21

1315 Words
Él era esa voz en mi cabeza que susurraba mentiras o verdades que no quería escuchar. Por momentos acariciaba mi rosto con toda la inmensidad del cielo en su mirada, y por otros, apretaba mi cuello entre sus manos e intentaba ahorcarme. ¿Tanto quería que estuviera con él al otro lado? Golpeaba mi pecho, se sentaba sobre mí dejando caer todo su peso sobre mi caja torácica o aplastaba mi corazón con su pies descalzo. ¿Los muertos pesan tanto sobre nosotros, o solo es la culpa lo que cargamos los vivos? Me besaba las manos y luego me amenazaba con romperme los huesos. Y yo solo sonreía mientras escupía sangre. Era brutal, y me encantaba así. Era 21 de mayo. –¿Era 21, Jaime? –pregunté con el chico acostado a mi lado en la cama. Él sonrió y asintió. Aquel día también hizo lo mismo cuando le pedí que se hiciera un lado entre su natural reguero de ropa y almohadas. Sostenía su vieja agenda entre sus manos y leía con diligencia su escrito de la noche anterior. Era su voz lo que le incorporaba al relato todo tipo de emociones. El anhelo y la tristeza solo eran verdaderamente apreciables a través de sus labios mordidos. “Su mirada vaga por el desdibujado techo. Se detiene justo en la esquina blanca, donde las arañas ya comenzaron a tejer. Su existencia insípida comenzaba a molestarlo y a poner preguntas en su cabeza que no deberían estar allí. Suplicó y aguardó para ser escuchado, pero la promesa no ha sido cumplida en las dos décadas que ya tiene de vida. Se pone de pie y camina hacia la puerta. Su mundo no tiene más de cuatro metros cuadrados. Más allá de los ojos insípidos que lo observan, había un mundo totalmente desconocido para el que siempre ha vivido en la oscuridad. Había leído que otros reían mientras él está obligado a conformarse con el silencio de las sombras; las voces de su mente son las únicas compañías decentes que ha tenido en los últimos años. “Respira. Vuelve a la oscuridad. Parece que tiene manos su oscuridad; manos que no le permiten salir y que no dejan de llamarlo por su nombre. ¿Qué es un nombre sino la máxima expresión de amor? Dicen que todos los hombres aman y son amados. Todos los que respiran conocen el significado del verdadero amor, pero él, que nunca ha sido amado, no tiene nada más para ofrecer a los otros sino su limitado cariño disfrazado de indiferencia. Es quien que más lo atesora y este se complace en evitarlo. Piensa entonces que nunca ha estado enteramente vivo y si es así, no le tiene miedo a la muerte, le teme a la vida y por eso no deja que lo toquen otros que no sean sus sombras ni que la vean aquellos que tienen sonrisas cálidas sobre sus rostros. Su dolor lo bautizó así y la crueldad de su existencia lo confirmó en esa religión.” Mi mirada le incomodó, pero para aquellas alturas, Jaime ya se había acostumbrado a mi continua desaprobación. Era una característica mía con la que el chico tenía que lidiar todos los días, y debo decirlo que su habilidad para esquivarme era simplemente fantástica. Nadie pudo hacer tantas cosas de mí como él. Era un talento y una maldición a la vez. –¿Entonces? –preguntó a la expectativa de una buena crítica de mi parte. Yo me levanté de la cama de un salto y le arrebaté la estrujada agenda de sus manos para una segunda leída. –Es una mierda –sentencié solo para llegar a sus nervios–. Vamos, que no es que sea una mierda regular; sino que es una mierda enorme. En fin, que apesta. – Su estrepitosa carcajada me contagió de inmediato y terminamos los dos riendo hasta que nuestros estómagos comenzaron a doler. En retrospectiva, yo era mucho más feliz en aquel momento. Me recuerdo a mí mismo un año antes de su muerte, y todo estaba en colores. Se siente cálido cuando lo veo vivo entre mis memorias. Deja un sabor a miel en la boca que se extingue cuando caigo en cuenta que todo tiempo pasado siempre es mejor. ¿Significaba eso que mis días grises empeorarían en algún futuro cercano? –¡Así que te encanta! –exclamó el chico de oscura cabellera intentando poner algo de orden en aquella habitación. Mi mueca incrédula reflejaba a la perfección que no había dicho tales palabras en ningún momento de la conversación–. Vamos, Vince, probablemente te conozco mejor que tú mismo –me explicó doblando una camisa–. Cuando estas asustado, no miras a los ojos de quien te habla. Cuando mientes, lo haces con una sonrisa en el rostro y se te iluminan los ojos. Cuando estás en desacuerdo, viras la cara y te tocas la barbilla… y cuando algo te gusta, lo niegas efusivamente. – No tenía idea de que Jaime había dedicado tanto tiempo a observarme, y estaba mucho menos consciente de aquellas manías mías. –Me describiste a mí en ese relato –intenté objetar. –Tú ego te engaña, amigo mío –apuntó–. El universo no gira alrededor de ti. – –Lo siento, mi querido psicólogo en proceso, mantengo mi veredicto –dije hojeando el cuaderno y alternando mi vista entre los relatos y las fotos. Tenía fotos de todos nosotros. Un bulto de polaroids y fotos recortadas con fechas anotadas. Y en todas estábamos mis amigos y yo con una sonrisa estampada en el rostro pero siempre faltaba él. “Los ojos detrás del lente” decía, pero yo quería tenerlo a mi lado y no de otra forma. Cada vez que le quitaba la agenda de las manos me detenía a observar sus capturas y cada vez que lo hacía encontraba algún tipo de confort en ellas. –No tienes fotos tuyas aquí –noté, pues efectivamente el chico nunca había añadido ninguna suya–. ¿No te gusta tu fea cara? – –Acabo de explicarte lo que haces cuando algo te gusta y continúas dándome elementos para confirmar mi conjetura. – –Es tu hipótesis, Jaime –le dirigí una recia mirada fingida–. Y yo no estoy de acuerdo. – Supongo que mis palabras se desacreditaron cuando no volteé el rostro ni llevé mis dedos a mi barbilla. Su sonrisa se debió a mi caída en cuenta de la bestial metida de pata que había tenido y solo el zumbido del teléfono vibrando a su lado rompió el incómodo silencio en el que se sumió la habitación. Abrió la pantalla y leyó el mensaje quitándole importancia aparente a mi accidental confesión. –Ronnie va para casa de Ed y Sean –me dijo cazando un jean de mezclilla entre su ropa –. Dice que compres ron en el mismo lugar de siempre. – Asentí regresando a su cama mientras él terminaba de vestirse. Antes de irnos, tomó la vieja fosforera naranja del bowl de las llaves t la escondió en uno de los ajustados bolsillos de su pantalón. –¿Para qué llevas una fosforera si tú no fumas? –pregunté pues esa siempre había sido una incómoda duda a la que no le encontraba ningún sentido. –Pero tú sí fumas a veces… – Desperté con un sabor amargo en los labios. Yo sí fumaba a veces y esa mañana me apetecía un cigarro. Lo encendí pegándolo a la resistencia de la hornilla en la que calentaba el agua para el café en la tetera. Mire a la cama y vi a Alice yaciendo desnuda entre las sábanas y mi natural reguero de ropa. Por un momento hubiera querido que fuera 21 de mayo y fuera Jaime en esa cama.

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