DOS

2022 Words
Jalo de mis manos de forma brusca para alejarme de él, a lo que frunce el ceño a la vez de que forma una mueca con sus labios. —¿Qué se supone que estás haciendo? —Bailar contigo —responde al tratar de sonreír—. Somos los padrinos de boda, es necesario que tengamos, aunque sea un baile juntos —dice como si aquello fuese lo más obvio. —¿Arizona? —me giro hacia Dallas, quien mira de mí a Dru con gran confusión—, pensé que no tenías novio —dice con pena al rascar su cabeza con incomodidad. —No, no tengo novio —afirmo al voltear a ver a Dru—, es solo mi amigo, pero me va a esperar hasta que termine de bailar contigo —lanzo una advertencia con la mirada para que me dejara en paz. Vuelvo a tomar la mano de Dallas para alejarlo de Dru, cierro los ojos al tratar de alejar aquella amargura que me provoca esa maldita situación. Desde hacía tiempo atrás, había notado que, a pesar de no querer nada formal conmigo, siempre se la pasaba ahuyentando a cuanto chico se atreviera a hablarme, lo que realmente me molestaba, pues ni mi padre había hecho semejantes desplantes cuando era más joven. —¿En serio no es tu novio? —vuelve a preguntar él en cuanto volvemos a bailar. —No, es solo mi mejor amigo. —Pero has tenido algo con él. —Sí, pero no ha sido nada serio —murmuro al encogerme de hombros. —Ya veo por qué no te quita la mirada de encima —dice al volver a sonreír—, claramente siente que le estoy robando su lugar. Pongo los ojos en blanco mientras subo las manos para volver a rodear su cuello. Me tomo el atrevimiento de apoyar mi frente contra su hombro, dedicándome a suspirar con gran lentitud. Justo en ese instante solo necesitaba desconectarme un poco, ahora solo quería ignorar el hecho de que sabía que la mirada de Dru se encontraba sobre mí y que, probablemente después de este momento terminaríamos discutiendo sobre lo malcriada que fui al rechazarlo. Tuerzo una sonrisa, la cual me apresuro a ocultar al morder mi labio inferior… Dru era tan estúpido y tan cobarde, que rápidamente lograba confundirme con facilidad; algunas veces pensaba que en realidad le gustaba y que en algún momento tendríamos una oportunidad distinta… esos destellos era capaz de verlos en sus discusiones a causa de los celos al verme con alguien más, aunque días después, esos malditos destellos siempre acababan desvaneciéndose al notar sus cuidados y preocupaciones de mejor amigo. —¿Te apetece caminar? —interrogo al levantar la mirada otra vez—, no lo tomes a mal —digo al percibir un atisbo de malicia en su mirada—, solo ya no quiero estar más aquí, todos expresan una felicidad que en este momento no siento, así que solo deseo caminar. —Por supuesto —acepto la mano que me ofrece, para comenzar a caminar fuera de la carpa, no sin antes robarle una botella de champaña y dos copas a uno de los meseros. Me quito los zapatos y con pies descalzos, me dirijo hacia la orilla del mar, permitiéndole al agua que moje mi piel. —Estás loca —ríe él al alejarse levemente para que el agua no lo alcance—, está muy fría. —Oye, venir a Miami y no tocar el mar, eso es un pecado —bromeo. Los ojos color miel de Dallas, alcanzan los míos. Una pequeña sonrisa se forma en sus labios mientras se dedica a observarme con tal profundidad, que por un instante me obligo a alejar la mirada. Era como si tratara de entender qué era todo aquello que ocurría en el interior de mi pobre cabeza. —Sí, estoy enamorada de él —admito al final, sin importarme siquiera estar confesándome con un completo extraño—, desde hace seis años atrás, aproximadamente —me encojo de hombros, restándole importancia—, se supone que debía de ser solo sexo sin amor, pero al final resulté ser tan estúpida como para enamorarme profundamente. Aquel guapo chico de ojos bonitos solo se limitó a guardar silencio, estira una mano y me jala para que salga del agua, me dirige hacia un montículo de arena donde me dejo caer para luego comenzar a tomar directamente de la botella que mantengo entre mis manos. —Esta mierda apesta —digo al arrugar el rostro ante el escozor que se siente en mi garganta—. Y la pobre ingenua siempre pensó que tendría su final feliz. —¿Y no has pensado en dedicarte a ser feliz sin estar a su lado? —Infinitas veces —me rio al dejarme caer de espaldas—. Pero soy tan estúpida que vuelvo a caer. —No creo que seas estúpida, solo una mujer enamorada —murmura Dallas al imitar mi postura. Como ni siquiera había sido capaz de hacerlo con Kendall, esa noche me desahogo tanto, al punto de terminar ebria, llorando y abrazada al cuerpo de completo de extraño que no hacía otra cosa más que acariciar mi espalda a la vez de que dice pequeñas palabras cargadas de consuelo. Dallas había resultado ser un completo caballero, de los pocos que existían en el mundo, un caballero que no estaba dispuesto a aprovecharse de la vulnerabilidad de una chica herida y borracha. —Oye, contesta —su risa divertida resuena en mi oído mientras trata de alejarse de mí—, te están llamando, Arizona, deben de estar preocupados por ti. —Déjame —farfullo al limpiar las lágrimas de mis ojos con gran brusquedad—, no quiero hablar con nadie. —Yo contesto, solo diré que estás bien —insiste al tomar mi móvil. Cierro los ojos y suspiro con pesadez, necesitando que todo deje de dar vueltas a mi alrededor, escucho voces lejanas, Dallas hablando (mejor dicho, discutiendo) con alguien más a través del teléfono, donde incluso volaban maldiciones y putazos, o tal vez aquello solo era parte de mi imaginación y no era nada. Al final, aquellas voces se fueron apagando poco a poco, mi cuerpo comenzó a relajarse, haciendo que me metiera en una profunda oscuridad que me hizo perderme en el sueño. (…) Abro los ojos con gran lentitud, siento que mi cabeza va a explotar y el brillo del sol que ingresa a través de la ventana, provoca que de inmediato se irriten mis ojos. Me sostengo de las sábanas, a la vez de que trato de levantarme, pero, justo cuando me pongo de pie, pierdo el equilibrio y caigo de culo a la cama. —¡Que irresponsable eres! —pongo los ojos en blanco al escuchar su voz. Dru entra a la habitación te hotel, cargando un vaso lleno de agua y un sobre de pastillas. Inclino mi cabeza y masajeo mis sienes, rogando que aquel maldito mareo me permita ponerme de pie. Siento tantas ganas de hacer pipí que deseo correr hacia el baño porque de lo contrario, iba a orinarme en cualquier momento. —¿Emborracharte con un extraño? ¿Qué tal si te hubiese hecho daño, Arizona? —su voz suena molesta, lo que me hace torcer una sonrisa. “Más del daño que tú me haces… no creo” —es lo que quiero decirle, pero, me muerdo la lengua con tal de no decir algo que lo provocara más, al contrario, solo me limito a decir: —Es amigo de Audrey, no es ningún extraño —mascullo al tratar de controlar la rabia que aún siento hacia él. —Que sea amigo de Audrey, no quiera decir que sea amigo tuyo. Ese hombre no es más que un completo desconocido, que pudo haberse aprovechado de ti —frunzo los labios, obligándome a mantener mis ojos cerrados a la vez de que trato de llenarme de paciencia, odiaba tanto cuando Dru se ponía en plan de padre sobreprotector, que muchas veces me provocaba tremendas ganas de mandarlo a la mierda. Ese hombre era tan perfecto en tantos ámbitos de su vida, pero, tan exasperante cuando se molestaba—. ¡j***r! Di algo, Arizona. Estuve muy preocupado por ti durante horas. Lo siento sentarse a mi lado, lleva una mano hasta mi rodilla y me da un pequeño apretón. —Solo voy a decirte dos cosas —murmuro, ignorando las corrientes eléctricas que el contacto de sus dedos transmite a mi piel—, no tengo que darte ninguna puta explicación de lo que hago o dejo de hacer; y dos, no eres mi papá para preocuparte con qué tipo de persona salgo. Me enderezo, y abro los ojos para enfrentarlo, aquel par de hermosos ojos azules me dedican una mirada cargada de rabia, lo que incluso me hace sonreír al ver la forma en que su manzana de adán sube y baja sin parar. —Ahora, ¿te importaría ayudarme a llegar al puto baño? Mi vejiga va a explotar en cualquier momento si no llego en los próximos minutos. Aquella dura expresión, es reemplazada de inmediato por una cargada de diversión. El alto rubio a mi lado suelta una risa cargada de sarcasmo mientras se pone de pie para llevarme con él. (…) Mientras camino por la arena, le escribo a Kendall para preguntarle qué tal había estado su luna de miel, al ver su falta de respuesta, me da una idea de lo bien que pudo haberla pasado. Vuelvo a guardar el móvil mientras pienso en que en unas horas tendría que volar de regreso a Connecticut, y que, en definitiva, odiaría irme sin despedirme de ella. Me detengo justo donde el agua toca mis pies descalzos, enamorándome de los hermosos colores que se marcan en el cielo en cuanto el sol comienza a descender por el horizonte. Aquel lugar era increíble, aún me costaba entender por qué Kendall había preferido dejar un sitio como Miami, para cambiarlo por la acelerada vida que llevaba en San Francisco.  —Lo siento. Ni siquiera me molesto en mirarlo, si no que más bien solo me dedico a sonreír. —¿Ahora por qué lo sientes? —Soy un imbécil, ni siquiera sé por qué me soportas —se encoge de hombros, para luego inclinarse a quitarse los zapatos. —Una llega a acostumbrarse a tus imbecilidades —bromeo al empujarlo levemente con mi hombro, haciéndolo reír. —¿Ya estás bien? ¿Ya no tienes náuseas? Niego con la cabeza, retomando mi marcha, ignorando el cosquilleo que se forma en mi estómago al mantenerlo a mi lado. Odiaba tanto esta versión de él, todo sería tan fácil si tan solo fuese indiferente con lo que acontece a mi alrededor. ¡Maldición! ¿Por qué mierdas no podía ser un ligue normal? ¿De esos casuales que solo te buscan cuando tienen ganas sin necesidad de preocuparse por ti? ¡j***r! Tal vez así no hubiese sido tan estúpida como para enamorarme de él. Tal vez así seguiría siendo la misma Arizona Davis que solía pensar que la felicidad se encontraba en ser una mujer independiente, soltera y llena de perros. —Sí —respondo al mirarlo otra vez—, las pastillas que me llevaste me han caído de maravilla. De hecho, ya me siento con ganas de comer otra vez. —Eso suena genial —menciona al tomar mi muñeca para arrastrarme hacia su costado—, así que vamos, te invito a comer. De todas formas, ya mañana regresamos a Connecticut, es justo que tengamos una noche para los dos. Muerdo mi labio inferior al suponer a qué se refería con eso, a la vez de que siento como mi centro palpita con solo fijarme en su sonrisa maliciosa. Aquel puto rubio aprovecha la ocasión para lamer sus labios de forma provocativa, a la vez de que recorre mi cuerpo con su mirada de forma descarada. —Se me apetece un platillo de Arizona sin ropa. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD