Capítulo veinte
Me quedo boquiabierta, mirándolo. Este hombre es increíble. Nunca deja de sorprenderme.
Cierro los ojos cuando sus labios tocan mi cuello y no puedo soportar nuestro reflejo en el espejo. Suspiro temblorosamente cuando siento su lengua recorrer mi nuca. Mi vientre se tensa, todo mi cuerpo lo hace, mis piernas tiemblan y no puedo contener un gemido que se me escapa cuando muerde el lóbulo de mi oreja.
Santo Dios... ¿Qué me hace este hombre?
Me gira y mis ojos quedan en su pecho. Entonces se inclina y su boca está en la mía de manera voraz, desesperada, deseosa. Me devora por completo y le respondo ansiosa; deseando que pase a más... temiendo que pase a más.
—Christian, no puedo...
—Anastasia, no voy a ignorar lo que siento otra vez —me dice, su respiración acelerada—. Quiero hacerte mía. Y lo haré hoy, así que mejor ve aceptándolo y preparándote para la mejor noche de tu vida —murmura en mi oído y tiemblo ante la expectativa.
Me suelta, dándome un pequeño azote en el culo antes de salir del probador que me tiene sin aire y me quedo allí, atónita y con unas ganas de volver a besarlo que tienen mis labios cosquilleando.
Christian me lleva a casa y salgo del auto sin decir una palabra.
—Te vendré a recoger a las 7:00 PM, Anastasia. Te quiero lista cuando llegue —dice detrás de mí, no se me pasa el doble sentido en su frase por más anonadada que siga.
Es extraño que no insista en acompañarme hasta la puerta, pero supongo que ha notado lo incómoda que sentía en el auto junto a él después de lo que pasó en la tienda.
Asiento, resignada, mientras acomodo todas las bolsas de compras en mis manos. Ni siquiera puedo pensar en el costo de todo; mi cabeza es un desastre. Subo a mi diminuto departamento en el segundo piso y me voy directo a mi habitación; necesito descansar. Suelto todas las bolsas en el piso al lado de la cama y me tiro, aun vestida, al colchón.
Tengo cuatro horas para prepararme. Así que decido dormir un rato para poner a descansar mi mente antes de darme una ducha. Pongo una alarma en mi celular para que me despierte dentro de una hora.
***
Estoy acostada en mi cama mirando hacia el techo. Ya estoy duchada, afeitada, maquillada levemente y sequé mi cabello para que quedaran en bucles naturales, pero no atrevo a ponerme uno de esos vestidos. Estoy aún en toalla en la cama con las bolsas a mi alrededor. Christian no eligió uno en especifico ya que, según él les gustaron todos. Pero aquí hay vestidos que ni siquiera vi allí o me probé.
Debo aceptar que son hermosos y que cualquiera, incluso yo, se sentiría una princesa con cada uno de ellos.
Suspiro y me levanto cuando veo la hora en el reloj por enésima vez; falta media hora para que Christian venga a buscarme y no tengo idea de qué ponerme.
Miro todos los vestidos apilados en mi cama y empiezo a verlos uno por uno por infinita vez. Azul, rojo, blanco, negros, verdes, amarillo... ¡Hay de todos los colores!
Cierro los ojos y señalo uno al azar o jamás saldré de aquí. Cuando los abro, estoy señalando un vestido de seda blanco, largo hasta los pies y con una abertura en la pierna izquierda. Me lo pongo sin pensarlo mucho, no me pongo sostén al ver que no los necesito, pero me pongo bragas blancas. Me miro al espejo y retengo la respiración. El vestido tiene diseños plateados alrededor del cuello y la cintura y muestra un poco la piel de mi estómago. Es hermoso...
Sonrío a mi reflejo. Me siento cómoda, elegante y sexy vistiendo esto.
Me pongo dos pequeños aretes de perlas y eso es toda la joya que uso. Estoy corta de zapatos, pero tengo unos perfectos para este vestido; mis tacones plateados completan mi atuendo.
Me veo de nuevo; parezco una novia o algo así.
Y esta será mi noche de bodas.
Mi cuerpo se tensa al pensarlo. ¿Será ésta la noche? ¿Seré tan estúpida —o tan inteligente— de perder la virginidad con mi jefe?
Respiro profundo cuando el timbre suena. Tan puntual como siempre.
Me encamino a la puerta, nerviosa por su aprobación. ¿Será este el vestido correcto para este evento? ¿Y si lo hago pasar vergüenza delante de todo el mundo?
Sin más, abro la puerta y me quedo en una pieza al verlo; el hombre es un dios. Está vestido con esmoquin, pajarita y todo incluido, parece un modelo de revista. Christian Grey sabe como llevar un traje.
Cuando vuelvo a poner los pies sobre la tierra, lo escucho murmurar sin aliento:
—Santa mierda...
Miro sus ojos y sonrío un poco ante su reacción, encogiéndome de hombros. Cuando intento salir para que nos vayamos, no me lo permite. En cambio, él entra, llevándome con él de vuelta al departamento, y cierra la puerta detrás de él. Me quedo sin aire por incontable vez en el día.
—Pareces un ángel —murmura para sí mismo, pero lo escucho fuerte y claro. Mis mejillas se calientan lo suficiente para estar como un tomate—. No creo que podamos salir de aquí a ninguna parte. De hecho, pienso secuestrarte y no dejarte salir jamás.
Eso me hace reír un poco.
—Vamos, señor Grey, se nos hace tarde para su gala benéfica.
—Ya te lo dije; nos quedaremos aquí...
—Deja de jugar, Christian, después de que hayas insistido tanto para que yo fuera, ¿vienes a decirme eso?
—Si conocieras mis juegos, Anastasia, no querrías que deje de jugar.
Por poco y me atraganto con mi propia saliva cuando lo escucho y más cuando empieza a acercarse a mí de manera depredadora.
—Te quiero en mi cama, Anastasia, ¿estás lista para eso? —No digo nada. No puedo decir nada. Sus ojos me hechizan y me llevan a lugares desconocidos. Y, sin pensarlo, me encuentro asintiendo incluso sin avergonzarme—. Entonces... este es el plan: Iremos a la gala, conocerás a mi familia, compartiremos con ellos media hora y hablaremos diez minutos con futuros contratos de trabajo. Después, nos largamos y vamos a mi departamento, donde voy a follarte hasta que digas basta. ¿Estás de acuerdo con eso, dulce Anastasia?
Espero que Dios me perdone y que me libre del pecado. Espero que me perdonen las que quieran estar en mi lugar en este momento y me odien por lo que, jadeante, voy a responder:
—Sí, Christian, estoy de acuerdo con eso.