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La coleccionista de sueños

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¿El amor puede ganar a la muerte?

Agatha tiene una habilidad especial, puede soñar con la muerte de otros. Pero nadie sabe esto, y ella no se molesta en decirlo. En su infancia vivió el repudio al revelar su secreto, por lo que ha decidido vivir en soledad y aislada del mundo. Ella ha logrado vivir de este modo, y así lo planea hacer hasta el día que sueñe con su propia muerte.

Pero la indiferencia de Agatha deberá detenerse un día, cuando sea ella una de las heridas de un atentado. Tratando de huir de su destino, su camino se cruzará con Ian, pero no importará cuanto huya, la muerte siempre la perseguirá.

-LIBRO #1 DE LA SAGA "SUEÑOS"-

Novela registrada en Safe Creative

Código de registro: 2202020396158

Autora: Paola Yu

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ©

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Capítulo 1: Despiértame cuando acabe
Dolor. Todo mi cuerpo duele y apenas lo puedo mover, pero mi cabeza es mi mayor preocupación, ¿me golpee o algo me golpeo? Entre la bruma oscura oigo risas, risas de niños. Tengo frio. Necesito reunir fuerzas y ver dónde estoy, cómo llegue, así que abro los ojos con lentitud. Lo primero que puedo observar es un techo blanco, me levanto poco a poco y soy capaz de observar la fuente del sonido. Un niño y una niña están riendo mientras hablan de algo que no puedo entender con una mujer. Supongo que es su madre por las facciones que comparten. Lo he comprendido, estoy en una sala de urgencias. En una camilla al igual que la mujer, pero solo estamos los cuatro. Toco mi cabeza y lo siento, está vendada. Entonces la mujer me mira y me muestra una cálida sonrisa. ─   Por fin despertaste, nos tenías preocupados a todos ¿cómo te llamas? – dice en un tono amable. No puedo responder. Porque en el momento en el que abro mis labios, su sabor llegar a mí. Oxido y amargo, rojo brillante y n***o profundo, ardor sucio y frio paralizante. Tengo que salir de aquí ya. Con dificultad me bajo de la camilla y me coloco unos zapatos. No sé si son míos, no recuerdo, no me importa, solo debo salir de aquí ya. Comienzo a caminar rápido hacia la puerta, mientras salgo oigo las palabras inconclusas de la madre. ─   ¿A dónde vas? Muchacha no te puedes ir, tu cab... Acelero mi paso lo más que puedo tratando de no llamar la atención de un par de enfermeras que pasan por mi lado. Alzo la mirada y veo un reloj analógico que marca en la pared 5:55. Debo buscar la salida en este pasillo interminable. Pero lo escucho en la dirección a la que voy, se oyen indicaciones médicas, quejidos de hombre y el sonar de ruedas chirriantes. Me desvió a la puerta de la izquierda, debo salir el sabor no me deje razonar, pero lo que encuentro es otro pasillo interminable con dos enfermeras más corriendo en la dirección de donde venía. ─   ¿Dónde hay una salida? – Pregunto a la enfermera más baja. ─   Al final del pasillo, gira a la derecha – me dice sin detenerse en ningún momento, su compañera ya se fue corriendo y ella la sigue de la misma forma. Las imito y corro, el tiempo se acaba. Y la veo, una hermosa puerta de salida, de manera desesperada intento abrirla pero no abre está trancada. El pánico me invade e intento abrirla una, dos, tres veces. ─   ¿Señorita? Todas las salidas del hospital menos la principal fueron cerradas por el accidente – me dice consternado un hombre con uniforme, un guardia de seguridad. Retrocedo con mis ojos abiertos como platos, no puedo respirar es difícil el sabor, el sabor, se intensifica. ─   ¿Se siente bien? – susurra mientras intenta tocarme el brazo. Es más de lo que puedo. Salgo corriendo con todo lo que tengo y regreso por el camino que vine, voy al camino principal con la que espero sea la puerta principal y única abierta. Sin embargo, se ha convertido en un caos, camillas con varios heridos están entrando con ayuda de paramédicos, veo a gente gritando, o llorando preocupados y lo más importante otro reloj que indica las 6:00. Nuevamente no entiendo como lo he hecho pero estoy corriendo en contra sentido a las camillas, a los familiares angustiados y hasta al personal médico que me grita que tenga cuidado. Logro salir para ver ambulancias, patrullas, cientos de curiosos, pero necesito correr, solo correr. Nadie me ve, soy invisible en el caos a excepción de él, ese hombre de intensos ojos castaños se me queda observando mientras paso con una rapidez que ni sabía capaz por su lado. Entonces todo estalla detrás. Una fuerte explosión me envía hacia adelante y todo se vuelve n***o una vez más. Vuelvo a abrir los ojos, más adolorida de lo que estaba la primera vez. No necesito alzar la mirada para saber lo que ha ocurrido y las consecuencias de ello porque no existe otro sabor, no existe otro olor, no existe otro sonido. Toso polvo, estoy cubierta este y el suelo está lleno de vidrios que cortan mi carne en especial en la posición boca abajo en la que caí. Pero mi mano derecha toca algo suave y tibio, pero húmedo, cuando alzo mi mirada lo veo, estoy tocando al único hombre que vi en mi huida. Está muerto. …… Un grito no es un simple grito, no hay un solo tipo de grito, y tampoco un mismo grado de dolor en un grito. Esa mañana sentí y emití un grito que nunca había salido por mi garganta, uno de horror absoluto, tan espinoso y agonizante que no reconocí mi voz. Había sido otra pesadilla, otro maldito sueño que debía evitar. Lo real era que estaba en mi pequeño departamento de estudio cubierto de pies a cabeza en sus paredes con los bocetos de mi trabajo. Mi nombre es Agatha, como Agatha Christie, la reina del crimen, sí, no es muy conveniente. O como Agatha la santa cristiana, torturada al cortar sus senos, sí, tampoco lo es. Mucho menos si admito el porqué de mi odio a cerrar los ojos, a dormir, y solo hacerlo por necesidad. Soy capaz de soñar con el futuro, pero no con un futuro alentador en donde puedo ayudar a las personas a ganar la lotería, o encontrar el amor de sus vidas. Mis sueños están relacionados con un único propósito: la muerte. Sueño con la muerte de personas. Conocidas, desconocidas; famosos, no famosas; merecidas, no merecidas. No importa quién seas, qué tan malo fuiste, qué tan bueno fuiste, la muerte te llegará tarde o temprano. No discrimina a nadie. Y después estoy yo. Maldita, y sin escapatoria. Muchas veces me pregunto por qué vivo, por qué debo observar en mis sueños el sufrimiento y el horror, impotente y sola. Impotente, lo he intentado sin descanso, evitar el curso de la muerte; sola, porque ha sido mi único resguardo al dolor. Todo comenzó desde que tengo memoria. Soñé con la muerte de mi tío Augusto, si la gula hubiese sido un humano, habría tomado su forma sin dudarlo. Murió atragantado comiendo pollo frito. Hay muchas formas estúpidas de morir que causan risas bajas y llenas de vergüenza. Por eso cuando se los dije a mis padres, las oí, pero lo desestimaron. ─   Solo tienes 5 años mocosa, deja de decir estupideces y haz la tarea – me ordenaba mi mamá bebiendo de la 5 botella de cerveza del día. Eran las 5 de la tarde, recuerdo. Pero el chiste entre mis padres se acabó para transformarse en un “si vuelves a abrir la boca te dejaré sin comer por un día entero”. El tío Augusto había muerto de la forma en la que lo soñé. La segunda vez soñé con la muerte de mi gato, se llamaba “Pedro, el gato”. Lo quería mucho, y yo quería creer que él me quería a mí, o por lo menos más que mis padres, aunque para eso no hacía falta mucho. Había soñado que su muerte era particularmente sangrienta, no causaba las risas bajas como el sueño de mi tío, sino que provocaba vomitar. Mi único amigo, Pedro, el gato, se escapó por la noche de la casa y fue acorralado por tres perros callejeros. La imagen de la sangre y el sonido que soñé hizo, fueron los responsables de que me diese cuenta que había un olor y sabor particular en mis sueños. Esta vez sería diferente, me prometí. No se lo diría a nadie como habían dicho mis padres pero yo haría algo. Por eso encerré a mi gato por dos semanas en mi habitación. Siempre me la pase con él todos ese tiempo, juntos, cuidándonos, aterrada, pero feliz, yo lo podría salvar. No obstante, una tarde que volvía de la escuela y llegaba a mi habitación, no lo encontré, ¿dónde estaba Pedro, el gato? La respuesta que no quería oír se me fue dada. ─   El gato ese se escapó cuando abrí la puerta Agatha. Se fue a la calle donde pertenece. Oí un chillido y cuando salí estaba muerto en la calle – Con un intento cansado de consuelo me dijo mi padre. ─   ¿Dónde lo tiraste? – Pregunto mi mamá como si no fuese nada, como si mi Pedro el gato no fuese un ser vivo. Lo odiaba. Siempre los odie a los dos. ─   En el basurero. Lo hubiese enterrado por lo menos, los zamuros tuvieron de comérselo. Siempre empiezan con los ojos – rio papá. Quede devastada, deje de comer, baje mis notas y no quería salir de mi habitación. Mis maestros lo notaron y citaron a mis padres un par de veces, pero ellos no veían nada malo en mí. Me decir cosas como “estudia”, “come o te vas a enfermar”, pero realmente yo no les importaba. Su trabajo era más importante, sus amigos más importantes, en fin. Quise decirle a mi maestra favorita, la señorita Flor lo que me pasaba, pero tenía miedo. Miedo de que me gritase como mis padres siempre lo hacían. Trate de hacerlo lo mejor que puede. Unos cuantos años pasaron, los sueños no se detuvieron, venían a mí de vez en cuando, pero eran rostros desconocidos. Me percaté de que si no conocía a esas personas, todo era como una pesadilla, no era real, todo era una mentira de niña. Estaría bien, incluso puede que los sueños que tuve fuesen coincidencias, había aprendido esa palabra en ese tiempo y se había convertido en mi favorita. Mi ilusión no duro mucho. Soñé que el prometido de mi querida maestra Flor, moría, no sabía muy bien de qué pero en mi sueño estaba en un hospital y un doctor decía “Sepsis”. Mi maestra estaba muy enamorada de su novio, José, lo había visto en la puerta del colegio mientras la buscaba en su bonito auto azul. Tenía en ese entonces 7 años, y yo que creía era imposible llorar más que con la muerte de Pedro, el gato, lloré mucho más. Y me cuestione qué hacer, callar o ignorar, era una coincidencia como me gustaba tanto creer. Pero no puede, algo en mí me dijo que lo dijera y se lo conté a la señorita Flor. “Soñé que su novio moría de Sepsis señorita Flor, cuídelo mucho por favor”. Creía que me gritaría o que se reiría de mí, pero sus ojos se nublaron con lágrimas y se retiró del salón. La señorita Flor no fue a clases esa semana. Lo último que supe de ella era que había renunciado al colegio. Escuche que decir de una amiguita que se había ido a otro país con su novio, ahora esposo, que había sido ascendido en su trabajo y ganaría mucho mucho dinero. Fui feliz, tan feliz, pero la felicidad no me duro nada. Mi mamá me regaño, me dijo que las cosas buenas les pasan a pocas personas en este mundo y que el pobre desgraciado del novio de mi linda maestra flor era diabético, murió de Sepsis con apenas 30 años. Pobre diablo, agregó. Aprendí que no había nada que yo pudiese hacer. La muerte te encontrará por más que huyas de ella si ha colocado sus ojos sobre ti.

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