CAPITULO 4

592 Words
Capítulo cuatro —Por aquí, señorita Lambert —me guía una de las tantas secretarias rubias que he visto. Cuando llegué hasta la última planta de este enorme edificio, y cuando digo enorme de verdad que lo es, después de haber pasado lo que consideré una eternidad para llegar al último piso, me encontré con par de rubias más. Como que eso ya era un mal presagio tomando en cuenta que mi cabello es tan castaño como el chocolate. Una de las rubias perfectamente vestidas, me pidió el pase de visitante que me había dado la recepcionista en la primera planta con anterioridad, para poder dejarme pasar. Ahora la segunda rubia, la cual tiene una profesional sonrisa pintada en el rostro, me está guiando hasta unos sofás de cuero blanco que hay alrededor de la estancia, después de haberme ofrecido algo de tomar que rechazé cortésmente. Este lugar es increíble. El dueño debió tardar muchos años para que subiera de la forma en que lo hizo y ya tenga tantos empleados. Me siento en uno de los sofás estando pendiente de todo a mi alrededor. Hay varias chicas sentadas en otros sofás. Parecen nerviosas, como yo. Cualquiera de ellas podría llevarse el puesto. En total seríamos seis chicas. Hay dos con cabello azabache, dos rubias y una pelirroja. Se ven como si tuvieran experiencias y de una edad donde puedes cumplir todos tus sueños. Y después estoy yo... totalmente castaña, con dieciocho años de vida y cero experiencia. Suspiro, mi pesimismo está embargando todo mi ser. Observo a las rubias arreglar su impoluto cabello y reprimo una risita tonta cuando pienso que de seguro el jefe debe tener algún tipo de fetichismo con las rubias. Cero oportunidad para mí. La rubia número dos se acerca y me señala. —Venga conmigo. El señor Grey la verá ahora. —Sorprendida y nerviosa por haber sido llamada al primero, asiento y me levanto intentando no tropezar con mis propios pies que parecen enredados de repente. Camino detrás de la chica y ell se detiene frente a una enorme puerta de madera oscura y pulcra... como todo en este lugar. Aliso mi vestido y escondo un flequillo rebelde que se salió de mi trenza tras mi oreja, mientras sostengo mi abrigo y cartera en manos. Mi corazón empieza a latir de forma errática cuando la chica me hace un ademán con sus manos para que pase. —No tienes que tocar. Simplemente pasa. Entonces se da la vuelta y se retira. Respiro profundo y tengo la tentación de tocar, pero recuerdo lo que me dijo la secretaria, así que simplemente abro la puerta y me adentro al lugar de la forma más estable que puedo. Cierro la puerta detrás de mí y me adentro a una increíble y hermosa oficina. No me detengo a mirar detalles cuando escucho una hermosa, varonil, sexy y melodiosa voz... una que creo haber escuchado antes. —Señorita Lambert, ¿no? El señor Anderson me habló de usted, así que tenía curiosidad de conocerla. Abro los ojos como platos cuando su mirada —ese tormentoso gris— se encuentra con la mía anonadada. Una lenta y malvada sonrisa sube por las comisura de sus labios. —Vaya... que ironía —susurra con una hermosa sonrisa.  El hombre al que llamé idiota en medio de la acera... y en el que descargué toda mi frustración ayer en la tarde, me mira mortalmente divertido ante mi pequeño shock. —Tome asiento, señorita Lambert. Empecemos la entrevista de trabajo. Mierda. No puede ser.
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