Capítulo cinco
Conmocionada y avergonzada, me acerqué hasta su escritorio. Él se puso de pie con fluidez mientras me acercaba y nuestras miradas se cruzaron otra vez, y él no deja de sonreír.
Cuando estábamos frente a frente decidí presentarme de manera formal tendiéndole una temblorosa mano... sin llamarlo idiota o imbécil ésta vez.
—Anastasia Lambert —susurré cuando posó su fuerte, grande y firme mano en la mía. Me estremecí ante el contacto y él frunció el ceño, viéndose confundido por un momento.
—Christian Grey —musitó antes de soltar mi mano con brusquedad.
Dejé escapar un suspiro tembloroso como toda yo y volví a acomodar ese rebelde mechón de mi cabello que se negaba a permanecer en mi trenza.
—Yo... creo que debería disculparme...
—¿Crees que deberías disculparte? —Arqueó una de sus perfectas cejas hacia mí.
—Bien... este... me quiero disculpar por lo que ocurrió ayer; estaba algo estresada y cansada y luego pasó lo de la caída y me sentí avergonzada y todo eso se convirtió en frustración e ira y me desquité con usted. Así que sí, lo lamento y... —Detuve mi vómito verbal cuando escuché un bufido de su parte antes de volver a sentarse en su silla giratoria de rey... su trono en la cima como el jefe de los jefes.
—Tome asiento, señorita Lambert y terminemos con esto.
Frunzo el ceño y detengo mi lengua a tiempo antes de decirle unas cuantas verdades en su cara. Él vuelve a alzar su perfecta ceja hacia mí.
—¿Algo que decir?
—Nop. —Dejo mi currículum en su escritorio.
—Eso pensé. —Sonríe y suspiro mientras tomo asiento frente a él—. ¿Edad? —pregunta viendo el documento que le acabo de pasar.
—Dieciocho —respondo, aunque estoy segura de que lo está leyendo.
Sus cejas se unen cuando su ceño se frunce y levanta la mirada hacia mí.
—Esto es muy escaso... Ni siquiera estás estudiando.
—Aún no. Necesito un trabajo para pagar mi carrera. —Estoy intentando sonar firme, pero estoy toda temblorosa. No tengo ninguna oportunidad aquí. Además del hecho de que lo traté como a un animal ayer, está el hecho de que no tengo nada, nada de experiencia. Y en un lugar como este debe querer a las mejores... y rubias.
—Pero tus notas de la preparatoria fueron... excelentes, sobresalientes, ¿por qué no buscas una beca?
—No he tenido la oportunidad... y no creo que aplique —susurro mirando mis zapatos. No sé por qué no puedo mirarlo a los ojos más de dos segundos sin enrojecer.
Cuando levanto la vista, él me está mirando como si quisiera descifrarme. Mis mejillas arden más.
—Las oportunidades no llegan solas, tienes que buscarlas. —Se pone frente a mí, apoyado en su escritorio y cruza sus brazos sobre su pecho—. Si no ha intentado aplicar para una beca, ¿cómo cree que sabrán donde buscarla? Tiene mucho potencial y creo que lo está desperdiciando.
Asiento, sin saber que decir. Porque la verdad creo que tiene razón. El problema es mi miedo al fracaso, el miedo de que esté emocionada esperando una respuesta y esta sea negativa... acabaría con mi poca autoestima.
—Entiendo. —Tal vez sólo me dice esto porque es obvio que no me dará el trabajo.
Suspiro. Siempre pasaré por esto...
—¿Tus padres no pueden pagarla?
—Mis padres están muertos —digo en un murmullo. Mi padre está en la cárcel... pero para mí está muerto.
Lo escucho tomar una respiración profunda. —Entiendo... ¿Con quién está viviendo, entonces?
—No creo que eso tenga que ver con el trabajo, señor Grey —siseo. Él vuelve a alzar una ceja y sus comisuras tiemblan en una sonrisa.
—Entiendo...
Me pongo de pie y le doy la espalda. Esto ha sido estúpido. Obviamente no me darán el trabajo.
—Pase buen día, señor Grey.
Salgo sin dejar que diga nada y, cuando no me detiene como esperé que lo hiciera, camino más rápido. Paso por el frente de las secretarias rubias y, la que tiene el nombre de Andrea en su pase, me sonríe antes de detenerme.
—¿Cómo te fue? —Cuando voy a responder, suena su interfono. Me mira y con un ademán me dice que la espere—. ¿Sí, señor Grey?
—El puesto ya no está vacante. Dile a las demás que se vayan.
—¿Sin hacerles entrevistas? —Andrea suena anonadada.
—Ya escuchaste. Llama a la señorita Lambert y dile que empieza mañana a las ocho.
Abro los ojos de par en par cuando escucho mi apellido.
¿Tengo el trabajo? ¡Tengo el trabajo!