No quiero seguir doliendo

668 Words
Dicen que la primera noche en un hospital siempre es la peor; que el cuerpo se acostumbra luego de unos días a los bancos duros de las salas de espera y al insípido café de las maquinas expendedoras, pero la realidad es que no hay un solo día en un hospital que sea soportable para alguien. Ni siquiera descansan los que duermen. Están solo cediendo terreno para no perder ante el cansancio y despiertan incluso más agotados cuando un código azul o rojo se activaba en alguna de las salas, haciendo que una nube de enfermeros y médicos pasara por su lado en una carrera. –¿No has dormido nada? –le pregunté a Sean al verlo encogido en un sillón cuando desperté, luego de una hora de sueño aproximadamente. Él solo negó con la cabeza y procedió a limpiarse su enrojecida nariz con sus manos desnudas. –No quiero dormir –me dijo y se puso de pie para estirar las piernas–. Necesito caminar un poco. – Era imposible para mí dejarlo solo en aquellas condiciones. Los otros dos chicos estaban durmiendo como podían, enroscados en sus abrigos sobre un sofá en el pasillo y no quería despertarlos. –Caminemos –asentí y dejé que Sean fuera a donde quisiera manteniéndome yo a unos pocos pasos de él. No éramos los mejores amigos. De hecho, nuestra relación era simplemente desastrosa. Siempre supe que Sean no tenía nada que ver conmigo, con Ronnie o con Liam, sino que únicamente nos soportaba por lo cercano que se había vuelto Ed con nosotros. Era como si el chico no tuviera realmente amigos; como si no tuviera vida fuera de la de Edward y no había nada más terrible que saberse completamente solo. Subiendo escaleras, llegamos a la puerta que conducía a la azotea del edificio y con sobrada habilidad, el de los cabellos plateados abrió la cerradura con una navaja de bolsillo y una tarjeta de crédito. Respirando aire fresco, salió y se acercó al muro que delimitaba el techo de una caída segura a la acera debajo de él. En silencio, observó el pavimento con las manos pegadas a sus cachetes congelados y cuando pareció formular la pregunta correcta, me habló sin mirarme a los ojos. –¿Has perdido a alguien, Vince? Y no me refiero a Jaime. Quiero decir… – –A mi madre –respondí de inmediato. Sabía exactamente a lo que se refería. Sus ojos verdes avellanados se tornaron hacia mi rostro y no vi otra cosa en su mirada que una mezcla de lástima con comprensión. Asentí con una sonrisa. –Nunca me dijiste eso –parecía que quería disculparse, pero yo no quería ninguna de sus palabras–. ¿Ed lo sabía? –tragó en seco y regresó su mirada a la calle. –Sí –respondí–. Me descubrió llorando en uno de sus aniversarios luctuosos y no tuve otra opción que contárselo. Tú sabes que él puede ser muy persuasivo con esos ojos de Bambi que hace de vez en cuando –sonreí para intentar cambiar el tema. –¿Cómo se fue ella? –continuó preguntando Sean. –No quiero hablar de ello, Grey –respondí intentando que mis palabras no salieran en un tono cortante para no lastimar al chico. Él sabía que cuando lo llamaba por su apellido, no quería hablar. –Comprendo –asintió él–. Así que todavía duele… – –Sean, una muerte dolerá toda la vida. Sea como sea –sentencié. ¿Tan poco había perdido él en la vida? Me pregunté para mis adentros y si ese había sido el caso, lo consideraba afortunado. –Yo no quiero seguir doliendo, Vince. – Estuvo mirando el pavimento otro rato más y yo en silencio a su lado, le acompañaba en su soledad. Cuando sintió que el frío se colaba por sus huesos, decidió regresar adentro del edificio. Esa fue la última vez que vi al chico con vida.
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