Salta

2604 Words
Nunca imaginé que un sillón de ruedas lograría alcanzar una velocidad tan alta por los pasillos de aquel hospital. Yo empujaba el sillón mientras Ed, vestido aún con la monocromática bata de hospital, reía a carcajadas cada vez que una enfermera asustada o los pacientes menos graves que deambulaban por los pasillos, se apartaban entre gritos de nuestro camino. –¡Deténganse ahora mismo –gritaba el guardia de seguridad corriendo detrás de nosotros–! ¡No se puede correr por los pasillos del edificio! –continuaba aunque ya no podía mantener el paso por su sobrepeso. Ed había decidido que quería dejar el hospital y los doctores se negaban a darle de alta. Por tal motivo, el chico decidió escapar para poder "vivir" sus últimos días. Por supuesto, tratándose del egocéntrico Edward, el chico hizo una escandalosa salida de su internado y un show de su libertad. Afuera, en el parqueo del hospital, nos esperaban los otros chicos ya sentados en el viejo jeep de Ronnie. –¡Enciende el motor –le gritaba yo a Ronnie entre carcajadas–! ¡Enciende el motor, coño! –vociferaba al ver que el guardia casi nos alcanzaba. Ayudando a Ed a ponerse en pie y colgándome la mochila del chico de un brazo, corrimos hasta el desmejorado carro de Ronnie. Nunca había visto a Ed reírse tanto como aquel día. Tampoco había visto a Sean tan cooperativo con alguna de mis maldades pero, bueno... todo fuera por ayudar a Edward a mejorar su ánimo, sino su salud. –¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! –exclamó Liam con los ojos casi saliéndose de su rostro al ver que el guardia de seguridad estaba peligrosamente cerca de nosotros. –¡Esto es un secuestro! –gritó Sean divertido. Ed continuó riendo a carcajadas aunque se vio obligado a detenerse por su intensa falta de aire. Aún así, el chico tenía lágrimas en sus ojos de lo bien que se la estaba pasando. –¿A dónde vamos? –preguntó Ronnie pues el chico manejaba su jeep sin saber siquiera cuál era el destino de nuestro viaje. –¡A una playa! ¡Veamos el mar con Ed! –sugirió Liam emocionado. –¡Perfecto –asintió Ed–! Nada como un poco de aire marino para mejorar el alma –dijo. Ronnie estuvo manejando cerca de una hora hasta que finalmente llegamos a la playa de arenas negras y viejos muelles en ruina. Al bajarnos del carro, Liam comenzó a tirar piedras al mar hasta hacer que una de ellas diera varios saltos sobre el agua. Ed y Sean caminaron juntos cerca del agua hasta perderse en la distancia. Sean sostenía a Ed con tal fuerza que el cuadro era una imagen demasiado triste como para mirar por mucho tiempo. Estaba tan ligado a él que le costaría demasiado tiempo superar su inminente muerte. –La encontré, ¿sabes –le dije a Ronnie quien, al igual que yo, esperaba sentado en el muelle leyendo un libro. El chico leía el segundo tomo de una vieja edición de Les Miserables. Yo, por otra parte, aún leía Crimen y castigo, de Dostoyevski, a pesar de que no le prestaba mucha atención–? Encontré a mi chica turquesa –asentí. –Bien por ti –me sonrió–. ¿No la has cagado con ella todavía? –me preguntó bromeando. –No –respondí divertido–. Todavía no –agregué un poco más serio. Tanto Ronnie como yo sabíamos que eso estaba destinado a suceder... conmigo, siempre lo estaba. –Trátala bien, Vincent –me dijo–. No seas un puto idiota otra vez. – –¿Cómo lo he sido con mi hermana –adiviné sus palabras. El chico ladeó su cabeza casi que asintiendo en una sonrisa–? Ella fue al hospital, ¿sabes? –le comenté. –¿Otra paliza? –sugirió. –No. Peor –dije cerrando el libro y centrando mis oscuros ojos en el agua–. Está embarazada con el hijo de ese cabrón. – –Y ella va a tenerlo– aseguró mientras suspiraba–. Seguro que piensa que si tienen un hijo, él será diferente con ella –habló el muchacho rubio con una sonrisa nostálgica en el rostro acostándose sobre el muelle–. Mi padre nunca dejó de golpear a mi madre a pesar de tenernos a mi hermana y a mí. De hecho, estoy seguro de que, a causa de los gritos de mi madre, mi hermana se volvió drogadicta y yo terminé haciendo lo mismo que mi padre. Lo odiaba tanto que un día incluso amenacé con matarlo si continuaba con sus palizas. Por supuesto, ese día terminé yo con un brazo roto en el hospital y mi madre diciendo que me había accidentado jugando baseball –me contaba el chico. Yo no tenía ni idea de lo turbulenta que había sido su infancia y quizás, por haber sufrido toda esa violencia en carne propia, siempre me incitó a tratar a mi hermana como si fuera una persona enferma. –No sabía nada de eso, Ronnie –le dije. –Los hijos siempre son el reflejo de sus padres, Vince –me habló justo antes de ponerse en pie y alejarse de mí–. Tal vez, por eso yo soy tan violento y tú tan suicida. – Él tenía razón. Estábamos destinados a copiar los patrones de nuestros predecesores y mi madre había sido una mujer atormentada que evaporó todo ápice de inocencia en mí cuando tomó su propia vida. Muy en el fondo tanto yo como mi hermana estábamos muy consciente de que uno de los sería como ella, y para los dos la respuesta siempre había sido bastante obvia. Llevaba años sin recordar ese terrible suceso y era como si mi mente lo hubiera bloqueado por completo; como si se empeñara en borrar lo que me hacía daño y ahora que lo había liberado, un profundo dolor de cabeza la golpeó justo como una ola. Me puse de pie como pude y, tambaleándome tomé el pomo de alcohol que Ronnie había dejado a mi lado. Para ahogar el dolor, me bebí lo que pude de un solo tirón y sentí como el líquido quemaba todas mis entrañas. Aquel dolor me hacía sentir vivo de una forma muy sádica, todo el daño físico y emocional que sufriera me hacía sentir como un ser humano. Desde mi soledad, observaba la realidad con el más puro de los matices. La realidad era que estaba destinado a seguir un camino. Tal y como si la naturaleza lo hubiera grabado en mis genes, mi deseo de desaparecer era patológico porque verdaderamente no tenía nada que perder o a nadie que dejar detrás. Quizás por ese motivo era que nos compadecíamos tanto de Ed y por eso Sean se aferraba a él tan fuertemente; se tenían mutuamente y uno era el ancla del otro en este inentendible y cruel mundo. Liam y Ronnie se apoyaban en un balance igualmente disfuncional, donde todo se iría a la mierda el día que uno de los dos sucumbiera ante la verdadera sombra de su persona. Su relación estaba basada en una constante contraposición de opiniones destinada al fracaso, pero que aún no se habían fragmentado. Y luego estaba yo… ¿A quién tenía yo? ¿Al recuerdo de Jaime? ¿A Alice? A mi amigo; al que llevé al borde del abismo con mis propios tormentos y los tomó para sí. Al que ahora me atormentaba con su presencia en cada lugar que me encontrara. ¿Acaso en su intento de liberarme de mi demonio, se perdió en el suyo propio? O quizás yo contaba con la proyección de un ideal en mi mente. Alice, quien no era más que eso: la versión de una persona que creé en mi cabeza, a la cual imponía toda la voluntad de cambiarme, arreglarme, reparar mis grietas y cicatrices. Alguien irreal… alguien inalcanzable… ¿A quién tenía yo? ¿A quién tengo yo? –¡Vince! ¡Vincent, baja de ahí, por favor! –escuchaba la voz de Sean a la distancia. Sus gritos se escuchaban algo temblorosos y era como si el viento se los llevara y los disipara antes de llegar a mí. –¡No sigas subiendo –gritaba Liam–! ¡Si das otro paso más, vas a caer! – No sabía cómo había llegado allí arriba. Tampoco como el incómodo vértigo causado por el alcohol me había permitido subir por el esquelético andamio a un lado de muelle, pero me encontraba sobre la plataforma a varios metros del agua salada y negra y lo único que veía en el abismo bajo mis pies era a Jaime llamándome desde el fondo. –¡No lo hagas –gritó Ronnie quitándose las pesadas botas amarillas y tirando la cazadora de mezclilla sobre la arena–! ¡No seas más estúpido de lo que ya eres, Vincent Harper! ¡Te juro que…! – No escuché más. Corrí por la plataforma como pude y me lancé al vacío. Justo como si no hubiera nada más después de eso. Como si todo se terminara y la inmensidad de la paz me acogiera en su seno. El agua congelada golpeó mis piernas primero y el dolor del que hablan aquellos que se sienten abrumados por la permanencia de sus decisiones, se disipó al minuto. Esos que luchan cuando son arrastrados al fondo del abismo, carecen de determinación en sus palabras. Como Dazai, mi resolución era definitiva, y aunque no me tiré al mar con una amante atada a mi cintura, de una extraña forma podía sentir a la perfección la fuerza de Jaime arrastrando mi cuerpo a la oscuridad. ¿Era Jaime? ¿Era mi madre? ¿Era Alice? ¿Era Ronnie? ¿O era algo más mucho más monstruoso lo que empujaba de mí hasta el fondo? El agua salió disparada de mi boca cuando finalmente abrí los ojos. El creciente dolor en mi pecho me dejaba saber que Ronnie, aún empapado a mi lado, me había hecho un intento bastante brusco de respiración cardiopulmonar. Sus ojos avellanas parecían verdes y al ver que había despertado finalmente, me golpeó en el estómago con toda la frustración que tenía dentro, por lo que antes incluso de poder ponerme en pie, me volteé para vomitar. –¿Ves? No necesitas el drama de tirarte de un andamio –me habló Sean. Sobre sus piernas, el pecoso pelirrojo de su novio respiraba con calma y parecía a punto de quedarse dormido, envuelto en una cobija de lana–. Siempre puedes ahogarte en tu propio vomito si sigues así. – –Serías feliz si eso sucede. Bailarías sobre mi tumba –le dije cerrando los ojos, pero el vértigo del alcohol hacía efecto y tuve que abrirlos para evitar que el mundo diera vueltas a mí alrededor. –Eres un idiota, Vincent Harper –me sonrió. –Desearía ser como tú –me sinceré volteándome hacia él. Mi rostro se tornó serio y sentí como que nunca había sido tan honesto con él o conmigo mismo tanto como en aquel momento–. De verdad. Si lo fuera, yo también me odiaría. Soy repulsivo por no sentir nada. – –Tú lo sientes todo, Vince. Sientes el frío, la soledad, el dolor de la pérdida. No te odio porque piensas diferente a mí, te odio porque eres igual que yo, y uno aborrece su propio reflejo. – Si Sean pronunció aquellas palabras o si eran resultado de mi imaginación, lo desconocía. Mi mente comenzó a tener maravillosas epifanías, pero los sueños se disiparon en un segundo y dolorosas pesadillas que hacía tiempo no me asechaban comenzaron a aparecer. Tampoco sabía si estuvo allí todo el tiempo o si apareció cuando cerré los ojos, pero su presencia era innegable. El demonio, le decían, pero él no tenía garras bifurcadas, ni dientes filosos, ni una bípeda lengua sobresaliendo de su boca. Su rostro era como el de Jaime pero no era él. Jamie había desaparecido de mis visiones y su lugar había sido usurpado por aquel ser de n***o cabello enmarcando su pálida piel; sus fracciones refinadas me hacían recordar a Sean, sus labios morados a Ed, pero su mirada… su mirada era tan gélida e inexpresiva como la mía. Tan carente de los más simples deseos y a la vez tan repleta de las ganas de sentir. –El mundo se está cayendo a pedazos –me susurró–. Sostén la respiración… o no lo hagas –me dio a escoger–. ¿Qué es lo peor que puede pasar? – Creí hundirme en un mar. ¿Era posible sentir cómo el agua salada empapaba mi ropa y mis pulmones se quedaban sin aire para respirar? Sí, era posible. Ya lo había sentido una vez conversando con Jaime en el metro y parecía que todo me llamaba al mar. Tal y como había aprendido, no me resigné a luchar, sino que decidí permanecer inerte hasta que me despertaron unas manos frías golpeando mi rostro. Cuando abrí los ojos, era de noche y sobre mi cabeza se levantaban un millar de estrellas. El frío del mar estaba golpeando mis cachetes y un enorme dolor en el vientre me avisó de mi imperiosa necesidad de vomitar. –¡Despierta Vince –me gritó Liam nuevamente cuando logré dar en mí–! ¡Hay que ir al hospital! –dijo. El chico tenía los ojos llorosos y su mirada estaba errática. Estaba aterrado. Yo no podía hablar, no podía tragar. Estaba ahogándome. Con torpeza, Liam me ayudó a rodar sobre mi espalda y logré vomitar de lado. La presión en mi garganta cedió, pero al descubrir una mancha de sangre entre las cobijas a mi lado, nuevamente me asusté. Cuando logré reincorporarme, vi a Sean estaba en el asiento delantero del jeep junto a Ed. El pelirrojo tenía los ojos cerrados y su palidez era extrema. Su boca estaba cubierta de sangre y un heterogéneo líquido amarilloso salía por su nariz mientras que se escuchaba sonido ronco en su pecho cada vez que intentaba respirar. Sus pulmones cedían tanto como podían, pero ya no soportaban la presión. Nos dirigimos al hospital más cercano tan pronto como pudimos y dejamos al chico en Emergencias. No nos dejaron pasar más allá del umbral de la puerta mientras se lo llevaban en una camilla y revisaban sus signos vitales, así que esperamos a que el doctor regresara con noticias de él. –¿Cómo está? –preguntó Sean tan pronto como vio la figura del médico aparecer por una de las esquinas de la sala de espera. Habían pasado cerca de cuatro horas desde que llegamos al hospital con Ed en estado grave. –Para ser honesto con ustedes, Edward está en estado crítico. No pensemos que pase la noche con vida –dijo. Sean se aferró a la silla. –¿Lo puedo ver? –preguntó. –Él está en la sala de Cuidados Intensivos. No se puede... – –¿Lo puedo ver, doctor –volvió a preguntar enfáticamente mientras se bebía sus propias lágrimas–? Tengo que despedirme de él. – El hombre no se pudo negar ante su insistencia y logró que Sean entrara al salón a despedirse. Media hora después, salió y se sentó en el suelo con la mirada perdida en la pared frente a él.
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