Respirando parcialmente

2699 Words
Incluso en mi sueño sentía la constante necesidad de recordarme a mí mismo que nada de lo que mis ojos estaban viendo era real. Más que sueños, eran pesadillas que se traspolaban a la realidad tornándolo todo gris. Sentía que estaba sumido en una fantasía constante y la línea entre lo verdadero y lo creado por mi mente era cada vez más difusa. –Creo que nos llevamos mejor ahora que estoy muerto –me decía Sean desde su cama. Él estaba sentado ente las cobijas sonriéndome con sus voluptuosos labios azules. –Por supuesto que nos llevamos mejor –hablé desde la tina del baño–. Tú estás muerto y vives en mi cabeza. – El chico asintió y se dejó caer entre las almohadas mientras yo salía del agua caliente y me enrollaba una toalla en la cintura. Mi cabello caía en rublos mojados sobre mi rostro y me atreví a mirarme en el espejo por primera vez en mucho tiempo. Detestaba mi rostro. Lo odiaba porque a menudo lo veía en las caras de las otras personas que pasaban por mi lado. Cada una de mis fracciones se me hacía repugnante, no importaba cuantas veces alguien me dijera lo contrario. Mi cabello había crecido demasiado en los últimos meses y ahora llegaba por los hombros haciendo que pareciera mucho mayor de lo que realmente era. Había subido de peso, por lo que mis cachetes estaban un poco más rellenos y mis ojos grises comenzaban a sentirse con un brillo diferente debajo de mis tupidas cejas negras. Estaba diferente; incluso me atrevía a decir que por primera vez, me sentía vivo. –Y dime, Vince, si te sientes así, ¿qué haces conversando con un muerto –me preguntó el de los cabellos platinados mientras su rostro se reflejaba en el cristal sobre mis hombros–? ¿Por qué sigues añadiendo nombres y caras conocidas a tu larga lista de visiones? – –Estás en mi cabeza –le hablé de inmediato volviendo mi mirada a la tina solo para recordarme que yo había sido quien lo encontró desangrado en el agua de aquella bañera. Algunas veces necesitaba cerciorarme de lo que era real y auto convencerme de lo que solo habitaba en mi mundo interno. –Bueno, para tu información, eso no significa que tengo que dejar de ser un idiota contigo –me habló arqueando una ceja–. Es así como me recuerdas, ¿no es cierto? Y aunque no lo quieras admitir, puede que hasta te sientas mejor contigo mismo si me sigo comportando como un imbécil. No puedes darte el lujo de recordar a alguien más como a Jaime. – –Creo que es tiempo de que te calles un rato, Sean –le reñí apoyándome en el lavamanos, pues no podía con toda su palabrería. –Nadie te obligó a mudarte a mi apartamento –sonrió encogiéndose de hombros. –Solo cubro la renta para que Ed no lo pierda y tenga un lugar donde vivir cuando se recupere –le dije recogiendo mi cabello en una coleta baja con una de las ligas de Alice que llevaba en mi muñeca. Él dejó escapar una carcajada estridente cuando escuchó mis palabras y yo no podía estar más incómodo al respecto. –Eres más iluso ahora de lo que recuerdo, pequeño Vince –dijo con un tono divertido que pocas veces le había escuchado–. Ed no regresará a esta casa jamás. Primero, porque quizás nunca vuelva a abrir los ojos; y segundo, porque con la sola mención de lo que ha sucedido en esa bañera, no querrá poner un pie aquí dentro en lo poco que le reste de vida –sentenció. La crudeza de sus palabras no se extinguía, aun siendo un solo una mera ilusión de mi perturbada mente, pero supongo que tal y como me había dicho el de los labios azules, así lo recordaba y así lo quería. Había entregado mi apartamento y conservado en de Ed en su nombre con mi poco dinero, y aunque me decía constantemente que era por lo que le había dicho a Sean, ahora admito que no era por las razones correctas. No era que pasara mucho tiempo en aquel subterráneo piso, puesto que mucho de mi tiempo libre lo dedicaba a estar en el apartamento de Alice, pero sí me servía como escape algunas que otras ocasiones cuando no quería que la chica sufriera las consecuencias de mis desvaríos o cuando los sinsentidos amenazaban demasiado con fundirse con el mundo físico y me veía incapaz de separarlos. Aparentemente, y para los otros, todo iba bien para mí. Había conseguido un trabajo como mesero y lavaplatos en un restaurante por una paga decente y tenía a Alice para alegrarme mis días más grises, pero la paz que ella me ofrecía era tan momentánea y pasajera como una brisa fresca en verano. No duraba mucho más que sus afectos y la esperanza que ella me brindaba se evaporaba tan pronto desaparecía de mi vista. Supongo que mi error residía en buscar fuera de mí todo lo que encontraría de estar mirando hacia adentro. Alice era tan solo una distracción; un precioso espejismo que funcionaba como un tópico ayudando a aliviar mis heridas superficiales, mas no calmaba ni el tormento ni la agonía. Solo silenciaba el dolor y yo felizmente me hacía de oídos sordos tan solo su rostro aparecía en la distancia. Era de las cosas más bizarras que me habían sucedido en la vida. Se sentía como si no la necesitara mientras no estuviera cerca de mí, pero si nos ponían a los dos juntos en una habitación, era como la gloria misma. Como si yo no fuera físicamente capaz de vivir sin ella siempre que sus ojos me tocaban. –Déjame decirte, amigo mío, que es de las cosas con menos sentido que has pensado –comentó Sean regresando a su cama–. Y viniendo de mí, que solo habito dentro de tu mente, creo que eso debe significar algo –sentenció y se quedó cauteloso esperando por una respuesta que me negué a darle. –Lo siento, Sean, pero hoy no es tu día –le dije cerrando la puerta del apartamento detrás de mí, y realmente quería decir todas y cada una de aquellas palabras. Ese día sería dedicado expresamente para que Alice conociera al resto de los chicos y supuse que era mejor comenzar por el que aún respiraba parcialmente. Me encontraría con ella en el hospital luego de que pasara a ver cómo se encontraba Liam, o al menos así lo habíamos pactado, pero cuando llegué al hospital, Alice estaba en el cubículo del chico sumida en una entretenida conversación con él. Fue refrescante verla allí y me hubiera unido a sus carcajadas de no ser por Ronnie, quien estaba sentado al otro lado de la cama del chico. Aún no lo había perdonado. No era mi orgullo ni mucho menos lo que dolía, sino mi propia vergüenza tiraba de mí al recordar todo lo que le había dicho a Ronnie la noche de la pelea. Pero luego recordaba todas las palabras que él tiró contra mí y terminaba luchando por mantener la compostura, Alguna de ellas se habían quedado pegadas en el fondo de mi cabeza y no creí que pudiera dejarlas ir alguna vez. Subí hasta la sala donde se encontraba Ed y, como todas las mañanas, me embarqué en la misma conversación con su madre mientras ambos lo observábamos respirar con ayuda de un ventilador artificial a través de un cristal. –Fue terrible lo que le hicieron a tu amigo –me comentó la señora Peterson–. Y por lo que veo, lo que te hicieron a ti también –dijo apuntándome al moretón que figuraba sobre uno de mis pómulos que ya comenzaba a tomar un tono verdoso. –No fue la misma persona –dije sin dar muchas explicaciones. –Tienes que ser cuidadoso con tu temperamento, Vincent –me aconsejó–. Debes medir tus impulsos o terminarás sometido por ellos. – Sus palabras pusieron en mi rostro una sonrisa. Si solo ella hubiera sabido lo mucho que luchaba conmigo mismo para no sucumbir a un ataque de ira tres veces por día. –Las cosas siempre escalan demasiado pronto conmigo –expliqué y alzando la mirada, vi a Alice sonreírme a unos pocos pasos de mí–. Incluso las partes buenas de la vida tienden a quemarse rápido cuando se trata de mí. ¿Acaso es eso alguna maldición, señora Peterson? – –Yo no sé de maldiciones, hijo mío. Solo de estados del alma –terminó. –Disculpen la demora –dijo Alice–. Mucho gusto en conocerla –le estrechó la mano a la mujer a mi lado. –Ella es mi novia, Alice –presenté a la chica guiñándole un ojo. –¿También eras amiga de mi Eddy –sonrió Eloise–? Eres la primera chica que viene a visitarlo… – –No –respondió de inmediato la joven–. No pude conocerlo en persona, pero Vince me habla constantemente de Ed y de la preciosa relación suya con Sean. Creo que no hay nada más triste que dos personas se amen tanto al punto de no poder vivir una sin la otra, pero no hay nada más hermoso tampoco –dijo ella y nada más el nombre de Sean salió de su boca, el rostro de Eloise se ensombreció. Alice no entendió que hizo mal, no tenía por qué hacerlo, pero la mujer no dijo ni media palabra y se marchó adentro de la habitación del pelirrojo. Se sentó en el sillón junto a su cama y continuó tejiendo su croché en absoluto silencio. –¿Dije algo que no debía? –me preguntó la chica prendida de mi brazo. –En lo absoluto –la tranquilicé con una sonrisa–. Ella es la que aún se niega a aceptar la naturaleza de su propio hijo. ¿Sabías que siempre se refiere a Ed en pretérito? Habla de él como si estuviera muerto. ¿Está muerto ya mi amigo? –preguntaba yo mientras Alice apoyaba su barbilla en mi pecho y me miraba con sus enormes ojazos. –Quizás deberíamos volver en otro momento –sugirió ella y no podía estar más de acuerdo con su proposición. Regresamos al apartamento de Ed y, mientras la chica hurgaba dentro del refrigerador por algo de comida para prepararnos un almuerzo, yo me escondía en la cama con una de las almohadas tapando mis ojos. Estaba cansado. Los párpados me pesaban más de lo que lo hacían regularmente y golpe en mi cara aún me causaba migrañas si pasaba mucho tiempo afuera en el frío. Unos minutos después, Alice estaba comiendo un improvisado plato de pastas que había sobrado de la noche anterior y yo había decidido declinar la comida y reemplazarla por una caliente taza de té de menta. –¿Por qué no entraste a ver a Liam? –me preguntó sentada en el extremo izquierdo del desgastado sofá de Sean. Encontró una botella de vino tinto escondida en la despensa y no tardó en abrirla. Se daba unos pequeños sorbos en un vaso de plástico cada dos cucharadas de la blancuzca pasta. –¿Cómo me viste? – Ella odiaba que yo respondiera una pregunta con otra pregunta, por lo que reí divertido cuando me lanzó aquella mirada un poco torcida. –No me esquives –amenazó apuntándome con su tenedor. –No estoy en muy buenos términos con Ronnie ahora mismo –expliqué terminándome el té y pensando que después, quizás, necesitaría algo mucho más fuerte para tomar. –¿Y quién te queda? –preguntó y se sintió como si estuviera queriendo arremeter contra mí por alguna razón que se escapaba de mi entendimiento. En silencio me puse de pie y llevé su plato a la cocina. Busqué el vino y me serví un poco en otro vaso plástico. Bajó todo de un solo y mi estómago rugió por la diferencia de temperaturas y la falta de alimento. –Sabes que escuché lo que le dijiste a Eloise acerca de creer que todo se desvanecía muy rápidamente para ti –habló ella haciéndome tragar en seco. No tenía idea que estaba tan cerca de nosotros como para oír mis palabras y desconocía totalmente cómo reaccionaría al respecto–. ¿Realmente crees eso, Vince? ¿Estamos quemados ya? ¿Somos cenizas y un poco de vino? – Sus palabras cayeron pesadas sobre mí. Dejé a un lado el vaso y me fui directo por la botella. –Dime algo, Alice –le hablé regresando a mi asiento mientras servía un poco más del tinto en su vaso. Lo que restaba, era para mí–. ¿Sería impensable creer que una persona puede morir por amor? –pregunté. Completamente confundida por mi brusco cambio de tema, la chica me pidió repetir mi pregunta. –No comprendo qué tiene que ver nada de esto… – –¿Amarías a alguien más allá de su muerte –pregunté sin tapujos ni rodeos. Así como era realmente yo–? Porque creo que yo sí lo haría –Jaime me observaba desde su asiento con sus ojos negros clavados en mí y completamente inamovibles–. Y creo que él también lo hace –Sean, sentado en la mesa de la cocina, balanceaba sus piernas en el aire sonriéndome con sus labios azules. –Vince, ¿esto es por lo que yo le dije a la señora Peterson…? –intentó retractarse ella, pero ya era muy tarde como para aparentar que ninguno de los dos sabía lo que estaba sucediendo y por primera vez en mi vida no quería retroceder en mis palabras o acciones. –Te lo dije en el muelle y lo mantengo hasta el día de hoy –hablé –. Te lo advertí, no quiero herirte, pero creo que voy a terminar haciéndolo. De cierto modo, incluso creo que es mejor si realmente solo fuéramos cenizas y vino… – ¿Por qué Jaime no se iba? ¿Por qué me miraba así? –¿Y realmente te sientes así o crees que por decir esto vas a alejarme? – Alice hablaba, pero se sentía como si ni siquiera estaba escuchando lo que yo quería decir. No puedo decir quién de los dos estaba más roto. Si era yo, buscando confort en alguien que era incapaz de llenarme por completo, o ella, por aferrarse a su proyección de una persona. –¿Y tú realmente crees que vale la pena luchar por alguien que quiere alejarte? – –Creo que merece luchar por alguien que te amaría más allá de la muerte. No tengo idea de a quién ames, Vince. Estoy completamente segura, sin embargo, de que no es a ti mismo. Las pasiones intensas son las que se esfuman más rápidamente, y si toda la complicidad que tuvimos se desvaneció, lo que sentiste por mí fue solo una mera atracción. – En ese momento lo comprendí todo, y se sintió tan real que fue estúpido de mi parte el no haberme dado cuenta antes. Yo nunca estuve enamorado de ella, pero ella tampoco lo estaba de mí. Alice amaba un ideal. Ella amaba la versión mía que solo existía en su cabeza. La clásica historia de la bestia convertida en príncipe por la princesa adecuada… por el toque correcto. Pero la verdad es que nadie cambia por nadie. La bestia y el príncipe son dos caras de una moneda y no existe uno sin el otro. No se puede amar a una parte de luz y despreciar a ese ser de oscuridad. Tienes que amar al dios y al demonio a la vez, porque los dos son uno, y ese uno, es el hombre. –¿Puedes vivir sin amor? –me aventuré a preguntar, pero sus palabras me hizo comprender por qué ella detestaba tanto mi manía de lanzar una interrogante como respuesta. –¿Puedes hacerlo tú? –
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