Capitulo 4

3129 Words
Eva Me quedo en mi habitación. Finjo que me duele la cabeza cuando mi madre viene a buscarme y se traga la mentira. Y me quedo esperando, deseando, preguntándome dónde estará mi papi ahora mismo y si estará pensando en mí. Espero que sí. Dios, espero que realmente lo esté porque quiero que vuelva. Quiero que continúe. Ahora los dos nos hemos tirado por el precipicio y estoy dispuesta a caer todo el camino hasta que los dos nos estrellemos contra las rocas de abajo. —¿Eva?— Murmura asomando la cabeza por la puerta. —Te he comprado comida. Me siento y observo cómo se mueve en la penumbra. La fiesta terminó oficialmente hace siglos, pero aún puedo oír a mi madre si escucho con suficiente atención. También oigo otras voces. —No tenías que hacerlo—. le digo. Él sonríe. —¿No? ¿Prefieres que te deje entonces? —No.— Digo rápidamente. —Siéntate. Quédate conmigo. Hace un gesto, como si registrara por un segundo lo que estamos haciendo y luego decide. Se posa en el borde de la cama, poniendo el plato entre nosotros. —No sabía lo que querías, así que he cogido unos sándwiches. Sonrío. Ahora parece casi tímido, inseguro y, sin embargo, horas antes no dudaba en absoluto. Me inclino hacia él, enciendo la lámpara y ambos parpadeamos mientras nuestros ojos se adaptan. Luego cojo un bocadillo y como. La verdad es que me muero de hambre, pero nada de lo que hay en este plato saciaría mi hambre. Suspira mirándome un momento. —¿No tienes hambre?— le pregunto. Sonríe. —No por esto. —¿Algo más?— Medio susurro. Sus ojos brillan y sé que ambos estamos de acuerdo. Que quiere más. Que está pensando en tomar más. —No podía dejar de pensar en ti—. le digo. Me mira a los ojos, pero no contesta. —No podía dejar de pensar en... tu polla. Su mandíbula se mueve. Se le revuelve la garganta. Aparto el plato, despejo el espacio. Me mira, como si quisiera que yo diera el primer paso. Me quito el edredón de encima y sus ojos se posan inmediatamente en donde estoy sentada, con las piernas abiertas, las rodillas dobladas, en tanga y camiseta. —Incluso cuando intentaba no hacerlo—. Digo deslizando mi mano bajo la tela de encaje. —Incluso cuando intentaba pensar en alguien más—. Gimo mientras me toco. —No dejaba de ver tu cara. Gime, me agarra de las piernas, me tira hacia abajo y yo aparto la tela de encaje para que pueda mirar. —Quería que me hicieras correrme ese día—. Le digo. Tengo las piernas abiertas. Empujo mientras me doy placer y me encanta el hecho de que me esté mirando, disfrutando cada segundo de esto. —Estaba tan caliente y quería que lo sintieras, que sintieras lo mojada que estaba. —Eva.— El dice. Ahora se mueve encima de mí. Su cuerpo se mantiene sobre el mío. —Si hacemos esto no hay vuelta atrás. —No quiero volver atrás—. Le digo. —Ya te lo he dicho. Se queja. —Eres mi hijastra. —Eso es lo que lo hace tan excitante, cae en pecado, prueba el fruto prohibido, Adán—. le digo. Niega con la cabeza antes de acercar su cara a la mía. Puedo sentir su barba incipiente, puedo sentir la suavidad de sus labios mientras me besa suavemente. Cariñosamente. Separo los labios y su lengua se desliza dentro. Mierda, sabe besar, de verdad que sabe. Se toma su tiempo, acaricia mi lengua, explora mi boca y yo gimo contra él. Ya no me masturbo aunque mi mano sigue en mi coño. Estoy demasiado absorta en su beso para pensar en otra cosa. Se aparta, me mira fijamente a los ojos y yo me ruborizo al devolverle la mirada. Y entonces, lentamente, sus manos encuentran la parte inferior de mi camiseta y empieza a subírmela. No llevo sujetador. No llevo nada debajo y sus ojos se abren de par en par mientras mira fijamente mis pechos. Respiro muy deprisa. Mi pecho sube y baja y noto que mis pezones se endurecen cada vez más. Sus manos caen para abrazarme y cierro los ojos sintiendo el contraste de sus manos cálidas, de cómo me toca tan suavemente con su piel dura y callosa. —Dios, Eva—. Gime. Los acaricia, los provoca, prácticamente los adora. Baja sus labios a mi izquierda y succiona mi pezón. —Ooohh.— Gimo fuerte. —Ssssh—. Murmura. —Tenemos que estar callados. —No quiero estarlo—. Le respondo. Suspira. —Esta vez tienes que hacerlo. —Quiero que me hagas gritar. Sonríe. —No te preocupes por eso porque pronto lo harás. Vuelve a chupar, su lengua me envuelve mientras hace rodar mi pezón antes de mordisquearlo suavemente. Este hombre es increíble. Su boca es un portal al cielo y quiero que posea cada pedazo de mí. Arrastra su pulgar sobre el pezón, arañándolo, poniéndolo tan duro mientras dirige su atención a mi pecho derecho. —Tus pechos Eva, tus... tetitas, son increíbles—. Dice. —Son tuyas. Cada parte de mí es tuya—. Le digo. Sonríe. —¿Cada parte? —Cada trozo que quieras. Ladea la cabeza, me agarra del pecho volviéndose repentinamente rabioso mientras se pierde. Gimo, me retuerzo, enrosco mis piernas alrededor de su cuerpo y puedo sentir su polla. Incluso ahora puedo sentir lo dura que está. —Mi niña traviesa—. Me dice. Suelto una risita, pero se me queda en la garganta cuando siento sus manos moverse hacia donde están las mías, entre mis muslos. —Estás mojada—. Dice. —Tan mojada. —Mojada para ti, papito—. Le contesto. Sonríe y aparta mi mano para que pueda ver mejor mi coño. —Este chochito necesita la atención adecuada—. Me dice. Asiento con la cabeza. —Sí papi —No la patética tomadura de pelo que acabas de hacer—. Afirma. Se me cae la mandíbula. —No estaba... Me silencia con una mirada. —Voy a hacer que te corras otra vez, Eva. Voy a enseñarte lo que se siente cuando un hombre te toca. Asiento con la cabeza. Ya he experimentado su tipo de atención y estoy lista para más. —Voy a enseñarle tantos trucos a esta v****a que nunca más querrá ser tocada por esos niñitos con los que te metes. —Sólo quiero que me toques tú. Levanta una ceja. —¿Ah, sí?— Me separa los labios, dejando a la vista toda mi carne interior. —Tienes un coño muy bonito, ¿lo sabías? Me sonrojo. Me gusta que le guste. No es que tenga ningún control sobre mi aspecto, pero aun así... Me toca el clítoris. Lo acaricia un segundo y siento que mi cuerpo responde mojándose más. —Tan sensible—. Murmura. Empieza a dar vueltas, suavemente, burlonamente. Suelto más jugos y él sonríe, disfrutando mientras lucho contra mi impulso de moverme, mi impulso de retorcerme, mi necesidad de que siga así. —Cuando te corras, di mi nombre, ¿me oyes?—. Me dice. Asiento con la cabeza. Me encanta lo dominante que es. Cómo controla también. —Te corres para mí niña, solo para mi. —Me corro para ti papi, solo para ti—. Le contesto mientras acelera, mientras empieza a manipular mi cuerpo, forzándome a precipitarme hacia mi conclusión. —Adán—. Jadeo, pero aún no me corro. Solo tengo que confirmarme a mí misma que esto es real, que está ocurriendo, que no he caído en un sueño loco y que me despertaré hecha un manojo de nervios sin él. —Ssssh.— Murmura. —Confía en mí y te daré todo lo que quieras. —Te deseo—. Digo. —Sólo te deseo a ti. Sonríe y sus dedos me ponen al borde del abismo. Me estremezco, me sacudo, su cuerpo me sujeta mientras la espiral de mi interior se rompe y tengo que enterrar la cara en la almohada para detener mis gritos. Pero ambos lo oímos. Ambos oímos su nombre en mis labios. —Buena niña—. Dice mientras me caigo a pedazos debajo de él. Me aparta el pelo de la cara. —Buena niña—. Lo dice de una manera que suena como si hubiéramos terminado. Como si me hubiera dado mi recompensa y ahora se hubiera acabado. —No te vayas.— Le digo. —Yo no... —Quédate conmigo esta noche. Suspira. —No puedo. *** Adán Veo su cara caer. Sé que es una imprudencia estúpida estar aquí ahora, ¿pero quedarme en su habitación? Demonios, estoy pidiendo que me pillen. Miro fijamente hacia abajo, su camiseta está subida por su garganta, sus tetas hermosas están al aire y ahora se me hace agua la boca al ver cómo cuelgan. Son más grandes de lo que imaginaba, de lo que creía. Tiene cuerpo de mujer. Entonces supe que no era una niña, pero aun es mi pequeña, mi niña. Puedo sentir su humedad en mis dedos. Puedo saborearla en mi lengua. Y en mis pantalones, mi pene palpita tan fuerte que no sé cómo no he explotado ya por todas partes. —Por favor Adán.— Ella dice. —Dame un momento—. Le contesto. Me levanto y me alejo cuando lo único que quiero es hundir mi polla en ella y sentirme como en casa, en el único lugar donde debería estar. Salgo, metiéndome la erección bajo el cinturón y sacándome la camisa para tapar cualquier último rastro. En algún lugar de mi casa, sin duda, mi mujer sigue bebiendo. Camino por el pasillo. La mayoría de la familia se fue hace horas. Theo se marchó en algún momento. Sólo quedan Lilith y algunos de sus amigos del trabajo. Los encuentro sentados en el jardín, a ella, a su jefe y a otros dos que no conozco realmente. —Adán—. Dice sonriendo. —Me voy a la cama—. Le digo. Ella asiente. —¿No te importa si seguimos?— Murmura. —Para nada—. Yo digo. —Pásenlo bien. Dormiré en la habitación de invitados. Sonríe mirando a todo el mundo como si intentara demostrar lo buen marido que soy y siento una punzada al ver que la humedad del hermoso coño de su hija aún está en la punta de mis dedos. —Buenas noches a todos—. Yo digo. —Buenas noches—. Murmuran y les dejo. Trabajo hecho. Vuelvo a entrar, me dirijo a la habitación donde suelo dormir y revuelvo la cama para que parezca que he dormido en ella. Por si acaso alguien lo comprueba. Sólo sé que no lo harán. Lilith tendrá demasiada resaca. Se quedará en la cama casi toda la mañana, así que si juego bien mis cartas podré mantener a Eva ocupada toda la mañana. Sacudo la cabeza. Es casi desconcertante lo fácil que me estoy metiendo en el papel de marido infiel. Debería sentirme más culpable. Debería sentir más preocupación, pero no la siento. Vuelvo a entrar en la habitación de Eva. Está sentada esperándome. Su camiseta está en el suelo. Se ha deshecho de ella por completo y tengo curiosidad por ver si ha hecho lo mismo con la tanga. —Todo arreglado—. Digo. —¿En serio?— Ella jadea. —¿Dudabas de mí? Ella sacude la cabeza. —Ni por un minuto. Empiezo a desabrocharme la camisa y se queda boquiabierta. Nunca me ha visto así, siempre he sido demasiado consciente de no cruzar los límites como para andar por casa con algo menos que la ropa completa, aunque ahora reconozco la ironía de eso. —¿Tú...?— Dice mirándome el cuerpo. —¿Que pasa?— Digo y ella suelta una risita. —¿Qué esperabas? ¿Un anciano enjuto?— murmuro acercándome a la cama. Sé que estoy en buena forma. Hago mucho ejercicio. Es un buen alivio para el estrés, entre otras cosas, y estos últimos meses esta chica me ha estado estresando más que cualquier otra cosa. Traga saliva. Quizá voy demasiado rápido. El modo en que tiembla su cuerpecito parece sugerirlo y, a pesar de mis ganas de lanzarme de cabeza a lo que sea, mi necesidad de cuidarla prevalece sobre todo lo demás. —No haremos nada que no quieras—. Le digo. Ella asiente moviéndose, levantando las mantas para que yo pueda entrar y veo que, después de todo, sigue llevando la tanga. Ya debe estar empapada. Empapada en sus jugos. Cuando me tumbo, ella se acurruca contra mí y me pasa la mano por la piel. Sus dedos están fríos, pero la sensación es muy agradable. Recorre mis tatuajes como si no pudiera identificarlos conmigo, pero debe de haber visto al menos los de mi brazo, porque mi camiseta no los oculta. —Eres ardiente—. Ella dice. —Bueno, soy un hombre de sangre caliente—. Afirmo. Se muerde el labio y, lentamente, levanta la cabeza y me besa. Sus manos se enredan en mi pelo, gime mientras lo hace y noto cómo su cuerpo se inclina aún más hacia mí. Instintivamente la agarro, tirando de ella, y mis manos encuentran sus tetas. Ella arquea la espalda, disfrutando claramente cuando empiezo a manipularlas. Y entonces siento sus manos sobre mí, tocándome, sintiendo mi cuerpo, haciéndome cosquillas en el vello del pecho antes de bajar. Aún llevo los pantalones. No me los he quitado, y cuando me coge el cinturón, dejo que lo haga ella. Si quiere follar, yo no se lo voy a impedir, pero voy a dejar que sea ella quien decida. Me los quito después de que ella los haya desabrochado, pero me dejo los bóxers puestos. Sus manos tantean para tocarme y gimo. —Me gusta tu pene—. Dice mientras empieza a tocarlo a través de la tela. Excitándome más. —Me gusta cómo se siente. —Eso es bueno porque tú también le gustas. Sonríe, desliza la mano bajo el elástico y me agarra como si supiera lo que hace. —¿A papi también le gustaría correrse?— Dice y mi polla se sacude de excitación. —Muchísimo—. Le contesto. Se lame los labios y me doy cuenta de que no va a masturbarme, sino a chupármela otra vez. Señor, ten piedad. Se tumba encima de mí, el edredón la cubre y yo lo retiro. No quiero que nada me quite la vista que tengo ahora. Sus tetas cuelgan perfectamente. Está acurrucada sobre mi entrepierna, mirándome como si mi polla fuera su salvación. Como si contuviera todo lo que necesita. —Métetelo en la boca y chúpalo como una niña buena—. Le digo. Ella asiente, me sube la polla y frunce los labios, deslizándome dentro. Y mierda, entonces gimo. Ni siquiera me importa si nos pillan en este momento. Ni siquiera me importa quién oiga. Su boca es increíble. Su lengua puede hacer milagros. Me coge, me chupa, me deja deslizar por su garganta como si no tuviera reflejo nauseoso, como si su boca estuviera diseñada exclusivamente para mi polla. Me agito contra ella, jadea un poco pero no se ahoga. Mi angelita es perfecta. Se toma su tiempo, me hace trabajar hasta que estoy tan cerca de correrme que me duele, y entonces afloja el ritmo. Me doy cuenta de que me está jugando una mala pasada y sonrío porque quiero saber qué más puede hacer. —No seas pesada—. murmuro. —¿No? ¿A papi no le gusta? —No.— Le digo. Ella baja la boca, me lame, me chupa lentamente antes de apartarse de nuevo. —¿Me azotarías? —¿Perdona? —¿Me azotarías si me porto mal?— Me pregunta antes de lamerme a lo largo y de batir las pestañas como una pequeña que no sabe lo que hace Entrecierro los ojos. No estoy seguro de si es sólo una charla s****l o si lo dice en serio. Vuelve a lamer. —¿Papi? —¿Quieres que te nalguee?— Le pregunto. Ella asiente, cogiendo mi polla una vez más, deslizando su deliciosa lengua por toda ella. —Sí—. Ella dice. —Quiero que me castigues cuando me porte mal. —¿Y que te recompense cuando te portes bien?— Le digo. —Sí—. Dice antes de chupar más, dedicando toda su atención a mi polla, como si fuera su recompensa y estuviera lista para recibirla. Gimo, cierro los ojos y le pongo la mano en la cabeza mientras se afana. —Me voy a correr—. Gimo. —Voy a correrme en tu garganta y esa será tu recompensa por ser una niña buena esta noche. Ella gime, bombea en mi base y yo me sacudo, gruñendo mientras mis pelotas se aprietan y me derramo en su cálida y perfecta boquita. Se lo traga todo, se lame los labios como si nunca hubiera probado nada tan bueno y yo la levanto para que vuelva a tumbarse a mi lado. Deberíamos dormir. Eso es lo que dice una voz en mi cabeza. Tenemos que dormir. Ya deben de ser las cuatro de la mañana. Menos mal que es fin de semana y mañana no tengo nada más que hacer. Eva se tumba a mi lado y sin pensarlo empiezo a rodearle los pezones. Jadea, pero se queda tumbada, dejándome jugar, dejándome disfrutar de su cuerpo. —¿Te excitaría que te azotara?—. Le pregunto. —Si me azotaras tu si papi—. Ella dice. —¿Nada más? Ella niega con la cabeza. —¿Qué hay del bondage? ¿Esposas?— Pregunto. Nunca me ha gustado el b**m. Nunca he tenido el aspecto de dolor, pero si mi pequeña aquí está dispuesto a ello, entonces estoy dispuesto a darle una oportunidad. —No estoy segura.— Ella dice. —Vale, entonces sólo unos azotes—. Murmuro. —Y sólo cuando soy traviesa. —¿Planeas ser traviesa, Eva?—. Le pregunto y se sonroja. Tiene los pezones muy, muy duros. Sobresalen lo suficiente para que pueda pellizcarle bien el centro y me empeño en hacerlo. Se sacude, pero me doy cuenta de que le gusta. —Soy una buena niña, papi. Tú lo sabes—. Ella dice. Sí, lo es. Mi hija. ,Mi pequeña. Mi angelita perfecta.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD