta lo que me haces. Y no quería decepcionarte. —Pero te pude haber lastimado, Anastasia —dice, exasperado. —¡Estoy bien! Es extraño... pero me siento bien viendo su preocupación. Nunca había tenido nadie que se preocupara por mí aparte de mi madre y ella ya no está. Así que verlo de ésta manera es reconfortante de alguna forma. —Bien... —murmura, levantándose—. Vamos por otra ducha. Cenamos y a dormir. —¿No harás nada de trabajo? He escuchado tu teléfono sonar varias veces. Puede ser sobre el contrato con los comer... —Su mano se posa en mi boca, deteniéndome al acto. —Nada de trabajo. Los correos importantes ya los respondí, lo demás puede esperar —dice firme, mientras se estira. Nunca lo había visto tan relajado. —¿Quién eres y qué haz hecho con mi jefe obseso del trabajo? —pregunto burlonamente y él ríe. —Nada. Sigo siendo tu jefe y tu mi asistente muy complaciente. Me besa y creo que me he vuelto adicta a sus labios. También creo que me ha arruinado por completo si alguna vez intento algo más con cualquier chico. Aunque no tengo mucho donde comparar, nadie lo superará... lo sé. —¿Qué pasará cuando volvamos al trabajo el lunes? —pregunto cuando se aparta de mí. —Seremos el señor Grey, CEO de GEH y la señorita Lambert, asistente personal del señor Grey. Nada cambiará eso, Anastasia. Somos lo que somos. Sólo que ahora tengo el derecho de besarte cuando quiera y tenerte cuando desee. Vuelve a besarme, supongo que para demostrar su punto. No es que me queje. Lanzo un suspiro y miro sus plateados ojos cuando suelta mis labios. Quiero hacer otra pregunta, pero no sé si estamos preparados para ello. Aún así, espero una respuesta sincera. Sé que él no me mentiría... o eso espero. —¿Hacia dónde nos lleva esto, Christian? ¿Qué se supone que somos? Ahora el que suspira es él y se aparta, lo que no es buen augurio para mí. Tal vez su respuesta me duela más de lo que pensé.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD