La teoría del caos

1791 Words
–¿Cómo fue esta vez? –le pregunté a Sean que tenía los ojos fijos en la pared frente a él, como si estuviera viviendo el terrible suceso nuevamente. Aquella no era la primera vez que le sucedía algo como eso a Ed. De hecho, hubo un tiempo en el que el chico pasó más tiempo durmiendo en el hospital que en su propio apartamento. –Yo estaba todavía dormido cuando él comenzó con el dolor en el pecho y la falta de aire –nos explicó el chico–. No podía hablar y no paraba de arañar la cama… él me arañó mi rostro también… si no hubiera sido por eso, no me hubiera despertado porque Ed es muy intranquilo al dormir. Era como si él se estuviese ahogando. Se golpeaba en la cabeza, en la frente, con mucha fuerza y se llevaba las manos a la garganta y al cuello como tratando de liberarse de lo que le impedía respirar… justo como si tuviera una soga en su cuello o algo así –habló entre sollozos. A esas alturas de su discurso, el chico había estallado en llanto–. Ya tengo miedo incluso a quedarme solo con él… esta vez no pudo llamarme ¿Cómo iba a hacerlo si era como si no tuviera aire en los pulmones –se preguntó Sean con los ojos impregnados de lágrimas. Su vulnerabilidad era palpable en aquel momento y, a diferencia de otras veces donde se molestaba en ocultarla, aquella tarde no se preocupaba en parecer una persona fuerte y en control de sus emociones–? ¿Y si un día no lo escucho? ¿Si no le da tiempo a avisarme? ¿Sino llego a tiempo? ¿Qué pasa entonces? –me preguntaba histérico. –Eso no tiene por qué suceder –intentó calmarlo Ronnie dándole unas palmaditas en la espalda. –Yo puedo quedarme con ustedes en su apartamento cuando salgan del hospital –me ofrecí. –Si salen del hospital –murmuró Liam. Su comentario le hizo llevarse un fuerte codazo en las costillas por parte de Ronnie que lo hizo quedarse sin aire. Luego de unas largas e incómodamente silenciosas horas sentados en el salón de espera de Cuidados Intensivos, interrumpidas solo por el intermitente sorbido de café de Sean, salió un estirado doctor llamando por algún familiar de Ed. –¿Hay algún familiar de Edward Paterson? –preguntó el hombre alejando sus ojos de los papeles que traía en sus manos. –¡Nosotros! –saltó Sean y en un salto estuvo frente al doctor. El hombre frunció el ceño al vernos pues supo que era muy improbable que todos nosotros estuviéramos relacionados sanguíneamente. –Solo familiares –aclaró volviendo sus ojos a la planilla. –No están aquí y no van a venir –repuso Sean con un tono de voz molesto y grave–. Solo estamos nosotros. – El doctor tragó en seco y le echó una última mirada a los papeles que tenía entre las manos. –Me gustaría compartir esta noticia directamente con la familia del paciente, así que, por favor, cuando ellos estén presentes, le informaré de la situación –sentenció el doctor y dando media vuelta, caminó hasta el final del pasillo. La verdad, aquella no había sido la primera vez que un doctor nos trataba de manera despectiva. Ya estábamos bastante acostumbrados a que el antiguo doctor de Ed se negara a hablar con nosotros por algunas inservibles y arcaicas reglas del hospital. Solo le informaba de todos los tratamientos a Sean, y a regañadientes. ¿Cómo si él no fuera a compartirlo con nosotros? –¡Nosotros somos su maldita familia! –le grité al doctor provocando que el hombre se detuviera y se volteara hacia nosotros. Al ver que al menos había conseguido llamar su atención, Sean y yo echamos a correr hasta alcanzarlo. –Escuche, si los familiares de Ed están en Los Ángeles y no les interesa en lo absoluto la salud suya y nosotros, quienes no compartimos lazos de sangre con él, estamos aquí; lo trajimos a Emergencias y hemos estado esperando alguna noticia suya por más de siete horas como locos en este pasillo, evalúe usted, a cuáles de estos dos grupos de personas le interesa saber la información que usted tiene que ofrecer: ¿a ellos o a nosotros? –le dijo Sean en un tono que varió de molesto a desesperado a medida que decía su discurso. El hombre se quedó perplejo ante sus argumentos. Se quitó los espejuelos, se estrujó las cejas y, exhalando fuertemente, nos dirigió una mirada compasiva antes de hablar. –Voy a ser totalmente honesto con ustedes –comenzó. –No aceptaríamos otra cosa –aseguró Ronnie que ya se encontraba junto a nosotros. La palabra “honestidad” viniendo de un oncólogo y tratándose de Ed, solo era sinónimo de serios problemas. –La situación de Edward es extremadamente delicada a estas alturas de su enfermedad. Está en un punto crítico del cual es muy probable que no se recupere. – –¿Y si tratamos la operación que sugirió el doctor Larzon? –le interrumpió Sean en un intento de darle una solución al problema. –Es muy tarde para hacer cualquier intervención quirúrgica. El tumor primario de Ed se encuentra en su pulmón derecho, pero este ha hecho metástasis y ahora hay tumores secundarios en el hígado y las glándulas suprarrenales. De ahí que el chico padezca de cambios de humor, estrés excesivo y depresión –explicó el doctor–. De ahí que es necesario informarle a su familia que estos serán los últimos meses de vida que le resten al chico. – Sean se tambaleó en el lugar y me agarró fuertemente del brazo. Era como si el mundo le diera vueltas y necesitara aferrarse a algo y comprobar que no se trataba de un mal sueño, sino de una terrible realidad. El chico estaba destruido. Todos lo estábamos, pero la noticia lo había dejado en un estado de shock total. Dos horas después de haber hablado con el oncólogo, Sean continuaba con la mirada perdida intentando asimilar la situación. Yo, apiadándome un poco de él, le ofrecí quedarme en el hospital aquella primera noche. –¿Por qué no te vas a la casa esta noche y descansas un poco –le pregunté poniéndole una mano en el hombro. Él solo volteó su rostro hacia mí y me miró a los ojos como si no hubiera comprendido una sola palabra de lo que yo había dicho–? Yo me quedaré hoy por la noche si quieres y así tú puedes quedarte el día de mañana en el hospital –le aconsejé, pero nuevamente alejó su mirada de mí y se centró en la pared. –Podemos tomar turnos y ayudarte –comentó Liam. –No cumple ningún objetivo que estemos todos aquí –dijo Ronnie–. De todas formas no podemos hacer nada por Ed. – –Nadie puede hacer nada por Ed –murmuró Sean estallando en lágrimas otra vez. –Por favor, Sean –le pidió Ronnie. El chico ya comenzaba a perder los estribos y lo último que necesitábamos era ver a Ronnie molesto–. Solo vete a tu casa y toma un baño, come algo y duerme. Por favor –le imploró el chico. Eventualmente Sean accedió luego de una persuasiva plática por parte de Liam y ambos dejaron el hospital cerca de la media noche. Ronnie y yo nos volvimos a sentar en las sillas del fondo del salón de espera, donde habíamos pasado la mayor parte de la tarde. El chico cerró los ojos y luego de un momento de silencio absoluto, hablé. –No puedo creer que esto esté sucediendo realmente –dije apoyando mi cabeza en la pared. –Y, aparentemente, no se puede detener –le añadió el rubio a mi comentario y continuó abriendo sus ojos lentamente–. Acostúmbrate. Esto parece ser solo el principio –dijo y luego de otro sobrado silencio me preguntó– ¿Has escuchado hablar alguna vez del Efecto Mariposa? – –He oído algo de eso en un par de series de televisión y creo que hay una película con ese nombre, pero no sé exactamente lo que es –respondí con la mayor honestidad posible. –Me refiero al concepto físico del Efecto Mariposa. ¿Sabes qué es? –preguntó con una sonrisa cansada en su rostro. –Ni la más mínima idea –respondí rápidamente y con sobrada sinceridad pues estaba desesperado por saber qué tan relevante e iluminadora podía ser una teoría física sobre la tragedia que estábamos viviendo en aquel momento. –En concepto, este hace referencia a las condiciones iniciales dentro del marco de la Teoría del Caos –me explicaba el chico. –Tendrás que ponérmelo más fácil, Ronnie. Yo no estudié Física en la NYU como tú –le recordé, a lo que el chico me volvió a sonreír cándidamente. –El nombre le viene de un proverbio chino: “El aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo” –el chico volvió a mirarme, pero, nuevamente, no encontré la relevancia a su comentario, por lo que prosiguió con su explicación, esta vez con los ojos cerrados–. Básicamente, la idea es que, dadas ciertas condiciones iniciales de un determinado sistema caótico, este puede evolucionar en formas completamente diferentes a lo esperado ante la más mínima variación. O sea, que una ínfima perturbación en el sistema podrá generar un efecto considerablemente grande a mediano o corto plazo. – –¿Algo así como un efecto dominó? –pregunté solo para comprobar que había comprendido algo de lo que Ronnie intentaba explicarme. –Algo así. Sí –dijo y con lentitud, abrió sus ojos avellanados dirigiendo su mirada hacia el techo del salón– ¿Sabes lo que sucede cuando empujas una de las fichas de un dominó perfectamente alineado? –preguntó clavando sus ojos en mí como si se trataran de dos afiladísimos puñales. Su mirada me hizo recordar mis tiempos de estudiante y por un momento dudé de lo que era claro. –Todas caen después –respondí. En ese punto comprendí por qué Ronnie hablaba de un concepto de física a pocas horas de haber escuchado la noticia de que Ed se encontraba en sus días finales y a escasas semanas del suicidio de Jaime, su mejor amigo. Mi rostro se endureció al comprender sus palabras y mi mirada se apagó casi inmediatamente. Ronnie solo asintió y volvió sus ojos al techo. –Las primeras fichas acaban de caer. –
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