Capitulo 6

3632 Words
Eva Cuando llego a casa me alivia ver que mamá no ha vuelto. Que la casa está vacía. Me dirijo a mi habitación, me doy una ducha, necesito limpiarme después de hacer tal desastre en la oficina de Adán. Aprovecho para lavarme el pelo también. Normalmente es tan rebelde que me lo dejo el mayor tiempo posible, pero si me lo lavo ahora no tendré que molestarme en secármelo, lo que es una ventaja en cuanto al encrespamiento. Cuando estoy limpia, me pongo unos pantalones de chándal y una sudadera con capucha, me siento en el sofá, donde he dejado el portátil, y me paso horas construyendo mi redacción. Añado mis fuentes, me aseguro de que cito las referencias correctamente y, sobre todo, de que he sacado conclusiones que se ajustan a mi argumento y no lo desvían en otra dirección. No es un mal ensayo. No es mi mejor si soy sincera, pero también podría ser mucho peor. Es tarde cuando decido comer algo de pizza. Esperaba que mamá volviera a casa y, sin embargo, sigo estando solo yo. Sola. Engullo la comida, sin importarme si ensucio. Mi madre estaría ahora mismo haciendo comentarios sobre mis hábitos alimenticios, sobre la falta de verduras, sobre los carbohidratos, pero no es que esté gorda y, además, me gusta la pizza. Cuando termino, meto el plato en el lavavajillas y vuelvo a mi ensayo, donde me encierro unas horas más. También me pregunto dónde estará Adán. Tal vez hayan salido juntos y, aunque la idea me pone celosa, no le doy importancia porque hace años que no son así, que no salen solos. Es como si vivieran vidas separadas. Si no supieras que están casados, no lo adivinarías por cómo son la mayor parte del tiempo. Quizá por eso no me siento tan culpable como debería. Quizá por eso no me importa que Adán sea mi padrastro. Tal vez. Oigo el clic de la puerta y a alguien caminando, pero no levanto la vista. De todas formas estoy escondida, así que no es que esté siendo antisocial a propósito y esta redacción no se va a corregir sola. —Hola, tú. Levanto la vista al oír su voz. Y me alarma lo mucho que me salta el corazón. —Hola—. Le contesto. Parece cansado. Parece muy agotado. —¿En qué estás trabajando?— Me pregunta. —Sólo un ensayo—. Le digo. —¿Sí?— Murmura sentándose. —Díme. —¿Sobre mi redacción?— Me río. —Sí. Me interesa. —De acuerdo.— Le digo. —Es sobre El paraíso perdido y si John Milton es intencionado al hacer simpático al protagonista como testamento de las tentaciones del mal. Sonríe como si lo entendiera, pero veo en su cara que no tiene ni idea de qué demonios estoy hablando. —Sabes lo que es "Paraíso Perdido", ¿verdad? Niega con la cabeza y yo me río. —¿En serio? Es un poema épico de doce libros escrito por un ciego. Es una obra maestra o una herejía, según cómo se interprete. —Léeme un poco—. Dice. —¿Algo de Paraíso perdido? Él asiente. —¿Por qué? —Quiero oírlo. Me muerdo el labio. Está jugando conmigo. Ya lo sé. Pero qué demonios. —De acuerdo—. Digo, sacando mis notas. —No, de corazón. —¿Qué? —Dime algo que se te quede grabado. Que recuerdes. —¿Qué es esto, una frase para ligar? Entorna los ojos. —Dime Eva. —Bien.— Murmuro. —La mente es su propio lugar. Puede hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo—. Digo con la esperanza de haberlo entendido bien, pero no es como si realmente lo supiera de todos modos. —¿De verdad te gustan los libros?— Dice. —Me gusta leer. Asiente con la cabeza. —¿Y qué quieres hacer con esta carrera, qué quieres hacer después?. —No lo sé—. Digo. —Yo como que...— Me quedo a medias. Por alguna razón, siento que es más personal tener esta conversación con él, como si significara más, derramar mis secretos, contarle lo único que aspiro a ser cuando nunca antes se lo había confesado a otro ser humano. Nunca me lo había confesado a mí misma. —¿Cómo qué?— Pregunta. —Prométeme que no te reirás—. Le digo. —No lo haré. —Quiero ser escritora. Quiero crear algo. Algo que me sobreviva. Me mira como si yo fuera algo increíble. —Puedes ser escritora si es lo que quieres, Eva. Me burlo. Como si fuera fácil. —Lo que quieras ser, puedes lograrlo, si trabajas duro—. Dice. —¿Y tú? Dudo que quisieras ser lo que eres de mayor—. le digo. Sonríe. —Sabía que tendría mi propio negocio. No puedo explicar cómo, simplemente lo sabía. —¿Sabías que sería en la construcción, el desarrollo de la propiedad? —Sí. Es lo único que sabía hacer. Era bueno con las manos. Empecé como albañil. Trabajé desde abajo. —Y ahora mírate—. Le digo. Sonríe. —Lo estoy haciendo bien. —Sí, yo diría que sí—. Le contesto. Se inclina y me peina desde donde cuelga sobre mi hombro. —Y sigo siendo bueno con las manos—. Dice. —¿Es otra frase para ligar?— Me río. —¿Quieres que lo sea? —¿Dónde está mamá?— Pregunto. Odio preguntar pero si hay alguna posibilidad de que ella esté cerca no voy a hacer nada. —Está trabajando. —¿A estas horas?— me burlo. Él sonríe. —Al parecer, algún cliente odioso le esta complicando y es todo pilas de papeles en el escritorio. —Vaya. —Sí. Aún así...— Me tira de la cara para que le mire de frente. —Nos da un poco de tiempo a solas. —¿Es eso lo que quieres?— Pregunto. —¿No? Me encojo de hombros. Es difícil negar que no lo deseo en este momento, diablos, mi núcleo está prácticamente gritando por él y, sin embargo, no sólo quiero ser una cosa que se folla, una cosa que ve como entretenimiento cuando su esposa no está cerca. —¿Qué estás pensando Eva?— Dice en voz baja. Suelto un leve suspiro. —Te deseo—. Digo. —Pero tampoco quiero ser sólo un poco de diversión. Levanta las cejas, abre la boca para replicar, pero yo hablo por encima de él. —Entiendo que esto es complicado, entiendo que no puedes exactamente sacarme, invitarme vino y cenar como si fuera una cita normal, pero tampoco quiero que esto sea sólo físico. —Yo tampoco quiero sólo físico—. Dice. —Aunque es difícil negar que no me atrae tu cuerpo, que no estoy desesperado por arrancarte la ropa, me gustas como persona. Y quiero conocerte más. —He vivido contigo casi una década—. Afirmo. —¿No me conoces lo suficiente? Se ríe entre dientes. —Como hija tal vez, pero no quiero mirarte y pensar eso. —Soy tu hijastra—. Yo digo. —Y realmente no me importa Eva—. Afirma. —Quiero encantarte. Tratarte bien. Suspiro. —¿Qué pasa con mamá? —¿Qué pasa con ella?— Me pregunta. Dudo, ahora estoy en territorio peligroso. Cruzando la línea. —¿La dejarías? Él entrecierra los ojos. —Eva... —No te lo estoy pidiendo. Ahora mismo no, pero si tenemos alguna posibilidad de un futuro juntos, entonces necesito saber que lo harás algún día. —¿Quieres un futuro conmigo?— Dice. —¿No? Parpadea. —Eres apenas legal, Eva. Yo tengo cuarenta. Dudo que quieras pasar los mejores años de tu vida con un viejo. —Tú no eres un viejo, zoquete. —¿No?— Dice sonriendo. —No.— Le contesto. —Y no sabes lo que quiero. Suspira. —Mira ninguno de los dos sabe lo que nos depara el futuro. No digo que no vaya a dejar a tu madre, pero tampoco niego que no cambiarías de opinión en algún momento sobre lo que estamos haciendo. Sobre si quieres que continuemos. —¿Y qué...? —¿Qué tal si no hacemos planes? ¿Qué tal si vemos a dónde va esto por el momento? Odio admitirlo, pero se me encoge un poco el corazón cuando lo dice. Es como si intentara engatusarme. Que esto es sólo un poco de diversión para él, que yo soy sólo una travesura. —No digo que no vea un futuro Eva. Sólo digo que las cosas son complicadas, muy complicadas, y no quiero que fracasemos. Asiento con la cabeza. —De acuerdo. Me atrae hacia él, envolviéndome con sus brazos mientras nos tumbamos en el sofá. —Me ha gustado verte hoy. Me gustó que vinieras a la oficina—. Dice. —Quieres decir correrte en tu oficina—. Le digo. Se ríe. —Sí, a mí también me gustó. —¿Qué quería Theo?— No sé por qué lo pregunto, no debería importarme pero ese hombre me pone de los nervios. Hace una mueca pero su cuerpo se tensa. —Sólo unas cosas del trabajo. —¿De qué se trata?— le pregunto. Su rostro se vuelve serio. —Nada de lo que debas preocuparte. —Puedes confiar en mí, ¿lo sabes? Sonríe. —Sí, lo sé. —Entonces dímelo. Quizá pueda ayudarte. Se inclina, su aliento caliente golpea mi cara y puedo oler la menta en él. Dios, me muero por besarle ahora mismo, por meterle la lengua hasta el fondo de la boca y saborearla. —¿Quieres ayudar? Asiento con la cabeza. —Así es. Puedo ver el brillo en sus ojos. Ya veo hacia dónde se dirige esto y aunque una parte de mí quiere ser seria, la otra me dice que estamos aquí, solos, y ahora mismo podemos hacer todo el ruido que queramos. *** Adán —Entonces quítate la ropa—. Las palabras salen de mi boca antes de darme cuenta de que las he pronunciado. Duda unos segundos y luego se levanta, se quita la sudadera con capucha, se quita la camiseta de tirantes y se baja los joggers. Suelto un silbido mientras se queda en sujetador y tanga. Esperando mi aprobación. —Y el resto—. Le digo. —Enséñale a papi ese cuerpecito tan bonito que tienes. Se sonroja, pero lo hace. Se desabrocha el sujetador, lo deja caer y, cuando se inclina para bajarse la tanga, tengo la mejor vista de sus tetas. La estoy viendo completamente desnuda a plena luz por primera vez y Dios, es hermosa. —Ahora tú—. Me dice. Inclino la cabeza. —¿Tú también me quieres desnudo? —Me parece justo—. Ella afirma. Sí, así es. Algo me dice que esta noche podríamos subir un escalón. Subiendo la apuesta. Me desabrocho la camisa y me bajo los pantalones. No soy tan sexy, tan seductor en mis movimientos como Eva, pero la forma en que me mira dice que todavía le gusta. —No sabía que tuvieras tantos tatuajes—. Murmura acercándose, pasando la mano por el que tengo en el muslo y del que se acaba de dar cuenta. Sonrío. —¿Te gustan?— A su madre definitivamente no. Ella asiente. —Te sientan bien. Me tomo un momento para estudiarla, su perfecta piel aceitunada, la forma en que se curvan su cintura y sus caderas. Se queda totalmente quieta, dejando que pase mis manos por ella, que explore su cuerpo, que toque donde quiera. Tiene una pequeña cicatriz en el costado. Le paso los dedos por encima sintiendo la piel levantada. —La apendicitis—. Murmura y yo asiento con la cabeza. Lo recuerdo, no mucho después de que Lilith y yo nos juntáramos, había estado tan enferma que la llevaron de urgencia al hospital y durante unos momentos no supe si sobreviviría. La acuné en mis brazos mientras Lilith parecía congelada sin poder hacer nada. Entonces era tan frágil, tan pequeña. Una pequeña niña. No como la mujercita que es ahora, desnuda ante mí. Sus manos encuentran una cicatriz en mí. Una muy fea. —¿Cómo te hiciste eso? Frunzo el ceño. —Esa es una historia para otro momento. Ella también frunce el ceño y entonces la levanto, la hago girar y la pongo de bruces encima de la mesa. —Adán.— Ella jadea. La agarro por las caderas, levantando su culo perfecto y ella empieza a estremecerse. Mi mano golpea su nalga izquierda y ella jadea aún más. Veo la marca, el rubor rosado. La golpeo de nuevo en la derecha. —Oh.— Ella dice. —Has sido una niña traviesa, Eva—. Le digo. —¿Cómo? —Viniendo a mi despacho sin bragas, ¿buscas que te folle?. Murmura algo, pero se pierde mientras la azoto más. Mierda, la sensación de mi mano en su culo es increíble. —¿Esperabas que te metiera la polla para que vieran todos los obreros?—. Le digo. —No.— Ella dice y yo me río mirando donde su coño está tan perfectamente angulado para mí si quisiera tomarla. Está tan mojada que prácticamente gotea. Supongo que le gusta que la azoten y, si soy sincero, a mí me gusta azotarla. Me gusta jugar al dominante sólo un poco. Sólo por un momento. Me agacho, pongo mi boca sobre ella y se estremece. Su conchita sabe tan bien. Le paso la lengua por encima. La saboreo. —Oh Dios. Adán...— Empieza a retorcerse debajo de mí. Le agarro la cabeza, sujetándola firmemente por ella. —Deja que papi cene, cariño—. Digo antes de dar otro festín. Es tan resbaladiza, tan suave, el hecho de que no tenga vello me excita tanto mientras paso mi lengua entre sus pliegues, mientras la lamo por todas partes, marcándola con mi saliva. —Qué rico—. Ella gime. —¿Sí?— Digo levantando la cara. —¿Te gusta que te coma? —Me encanta, papito—. Ella dice y yo sonrío antes de volver a ella. Su coño sigue soltando más y más jugos. Le acaricio el clítoris con las yemas de los dedos mientras mi lengua empieza a sondear su culo. —¿Alguna vez has hecho anal? Ella se congela por un segundo y eso me dice todo lo que necesito saber. —Yo...— Sus palabras vacilan y mueren cuando empiezo a lamer y chupar su ano. —Dios, papi, papi—. Ella dice y yo sonrío. Esto le encanta. Le meto los dedos en el coño y se sobresalta, pero mi mano la sujeta. —Toma lo que papi te da—. Digo bombeando, trabajándola, sintiendo como empieza a jadear, como empieza a hacer ruido de verdad y entonces grita, corriéndose mientras yo estoy de pie sobre ella, disfrutando cada segundo. Saco los dedos. Le doy un momento para que recupere el aliento y luego me agarro la polla, sondeando con ella su apretado agujerito. Se queda paralizada, pero no me doy cuenta. Para ser sincero, ahora estoy demasiado absorto en mi propio placer, demasiado absorto en la idea de lo increíble que se va a sentir envuelta en mí. Lo jodidamente fantástico que va a ser hundir por fin mi polla en ella. —Espera—. Ella dice. —Espera, espera, espera. Me detengo, le suelto el pelo y ella se da la vuelta mirándome fijamente. De repente me doy cuenta de que he ido demasiado rápido. Voy demasiado lejos. Demasiado rápido. —Está bien—. Le digo. —Lo haremos a tu ritmo. Ella asiente. —Quiero hacerlo, sólo que... no estoy preparada. —Puedo esperar. El tiempo que necesites. Me da las gracias como si no estuviera acostumbrada a que alguien le dijera eso y la idea me cabrea. Se merece que la traten con respeto. Y está claro, por la expresión de su cara, que no lo ha recibido de los tarados colegiales con los que ha estado antes. Se sonroja mirándome fijamente. Y entonces se inclina hacia delante, agarrando mi polla, bombeándola lentamente con su mano. Está claro que aún no ha terminado. Aún quiere más de mí, y si tengo que pasarme toda la noche haciéndola correrse sólo con mis dedos, lo haré encantado. —¿Te correrías sobre mí?— Ella dice. —¿Qué? —Eyacula en mí. Córrete encima de mí. Me resisto a sonreír. —¿Te gustaría? —Sí. Quiero que me cubras con tu semen. Mierda. Nunca he tenido a alguien que me pidiera hacer eso. Quiero decir, seguro que estoy en ello, pero la mayoría de las mujeres no les gusta lo tan sucio. Se echa hacia atrás, abriéndose más, como si estuviera a punto de ser bautizada por mí semen. —Tócate—. Le digo. —Tócate mientras papi mira y si te portas bien tendrás tu recompensa. Ella asiente, sonriendo, sí, está tan metida en esto como yo ahora mismo. Se lleva las manos al coño. Hace lo que yo hice cuando la toqué y usa una para abrir los labios para mí. —Qué coñito tan bonito—. Digo, agarrando mi polla. Mis huevos están deseando vaciarse, pero quiero que esto dure. Que los dos disfrutemos al máximo. Ella empieza a masturbarse con la otra mano, yo la miro mientras bombeo lentamente. Ella es lenta, burlona, sus movimientos son diferentes a los míos. Sólo se concentra en su clítoris. —¿No metes los dedos?— pregunto. Ella niega con la cabeza. —No. No me hace nada. Suelto una carcajada porque se corre con bastante facilidad cuando la penetro con mis dedos. —Mételos, enróllalos dentro—. Le digo. Me mira fijamente mientras lo hace. —Despacio, encuentra ese punto en ti que te gusta. —Oh mierda. —Ahí tienes, cariño. —Dios eso es... —¿Mejor? Ella asiente, mordiéndose el labio. Sí, le encanta. —Te dije que papi te enseñaría todos los trucos correctos. —Córrete en mí. Por favor—. Puedo oír la necesidad en ella mientras lo dice. —Lo haré—. Digo. Estoy cerca pero quiero mirar un poco más. Ya lo tengo todo planeado en mi cabeza. Se está follando con los dedos, se retuerce. Sus manos se mueven muy rápido. Mi perfecta angelita me está dando el mejor espectáculo de mi vida y mientras mi liquido pre seminal rezuma no puedo apartar mis ojos de ella. —Adán, por favor—. Ella jadea. Acelero el ritmo, quiero que grite en su propio éxtasis mientras está cubierta de mi semen. —Eva.— Gimo mientras siento mis pelotas contraerse, mientras mi cuerpo se tensa y escupo chorros de semen por su pecho, por su cuerpecito. —Oh, Dios mío, sí—. Grita como si acabara de bendecirla. Paso las manos por encima, untándoselo en el pecho mientras ella empieza a retorcerse y a sonrojarse. Ella también está a punto de correrse. Puedo verlo en su cara. Ya he aprendido las señales. La forma en que frunce el ceño, cómo se le traba la mandíbula durante un segundo antes de que todo se relaje y se funda en sí misma. Grita. Grita muy fuerte. Me quedo mirando, admirando, adorando como mi pequeña orgasmea sólo para mí. Mierda, ella es realmente perfecta. La niña de papi. Mi angelita lasciva. —Adán—. Ella jadea. Sus tetas se agitan. Parece que nunca se ha corrido tan fuerte en su vida. —¿Te ha gustado?— Le digo. Ella se ríe. —Sí. ¿Te he ayudado? —Oh, lo hiciste mucho corazón. Se mira, se pasa un dedo por el semen y luego se lo mete en la boca chupando un momento. Y Jesús, si mis pelotas no se acabaran de vaciar estaría duro como una piedra por esa sola acción. —Sabes tan bien—. Prácticamente ronronea. —¿Te gusta la lechita de papi? Ella asiente sentándose. —Me gusta sobre mí, encima de mí, pero sobre todo me gusta en la boca. Le agarro la cara y la atraigo hacia mí. —Cuidado Eva, podría tomar eso como una invitación. —Lo es. —¿Quieres que me corra en tu boquita otra vez? —Quiero que me llenes. Quiero ahogarme en él. —Mierda—. Gimo, tirando de ella hasta ponerla de pie y luego contra mi pecho. Ahora la siento sobre mí. Es fresco, pegajoso, todo el calor se ha ido. —Prométeme que no me harás daño—. Ella dice en voz baja y yo miro hacia abajo encontrándome con esos angelicales ojos suyos. —No lo haré Eva. Te lo prometo. Cuidaré de ti. —¿Para siempre?— Ella dice. —Todo el tiempo que quieras. Ella asiente. Me doy cuenta de que no es la respuesta que quiere. Que quiere una declaración de mi devoción pero no se la daré. No soy estúpido, no voy a engañarme pensando que lo nuestro durará para siempre porque en el fondo una mierda así no pasa. Las muchachas como Eva no acaban con hombres como yo. O al menos si lo hacen, no hay tanta diferencia de edad. Porque al final, por muy genial que sea esto, se cansará de mí, crecerá fuera de mí y me niego a retenerla.
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