Es el fin de semana cuando decido viajar a Phoenix, Arizona. Ni siquiera me molesté en decirle adiós a Dru, quien había salido dando un portazo de mi departamento tres días atrás, días en los que no volvió a aparecerse. Me daba rabia ver lo infantil e inmaduro que suele ser, lo que lograba confundirme aún más, confusión que esperaba que, durante mi temporada en Arizona, se terminara. Cuando salgo del aeropuerto, tomo un taxi y doy la dirección de la casa de mis padres, decidí no avisarles nada con respecto a mi visita, hacía más de ocho años que no venía a verlos, así que pensé que lo mejor sería darles la sorpresa. El taxi me deja en las afueras de aquella gran casa de paredes blancas con grandes jardines a sus costados. Saco mi maleta y me detengo frente al camino de baldosas que