Toda mía

1608 Words
Mi boca fue directa a la suya, y me encontré nuevamente a su merced. Alice tenía toda la destreza que se necesitaba para volverme loco y creo que hasta cierto punto ella estaba completamente consciente de eso. La de los cabellos blancos respondió de manera cohibida al principio pero tan pronto sintió mis manos en su diminuta cintura, continuó de manera salvaje. Alice besaba como una diosa y con una destreza que mi lengua desconocía mucho antes de conocerla a ella. –Vince, estás herido –intentó detenerse ella–. No es el mejor momento para hacer esto –me decía, pero continuaba dejándose llevar por mis besos y su respiración se agitaba a pesar de sus vanos esfuerzos de contenerse. –No te preocupes –aseguré y con una pequeña sonrisa pícara de la que luego me arrepentí toda la noche, le susurré al oído–. Desgraciadamente he estado en esta situación antes. – –¡Oh! ¿Es eso cierto? –preguntó con recelo y se dejó llevar completamente, pero cada vez que su mano tocaba una de las vendas que ella me había puesto, se tranquilizaba y se paraba sus dedos, solo hasta volver a sentirse eufórica y regresar al mismo circulo vicioso. Quizás me había encontrado en algún revolcón con una chica luego de una pelea, pero ninguna de ellas era Alice y eso me lo había dejado muy claro desde el primer día. La apoyé contra el espaldar del sofá mientras mis manos recorrían todo su cuerpo. Su piel era tersa y exquisita al tacto. Ella hacía lo mismo conmigo con cuidado de las vendas y sus dedos se aferraban a mi cabello n***o cada vez que mi boca bajaba a su cuello. Mis manos se centraron en su cintura y las de ella bajaron a mi torso. Le quité la camisa que llevaba y detallé entonces ese cuerpo que me hacía temblar en las noches cubierto solo por una fina lencería que quería arrancar de su pálida piel de inmediato. Su busto redondeado y no tan extremadamente voluptuoso sobresalía de su sostén, mientras que su proporcionado trasero me instigaba a cumplir mis más oscuros deseos, incluso si no contaba con la fuerza suficiente como para hacerlo. Comencé a depositar pequeños besos en sus mejillas mientras que ella enrollaba sus estilizadas piernas alrededor de mí y sentí como me aprisionó completo cuando empecé a jugar con el lóbulo de una de sus orejas. Si ella hubiera sabido como mi respiración se cortó por completo de la forma más brusca posible y una corriente eléctrica recorrió cada uno de los nervios de mi cuerpo cuando sentí su sexo vibrar junto a mí, conocería exactamente el poder que tenía sobre mi persona. Sus jadeos solo lograban hacer que mi m*****o se irguiera más dentro de mis ajustados pantalones y exigiera estar a la merced de ella. Estaba a punto de caer rendido a sus pies y dejar que Alice hiciera de mí lo que quisiese. El desenfreno de sus manos sobre mi cuerpo era brutal y en un certero movimiento, me deshice de su molesto brasier para así poder tenerla casi toda para mí. Llevé mis labios al nacimiento de sus senos mientras las manos de ella se dirigieron a tientas a la bragueta de mi pantalón, liberando mi falo, de la ajustada prenda, pero antes de que pudiera hacer algo, decidí quitarle las bragas y bajando a su húmedo sexo, la hice querer morderse los labios para no gritar mi nombre. Mi lengua jugueteaba con su intimidad de una forma que la hacía perder el control. Alice no era dueña de su cuerpo y mientras yo la miraba desde el suelo cerrar los ojos y aferrarse al sofá, los gemidos de placer salían de su boca sin ninguna restricción. Incapaz de contenerse mucho más, el primer orgasmo de la noche llegó demasiado pronto en mi boca dejando sus piernas en un puro temblor y permitiéndome degustar aquel sabor a melocotón tan propio y suyo. La alcé en el aire e instintivamente ella aferró sus piernas a mi cintura mientras la llevaba a la cama. Sintiendo la presión de mis heridas, la acosté de la manera más delicada posible y regresé a su boca, solo para que ella rodara sobre mí, se deshiciera de mi bóxer y se sentara en mi abdomen con una sonrisa al saberme completamente desnudo para ella. Alice disfrutaba cuando yo estaba vulnerable, y en aquella cama, yo lo era. Ella azotaba mi boca con sus besos y mi torso con sus suaves toques mientras se movía sobre mí y me excitaba hasta lo más profundo. Bajaba por mis abdominales con su boca y su lengua se centraba en mi obligo haciendo que cada vez que ella depositara pequeñas mordidas en esa área, yo me viera obligado a arquear la cabeza y morderme los labios. Ella disfrutaba tenerme sufriendo así y yo lo sabía porque cada vez que la miraba, sus gatunos ojos turquesas centelleaban del placer que le daba tenerme haciendo hasta lo imposible por no gritar su nombre. Me colocó el condón y me introduje en ella de una sola estocada provocando que un gemido ahogado se adueñara de la habitación. Comenzó a balancearse de forma lenta sobre mis caderas y sentí rabia y celos de saber que alguien más había disfrutado de su sexo antes que yo. En un movimiento rápido que me recordó que definitivamente no era una de mis mejores noches, la puse contra el colchón nuevamente y la penetré con mucha más fuerza, hasta sentir todo de mí dentro de ella, haciendo que ella alzara sus brazos y clavara sus uñas en mi magullada espalda mientras se arqueaba debajo de mí. Incluso si comenzaba a sentir el dolor de los golpes de las primeras horas de la noche, yo era incapaz de detenerme y continué embistiéndola con la misma intensidad con la que lo había hecho antes. Sus caderas se descontrolaban y sentía como sus movimientos se sincronizaban con los míos mientras aferraba sus piernas a mi cintura y yo palpaba la deliciosa piel de su trasero a la vez que besaba y mordía su escultural cuello. Era irreal el placer que ella me hacía sentir a mí. Llevé mis manos a las suyas y las aprisioné contra la cama, por encima de su cabeza, cosa que hizo que ella se excitara más y comenzara a dejar escapar gemidos bastante provocadores junto a mi nombre. Por ende, yo estaba extasiado al ver su rostro empapado en sudor y con las mejillas sonrojadas explotando de placer. El vaivén de sus caderas hacía que fuera demasiado difícil para mí contenerme mucho más tiempo y, dejando escapar un gemido ronco y algo gutural mientras la besaba, exploté luego de unas fuertes embestidas más al tiempo que sus piernas se aferraban fuertemente a mi cintura y se rehusaban a dejarme escapar hasta tanto ella no colisionara junto conmigo. Me desplomé jadeante sobre su pecho mientras sus piernas temblaban del placer y sus ojos miraban desenfocados al techo. Jamás me iba a cansar de aquella sensación de éxtasis en la que Alice me sumía. –Quiero… quiero estar así contigo… la vida entera, Vince –me confesó ella cerrando los ojos y con el aliento entrecortado. Su pecho subía y bajaba agitado y podía sentir perfectamente el agitado latir de su corazón debajo del mío, justo en la misma sintonía. Mi ego se elevó por las nubes al escucharla decir aquellas palabras y la satisfacción de saberla toda mía corrió por mis venas como la más vigorizante droga mientras que una sonrisa satisfecha aparecía sobre mi rostro y la hacía sonrojarse incluso más. Tomé su rostro entre mis manos y lo observé tan detenidamente como para grabarlo en mi memoria. Su expresión era digna de perdurar en mi recuerdo toda mi vida y no creo que algún día pueda dejarla ir. Sus deliciosos labios estaban enrojecidos e hinchados por mis besos. En su cuello rezaban algunos vestigios de mis suaves mordidas que desaparecerían al día siguiente y todo su cuerpo estaba bañado por una fina capa de sudor que, mezclado con su perfume de lavanda, me hacían ponerme duro otra vez. Los más rebeldes mechones de su alborotada cabellera platinada delineaban su complacida expresión y sus ojos turquesa, completamente extasiados, solo se enfocaban en mis vibrantes ojos grises que consumían toda su mirada. –Y yo no quiero separarme nunca de ti, Alice –me sinceré a la vez que ella me acercaba a su boca para degustar mis palabras. Sus labios fueron más condescendientes con los míos y el beso se me hizo tenue y húmedo–. Mi Alice –rectifiqué con orgullo de poderla reclamar como mía. –Vince, yo… –intentó hablar, pero antes de que continuara, me apresuré a hablarle apartando su cabello mojado del sonrojado rostro. –No tienes que decir nada –le aseguré–. Dilo solo si lo sientes y cuando sea tu momento, si es que alguna vez lo es conmigo –le pedí apoyando mis brazos a ambos lados de su rostro–. Te he añorado desde que te vi por primera vez en una parada del metro. Llamaste mi atención en ese mismo instante en el que mis ojos cayeron sobre ti, pero esta noche, te amo –ratifiqué y solo lo repetí para ver su rostro mientras le decía aquellas palabras–. Te amo, Alice Maxwell. – –Y yo te amo a ti, Vincent Harper –me dijo ella, solo para sumirme en el más cándido beso que duró toda la noche.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD