Por fin estaba en casa. Mi pequeño nido lleno de bocetos en las paredes y en donde estaba segura. Segura de todos y de todo. El problema con las tuberías se había solucionado el mismo día de mi aparatosa ida al supermercado, y de todas formas había pasado ya un mes de ello.
Un milagro, habían dicho los doctores, por quincuagésima vez. Eso aclamaban pero yo sabía que lo decían con cierta ironía. Si ellos supieran lo que yo sé, no habría esa clase de ironía. Pero para lo que nos conviene la vida continuaba.
Estaba ilesa a excepción de una gran cicatriz en mi espalda; mis órganos intactos; trabaje casi desde que recupere la conciencia por lo que mi jefa siempre estuvo de buenas; nunca más me volvieron a contactar esos policías; el origen del llamado atentado fue atribuido a un grupo terrorista; quienes fallecieron fueron enterrados, los heridos leves se recuperaron en su mayoría y lo más importante.
No volví a saber de ese hombre de ojos castaños. Nada de él en el mes internada en el hospital. Una solución más práctica y más económica que la atención privada en mi departamento al final, tuve que aceptar.
Ni siquiera su nombre deje que me dijese. Si bien sabía que él era especial, al verle vivo debajo de mí, y después entrando en mi habitación vivo y sano, sentí que algo en mí se quebró. Me dije ¿lo salve? ¿Yo por fin lo hice?
Pero esa breve llama se fue apagando al comprender las implicaciones de que él estuviese vivo. ¿Qué ocurría si ella venia por él más tarde? ¿Conmigo creyéndome capaz de salvar a alguien? Debía ser mentira, y yo debía cortar lazos antes de crearlos con él. Era lo mejor para ambos. Pude investigar más a fondo sobre todas las otras víctimas que había intentado salvar, patéticamente, todas muertas. El quizás no era diferente.
Aun así el contacto de su piel, y la forma en la que me miraba me trajo recuerdos bonitos para mí. De cuando era niña y creía que era amada. Amada nada más y menos que por mis padres. Yo estaba en negación y era estúpida al parecer. Aunque debería agradecerles, el diagnostico que me dieron por su insistencia de que algo estaba mal en mí.
Esquizofrénica. Legalmente lo soy. Es mi diagnóstico. Desde muy pequeña. Mi problema es que nunca aprendí a resistirme, me creía la heroína, no hombre, no soy una heroína, soy un miserable testigo atado de manos y pies. No solo fue el episodio del tío Augusto con ellos, habían ocurrido otros que me calle a ellos, pero la noche en que soñé que morían en un accidente de tránsito, debía hacer algo.
Más si consideraba que planeaban irse de viaje el fin de semana por carretera. Invente una y mil excusas para evitar que se fueran. Me dolía el estómago, la cabeza, no quería quedarme con la amiga de mamá, lo cual era cierto. Logre retrasarlo por ese fin de semana, pero al siguiente tuve que decirles.
El resultado fue catastrófico. En todos los sentidos. Mis padres comenzaron a culparse uno al otro sobre mi estado mental. Que era una loca, que era una mentirosa, hubo golpes para los tres, yo recibiendo y nunca dando. Hasta que decidieron llevarme a un doctor.
Yo en ese entonces no sabía que era un psiquiatra. Ingenuamente creí que ese doctor con aspecto del abuelo cariñoso que nunca tuve, me creería. Quizás un hombre tan inteligente supiese qué pasaba conmigo. Y era dichosa, de verdad, me escuchaba siempre con seriedad y me consolaba acerca de mis preocupaciones. Pero cuando los resultados a todos los exámenes que salieron a la luz, la palabra esquizofrenia fue la respuesta.
Más peleas, más gritos, más pellizcos, más culpas y llantos, de mi parte. Solo quería salvarlos, por qué a mí me pasaban todas esas cosas. Hasta que un fin de semana agotada por su trato, por las medicinas, por ellos, se fueron, sin despedirse. No le fuese a dar otro ataque a la niña. Nunca volvieron.
No tenían que decirme lo que paso, porque yo lo vi. Los periódicos que pude leer años después lo confirmaron, murieron de la misma forma agonizante que yo les vi morir. Quemados.
Todo lo que amo o creo amar muere. Estoy mejor sola. Siempre lo estaré hasta que sueñe con mi propia muerte, y pueda ser libre por fin. Espero lo entiendas, hombre de ojos castaños.
………….
─ ¿Cómo que despedida?
¿Yo? Mi boca no podía cerrarse frente a mi jefa, en su defensa parecía algo consternada. Pero un poco, me di cuenta de que muy poco. Y es que en definitiva lo menos que espere fue un despido en cuanto me puse mi conjunto más formal para venir hasta la editorial en persona. Una reunión de urgencia, de esas a las que debes recurrir una vez al año.
─ Recorte de personal Agatha, no eres solo tú, la situación de la economía actual es horrible. Sobre todo para las editoriales, lo sabes a la perfección.
Se notaba por el ambiente tenso afuera que era verdad, pero sus palabras sonaban en automático, como si no estuviese allí.
─ Lo sé pero… llevo trabajando 5 años para la editorial… es mucho tiempo… Sofía – Me defendí con la poca fuerza que me quedaba, estaba sentada y adolorida todavía, mi espalda no era la misma aun después del alta.
─ Sí pero consideramos méritos, las ilustraciones del Gato sin nombre ya han acabado en serie hemos producido suficientes; apreciamos la participación en el equipo laboral y tu careces de ella Agatha. Además tu accidente, fuiste una heroína, lo sabemos pero… no entregaste a tiempo los encargos.
Podía responder de millones de formas a su argumento. El Gato sin nombre seguía produciendo mercancía que requería de ilustraciones, no era en lo único que trabajaba además; y sí entregue a tiempo las ilustraciones, o lo más que podía, estaba un poco adolorida, un poco no, mucho, para que me despidiesen. Vaya.
Pero no respondí, ya la decisión estaba tomada, y la cuestión de la independencia había sido siempre mi orgullo. Sí, traumada, maldita y soñando con muertes horribles pero era independiente y podía con todo yo sola. No rogaría a nadie por aceptación u amor.
─ ¿Cuánto planean pagarme? - dije con seriedad.
─ ¿Cómo? - estaba sorprendida.
─ ¿El cheque por despido de cuánto será? –contraataque.
─ Antes de ello por qué no firmas la renuncia y charlaremos con la contadora sobre ello - Lo dijo al ofrecerme el contrato y un bolígrafo. Renuncia, querían hacerme firmar una renuncia, lástima que no me conocieron esos 5 años.
─ Comprendo que me despidan por no gustarles mi desempeño, pero yo no estoy renunciando, me están despidiendo en medio de un contrato de 3 años que va por la mitad. Hablemos con la abogada y después firmaré- concluí, ganando algo una vez en la vida. Si a un despido se le podía llamar de esa forma.
…
La primavera ya había llegado y con ella sus olores. Me gustaba la primavera porque el olor al polen estaba por todas partes, así como todo tipo de plantas y flores. Servían como una distracción al olor y sabor a oxido que tanto me perseguía. Pero a pesar de estar desempleada, y sin rumbo en la vida, estaba en paz, tenía un mes, un glorioso mes sin ningún sueño de muerte. No soñaba con nada. Dormir era significado de paz, la paz que siempre quise.
Me senté en un lindo parque cerca de mi departamento. Debía disfrutarlo, ya que no tendría una atadura en la ciudad, quizás el plan de una casita rural no fuese tan malo. Mi cheque de despido me alcanzaría para vivir unos meses, pero debía encontrar algo alejado de las personas. Sí había dejado de soñar eso, pero tenía 27 años y casi toda mi vida había soñado con la muerte de cientos de personas. No podía ser tan optimista la vida no funcionaba así.
Perdida en mis pensamientos note como un hombre de mi edad me miraba con una sonrisa coqueta. Le esquive como si no le estuviese viendo y me dirigí a mi apartamento. Seguía igual de recelosa de las personas. Por eso al tener tan mala suerte de tropezar con otro hombre y su perro que no paraba de ladrarme, me di cuenta de que suerte no tenia, que sorpresa.
Una sorpresa más grande cuando vi su rostro, era el hombre de ojos castaños, me estaba viendo, y una sorpresa aún más grande se apodero de mí cuando su Poodle tuvo la osadía de morderme… en la pierna.