ARIZONA Kendall decidió quedarse conmigo algunos días. Debía de aceptar que me sorprendió su visita, pero a la vez, me llenó de alegría. Su compañía me había ayudado a despejar mi mente, a la vez de que me hacía recordar los viejos tiempos, aquellos tiempos en los que era feliz y no lo sabía. —Ari —dejo de ver hacia la ventana y la miro sobre mi hombro, la rubia levanta su móvil y sonríe manteniendo los labios apretados—, es Dallas otra vez. —No quiero hablar con nadie, Kendall —digo para luego volver mi mirada hacia la ventana, aprieto mis rodillas a mi pecho y me pierdo en los rayos del sol. —Solo quiere saber cómo estás. —Dile que estoy bien —respondo seca. —No seas injusta con él, Ari. No tiene la culpa de nada. Hago una mueca y paso saliva. Odiando la forma en que muchas ve