Capitulo 5

2507 Words
Eva La fiesta fue hace días. Entre los turnos de trabajo y los deberes no he visto a Adán desde entonces. Y decir que lo echo de menos es quedarse corto. Cada vez que cierro los ojos sueño con él y me despierto tan cachonda que he tenido que masturbarme tantas veces que he perdido la cuenta y juro que estoy gastando las pilas del vibrador. También estoy ignorando todas las llamadas de Alex porque no sé cómo tratar con él. Quiero decir que está claro que hemos terminado. Se acabó antes de que empezara a meterme con Adán pero cuando pienso en los tecnicismos, el hecho de que esencialmente he sido infiel, me hace sentir más que un poco incómoda. Pero Adán tampoco es exactamente un agente libre. Dios, esto es complicado. Mi madre entra, sus zapatos de tacón repiquetean en el mármol mientras camina hacia mí. Levanto la vista del portátil y sonrío. —¿Estás ocupada ahora?— Me dice. —Estoy trabajando en un ensayo. —Entonces no estás ocupada—. Ella dice. —¿Quieres que haga algo?— pregunto. ¿Qué sentido tiene discutir? Sólo ganará como todas las otras veces. —Sí, de hecho.— Ella dice. —Adán dejó unos archivos aquí y los necesita. Tengo una reunión importante en...— Mira su reluciente Rolex para conseguir un efecto dramático. —En menos de una hora. —¿Así que quieres que le lleve los archivos?— —Sí.— Dice como si yo fuera estúpida. —¿Puedes manejarlo? —Claro—. Respondo. Ignorando el sentimiento que ya me embarga al pensar que tengo una razón legítima para verle ahora mismo. —Bueno, adelante entonces. Es un hombre ocupado. No tiene tiempo para esperar los caprichos de una niña—. Dice como si yo fuera idiota. —¿Dónde están?— Pregunto. —¿Dónde están qué?— Ella resopla. —Los archivos que necesita. —En su oficina. En su escritorio—. Dice antes de marcharse. Sacudo la cabeza, cierro el portátil y me levanto. Si tuviera más tiempo, me maquillaría un poco, me esforzaría un poco, pero sé que ya estoy bastante buena y, además, no quiero que ningún observador al azar vea algo en mi comportamiento que me delate. Bajo pasando por la cocina, el comedor y hasta donde está su despacho. Nunca entro aquí. No tengo ninguna razón para hacerlo. Está limpio, organizado. Todo está en su sitio. Incluso los archivos están apilados con precisión sobre su escritorio. Por un segundo se me ocurre una idea y sonrío, decidiendo hacerlo a pesar del riesgo. Me froto la tanga, me aseguro de que esté bien cubierta y me la quito, la enrollo y la meto en uno de sus cajones. Un regalito para que lo encuentre más tarde. Recojo los expedientes y me dirijo al coche. Cuando llego a su oficina, me dicen que está en la nueva obra y, aunque una parte de mí sabe que podría dejar los archivos en la sede, siento que debería entregárselos en persona. Después de todo, es un hombre ocupado. Suspiro, entro en el coche, doy por perdidas unas cuantas horas de redacción y atravieso la ciudad hasta donde sin duda me espera. Cuando arranco, siento que me miran. El lugar está lleno de obreros, albañiles, chipeadores, todos llevan cascos y a lo lejos resuena el ruido de la maquinaria pesada. La mitad de los hombres están sin camisetas, como si hiciera tanto calor que tuvieran que estar sacándosela todo. Recojo las carpetas y salgo, agradecida por no haberme esforzado más, porque ya me siento bastante llamativa con mi vestido de tenis y mis zapatillas. Alguien me llama. Frunzo el ceño y miro a mi alrededor. Pero no los reconozco. Otro silba como si no estuviéramos en el siglo XXI, como si el feminismo nunca hubiera existido. —Me cago en la puta—. Murmuro en voz baja porque no tengo valentía para reñirles. —¿Dónde está Adán Shepard?— Pregunto mientras pasa un hombre, un obrero. Me mira extrañado y asiente con la cabeza. Sólo que allí no hay nadie, sólo un montón de andamios. —Hola guapa, ¿a quién buscas?— Alguien dice inclinándose sobre las barras del andamio por encima de mí. —No, nadie quiere tu polla, vieja cosa arrugada que es—. grita otro. Todos se ríen mientras yo me quedo parada sintiéndome como un idiota mientras mi cara se sonroja de vergüenza. —¿Qué es esto?— Adán gruñe mientras acecha hacia nosotros. Todos se callan al ver su cara que parece un trueno. —¿Crees que está bien acosar a una chica así?— Suelta mientras se entretienen. Y entonces vuelve su atención hacia mí. —¿Qué haces aquí?— Pregunta de una manera que me hace estremecer. —Traje los archivos que necesitabas—. Digo sosteniéndolos como si fueran mi defensa. —Mamá dijo que los necesitabas urgentemente. —Mierda—. Refunfuña. —Le pedí que los trajera. No puede hacer ni una sola cosa...— Se detiene. —Vamos. Mueve la cabeza, se gira y vuelve por donde ha venido, esperando que le siga. Y lo hago, admirando su trasero todo lo que puedo con los vaqueros que lleva. Sube las escaleras hasta una cabina, sostiene la puerta sin mirarme siquiera y la suelta en cuanto estoy dentro. —Ponlos en mi escritorio, ¿quieres?—. Dice agitando una mano sin mirarme todavía. Me acerco y los dejo y resoplo. —¿Ni siquiera vas a dar las gracias?—. le contesto. Suspira y se sirve una taza de café. —Ha sido un día largo. —¿Sí?— Respondo. —Suena muy duro. Voy a irme y me agarra del brazo. —Lo siento. No quiero ser asi. —Sólo intento ayudar—. Le digo. —Ya lo sé—. Dice acercándome más a él. —Eres una mi niña buena. Levanto una ceja. ¿En serio está haciendo eso ahora mismo? —Así no—. Dice. —No quería decir eso. —¿Qué querías decir?— pregunto molesta. —Quiero decir que traer estos archivos es útil. Gracias. —De nada—. Respondo sólo que él no me suelta. Me está mirando fijamente. —¿Adán? —Te he echado de menos.— Me dice. Sus manos se mueven alrededor de mi espalda, llegando hasta mi culo. —Adán—. Le digo. —Me preguntaba si estabas dudando de esto, evitándome incluso—. Me dijo. —¿Quieres decir como hiciste después de que te la chupara la primera vez?— Le digo y sonríe. —¿Lo sabías? —Era bastante obvio—. Murmuro. Me aprieta las nalgas, me las masajea. —Y no te estoy evitando. Sólo he estado ocupada. He tenido deberes, tareas y trabajo. —Pues déjalo. —¿Perdona? —Deja tu trabajo. De todas formas no lo necesitas. Yo tengo suficiente—. Dice apoyándose en el puesto de café que hay detrás. —No quiero tu dinero.... —Lo sé, eres una mujer independiente—. Dice de una manera que me hace reír. —He estado guardando cada centavo que me das. Voy a devolverlo todo también con mi matrícula universitaria. —No hace falta. —Quiero hacerlo. —Eva, ¿quieres dejar que te cuide? —Ya lo haces—. le digo sonriendo. Él sonríe más. —Deja que papi te cuide—. Dice. —Déjame tratarte. Me muerdo el labio. —Hablando de tratos, te he dejado un regalito en el despacho de casa. Levanta una ceja. —¿Qué? —Tendrás que esperar y ver. —No soy un hombre paciente—. Murmura, tirando de mi vestido, levantándolo. —Quizá deberías aprender a serlo. —¿Y dónde estaría la diversión en eso?— Dice mientras le da un último tirón y sus ojos se abren de par en par al ver que no llevo nada debajo. —¿Dónde están tus bragas? —En tu oficina. En casa—. Afirmo. Suelta una carcajada. —Y yo que pensaba que te habías alejado de mí—. Dice deslizando sus dedos entre mis labios, provocándome mientras gimo. —¿Por qué iba a hacerlo? consigo medio jadear. Se encoge de hombros. —Tengo más del doble de tu edad. Tal vez te hayas divertido...— Dice mientras empieza a rodear mi entrada, sondeándola más que penetrándola. —Con la edad viene la experiencia—. Yo digo. —Quizá sea eso lo que me gusta. Sonríe. —¿Te gusta mi experiencia?— Dice mientras finalmente me concede algo de piedad y hunde dos dedos. —Sí—. Jadeo más fuerte de lo que debería. —¿A mi pequeña le gusta cómo usa su cuerpo este viejo? Asiento, mordiéndome el labio. Mierda, me voy a correr y él apenas ha empezado. Ni siquiera sé cómo lo está haciendo. Cómo es capaz de tener un efecto tan devastadoramente delicioso, pero sé que no quiero que pare. Nunca quiero que pare. —Viejo—. Gimo. —Qué viejo. Sonríe. Se que puede escuchar los soniditos de sus dedos en mi humedad. Sé que también puede olerme por tanta fricción en mi intimidad. —Estás a punto de correrte, ¿verdad?— Dice mientras muevo mis pies, mientras muevo mis manos para agarrarlo. —Adán—. Me estremezco. —Córrete para mí Eva. Córrete para tu papi. Asiento con la cabeza, vuelvo a estremecerme y echo la cabeza hacia atrás dejando que me inunde, dejando que mi cuerpo haga lo que necesita desesperadamente mientras Adán me observa como un poseso. Sólo puedo esperar que el sonido de la máquina de fuera ahogue el sonido de mis gritos a todo volumen de placer, pero Adán me tapa la boca con la mano y los ahoga lo mejor que puede. Caigo sobre su pecho y vuelve a bajarme el vestido. —Este es mi agradecimiento por los archivos, mi niña hermosa. —Eres una mierda—. Murmuro y su pecho vibra mientras se ríe. —Cuidado Eva, puede que decida lavarte esa boquita grosera que tienes. Doy un paso atrás, intentando no mirarle la entrepierna porque sé lo que veré si lo hago y lo último que necesito ahora mismo es que intente follarme porque, en el estado en el que estoy, dudo que me defienda. —Adán, ¿tienes...?— Theodoro hace una pausa mirando entre nosotros. —Lo siento Eva, no sabía que estabas aquí—. Mira a Adán con una expresión más que inquisitiva. —Estaba dejando los archivos faltantes—. Adán dice agarrando la taza de café y caminando para sentarse en su escritorio. —Bueno, ahora que he hecho mi trabajo me voy a casa—. Digo. —Mi redacción no se escribirá sola. —No, no lo hará—. Adán responde como si él no fuera la razón por la que casi seguro me voy a tirar toda la noche ahora. No miro a Theodoro al pasar. Espero que mi reacción en el jacuzzi haya sido suficiente para que capte el mensaje y, de todos modos, no me importa mucho lo que piense de mí. Es la opinión de Adán la que me preocupa y él acaba de dejar muy claro que le gusto tal y como soy. *** Adán La veo irse sorbiendo mi café. Si mi furiosa erección pudiera desaparecer tan fácilmente, estaría más que contento con el giro de los acontecimientos. —Adán—. Theo dice mientras acerca una silla. —El café está recién hecho—. Le digo. —No, estoy bien—. Responde antes de mirar hacia atrás como si todavía esperara que Eva estuviera aquí. —¿Qué estaba haciendo ella aquí? —Como he dicho, dejando estos archivos—. Respondo recogiéndolos. —¿Ahora la tienes haciendo recados por ti?—. Se ríe. —Recados no—. Le contesto. —Lilith tenía que traerlos, pero estaba demasiado ocupada. Resopla. —Claro que sí—. Murmura. —Aún así no es una mal sustituta. —¿Qué significa?— Digo ladeando la cabeza. Es mi puta hijastra de la que está hablando. —Vamos hombre, no actúes como si no te hubieras pegado una por ella. —¿De qué mierda estás hablando?— Gruño. —Eva—. Ella es un poco... atrevida. ¿Quién no se ha complacida al pensar en ella? Sacudo la cabeza, mi rabia es fulgurante y es todo lo que puedo hacer para no tirar este escritorio a un lado y darle una paliza al hombre. —Tú y yo vamos a tener un serio problema si no tienes cuidado con cómo hablas de Eva—. Digo. —Lo siento, colega—. Dice pero no lo parece. —Ustedes dos se veían muy cómodos de todos modos. —¿Qué quieres decir? —¿Seguro que no estás siendo demasiado protector por razones distintas a ser su padrastro? Gruño. —Me hice cargo de ella, ayudé a criarla desde pequeña. Asiente como si no lo supiera. Como si fuera información nueva. Mientras intento no pensar en el hecho de que estoy literalmente follando con ella, la chica a la que debería mirar como a mi hija. La chica a la que miro como a mi hija. —¿Qué querías?— pregunto sentándome de nuevo en mi silla. —Las nuevas cuentas que presentamos. Los auditores encontraron una discrepancia. —¿Qué tipo de discrepancia?— Pregunto. —Falta un cuarto de millón. —¿Qué? ¿De dónde? —Toma. Dice dejando el papel y mostrándome las secciones resaltadas. —Estas son todas las transacciones que no podemos contabilizar. Me paso la mano por la cara. —¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? —¿Que alguien está robando del fondo? Sí, eso es exactamente. —Mierda—. Siseo. Nadie tiene acceso más que yo, Theodoro y unos pocos más. —Tenemos que involucrar a la policía. —No, no tenemos que hacerlo. No hasta que sepamos qué es qué. —Cuanto más esperemos, más sospechoso parece esto—. Afirmo. —Y si no es nada entonces hemos causado demasiado para nada. —Mierda—. gruño. Tiene razón, pero eso no significa que crea que tiene razón. —Déjalo conmigo—. Dice. —Lo arreglaré. Asiento y él se levanta y se va. Pero en cuanto se va, saco el móvil y llamo a un contacto policial. Que me aspen si dejo que mis propios errores estúpidos hundan a toda la empresa y si hay un ladrón, que es más que probable que lo haya, quiero que lo cojan, quiero que rinda cuentas. Quiero que comparezcan ante la justicia.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD